El asesinato de Sergio Ezequiel Luján, ocurrido en 2011 en la localidad de Pueblo Esther, se configura como un caso de gatillo fácil. Eso intentarán demostrar el fiscal y la querella, que en el juicio iniciado este lunes, buscarán que se condene al único policía implicado con prisión perpetua por haber matado por la espalda al joven, falsificar el acta y plantar un arma para simular un enfrentamiento.
Por Martín Stoianovich.
– ¿De dónde salió ese revólver?
– El revólver, señor fiscal, la verdad no sé de dónde apareció, lo pusieron ahí. Yo en ese momento no estaba bien.
– Cuando dice lo pusieron ¿a quién se refiere, a sus compañeros?
– Sí, no sé, apareció en el acta y yo firmé. Malos consejos de gente mucho más antigua que yo. No es por ocultar o echarle la culpa a alguien, pero no recuerdo.
Sentado en el banquillo de Tribunales Provinciales, el oficial Mario Urquiza de la policía santafesina no sabe cómo responder a una de las acusaciones por la cual está atravesando un juicio oral y público. Es que, además de matar con un balazo por la espalda al joven Sergio Ezequiel Luján, de 19 años, en la noche del 1 de diciembre de 2011 en la localidad de Pueblo Esther, se lo acusa de haber falsificado el acta de procedimiento y de haber plantado un arma sobre el cadáver. El objetivo de esta maniobra era enmarcar el asesinato en un enfrentamiento y un supuesto uso de la legítima defensa.
Esa versión de los hechos, que desde el acta policial fue a parar a los medios de comunicación, se mantuvo hasta mayo de 2015 cuando la investigación judicial, a través de testigos presenciales y pericias, contradijo al oficial. A partir de entonces el relato de los hechos por parte del policía fue modificándose, por lo cual se espera que con el juicio iniciado este lunes se pueda conocer, a más de cinco años del hecho, la verdad sobre el asesinato de Luján. Urquiza, por su parte, atravesará el juicio bajo prisión domiciliaria luego de haber pedido habilitación de la feria judicial para que se resuelva un pedido que en primera instancia le habían negado. Esta vez no se trata de un joven oficial para que las voces que cobijan al accionar ilegal de la policía hablen de falta de experiencia. Urquiza, tiempo después de matar a Luján, fue designado como jefe de Logística de la Policía de Acción Táctica, cargo que ocupó hasta el momento de su procesamiento.
Urquiza es alto y pelado. Hay muchos así por todos lados. Pero el 30 de abril de 2015 cuatro testigos señalaron a él en una rueda de reconocimientos. Fue este uno de los aspectos por el cual el juez de Instrucción Juan Andrés Donnola ordenó su arresto. Los testigos, que ya comenzaron a declarar en el juicio, también vieron cuando Urquiza ultimó a Luján a unos pocos metros de distancia y desde atrás. Además lo comprometen las pericias balísticas: se corroboró que el tiro recibido por la víctima provino del arma reglamentaria del policía. Dadas las circunstancias el caso se inscribe como paradigmático en lo que refiere al gatillo fácil de la santafesina: desde la ejecución, las características de la víctimas, y hasta cada paso posterior dado por la policía para intentar enmarcar el hecho en cierta legalidad o bien sumergirlo en la impunidad.
Versiones que se cambian como fichas
Como en un juego de mesa. Según la conveniencia. El relato policial cambió al menos tres veces desde que Urquiza se vio seriamente comprometido en la causa. Apenas sucedió el crimen, cuando relató el hecho para que el subcomisario Luis Alberto Cardozo preparara el acta, Urquiza aplicó la vieja receta policial.
