Tenía 21 años. Micaela García, otra víctima de la violencia machista, fue encontrada sin vida, cerca de Gualeguay. Su nombre y su lucha militante es bandera, señalan desde el Movimiento Evita, organización a la que Micaela pertenecía. Con dolor, las plazas del país se colmaron para exigir justicia. De fondo, un debate urgente sobre el rol del aparato judicial. ¿Por qué decimos que el Estado es responsable?
Por María Cruz Ciarniello
[dropcap]“[/dropcap]Hasta esta mañana estábamos buscando a una compañera y ahora estamos pidiendo justicia por el femicidio de ella”. A Eugenia Rodriguez, militante del espacio de Mujeres del Movimiento Evita de Rosario le tiembla la voz. Esta destrozada, dice. Y se nota. No solo en su rostro está la huella de haber perdido a una compañera. En el rostro de todas sus compañeras del Evita se refleja el mismo dolor.
Hace apenas unas horas nos enteramos de la aparición sin vida de Micaela García.
La Plaza Montenegro fue el lugar donde nos encontramos para llorar, abrazarnos, gritar nuestra rabia por un nuevo femicidio. Y también, compartir el silencio atragantado.
La concentración fue desgarradora. Ni las banderas ni la siempre enérgica voz de las organizaciones de mujeres podía contener semejante dolor. Algunas se quebraron. Otras, sacaron fuerzas y con el cuerpo entero hablaron:
“Que no quede ni una compañera sola. Que toda esta bronca se transforme en participación, en organización”.
“Micalea era de la generación del Ni Una Menos y le ponía el cuerpo todos los días a la militancia. Y nos arrebataron a una de nosotras. Estamos cansadas de las respuestas que nos dá este Estado. ¿Cuál es la justicia para nuestros cuerpos? Estamos cansadas pero también estamos organizadas. Y no queremos respuestas punitivistas porque también se usa nuestro movimiento para las peores medidas de los gobiernos. Necesitamos transformar desde la educación, en todas las instancias, necesitamos cambios culturales profundos. Necesitamos que nos cuestionemos nuestras prácticas. Del Estado necesitamos respuestas preventivas y protectivas, porque cuando las pibas estan muertas ya no queda mucho por hacer”.
Siempre hay una gota, o muchas, que hacen explosionar este hartazgo acumulado; esa bronca que nos viene calando los huesos con tantos nombres de pibas desaparecidas, violadas, asesinadas. Hoy es Mica; pero ayer fue Florencia, Melina, Guadalupe, Paula, Lucia, Chiara y mucho antes María Soledad. Nos miramos y al hacerlo, también nos preguntamos aunque sobren las palabras ¿hasta cuándo?.
La respuesta siempre es la calle; el lugar que hacemos nuestro a pesar del miedo y el disciplinamiento que el patriarcado intenta imponernos. Lo hace, claro que sí: lo hace con cada asesinato; lo hace encarcelándonos; lo hace estigmatizándonos. Lo hace cuando nos reprime y nos llena de palos y plomos. Eso ocurrió en Lanús hace pocos días. Laura Zaracho, una de las cocineras del comedor Los Cartoneritos perdió su embarazo a raíz de los golpes propinados por la policía. ¿Quién cuestiona esa represión estatal? Pibas como Micaela lo hacían.
Frente a todo esto, respondemos con un masivo Paro Internacional. Respondemos marchando 70 mil mujeres en tan solo 1 día. Respondemos hermanadas, exigiendo justicia y apuntando a cada uno de los poderes políticos las responsabilidades que les compete: al Estado, al cuerpo legislativo que sigue ignorando un debate urgente como lo es la despenalización del aborto, y al siempre machista y misógino poder judicial. Y digo siempre, porque sobran los motivos y los casos donde la voz de las mujeres ni siquiera se escucha. Al contrario, la revictimización del poder judicial es frecuente y abruma.
