Por María Isabel Huala, de la comunidad Pu-Lof, Departamento de Cushamen, Chubut.
Para la Garganta Poderosa
Una vez más, nos vinieron a cazar. Y sí, parece increíble, increíble hasta que mirás la foto de mi sobrino Emilio Jones Huala, con el maxilar destruido por un balazo. Trasladado a Bariloche, donde los médicos analizan si operarlo para reconstruirle la mandíbula o ponerle una placa de platino, comparte ahora hospital con mi hijo Fausto, que ingresó a terapia intensiva con una oreja comprometida por un derrame interno y un traumatismo de cráneo, como consecuencia de todos los disparos que recibió el último miércoles pasado. Ahí está hoy, peleándola y esperando que lo puedan intervenir, cuando el coágulo se disuelva, aunque posiblemente no pueda recuperar la audición del oído izquierdo. No soportó tanto diálogo.
Vomito estas líneas así, heridas, agonizantes, ensangrentadas, mientras aún espero por la liberación de mi otro hijo, Nicolás Hernández Huala, detenido en la Unidad Penitenciaria 14 de Esquel junto a muchos vecinos más, acusados de “resistencia a la autoridad” y “abigeato en la comunidad”, por “obstruir las vías del tren”, un tren que no pasa hace más de diez años… Tuve que dar batalla para que me dejen verlo, en un lugar donde reciben presos de 21 años, aunque él tiene 18. ¿Por qué? Porque se trata de otro preso político, sin cámaras, sin panelistas indignados, sin notoriedad pública, sin derecho a una legítima defensa de su dignidad. Y de su tierra.
¿Qué pasó? Más de 20 efectivos de la Infantería provincial irrumpieron en nuestra comunidad, el miércoles a la noche, alegando abiertamente, así, como les digo, textual, literal, explícito, que vinieron «a cazar». Con esa orden llegaron. Y con mi familia se fueron, dejando un tendal de heridos con perdigones de goma y de plomo, con el efectivo silenciador de los negociados que sostienen con la familia Benetton, con Joe Lewis, con las petroleras y con las mineras, que solamente vienen a destruir nuestro territorio. Pues lo intentaron, lo intentan y lo volverán a intentar, durante años, durante décadas, durante siglos, cambiando la estrategia de la hipocresía. Pero no le tenemos miedo a su Policía.
Necesitan mandar más y más efectivos adiestrados para reprimir y silenciar a siete mapuches, porque las fuerzas represivas de uniformes democráticos no pudieron, ni podrán acallar los gritos que resistieron al etnocidio, la Conquista del Desierto y la Pacificación de la Araucanía. ¿O van negar que los tratados con Benetton incluyen esa cláusula invisible, que cubre los costos de otra masacre sobre la Patagonia? Atravesando el Siglo XIX, los dueños de los Supermercados La Anónima mandaban a asesinar a nuestros hermanos, pagando patacones por una oreja, por un testículo o por un pecho de mujer, mientras se abocaban «firmemente» también a bajar la edad de imputabilidad: los niños de ocho años pasaban a degüelle, para tranquilidad de todos los preocupados por su «peligrosidad». Y ahora, con discursos más elaborados, con armas más sofisticadas, con drones al servicio de los colonizadores, volvemos a enfrentar el mismo hostigamiento, el mismo desarraigo, el mismo dolor, el mismo sufrimiento.
Desde el Estado municipal, provincial y nacional, no hubo ninguna respuesta más que las balas, los palos y la cárcel. De hecho, cuando pedimos las ambulancias para que vinieran a buscar a los heridos, nos respondían que no podían mandar a los enfermeros, si no venían con la Policía. Y por eso, debimos llevar a los heridos hasta El Bolsón, en Río Negro, como si no fuéramos habitantes de Chubut, donde Mario Das Neves nos mantiene cercados para garantizar la seguridad de sus dividendos, mientras Bullrich habilita la temporada de mapuches, en todo el territorio nacional.
Cinco siglos igual.