Contó que, cumpliendo servicio en la subcomisaría 15, se acercaron a la zona porque los habían informado sobre dos muchachos que supuestamente estaban robando con armas de fuego. Que al circular por la calle Venezuela, entre Perón y Brasil, vieron a dos chicos caminando, que resultaron ser Sergio Luján y su compañero, Cristian P. Eso bastó para detener la marcha e interceptarlos. Urquiza dijo que los jóvenes descartaron algo en unos pastizales y luego se dieron a la fuga en distintas direcciones. Gustavo Francisco Salas, el otro policía que iba en el móvil, corrió a P. pero no lo pudo alcanzar. Urquiza, por su parte, perdió de vista a Luján y dio una vuelta a la manzana para localizarlo, hasta que en un momento se acercó a una vivienda y en un instante vio que un joven salió corriendo desde atrás del móvil. “Lo empieza a correr cuando escuchó una detonación de arma de fuego, ya que este sujeto (Luján) al correr giraba hacia atrás exhibiendo algo plateado que parecía ser un arma”, dice Carlos Covani, el fiscal de la causa, cuando recrea el relato policial. Ese fue el segundo previo a que Urquiza disparara con su arma reglamentaria, según él para repeler la agresión del joven que disparaba mientras se daba a la fuga. Luego, Urquiza se acercó a la víctima, constató que había un arma de fuego a su lado, y al ver que el chico estaba herido de gravedad lo cargó en el móvil para trasladarlo, en vano, a un hospital de Villa Gobernador Gálvez.
El primer cambio de ficha Urquiza lo aplicó en junio de 2015, a poco más de un mes de que fuera procesado por homicidio calificado por el abuso de la función policial. Pidió declarar y amplió su indagatoria cambiando el relato. Para esta nueva versión, admitió que conocía a los dos chicos que persiguió. Incluso los nombró por sus apodos. Dijo que cuando su compañero corrió para alcanzar al otro joven que intentaba escapar, él se dirigió a una cuadra en la que sabía que vivían los chicos, aunque no podía distinguir sus viviendas. Contó que cuando bajó del móvil se acercó a una casa en donde una joven lo amenazó y otros vecinos le arrojaron cosas. Que en ese momento, mientras se retiraba pidiendo refuerzos, vio a Luján escapándose, que le dio la voz de alto y que el pibe no frenó. Mencionó nuevamente el objeto plateado que parecía un arma, la supuesta detonación y el intento de repeler la agresión. Pero acá cambió nuevamente su relato: aseguró que desenfundó su arma, que apuntó a los pies, que en un intento de parapetarse se tropezó y que en ese instante, sin intención, se disparó el arma.
El siguiente cambio de ficha se da a poco más de un año después, en agosto de 2015. Durante la reconstrucción del hecho, Urquiza se desdijo negando haber reconocido a la víctima y argumentando que no lo pudo identificar debido a la oscuridad de la noche. Dijo que cuando vio correr a un joven, que resultaba ser Luján, comenzó a seguirlo, que escuchó una detonación, que intentó correr a parapetarse, que pisó un pozo, que cayó con la rodilla derecha sobre la tierra y que producto del impacto de su arma con esa pierna, se disparó la bala que llevaba en la recámara. Aseguró que no había alcanzado a ponerse en posición de tiro, que el martillo percutor no estaba montado, y que por consiguiente no disparó con intención. La bala, que no pregunta por intenciones, salió del arma y atravesó a la víctima desde atrás hacia adelante a la altura de la cintura.
El fiscal Covani es tajante para describir el hecho a grandes rasgos: “Sergio Ezequiel Luján recibió una herida de arma de fuego en la espalda, a la altura de la cintura, que en menos de una hora le produjo la muerte”. A continuación detalla: “Urquiza dijo haber encontrado junto al cuerpo de Luján un revólver calibre 22, que para esta Fiscalía, y en base a los testimonios que se recibirán en las jornadas por venir, fue plantado allí por el propio Urquiza en un intento de justificar su accionar en una legítima defensa para nosotros inexistente”.
La versión del fiscal, que va en consonancia con la de Oscar Pandiano, abogado querellante en representación de los padres de la víctima, comienza a echar por tierra tanto relato cambiado por Urquiza. Esta vez, y curiosamente en relación a otros casos de gatillo fácil, el relato fiscal difiere del policial, y esa será una ficha difícil de cambiar para la policía. Covani puso a declarar en la primera audiencia del juicio a dos vecinas que vieron el asesinato con claridad. De estos testigos, también parte un detalle que destaca el abogado querellante: Urquiza llegó a la zona del hecho con Luján en el móvil, a quien ya había detenido, para buscar al otro joven. El policía bajó de la camioneta, se acercó a los vecinos para pedir que lo dejaran ingresar a una vivienda a buscar al otro chico. En esos instantes, Luján, que llamativamente y en disonancia con el procedimiento policial frecuente, no estaba esposado, logró destrabar la puerta del móvil, bajó e intentó darse a la fuga. Pasaron unos pocos segundos hasta que Urquiza lo vio y sin mediar palabra le disparó desde atrás. Luego lo tomó de la camiseta y lo arrastró hasta el móvil policial. Finalmente, al ver la gravedad de la herida de la víctima, se comunicó por radio con su compañero. “Vení que se me complicó”, dijo por el radio antes de subir a Luján a la camioneta para llevarlo al hospital.