Hace tiempo, la abogada e integrante del Instituto de Género, Derecho y Desarrollo, la Dra. Susana Chiarotti, decía a enREDando: «Estamos tratando de cambiar un derecho que es totalmente patriarcal. En ese derecho patriarcal hemos puesto algunos parches, leyes de derechos sexuales y reproductivos, el corpus completo es patriarcal. Sigue siendo patriarcal. El sistema de justicia sigue estando manejado por operadores formados en todo ese mecanismo jurídico patriarcal. Se han realizado capacitaciones pero en general, los jueces no van. No se actualizan, no conocen las convenciones, las leyes. No manejan los fallos internacionales. Hay que formar a los operadores de justicia de otra manera.»
El cuerpo de Micaela fue encontrado en las primeras horas de la mañana del sábado 8, semienterrado en un camino rural, muy cerca de Gualeguay. Entre pastizales y barro, allí estaba Micalea.
Durante toda una semana amigxs, compañerxs y toda su familia la buscaron intensamente. La última vez que se supo algo de ella fue el sábado 1 de abril. Desapareció la madrugada del domingo 2, minutos después de que bailara, riera y disfrutara con amigas en un boliche de esta localidad entrerriana, donde Mica cursaba el profesorado de Educación Física. Por esos días, hubo un acampe frente a la jefatura de policía de Gualeguay, una masiva moviliación en Concepción del Uruguay donde vive su familia y otra en Plaza de Mayo. Rastrillajes que encabezaron sus propixs amigxs y compañeros de militancia. Había también un prófugo y principal sospechoso de la desaparición de Micaela, Sebastian Wagner.
“Quiero que veas la foto de Micaela. Quiero que la veas siempre. En todos lados. Quiero que la foto de Micaela se te meta hasta por la nariz. Que aparezca en tu pantallita cuando agarrás el celu en madrugada, mitad tapado, mitad despierto para ver el mensaje de alguien que sí ha podido avisar que llegó a casa, que está bien. Quiero que la veas al leer las noticias, al averiguar como salió tu equipo de fútbol. Ojalá la foto apareciera en la radio, mientras buscas en el dial tu canción favorita, esa que te desconecta de esta realidad horrible, que te desenchufa de la violencia, de la rutina, del miedo, y te lleva más allá, donde no hay Micaleas; ahí también, en tus sueños, quiero que la veas, sonriendo, esperando a ser encontrada”, escribió uno de sus amigos. Su texto se viralizó con la única esperanza, la que teníamos todxs a pesar del tiempo transcurrido y la angustia, de que Micaela apareciera, sana y salva.
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Llueve. Es domingo 9 de abril. Pasaron 24 horas desde que la noticia corriera por los medios y las redes sociales. Por mensajes de textos y wasthap. Escribo y no encuentro palabras. Un nombre más se suma a una lista de otros que rebotan en la memoria: Lucía, Chiara, Guadalupe, Paula, Melina.
“Esto ya no se aguanta más”, decimos. No queremos ni una piba menos. Ni Una. Y es cierto: estamos de duelo colectivo pero sentimos, creemos, que ese duelo no nos paraliza. Como tantas otras veces, salimos a las calles. Destrozadas y con el alma rota. Salimos porque sabemos que si tocan a una, respondemos todas.
La convocatoria es a las 17. Días antes, las Mujeres del Evita organizaron la concentración con una sola consigna: su aparición con vida. Ahora, la sonrisa de Micaela nos interpela y convoca a juntarnos para exigir justicia por su crimen. Horas antes del hallazgo del cuerpo, Sebastian Wagner había sido detenido en Moreno, provincia de Buenos Aires. Desde julio del año pasado se encontraba en libertad condicional por orden del juez Carlos Rossi, tras estar cumpliendo una condena por violación en dos ocasiones, desde el 2010.
Las palabras más sabias, más certeras, fueron las del papá de Micaela, Néstor Garcia: “Yo le voy a cumplir los sueños de mi hija, porque yo sé lo que pensaba mi hija, vamos a vivir para eso. Vamos a laburar el doble para que sea realidad el país que Micaela quería. Yo sé muy bien lo que Micaela quería. Micaela tenía un corazón de oro, vivía para las otras personas, quería estar en el barrio haciendo un torneo para los que no tienen nada. Tenemos que darle una sociedad mejor a Micaela. Hagamos posible el país que Micaela quería”.
