Yanina García tenía 18 años cuando la asesinaron frente a la puerta de su casa, durante la represión de diciembre de 2001. Una investigación llena de irregularidades garantizó la absolución de todos los policías implicados y el cierre de la causa.
Por Fabián Chiaramello
—¿A dónde vas a ir, “Lapa”? Mirá todas las cosas que están pasando y vos te vas por veinte pesos.
—Y qué querés, hija; si no hago ésto no comemos.
El diálogo que mantuvieron la mañana del 19 de diciembre Yanina García y su papá fue premonitorio. Después de la charla con su hija, David salió para el trabajo que le aseguraba los veinte pesos por jornada, aunque no le alcanzaran ni para la comida del día.
Yanina se había mudado hacía un tiempo de la casa de sus padres en Pasco al 5000, en la villa que se erige al costado de las vías del Ramal CC del Ferrocarril General Belgrano. Pero seguía cerca: su nueva casa, en la que vivía con su pareja y su pequeña hija Brenda, estaba a menos de cinco cuadras. Por eso, no pasaba un sólo día sin visitar el hogar de su familia; ahí donde se crió entre seis hermanos varones, rodeada de amor. “Era la alegría de todos nosotros”, recordó entre lágrimas Lila Masilla, su mamá.
“Qué pituca que estás”, le decían una cuando Yanina todavía era una nena y Lila la vestía con la mejor ropa. De tanto escucharlo, repetía con dificultad las palabras y balbuceaba un “pichuca”. Así fue rebautizada por sus seres queridos.
Pichuca había cumplido 18 años hacía poco tiempo y tenía una hija de dos. La mañana del 19 fueron con su pareja y Brenda a la casa de sus padres. Estaban preparados para ir al centro a comprar un cochecito para la pequeña como regalo de Navidad. Pero la calma del barrio se rompió cerca del mediodía y decidieron volver a su casa de Pasco al 4500. A una cuadra, cerca de las 14, varias decenas de personas se habían agolpado en la sucursal de Supermarket, en la esquina de Pasco y Gutemberg. La reacción fue espontánea: el hambre, la miseria, la desocupación y la cercanía de las fiestas colmaron la paciencia ante tanta incertidumbre y la gente se fue encontrando frente a distintos locales comerciales de la zona.
Hacía unos días que el ambiente estaba caldeado: el viernes anterior hubo manifestaciones e intentos de saqueos en distintas partes de la ciudad que se habían apaciguado con promesas y algunas ayudas. Pero ese miércoles, como en cada rincón del país, la bomba estalló.
El dueño del Supermarket le había prometido a las mujeres que entregaría mercadería, pero a los pocos minutos aparecieron varios móviles policiales y se desató una feroz represión. Los testigos aseguraron que fue una emboscada. Con más bronca de la que se iba acumulando, algunos comenzaron a saquear el local y el accionar de las fuerzas de seguridad se hizo más duro. De pronto, la escena se convirtió en una cacería: los uniformados corrían por las inmediaciones disparando balas de goma y de plomo, tiraban gases lacrimógenos, se tapaban la cara, aparecían móviles sin patente y se sumaban cada vez más fuerzas para reprimir.
Cerca de las 18, cuando la situación era desesperante, Yanina salió a buscar a su hija. Pero no vio que enfrente, sobre la misma cuadra, había al menos diez policías; algunos escondidos detrás de los árboles, disparando para todos lados. Pichuca no llegó a la vereda, sintió un “pinchazo” y se frenó. “Debe ser una bala de goma”, le dijo su suegra para tranquilizarla. Al instante se desvaneció. Luego de pedir ayuda a todos los vecinos, consiguieron llevarla al Hospital Carrasco. La joven tuvo dos paros cardiorrespiratorios y fue trasladada al Hospital Centenario. En ese momento, los médicos le explicaron a Lila que los perdigones se habían desparramado por todo su abdomen y que la situación era muy delicada. Yanina falleció a las 22.15.
La pericia balística determinó que su muerte fue ocasionada por un perdigón de escopeta calibre 12.70. Las mismas que usaban las fuerzas represivas. Muchos vecinos que aportaron su testimonio a la Comisión Investigadora No Gubernamental (CING) vieron que los policías avanzaban por Pasco disparando y lanzando gases lacrimógenos. Los agentes se tapaban la cara y los móviles tenían ocultas su numeración y patente. Ese día hubo al menos otros dos heridos con bala de plomo en la zona.
