Marcelo Pacini dejó de crecer a los quince años. Lo asesinó un comerciante en medio de una feroz represión policial. El único crimen registrado en la capital provincial quedó impune.
Por Martín Stoianovich
En la casa de los Pacini, en el barrio Cabaña Leiva de la ciudad de Santa Fe, han vuelto a ver a Marcelo aunque un comerciante lo haya asesinado a balazos el 19 de diciembre de 2001, en medio de una intensa represión policial. Dice Miguel, su padre, que durante tres meses luego de que lo mataron los vecinos veían pasar su alma. “A mi hija se le apareció en la cama como un ángel, a mí me agarró un pie y me lo sacudía, y a la madre se le presentó y se la quería llevar con él”, cuenta. Son muestras del impacto que generó el hecho no solo en la familia sino también en el barrio en el cual Marcelo, que tenía quince años cuando lo mataron, estaba creciendo. La manera más concreta en la que el pibe, de alguna forma, se mantiene presente, es a través de la memoria, de la organización y de los encuentros con otros familiares de víctimas. Ahora su rostro se ve grande y claro en un mural pintado sobre una pared del patio de la casa.
Marcelo era hincha de Unión, le gustaba jugar a la pelota y salir a bailar. Así lo recuerda Catalina, su mamá. Acaso, cuando una madre pierde un hijo tan pequeño, pareciera que los recuerdos que quedan son los que al paso del tiempo no dejan de sacar alguna sonrisa. Catalina se acuerda del pibe subido arriba de los árboles, escondido para que nadie se diera cuenta de que faltaba a la escuela. O de cómo molestaba a la vecina que vendía verduras: “Le decía suegra y ella lo corría”.
Por el 2001, la vida de los Pacini iba pasando con normalidad. Trece hijos y poco trabajo. La pobreza golpeaba fuerte. Como ahora, tal cual cuenta Miguel. Incluso plantea una diferencia: a principio de la década del 2000 en el barrio había gente que ofrecía trabajo. “Yo le hacía las casas a la gente del barrio, ellos hacían el guiso o el puchero, comíamos juntos y seguíamos trabajando”, recuerda. Marcelo lo ayudaba en la albañilería y otras changas que por entonces podían salir. Por estos tiempos, en cambio, asegura Miguel que la pobreza fue creciendo en el barrio.
“Con lo que cobro le doy de comer a mis hijos, aunque por ahí no tenemos. Comemos al mediodía y a la noche no, otro día comemos a la noche y al mediodía no”, relata el hombre. “Es así, así tiramos”, dice y cuenta que entre cada integrante de la familia van comprando algo de comida para amortiguar los gastos. El sustento para vivir son un par de pensiones y algo de entrada por las changas que con suerte salen todos los meses. Así viven los Pacini quince años después de aquellos días que, solo por el asesinato de Marcelo, cambiaron para siempre sus vidas.
Ese 19 de diciembre de 2001 los vecinos de distintos barrios de Santa Fe se acercaron a supermercados en los cuales, según los rumores, se iban a realizar repartos de bolsones. Aseguraban que una emisora de radio había anticipado la entrega de cuarenta mil kilos de mercadería donados por supermercadistas y el mercado concentrador de frutas, verduras y hortalizas. Por eso desde temprano hubo movimiento, aunque en vano porque al menos por la mañana ninguno de esos rumores había alcanzado a concretarse.
Marcelo, que había ido por la mañana a un supermercado de Blas Parera al 9800 y vuelto con las manos vacías, para las primeras horas de la tarde estaba ayudando a su padre, haciendo una mezcla para construir un asador. Hasta que un rato después se fue con hermanos y vecinos a probar suerte de nuevo, a ver si podía manotear algo de esas 40 toneladas de alimentos que supuestamente repartirían. “Me dijo que se iba al supermercado porque daban mercadería, le dije que vaya y vuelva enseguida, pero volvió un pibe amigo diciéndome que me lo habían matado”, cuenta Miguel.
Las crónicas policiales del día después dijeron que pasadas las tres de la tarde, alrededor de 350 personas se amontonaron sobre la esquina de la Avenida Blas Parera y Larrea, donde se encontraba una sucursal de la cadena de supermercados J.K Kilgelmann. Que ante la frustración por la falta de respuesta sobre las supuestas entregas comenzaron a romper vidrieras y a saquear y que como consecuencia la Guardia de Infantería accionó la represión. Las cosas se calmaron cuando el dueño del local, que en ese momento era el presidente de la Cámara de Supermercados y Autoservicios de la ciudad, accedió a entregar un poco de fideos, yerba y azúcar. En otro episodio, a unas pocas cuadras de allí, más personas intentaron entrar a una sucursal de los supermercados Bienestar, y también fueron reprimidos. Más temprano un hecho similar había tenido lugar en el Autoservicio Manasseri, a dos cuadras de la Basílica de Guadalupe.
