El 19 de diciembre de 2001 las fuerzas de seguridad se apropiaron de las calles de Villa Gobernador Gálvez para contener a cientos de personas que reclamaban ayuda social. Graciela Machado quedó en medio de una de las violentas represiones y su corazón se detuvo. Su muerte nunca fue llevada a la Justicia.
Por Fabián Chiaramello
Foto: Raíz Comunicación
El 18 de diciembre se corrió un rumor por los barrios populares de Villa Gobernador Gálvez. Ese martes le habían asegurado a muchos vecinos que al día siguiente se entregarían bolsones de alimentos en distintos puntos de la ciudad. El miércoles, como era de esperar, cientos de personas salieron de villas, de los barrios Fonavi y de la zona sur de Rosario y se concentraron frente a distintos supermercados para exigir la entrega de la ayuda alimentaria.
Varios grupos de personas se encontraron afuera de locales comerciales ubicados sobre la avenida Filippini. Según pudo reconstruir la Comisión Investigadora No Gubernamental (CING), cerca de las 15, «sin ninguna razón y cuando la situación estaba en relativa calma», policías de la Comisaría 26ª comenzaron a disparar con sus armas y a correr a la gente. Sorpresivamente, sin mediar palabra, arrancó la represión. Un testigo —según consta en el Informe Preliminar del año 2002— escuchó el diálogo entre dos uniformados:
—Nos quedamos sin balas de goma
—Mandale plomo nomás
Aparentemente, uno de ellos era de alto rango dentro de la fuerza. La represión dejó como saldo varios heridos y unos 60 detenidos.
Los testigos dieron cuenta de un clima de represión despiadado ese día: móviles policiales y hasta vehículos no identificados recorrían la ciudad, disparando contra todos los grupos que se cruzaban. Al día siguiente, frente al resultado de semejante operativo, se repartieron cajas de alimentos enviadas por el Gobierno provincial y los barrios populares fueron sitiados por fuerzas represivas.
El corazón de Graciela
Graciela Machado nació en Villa del Totoral, Córdoba. Tenía 41 años y nueve hijos. La venta de pastelitos y pan casero era su subsistencia en la Villa Gobernador Gálvez atravesada por el hambre, la miseria y la desocupación en la que vivía. Sus vecinos la reconocían por su gran laboriosidad, pero sabían que no la estaba pasando bien, que lo que hacía no alcanzaba, que había perdido mucho peso.
Por eso no lo dudó. Ese 19 de diciembre, pese a que uno de sus hijos le pidió que no vaya, Graciela salió de su casa alrededor de las 14.30 y se dirigió al supermercado La Gallega de San Martín al 2400. Ahí, le habían dicho, se estaban repartiendo bolsones de alimento. Pero al llegar no se encontró con ninguna ayuda, sino que se chocó con la represión policial… Corridas, palos, balazos, uniformados rompiendo vidrios de autos, gases lacrimógenos, detenciones. Era una cacería: reprimían en el local comercial pero también salían a buscar en las inmediaciones.
Machado estaba acompañada por una de sus hijas y su nuera. Frente a ese panorama ni lo duraron, decidieron regresar a su hogar. Pero no llegaron: la policía disparaba y la gente corría desesperada. Ellos también intentaban escapar de la represión cuando la mujer de 41 años sufrió una descompensación cardíaca. Algunas personas intentaron reanimarla, pero no hubo caso, cuando llegó al hospital ya estaba sin vida. «Lo que pasó fue porque se asustó, porque vio que empezaban a los tiros y empezaron a correr», testimonió su hija. También comentó entonces que Graciela sufría Mal de Chagas, esa enfermedad que castiga tanto a los más pobres.
Graciela corrió, se golpeó la cabeza, se agitó, siguió corriendo. Escapaba de los gases, las balas y los palos. La emboscada fue tan grande que su corazón no resistió. No fue el Mal de Chagas, fue la cobarde redada orquestada por las fuerzas represivas para sojuzgar a quienes, cansados de tanta miseria salieron a buscar comida; pero también a quienes, frente al hastío que generaba la situación social de millones de argentinos, habían decidido volcarse a las calles y gritar «¡que se vayan todos!». Ese miércoles, a pocos metros de distancia, también fue asesinada la militante social Graciela Acosta.
El corazón de Graciela Machado se detuvo hace quince años, dejando a nueve hijos sin su madre, la que cocinaba pastelitos y pan casero para sobrevivir. Su caso nunca fue investigado por el Poder Judicial, por eso los familiares y las organizaciones que continúan exigiendo justicia siguen pintando su nombre en las calles y en banderas. Para que se descubra a cada uno de los responsables impunes. Su caso también recuerda que —como resumió en pocos versos el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht— el Estado puede matar de muchas formas: con hambre, con abandono, con desocupación… O de un infarto por escapar de la represión.