“Micaela militaba por una patria más justa y más igualitaria”, dice Eugenia. Y sigue: “Nos duele y nos fortalece la lucha para seguir gritando justicia por todas las mujeres que han sido muertas en nuestro país. Hoy ante el dolor, la tristeza, la angustia, la bronca que genera tener una compañera menos, queremos pedir justicia y pedimos el apoyo de todas las organizaciones”.
Micaela era una militante social, y así lo muestra cada uno de sus posteos de facebook. Quienes no la conocimos, nos detenemos en las palabras de sus compañerxs y amigos: para Mica la Patria era el otro; y la consigna Ni Una Menos la llevaba inscripta en su remera y en su militancia cotidiana. Además de ser estudiante del profesorado de Educación Física, compartía horas eternas junto a los pibes en una de las villas de Concepción del Uruguay.
Mica era la referente de la JP Evita de su ciudad. Juan Grabois, referente de la CTEP, escribió, recordando a Micaela: “Los medios, que gustan tanto de la crónica policial y los detalles escabrosos, que hurgan cada centímetro de la vida privada de las personas, sugestivamente se olvidan ahora de contarnos que fuiste una militante popular que luchaba por Tierra, Techo y Trabajo. Se olvidaron de ver en tu última publicación en Facebook repudiando el ataque al merendero de los Cartoneros con un cartel que decía «el hambre no se combate con represión». Se olvidaron de decir que no sólo eras una piba de 21 años, eras una piba de 21 años que combatía a este sistema de exclusión y miseria desde su identidad peronista, desde su pertenencia al Movimiento Evita, con su bandera de la JP y su pechera de la CTEP. Una mujer que combatía el machismo y gritaba ni una menos, ¡no por Twitter, en la calle! Te vamos a recordar, Micaela, como esa piba de fierro que pateaba los barrios pobres para sacar a la violencia cotidiana en Villa Mandarina a través del deporte, que tocaba el redoblante en las marchas y pintaba paredes, que portaba el 24 de marzo la consigna “fueron 30.000” desafiando el revisionismo revanchista del gorilaje envalentonado. La Micaela que se recorrió decenas de manzanas haciendo encuestas en las villas para avanzar hacia la integración de los barrios marginados.”
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A Micaela la mataron por ser mujer. Su nombre se suma a una larga lista de femicidios, donde las edades de las víctimas son cada vez más cortas. En Argentina, cada 18 horas es asesinada una mujer por el solo hecho de serlo.
Uno de los hombres más apuntados en la responsabilidad por el crimen de Micaela, es el propio juez que dictaminó antes de tiempo y a pesar de los informes que desaconsejaban hacerlo, la libertad condicional de Wagner. En algunos sectores, los discursos punitivisas afloran y hasta se escucha el pedido de pena de muerte. Indigna más cuando es el propio Estado, desde el gobierno nacional, el que reparte responsabilidades sin hacerse cargo de las políticas que aplica y que atentan contra la promoción y defensa de los derechos de las mujeres.
Entonces, nos preguntamos: ¿qué responsabilidad le cabe también a un Estado que criminaliza a las mujeres, recorta presupuestos en áreas fundamentales para la prevención de la violencia machista y genera mayor precarización laboral limitando la autonomía de las propias mujeres que se encuentran atravesando una situación de violencia en sus hogares. Cabe preguntarse ¿dónde están las respuestas del Estado antes de que el cuerpo de una mujer sea encontrado sin vida? Y cabe también instalar la pregunta acerca de cómo funciona un sistema penitenciario que, sabemos, no resocializa sino por el contrario, estigmatiza y criminaliza aún más a solo un sector de la sociedad.
No hay dudas que existe una justicia que es machista y heteropatriarcal. Que desoye a las mujeres cada vez que denuncian un golpe o un maltrato. Que encarcela a una de nosotras por ser lesbiana y por defenderse ante una agresión sexual. Higui está presa y exigimos su liberación.
