En pleno estallido de diciembre de 2001 Mauricio Macri avisaba que pensaba liderar “un proyecto de cambio”. El presagio creció y sobrevivió incluso ante un pueblo que por aquellos años exigía otro rumbo en la participación política. La licenciada Alicia Acquarone analiza cómo fue que aquella premonición se transformó en realidad.
Por Martín Stoianovich
Corría diciembre de 2001 y en Argentina la crisis económica y política empujaba a las calles a ciudadanos que padecían en carne propia las consecuencias del neoliberalismo. Ante el aumento de saqueos en supemercados por parte de personas que pedían comida y de manifestaciones en distintos puntos del país que mostraban el disgusto con la clase política dirigente, la primer respuesta del gobierno nacional fue la represión. El 19 de diciembre el presidente Fernando de la Rúa decretó el Estado de Sitio, medida que no fue acatada por la población, que siguió ocupando las calles dejando a las claras la pérdida de legitimidad del gobierno. La represión tampoco cesó y dejó en el suelo argentino un mínimo de 39 víctimas fatales registradas. Luego seguiría la renuncia del presidente, sus ministros y una seguidilla de mandatarios que asumían y renunciaban dejando de manifiesto la debilidad del sistema económico y político.
A mediados del 2001, según los datos que arrojaba el INDEC, la desocupación en el país alcanzaba el 16,4 por ciento del total de la población activa, y la subocupación llegaba al 14,9 por ciento. Las industrias nacionales se vaciaron, los ahorros de la clase media desaparecieron en el corralito, los pobres se empobrecieron más y el hambre pasó a ser una moneda más corriente que el devaluado peso. Esos sucesos provocaron el agite popular y las posteriores renuncias en la cúpula política. “El ‘ya basta’ popular expresado en la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 fue un momento de desnaturalización y desorganización de algunos núcleos fundantes de la cultura capitalista de la globalización como son: la supremacía de la propiedad privada por sobre el derecho a la vida, la mercantilización de las diferentes dimensiones humanas, el concepto positivista de “desarrollo”, la enajenación del protagonismo popular en la representación parlamentaria, la colonialidad del saber”, explican las investigadoras Claudia Korol y Roxana Longo en un informe sobre los movimientos sociales publicado por la editorial El Colectivo y la organización Pañuelos en Rebeldía.
“El ‘que se vayan todos’, consigna central de esas jornadas, señalaba los alcances y también los límites del momento”, continúa. Según las autoras, en las etapas siguientes “la subjetividad popular” abonó a la multiplicación de asambleas populares, movimientos piqueteros, fábricas sin patrones, movimientos culturales y medios de comunicación alternativos que entre sus características principales destacaban la desconfianza hacia el Estado y los partidos políticos tradicionales. Sin embargo, las autoras expresan: “La rebelión puso en evidencia también la ausencia de alternativas populares que dieran rumbo a la energía desatada desde el corazón indignado de los pobres, pero actuó como factor reconstituyente de energías, de subjetividad, de conciencia, de memoria, de cultura de rebeldía y de nuevas formas de organización popular”.
El neoliberalismo, como flamante cara del sistema capitalista, había mostrado su fracaso. Así, a partir de la rebelión del 2001 podía vislumbrarse una manifestación popular que significara la puesta en marcha de un proceso de construcción política con la participación de quienes hasta el momento solo habían aparecido como espectadores.
¿Pero qué pasó?
Mientras los movimientos sociales acompañaban al resto de la población en las calles, y auguraban un futuro con participación y construcción de una alternativa política, el escenario mediático masivo ofrecía a los personajes de siempre la posibilidad de expresar sus análisis de la situación en un terreno de pleno oportunismo. Fue en ese contexto que el mismo 19 de diciembre el diario La Capital de Rosario publicaba una entrevista con el actual presidente de la Nación, Mauricio Macri, quien por entonces solo era un empresario millonario y presidente de Boca Juniors. “Voy a participar en la política argentina desde el lugar en que la gente me vote. Puedo aportar soluciones, formación de equipos y buenos proyectos para transformar situaciones que no funcionan. No tengo apuro para decidir mi candidatura como está la Argentina, donde uno no sabe qué va a pasar dentro de 60 días”, decía Macri en la entrevista en la que habla un poco de cada tema.
“Voy a liderar un proyecto de cambio”, agregaba. Luego aseguraba que iba a ser candidato del peronismo, que la oferta para ser senador o jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires había llegado de la mano del Partido Justicialista. Finalmente, después del paso de Eduardo Duhalde por la presidencia de la Nación y del giro progresista del peronismo en 2004 de la mano de Néstor Kirchner, Macri perdió lugar y apostó por un proyecto propio. Así fue que en 2005 formó el partido Compromiso para el Cambio, que luego mutó al PRO para finalmente ganar la jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el año 2007. Era el principio de aquella premonición consciente del 2001, que se afirmó con la reelección en 2011 y finalmente se concretó con la victoria en el ballotage presidencial del 2015.
