La muestra que lleva este nombre y pertenece al archivo de la Biblioteca Nacional se puede visitar hasta el 15 de febrero en el Museo de la Memoria de Rosario. Su curadora, Laura Giussani, convoca a los rosarinos que quieran donar cartas de esa época y a brindar su testimonio a acercarse al museo los días 16 y 17 de febrero. “Estamos convencidos que los archivos personales son una material imprescindible para comprender la historia”, aseguró.
Por Carina Toso
Fotos: Archivo de la Biblioteca Nacional – Museo de la Memoria Rosario
[dropcap]“[/dropcap]Hola Marianita, ¿Cómo está mi nena linda? Mamá mientras se toma un mate piensa un cuento para contarte y ahí me tomo otro y se me prende la lamparita. ¿Querés que te cuente del gato garabato?”, le escribía Liliana Arrastía a su hija mientras estaba presa en la cárcel. Era militante del Partido Revolucionaro de los Trabajadores (PRT) en la Universidad de Río Cuarto y fue secuestrada en Rosario a principios de 1978. En mayo de ese año la reconocieron como detenida y la derivaron a la cárcel de Devoto. En el momento del secuestro su beba tenía cuatro meses.
“Nueva York 5 de diciembre de 1977. Laura querida: esta va dirigida a vos porque es tu turno de recibir carta mía, pero en realidad lo que les voy a decir está destinado a todas. Les quiero transmitir el último motivo de preocupación en relación con Buenos Aires y las cosas que están ocurriendo allí”. Esta carta se la escribió Pablo Giussani a su hija Laura. Junto con su esposa, Julia Constela, estaban exiliados en Nueva York. Ambos periodistas de origen socialista. Su amistad con Rodolfo Walsh fue la causa de su salida del país en octubre de 1976. Primero vivieron en Roma, después en Estados Unidos y regresaron a la Argentina en 1985. Pablo trabajaba para la agencia de noticias Associated Press (AP) y lo que lo preocupaba tanto era el secuestro de su colega Oscar Serrat, a quien los militares instigaban para que hiciera volver al país a Giussani. Al poco tiempo Serrat fue liberado gracias a las acciones de Rogelio García Lupo e Isidoro Gilbert que advirtieron su desaparición, y al Departamento de Estado de EE.UU.
“30 de octubre de 1983. Queridos todos: Acá estoy, contenta antes de ir finalmente a votar. Esta es una especie de milagro. Todos nos preguntamos incrédulos cómo pasó. Hoy son las elecciones. Lo único que me entristece un poquito es que ustedes no puedan estar aquí, conmigo”, escribió esta vez Laura Giussani a sus padres y familiares en Nueva York. Era estudiante del Colegio Nacional Buenos Aires y del Normal Nº 5. Militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). A los 16 años se exilió junto a sus padres en Italia, donde presentó sus primeras denuncias contra el genocidio en Argentina. Laura es la mentora de la Colección de Cartas de la Dictadura de la Biblioteca Nacional. Esta colección nació en 2012 cuando ella encontró en un baúl varias cajas con cartas de toda su familia que registraron esta época de terror para el país. Su trabajo de recopilación y preservación hizo que actualmente esta colección reúna unos seis mil folios.
“La historia, la escribimos entre todos”, es uno de los mensajes que da la muestra que se instaló durante este verano en el Museo de la Memoria de Rosario, en donde se exhiben algunas de estas cartas. Una muestra de una colección que quiere seguir creciendo. Manuscritos y textos escritos a máquina, que desde cárceles o desde el exilio, ayudaron a reconocidas personalidades y personas anónimas a contactar con sus seres queridos. Se trata de palabras que viajaron dentro de sobres y que hoy enmarcan el sufrimiento de aquellos años.
Cartas escritas por Juan Gelman, monseñor Jerónimo Podesta, Paco Urondo y Ernesto Sábato son parte de uno de los fondos documentales más consultados en el Archivo, lo cual demuestra la necesidad de los investigadores de poder acceder a estas fuentes directas. Por esta razón, durante los días 16 y 17 de febrero, la curadora de la muestra estará presente en el Museo de la Memoria de Rosario (Córdoba 2019) con el fin de recibir donaciones que enriquezcan este archivo.
– ¿Cómo surge la idea de armar este archivo?
– Laura Giussani: La idea de la Colección Cartas de la Dictadura surge en el momento en que encuentro mis propias cartas. A los 16 años me exilié y mantuve asidua correspondencia con mis padres, familiares y amigos. Al releerlas volví a encontrarme con aquella adolescente y me sorprendió. En principio, porque eran cartas bastante maduras, muy reflexivas, en donde cuestionaba y repensaba todo. Además me transportaban de inmediato a esa época.
– ¿Cuáles son las cartas e historias de tu familia que son parte de la colección?