Que nos condena por decidir sobre nuestro cuerpo o por atravesar un aborto espontáneo como ocurrió con Belén en Tucumán. Y frente a este aparato judicial nos revelamos; le apuntamos con cada marcha a los Tribunales, lo denunciamos. Y lo hacemos también, con abogadas feministas que pelean en los recintos tribunalicios para lograr justicia por todas y cada una de las pibas encarceladas por el heteropatriarcado.
Pero resulta clave e indispensable, en este contexto y bajo este gobierno punitivista, que nos persigue, detiene y reprime con cada vez más policías en las calles, preguntarnos hasta qué punto los discuros de “manos dura” y emergencia en “seguridad” alientan a erradicar la violencia machista y su expresión más extrema: los femicidios. De algo estamos convencidas: a nosotras la policía no nos cuida, todo lo contrario. Estamos expuestas y estamos desprotegidas por el Estado y por la justicia, mientras los medios de comunicación nos culpabilizan y construyen perfiles homicidas patológicos como si fuesen casos aislados.
Lejos de simplificar la discusión, es fundamental complejizarla. En este sentido, el Colectivo Ni Una Menos se expresó: “A pesar de que su condena era de nueve años, desde julio del año pasado estaba en libertad condicional, un derecho al que pueden acceder los y las detenidas y que otorga el juez de ejecución de la pena, a partir de distintos criterios. En casos como el de los detenidos por delitos de agresión sexual u otro tipo de violencia de género, debemos señalar que lo importante es el proceso desde que el detenido ingresa al servicio, ¿qué políticas de atención lleva el Estado al interior de los servicios penitenciarios para que las personas detenidas no reincidan?, ¿qué políticas postpenitenciarias se hacen de prevención de la violencia de género?. En el caso de Wagner había un informe negativo del servicio penitenciario en el que cumplió la condena privado de la libertad: si para el juez un informe del servicio no es confiable como para no tenerlo en cuenta -y conocemos los manejos extorsivos que hace el servicio con los certificados de buena conducta-, ¿qué medida dispuso el juez Rossi para tener un informe confiable para otorgar su libertad?, ¿pidió un peritaje psicológico propio? Aunque sea una decisión que debe tomar el juez, en vistas de este escenario, es necesario que haga transparentes sus criterios. De lo contrario estaremos ante un episodio más en el que el impacto que tiene la violencia de género y las agresiones sexuales para nuestras vidas son menospreciados por la justicia”.
El Estado es responsable. No solo por el femicidio de Micaela, sino por todos. Y las preguntas focalizan en respuestas que siguen ausentes.
“Más allá de la evaluación sobre la pertinencia de la libertad adelantada por el Juez nos cabe preguntar ¿Qué políticas de prevención de violencia de género realiza el Consejo Nacional de la Mujer?, ¿alguna en los servicios penitenciarios?, ¿por qué desde el Gobierno se debilita cada vez más al Programa Nacional de Educación Sexual Integral? El mismo Gobierno que pretendió quitarle 67 millones de pesos del presupuesto al CNM, y tuvo que restituirlos frente a la reacción y la denuncia de organizaciones de la sociedad civil y el periodismo comprometido. Los detenidos por delitos como los cometidos por Wagner tienen una condena que puede promediar los diez años, de acuerdo a cada caso. Una vez cumplida la pena se reintegran a la sociedad, ¿cumplen con algún tratamiento adentro?”.
El poder judicial, que lejos está de tener perspectiva de género en la mayoría de sus fallos, también es responsable y deberá dar respuesta. Una respuesta que además, tendrá que asumir la imperiosa necesidad de incluir formación y capacitación a jueces y fiscales. Desde Ni Una Menos remarcan que «la violencia contra las mujeres, lesbianas y travestis no se resuelve con el Código Penal -una herramienta que comienza actuar una vez que las violencias ya se imprimieron en nuestros cuerpos-, necesitamos políticas integrales de prevención para un problema complejo y un Estado que deje de ser cómplice y asuma un compromiso real”.