Varios minutos antes de las 18, un vecino de Yanina fue alcanzado por un proyectil calibre 9 milímetros que le quedó alojada entre los pulmones y la columna. Si bien no vio la muerte de la joven, porque ya estaba en el hospital, aportó datos que coinciden con los del resto de los testigos: había móviles y agentes de las comisarías 13ª, 14ª y 18ª corriendo a la gente por toda la zona. Pero en el expediente, en un primer momento, sólo constaba la intervención de efectivos de la seccional 13ª y del Comando Radioeléctrico. Recordó haber visto a muchos policías con su arma reglamentaria en la mano y a los agentes organizados para no dejar rastros de los cartuchos: mientras unos disparaban, otros juntaban las pruebas y se las guardaban.
La crónica del diario La Capital publicada al día siguiente hizo foco en la magnitud de lo que pasó en el local comercial: “Un saqueo jamás visto en la ciudad”; “una postal viviente del 89”. Ni una línea por Yanina. Mucho menos con la voz de los vecinos que aseguraban que el saqueo se desató con furia luego de ese disparo mortal, que generó la bronca de todos.
Por la noche, las cosas no estuvieron más calmas en esa parte de la zona oeste. Móviles policiales, de Gendarmería, de las Tropas de Operaciones Especiales (TOE) y autos sin identificación rondaban por el barrio, hostigando a los vecinos y disparando. Querían dejar un mensaje claro: que nadie hable de todo lo que se vio la tarde que mataron a Yanina.
Familiares, amigos y vecinos estaban velando a la joven en la casa de sus padres. Era de noche y el calor seguía siendo agobiante. Algunos salieron al pasillo que bordea las vías ferroviarias a respirar un poco de aire fresco, cuando fueron testigos de una escena que no terminó en otra fatalidad de casualidad: desde un móvil corrían y le disparaban a un joven que quedó tendido frente a la puerta de la casa. “Quedó hecho un colador”, recordaron. Al pibe lo salvaron sus familiares que lo llevaron como pudieron antes de que se desangre en el lugar. “La policía hacía cualquier cosa”, resumió Lila, que esa noche no pudo ni velar en paz a su Pichuca.
La vía de la impunidad
Por el asesinato de Yanina García no hubo un sólo responsable —material y político— condenado. La investigación estuvo plagada de irregularidades que garantizaron la absolución de los once policías implicados y el cierre de la causa.
La Comisión Investigadora dio cuenta de muchas de las irregularidades y los distintos niveles de encubrimiento que atravesaron la causa. La seccional 13ª, una de las involucradas, intervino en la investigación; se falsificaron pruebas, como los informes policiales que ocultaron la participación de varios móviles y de distintas seccionales.
El entonces jefe del Comando Radioeléctrico, el comisario Jorge Martínez, entregó informes a la Justicia sobre los móviles, el armamento y el personal que participó en el operativo. Pero los datos no coincidían con los resultados de los peritajes ni con las filmaciones televisivas aportadas. La contradictoria información no fue analizada por la Justicia y tampoco se tomaron medidas.
El juez Osvaldo Barbero indagó a once agentes que ese día —según los irregulares informes— utilizaron armas largas: todos negaron haber disparado balas de plomo y descartaron haberse dirigido por Pasco hacia Pascual Rosas, el lugar donde cayó Yanina. Pese a la dificultad que todos los intentos de encubrimiento generaron a la hora de individualizar al responsable del disparo, el magistrado absolvió a todos los policías. Entre los once uniformados beneficiados podría estar el autor del homicidio. Sigue siendo una incógnita.
Móviles sin patente y con la numeración oculta, uniformados de todos los colores, informes falsificados, encubrimiento de seccionales. Policías con la cara tapada. Varios heridos con balas de plomo. Testigos que aseguran haber visto al menos a diez agentes disparando a pocos metros del lugar en el que se encontraba Yanina. Registros de un canal de televisión que desmintieron el propio expediente policial.
Todas esas líneas de investigación que fueron ignoradas y el apuro por cerrar el caso sin ningún responsable dan cuenta del grado de encubrimiento por parte del Poder Judicial.