– L.G.: En realidad, mis hermanos y yo donamos todo el fondo personal de mis padres. Ellos eran periodistas y escritores, en el archivo de la Biblioteca Nacional se está recopilando un material maravilloso de intelectuales del siglo XX, así que para nosotros fue un orgullo que aceptaran incorporar el fondo Giussani-Constenla. Allí están todas sus cartas. Por formar parte de una generación particular, ellos tenían contacto con los escritores de la época: Eduardo Galeano, Ernesto Sábato, Tomás Eloy Martínez, etc. Todo ese intercambio está archivado en la Biblioteca. También entregué cartas mías para la Colección, cuyo mayor interés es, justamente, ver la forma de encarar el mundo de una pibita, ex militante de la UES, exiliada, que debía afrontar no solo las noticias de los amigos muertos o secuestrados, las tareas de solidaridad en el exterior sino también la vida cotidiana de ganar algo de plata para sobrevivir.
– ¿Cómo fue tu experiencia en el exilio durante la dictadura?
– L.G.: Mi experiencia no fue demasiado dura porque se fue la familia completa, es decir, aún en los momentos en que mis padres vivían en otro país teníamos contención y respaldo. Además vivía en una ciudad hermosa como Roma. Sin embargo, para mi fueron todos años tristes. Era una joven bastante melancólica, que nunca se puedo adaptar a esa situación forzada de vivir en otro país. Pensá que cuando uno se va en esas condiciones ignora si vuelve a los tres meses, a los tres años, o no vuelve más. Hacía ejercicios de memoria para no olvidar el orden de las calles de Buenos Aires. Anotaba todo en cuadernitos, incluso anécdotas de militancia, los nombres de mis amigos, no quería olvidar nada. Sabía que no era especialmente feliz pero pensaba: por qué tengo que ser feliz si están matando y torturando a casi todos mis amigos. No hacía un drama de esto, pero tampoco que me pidieran que viva a las carcajadas. Trabajé mucho en solidaridad, no la pasé mal, pero el día más feliz de mi vida fue cuando volví, el 17 de octubre de 1983.
– ¿Cómo fueron los primeros pasos de este proyecto?
– L.G.: Redacté un proyecto, ya que imaginé que así como estaban mis cartas había miles de cartas escondidas en distintos desvanes que estaban esperando su momento para salir a la luz y volver a hablar. Se lo presenté al director de la Biblioteca Nacional, por entonces Horacio González, lo aceptó y descubrí un mundo absolutamente extraño y maravilloso del cual desconocía casi todo: los archivos personales.
– ¿Cómo es el proceso de curación de esta colección?
– L.G.: Primero tuvimos que lanzarnos a difundirla, no es fácil encontrar los fondos que están diseminados en distintas casas. Son ellos quienes deben conocer esta iniciativa y acercarse a la Biblioteca para saber algo más sobre cómo se guardan. Implica mucho tiempo hacerle comprender a los propietarios de las cartas que es importante que las pongan a consulta, son papeles personales pero puestos uno al lado de otro forman la historia. Una vez que se han decidido (a veces pasan años) entregan sus originales (en algunos casos copias digitales) y firman una donación en la que aceptan que la Biblioteca preserve su correspondencia y la ponga a consulta pública.
– ¿Cuál crees que es la importancia de recopilar estas cartas y armar un archivo?
– L.G.: Estamos convencidos que los archivos personales son una material imprescindible para comprender la historia. No basta con los documentos institucionales, o los escritos políticos ni los libros de memorias. Lo curioso de las cartas es que no están tamizadas por la memoria, fueron escritas en el momento y sin la menor intención de que tuvieran un mensaje a futuro, son cartas íntimas. Por eso, es interesante saber no sólo cómo se moría en la dictadura sino cómo se vivía. La Colección Cartas de la Dictadura es uno de los fondos más consultados del Archivo, cada investigador persigue una búsqueda diferente, desde cómo vivían los chicos, o las mujeres presas, o qué influencias culturales expresan o cómo eran las relaciones afectivas en situaciones tan adversas, para decir solo algunos casos.
– ¿Con qué particularidades te encontraste al comenzar a leer las cartas?
– L.G.: Lo que más me impresionó fue su dulzura. Todas expresan tanto amor hacia el otro, regalan energía, apoyan a la distancia. Está subvaluada la importancia de todo ese amor, creo que fue lo que nos permitió sobrevivir sin volvernos totalmente locos. En el caso de las presas políticas, el sentido del humor, la creatividad, la férrea voluntad a que no podrían quebrarlas. Curiosamente las cartas más tristes no son las de los presos o los exiliados sino la de los que vivían normalmente en Argentina, eso sí que era triste, ellos estaban más solos que nosotros en el exilio.