“Se trató de otro caso de gatillo fácil y no de un enfrentamiento como a posteriori lo declarara el imputado al falsear el acta de procedimiento y plantar un arma de uso civil que atribuyó al joven que acababa de matar. Este caso de gatillo fácil ha sido probado mediante pruebas testimoniales y documentales”, dice Pandiano en la audiencia, ante la mirada de la jueza María Isabel Mas Varela. “Para cuando finalice esta semana habremos demostrado que Mario Urquiza mató a Sergio Ezequiel Luján, y que dicho acto no solo es antijurídico por no tener justificación alguna, sino que también es culpable. Que a ese hecho inicial le sumó la mentira, y que para completar esa mentira debió utilizar un arma plantada”, asegura el fiscal en su turno.
Urquiza fue acusado por el delito de homicidio agravado por el uso de arma de fuego en concurso real con homicidio calificado por el abuso de la función policial, en concurso real con falsedad ideológica del instrumento público y portación ilegal de arma de fuego de uso civil. Como consecuencia, le puede caber la pena de prisión perpetua.
Ya no hay tiempos de lamentos
Al momento de hablar en la audiencia, Urquiza parece temblar. Habla pausado. Asegura que va a confesar su delito. “Quiero reconocer que mentí en el acta, por el simple hecho de ser la primera vez que me sucedía, por los nervios y estar mal aconsejado, por miedo a perder mi trabajo y mis estudios”, dice. Le habla a la jueza, le dice que no tiene la mente tranquila, que no puede descansar y que tiene el alma dolida. “Le di muerte a una persona sin intención”, esboza, dejando escurrir una nueva ficha entre los lamentos. “No soy policía para poder matar a la gente, sino para ayudarla”, agrega.
Pareciera ser que Urquiza sabe mucho más de lo que dice. Pero se limita. Quedan la dudas que pueden tejerse a través de su propio testimonio que asegura que conocía al chico que mató. Quedan dudas también por las responsabilidades que achaca a sus superiores y deja ver que su intento de llevar el caso a la impunidad tuvo algunos aliados necesarios que, por algún motivo, parecen haberlo dejado solo. Pero que, asimismo, formaron parte de una primera etapa de encubrimiento que dejó el caso sin novedades durante más de tres años.
Ahora Urquiza arriesga y dice que se equivocó. Les pide perdón al fiscal y a la familia del chico que asesinó. “En las declaraciones anteriores tuve un abogado que me asesoró mal”, argumenta. Dice que se dejó llenar la cabeza, y sigue lamentándose. Luego arroja algunos datos que podrán servir: admite que Luján estaba demorado en la camioneta, que supuestamente lo llevaba para averiguar sus antecedentes, y que simplemente por eso, por no estar detenido, no lo había esposado. “En ningún momento tuve la intención de matar a este joven, no fue por bronca, no apunté. El disparo se me escapó. Juro que no lo maté a quemarropa, a dos metros y apuntando”, dice y asegura que el disparo tuvo una trayectoria de cuarenta metros. “Hasta acá llegué de tantas equivocaciones”, finaliza.
Al final de la audiencia, el papá y la mamá de Sergio Ezequiel Luján se abrazan y lloran. Ella dice: “Lo único que estoy pidiendo ahora es justicia por la muerte de mi hijo. Hay muchas mentiras de parte del policía Urquiza y su compañero. No me miraron a la cara porque saben que están mintiendo. Se va a demostrar que lo de mi hijo es un caso de gatillo fácil y vamos a ver qué pasa, esperemos que todo salga a la luz”. Esa familia exigiendo justicia es la ficha que la policía nunca pudo cambiar.