Sobre los hechos declaró el entonces subsecretario de Seguridad Pública de la provincia, Enrique Álvarez, un viejo conocido en la materia que había comenzado su carrera en la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) durante la dictadura militar. “Reconoció que la situación en Sata Fe ‘no estaba controlada’ pero la calificó como ‘tensa calma’ y pidió colaboración a la gente para que ‘permanezca en sus casas’”, contó la edición del diario El Ciudadano del 20 de diciembre de 2001.
La “tensa calma” de la que habló Álvarez se llevó la vida de Marcelo Pacini, hirió de gravedad a una joven de 17 años, dejó heridas a más de cincuenta personas y provocó la detención de otras veinte. La muerte de Marcelo fue el hecho del que poco se habló por esos días, cuando lo que parecía importar era la seguridad de los supermercados.
Falta de mérito para investigar
El pibe que llegó a la casa de los Pacini para avisar que habían matado a Marcelo, llegó corriendo. De la misma forma se fue Miguel, a buscar a un vecino amigo que lo alcanzó en auto hasta la zona del supermercado, desde donde le dijeron que a su hijo lo habían llevado al Hospital Provincial José María Cullen. No sabía si estaba vivo o muerto, nadie le especificó nada más que el relato del amigo de Marcelo que con más susto que certeza atinó a decir que al pibe lo habían matado. “No me querían dejar entrar, y le dije a un policía amigo que había en el hospital que no sabía si mi hijo estaba muerto o qué, que lo tenían en la sala”, cuenta Miguel.
Una seña a distancia por parte del policía alcanzó para que Miguel entendiera que Marcelo estaba muerto. Después le permitieron ver a su hijo ya sin vida, tendido en una camilla.
“Le reventaron los pulmones con una escopeta”, dice Miguel. El tiro vino desde adentro de un local, pero nunca se supo con certeza quién gatilló. El dueño del comercio, Víctor Hugo Clemente, ex militar, se hizo cargo del hecho ante la justicia. Pero lo que la familia Pacini siempre sospechó, por los rumores de algunos testigos, es que quien realmente disparó fue el hijo del comerciante. Miguel cuenta que después del hecho ninguna fuerza de seguridad intentó detener a los presuntos autores del asesinato. “Mi amigo del Comando lo sacó de los pelos, pero los otros policías tenían miedo a que tire desde adentro porque era un militar retirado y estaba medio loco”, recuerda.
La muerte de Marcelo no importó demasiado en la agenda mediática ni política. Algunos medios fotografiaron a la familia en el velorio del chico, realizado en la propia casa con un cajón donado por concejales de la ciudad. Pero al poco tiempo el caso pasó al olvido, lo que llevó a que judicialmente se buscara muy pronto un punto final a la investigación. La causa no determinó ni siquiera quién había disparado y por lo tanto no se llegó a juicio. El juez de instrucción dijo que se trató de un exceso en la legítima defensa y cerró la causa por falta de mérito.
Ante la ausencia de una investigación profunda, la familia Pacini intentó reconstruir el hecho mediante algunos testigos. Así, hoy pueden contar que cuando Marcelo llegó a la zona del supermercado, la policía ya estaba reprimiendo. Agachado para evitar que lo alcanzara una bala de goma, cruzó la avenida hacia el supermercado y en un instante fue sorprendido por los comerciantes que atacaron. Marcelo estaba de frente al local, pero se dio vuelta cuando un primer disparo destrozó la vidriera y entonces quedó de espalda. Así explica Miguel cómo fue que el tiro alcanzó los pulmones. Según las fuentes policiales, el chico recibió otro disparo que le impactó en el cuello.
“Ya cuando pasaron un par de años me fui convenciendo de que no hay nada que hacer”, dice Miguel y cuenta que el comerciante Víctor Hugo Clemente ya falleció y que a su hijo, autor del hecho según pudo saber la familia, se lo suele cruzar en la calle. “Pero qué se le va a hacer”, se resigna. Catalina, que habla poco, siente de la misma manera: “Hasta ahora nada, pedimos justicia y nada. Pero nosotros queríamos la vida del nene”.