Postales de un pasado presente
Después del trágico diciembre, a Lila le dejaron a cargo una copa de leche en la que ya trabajaba. Tiempo atrás, Pichuca le ayudaba a su mamá en esa tarea solidaria. Por eso, luego de la muerte de Yanina, intentó renombrarla en su memoria. No se lo permitieron por cuestiones burocráticas.
Con el paso del tiempo fue notando que era más conveniente entregar bolsones con mercadería que servir la copa a los niños. Así es actualmente. Cada semana, treinta familias van al hogar de los García a buscar su único sostén: dos cajas de leche, azúcar, harina, fideos y galletitas de agua. Pero a Lila se le hace cada vez más insostenible: mientras que la inflación y la pobreza van en ascenso, el pequeño presupuesto para la mercadería se mantiene congelado. Y son cada vez más las personas que llegan para recibir esa ayuda.
“No sé si no está pasando casi lo mismo ahora; no se puede tener nada, no se puede comprar nada”, se lamentó Lila, comparando con la situación que terminó de estallar aquel diciembre. David también ve un panorama oscuro: “Se viene otro 2001 y va a ser peor, porque están matando de hambre a la gente”. El papá de Pichuca está convencido de que ningún gobierno realizó cambios profundos para ayudar a los más pobres, pero el panorama presente lo asusta: la mayoría de sus vecinos se mantenían haciendo changas, pero actualmente están todos desocupados. “Acá a la vuelta hay tipos que han trabajado todos estos años, hasta que entró este Gobierno”, así rebatió, en pocas palabras, los discursos de “pobreza cero” de la alianza Cambiemos que encabeza Mauricio Macri.
“A lo mejor si no había tanta miseria aquella vez no pasaba todo lo que pasó, porque la gente se desesperaba”, reflexionó con pesar Lila. Un contundente mensaje para los gobiernos que, pese a discursos y promesas, condenan a vivir en la pobreza a millones de argentinos y especulan con sus necesidades.
La lucha sigue
“Pasan los años y nosotros decimos que a lo mejor se van cerrando esas heridas, pero no; pasan los años y nosotros las sentimos cada vez más”. Las lágrimas inundan los ojos de Lila. Para ella y para David es como si no hubiese pasado el tiempo. La casa es testigo de eso: por todos lados hay fotos y recuerdos de Pichuca, hay un mueble que parece un santuario. Una de las imágenes es la que acompaña desde el primer día el reclamo de justicia: Yanina con su vestido de 15 y una sonrisa que no entra en su rostro… La de una chica con miles de sueños y toda una vida por delante.
La impunidad y la incertidumbre de no saber quién fue el asesino es otro castigo. Todos los efectivos que ese día, a esa hora, sobre esa cuadra, estaban apostados disparándole a todo el mundo, siguen en libertad. David ve ese cuadro y se espanta: “A veces uno piensa, uno tiene miedo por todo, por mis hijos”. Se le disparan miles de interrogantes: que si anda por el barrio, si pasa cerca de su familia, si los vigila… Miles de preguntas y ni una respuesta.
A pesar de todo el dolor que atravesaron estos años, los padres de Pichuca siguen firmes y les sobre fuerza para acompañar la lucha de otras víctimas. “La justicia la hacemos nosotros. Yo siempre digo: voy a seguir con las marchas, haciendo murales… No queda otra: hay que seguir con el camino de hormiga”, dijo Lila, convencida de que es el único camino posible hacia la búsqueda de justicia.
En octubre se realizó un nuevo mural en la Plaza de las Luces, sobre Avenida Pellegrini —a cinco cuadras de la casa en la que vivía Yanina—, para mantener viva su memoria, su vida y el pedido por justicia. “Estuvo muy lindo. Pero me hizo mal porque era como que ella nos miraba… Uno se imagina cualquier cosa”, dijo Lila.
Para Lila y David, el aliciente es Brenda. Ya tiene casi la misma edad que tenía su madre y también tiene una pequeña hijita. “Ahora como es mamá se puso las pilas, quiere ir a todos lados”, contó con orgullo su abuela.
La hija Pichuca quiere ser parte de la lucha. Sabe que tiene que continuar el incansable trabajo de sus abuelos para alcanzar algo de justicia y para mantener viva la memoria de su mamá. Justicia que, claro está, no es sólo individualizar al uniformado que apuntó y jaló cobardemente el gatillo sino también condenar a quienes ordenaron la represión y quienes garantizaron tanta impunidad y tanto dolor extendido desde hace quince años.