Luego de una discusión, asesinaron de un disparo de arma de fuego a un chico de 16 años que ya había sido baleado en el 2013. El comienzo de año muestra nuevamente mayoría de pibes muertos en los veinte homicidios que se cuentan hasta ahora en Rosario y alrededores. En los barrios sobran las armas y faltan respuestas.
Por Martín Stoianovich
Una trabajadora de la Secretaria Seguridad Comunitaria de la provincia, que conoce mucho a los vecinos de Ludueña, es la única representante del Estado en el velorio de Kevin Aguirre, pibe de 16 años asesinado de un balazo en la noche del 9 de febrero. Ante su presencia, un militante social se pregunta cuándo el Estado va a intervenir para desmantelar el negocio de venta de armas y balas que se montó, según acusan con responsabilidad de la policía, tanto en Ludueña como en otros barrios de la ciudad. Porque el escenario cambia, pero las escenas y los resultados son los mismos. Como en cada año. En lo que va de 2017 hubo veinte homicidios, trece de los cuales tuvieron como víctimas a jóvenes menores de treinta años. Doce de esos asesinatos se dieron por ataques con armas de fuego. La desolación y la impotencia impacta de lleno en las barriadas que siguen contando de a decenas las muertes de pibes y pibas.
La Comunidad Sagrada Familia, espacio de reunión para actividades de organizaciones sociales del barrio, ahora hace las veces de sala velatoria. Nuevamente. Ya son más de diez los pibes que en los últimos tres años fueron velados ahí, donde entre semana hay niños que corretean entre reuniones, meriendas y talleres de apoyo escolar. Un Cristo dibujado en la pared, más humano que el de las catedrales, parece observar al ataúd situado a sus pies en el cual está el cuerpo de Kevin, rodeado de familiares, amigos y compañeros de la escuela. Una madre que le pide que despierte, un hermano que llora de impotencia. Chiquitos que se asoman y largan lágrimas, que miran curiosos, que participan de un velorio más, que saben de qué se trata y lo que está pasando. Se ha roto la naturaleza en los barrios periféricos de la ciudad, en donde los más pequeños tienen más velorios presenciados que años de vida.
A Kevin lo sorprendió una bala por la espalda en la intersección de Felipe Moré y Humberto Primo, en la noche del jueves 9 de febrero. Iba en moto con su primo. Según deslizó el fiscal Pablo Pinto a raíz de las primeras líneas de investigación, en un instante previo los pibes habían discutido por temas menores con otros jóvenes del barrio. Luego del asesinato, una casa del barrio ardió prendida fuego y según la versión policial se cree que fue por la reacción de vecinos, producto de la indignación que causó el crimen.
Ludueña amaneció conmovido y triste. Antes del velorio, en el conocido comedor del Padre Edgardo Montaldo, las cocineras preparan el pastel de carne y la ensalada de tomate para los más de cien niños y niñas que circulan cada día durante el mediodía. Entre las cocineras está Ada, la mamá de Gabriel Aguirrez, un pibe asesinado a balazos en los pasillos del barrio, pero en 2013, otro año en donde las estadísticas de homicidios encontraron la mayoría en los menores de 30 años. Y así, al andar por Ludueña, aparecen las madres de pibes que ya no están. Muchas de ellas acompañan ahora a la mamá de Kevin. En el comedor de Montaldo, una niña que conocía al chico dice que no quiere ir al velorio. Tiene miedo de que le den un balazo.
En una casita levantada a la vera de las vías, militantes sociales, familiares de Kevin y vecinos del barrio juntan los veinte mil pesos que costará el sepelio. Cuentan que cuando lo mataron a Gabriel, el valor era de seis mil pesos. Y hablan, entonces, de la faceta más frívola de este panorama: el negocio que se desprende de estas muertes contadas de a montones.
El silencio que invade de a ratos lo rompen algunas anécdotas. Aquellos aspectos que le dan una historia a ese nombre que ahora aparece en las crónicas policiales de los diarios. El Kevin que iba a empezar a cursar el último año de la secundaria. El Kevin que ayudaba en la Comunidad Sagrada Familia, y el mismo al que le trucharon un carnet del club Edgardo Montaldo para que pudiera jugar el torneo de fútbol. El Kevin Nicolás, que murió probablemente sin saber que su prima eligió esos nombres en honor a dos integrantes de la banda Backstreet Boys que sacudió a las adolescencias durante los noventa.
Y el mismo Kevin que había escapado de la muerte en el 2013, cuando estaba parado en la zona donde ahora lo velaron y recibió una ráfaga de balazos en sus piernas desde una moto que pasó y disparó sin mediar palabras. Un antecedente que parece inscribirse como el destino recurrente de la pibada de los barrios. Las balas que no mataron ayer, matan hoy. Porque circulan sin parar. Porque son más accesibles que cualquier derecho básico. Porque desde el Estado, como mucho, se buscará, a través del poder judicial, encontrar algún responsable de este crimen, como de tantos otros que suceden en las barriadas. Así se le pondrá nombre a un supuesto culpable. Nombre que seguro corresponderá a otro pibe del barrio, o de otro barrio de la zona. Mientras tanto, no habrá respuestas a esa pregunta inicial: cuándo se va a desmantelar el negocio clandestino que pone a correr en los barrios cantidades de armas de fuego que nunca se encuentran pero siempre están.