Dos artículos periodísticos publicados en estas horas también hacen foco en un debate necesario: Mariana Carbajal, periodista feminista de Página 12, subrayó: “La pregunta que tiene que responder hoy el juez de Ejecución de Penas Carlos Alfredo Rossi es sobre qué evaluación le otorgó el beneficio que le permitió recuperar su libertad antes del final de la condena. Pero no hay que quedarse solo en esa decisión. Hay otras preguntas. ¿Qué medidas llevó adelante antes el sistema carcelario para evitar que Wagner –como otros ofensores sexuales— pudiera reincidir al salir? ¿Qué políticas de prevención de la violencia machista implementa el Estado entre los convictos? En algún momento Wagner cumpliría la pena en su totalidad y saldría en libertad. Un poco antes o más tarde. Poner solo el foco en ese juez, que posiblemente incurrió en mala praxis –y deberá recibir la sanción que corresponda–, es equivocar la mirada. Es fácil apuntar todos los cañones contra Rossi. Pero debemos pensar en el problema integralmente, desde su complejidad. Y no como un caso aislado”.
El otro artículo pertenece al medio popular Marcha. Allí, Ana Clara Piechestein, docente de Criminología e investigadora de la UBA opinó: “La crítica al juez en este caso se realiza por contraste con otros casos en los que la “justicia” les asigna fácil y rápidamente a las mujeres el rol de victimarias -el caso de “Belén” por el aborto, el de “Higui” por la legítima defensa contra sus abusadores- y se les aplica el rigor penal en toda su extensión, mientras que con los varones que cometen delitos violentos contra las mujeres esto no ocurriría. Si bien esto es cierto, desde el movimiento feminista es posible y necesario forzar un cuestionamiento amplio de todas las instancias del Estado en relación con el problema de los abusos sexuales y femicidios que ocurren en la Argentina. Ese cuestionamiento debe incluir al propio sistema penal, del que forman parte los jueces, pero sobre todo las formas con las que se busca “solucionar” ese problema, para evitar repetir medidas que ya han fracasado para tratar otro tipo de delitos. El uso de la cárcel como respuesta automática no puede ser sostenido sin revisar cómo opera y qué implicancias tiene”.
Con claridad, la investigadora plantea algunos interrogantes indispensables: “Los agresores sexuales no son sometidos a un tratamiento específico, -en el supuesto que consideráramos que poseen algún rasgo patológico que debería ser ‘tratado’-, sino solo se los aísla un poco más del resto de la población penal, muchas veces para su propia protección. Entonces, ¿qué podemos esperar que ocurra cuando su condena se da por cumplida?
Y continúa, ampliando el foco del debate: “¿Consideramos que deben cambiarse las leyes que regulan el modo en que se cumplen las penas de prisión para este tipo de casos? ¿Debe haber un seguimiento una vez que la persona sale de la cárcel? ¿Creemos que hay que implementar otras medidas –como un registro de agresores para su identificación en la comunidad- o repensar las existentes? O en vez de políticas focalizadas contra los agresores sexuales, ¿proponemos que hay que enfatizar el rol del Estado en programas de distinto tipo –educativos, de facilitación de denuncias y protección de mujeres denunciantes de casos de violencia, de empoderamiento-, etc.? “
Tomemos las riendas de la discusión desde el feminismo, plantea el artículo. “Generemos nuestras propias armas contra el abuso sexual y el femicidio. El feminismo está llamado a cuestionar todas las estructuras de opresión y control social”.
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La Plaza Montenegro está colmada y a pesar de las tantas banderas presentes, se siente un silencio que estremece. Estamos partidxs. Doloridxs. Llenos de bronca pero también de incertidumbre.
Muchas voces de mujeres se pronunciaron en la plaza: lo que primó fue el dolor, sobretodo. También el reclamo de justicia, la interpelación al juez Rossi, y además, a un Estado ausente, o presente de la peor forma. “El problema nunca es la mujer, el problema es el sistema”. “Chicas, denuncien, empodérense”. “Estamos hasta los huesos comprometidas con esta causa. Tenemos las huellas y las marcas, cada una de nosotras lleva cientos de marcas de amigas, vecinas, inspiradas en las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Seguro que no es justicia con mano propia. Es más organización, y con todxs. Micaela pregonaba por una patria inclusiva”. «No es solamente ir contra un juez, es cambiando de raíz un sistema que desde muy chicxs nos enseña a los varones a ser agresores, a ser unos machistas y a las mujeres nos enseña a que tenemos que tener miedo, a que somos débiles. Ya estamos hartas. Esto es una guerra sistemática contra las mujeres, y en esa guerra tenemos que pensar de qué lado estamos. Y a los compañeros varones no alcanza con solidarizarse, necesitamos que revisen lo que hacen, que terminen con la complicidad patriarcal, eso necesitamos”.
El micrófono abierto fue un acto catártico. Decenas de mujeres de diferentes espacios políticos, de todos, hablaron y compartieron lágrimas y palabras. Para los varones hubo una interpelación directa y necesaria: es hora que empiecen a cuestionar y renunciar a sus privilegios.
El mensaje del papá de Micaela llegó a través de la responsable territorial del Movimiento Evita, Alejandra Fedele. Que su voz se escuche en todo el país: “Voy a luchar para que nadie se olvide de su nombre. Micaela Jamás hubiera pedido justicia por manos propias. Eso de justicia por mano propia no le gustaba nada. Trabajó incansablemente por los derechos de todos. Está más viva que nunca y lo seguirá estando. Ya pasamos épocas complicadas que Micaela odiaba, esa de pedir justicia por mano propia. Vamos por el camino que ella quería ir. Vamos a vivir para hacer lo que ella quería hacer por la sociedad, una sociedad más justa. La vamos a recordar con alegría”.
…
Mientras escribo estas líneas, llega un video vía washtap. Es sobre Micaela, es ella, en el barrio, con las pibas, en el merendero, con la casaca y las ganas, con las compañeras y amigas. Es Micaela en el plenario y en las calles, con la remera del Evita y con un micrófono gritando por esa patria justa y soberana. Es Micaela reivindicando la militancia política y también partidaria, esa que hoy se demoniza. Es Micaela instando a salir a las calles y a repudiar cada acto represivo en cada barrio; es Micaela haciendo y construyendo política, la única herramienta posible para cambiar y transformar la realidad.
“Mirala para nunca más preocuparte por una Catedral, un patrullero o una pared pintada. Mirala y preguntate si vas a seguir hablando sobre cómo iba vestida, sobre la hora que era, sobre el lugar, sobre donde estaban esos padres. Mirala y habla de un estado ausente y de una justicia cómplice. Mirala y que te quede bien claro: Micaela es nuestra lucha y hambre de justicia. Mirala y que te quede claro que no vamos a parar, que Micaela es un llanto colectivo en un abrazo común. Que hoy en los barrios suspendemos el taller de mujeres para pasarnos el mate entre lágrimas que prometen justicia. Mirala para siempre y nunca te olvides: no vamos a parar nunca, porque si paramos le fallamos a la Negra y a todas las que no están”, dice la voz en off de un video que recorre el ciberespacio.
Acá, en el mundo real, a las mujeres no siguen matando. Es Micaela, pero también lo son todas las mujeres cuyas historias no siempre trascienden. En el Trébol, a 160 kilómetros de Rosario, a Silvia la asesinaron golpeándola con un caño de gas. Hace dos semanas, en Dock Sud, a María Estela Torres su ex pareja la mató a golpes. Tenía dos hijos y hacía un año que se había separado a raíz de la violencia sistemática de la que era víctima.
Pero a pesar de vivir en este mundo indecible, estamos organizadas. Por todas las Micaelas, por todas las Melinas, por todas las Lucías, por todas las Guadalupes. Por todas las Paulas que siguen sin aparecer.
Fue el patriarcado. Y contra eso estamos luchando.