A un año de gestión del macrismo a nivel nacional se puede ver un panorama negativo para las clases bajas y medias en planos económicos, sociales y culturales. La inflación anual del 40 por ciento, los doscientos mil despidos, más de siete millones de trabajadores afectados por la desocupación o la flexibilización, el pago a los fondos buitres por diez mil millones de dólares y la notoria disminución de los presupuestos para áreas como salud y educación son tan solo algunos de los aspectos generales del primer año de Macri como presidente.
¿Qué pasó con el pueblo en la calle, con la bronca popular, la necesidad de participación y la construcción de una alternativa política? En el 2001 Macri anticipó su rol, esperó y cumplió. Y, ahora, la historia parece querer repetirse.
“Los sectores medios que fueron castigados específicamente en los noventa hoy vuelven a votar esto. Una de las consecuencias de la democracia liberal es que los candidatos se presentan como individuos y líderes, independientes no solo de las ideologías sino de los poderes fácticos”, explica en este sentido Alicia Acquarone, licenciada en Ciencia Política y docente de la Universidad Nacional de Rosario. “Eso obnubila al votante con poca formación, porque el Estado se ha despreocupado históricamente de formar al ciudadano. El argentino tiene la esperanza de que lo que viene nuevo va a ser mejor que lo conocido”, agrega en esta línea además de considerar que el voto a Macri también significó “una fuerte crítica a la clase política dirigente de la Argentina que tiene vicios históricos”.
Para Acquarone, a diferencia de las autoras citadas, la crisis del 2001 no implicó la necesidad una construcción alternativa de poder popular, y tampoco cree que la sociedad civil sea responsable de la elección de Macri y la actualidad del país. “La sociedad civil salió a la calle para decir hasta acá llegamos. Pero por sí misma y espontáneamente no puede resolver cuestiones de la democracia representativa. En un sistema capitalista dividido en clases hay sectores con intereses contrapuestos. La sociedad no es responsable ni tiene las armas necesarias para resolver lo que tienen que resolver los representantes. Para hablar de una democracia diferente hay que hablar de un modo de producción diferente”, explica.
La docente no desestima el rol de los movimientos y organizaciones sociales, pero considera que las riendas de esta democracia las llevan los partidos políticos y que las distintas etapas que atraviesa el país económica y políticamente se desprenden del debilitamiento o fortalecimiento de los mismos. “La organización es bienvenida, pero no reemplaza a los partidos”, dice y como ejemplo de experiencia expone al Kirchnerismo: “Logró generar un tejido de organizaciones importantes, logró que jóvenes se involucren y vuelvan a participar, pero no suplen en el partido a una generación de dirigentes”. En este sentido apunta una crítica al escenario previo a las elecciones del 2015: “Una de las preguntas que nos hacemos es porqué en poco más de una década el movimiento kirchnerista no fue capaz de generar una dirigencia política que continuara el proyecto, y estamos esperando la respuesta todavía”.
A este punto, Acquarone lo amplía sobre los otros partidos y corrientes políticas: “El ala derecha de la UCR destruyó las bases históricas del partido. La izquierda sigue infantil, no renueva dirigencia y cuando las renueva viene con los vicios de los viejos”. Por el contrario, destaca que la derecha mostró un avance respecto de la historia argentina al constituir un partido y lograr llegar al gobierno por la vía democrática: “Antes del año 83 encontraban la única posibilidad de ser gobierno a través de un golpe de Estado, usando las fuerzas como choque para realizar sus políticas. El neoliberalismo le abrió la posibilidad a la derecha de organizarse políticamente y llegar a tomar decisiones y políticas de Estado a partir del ejercicio del voto”. En este sentido analiza: “No es que la sociedad se derechizó, sino que los movimientos populares se licuaron”.
Dado este panorama, Acquarone apuesta a la autocrítica: “El problema está en qué hace el progresismo. Nos hemos equivocado nuevamente, frente a una coyuntura de tensión no somos capaces de superar los sectarismos y así es muy difícil que se sobrelleve o se oponga exitosamente a los grandes poderes concentrados”. De esta mirada podría entenderse que dichas equivocaciones son también las propias limitaciones y contradicciones que encuentran los movimientos progresistas dentro de un sistema de producción capitalista que por definición implica el sometimiento a aquellos poderes concentrados.
Lo que depara este panorama actual, de alguna forma, es la necesidad de organizarse. “El camino es el reforzamiento o refundación de los partidos, el debate ideológico, la formación de cuadros. El único instrumento real es la política, no hay otra herramienta eficiente para poder acercarnos a la esperanza de un mundo mejor”, opina Acquarone. En este camino, queda el enorme desafío de superar esos vicios de los que habla la docente, que terminan siendo las consecuencias del neoliberalismo que llevaron a Macri al poder, pero que también permanecen enquistadas incluso en los sectores de la sociedad que dicen trabajar para combatirlo.
El desafío, también, está en no ser ajeno a un proceso de construcción o resistencia solo por el hecho de no verse afectado directamente por los motivos que inician estos procesos. “La democracia representativa funciona en la medida que nos pensamos simbólicamente en un nosotros. Sin eso es difícil llevar adelante una democracia donde se profundicen los derechos y libertades individuales. Si se tiene la conciencia de un nosotros, no son ajenos los problemas del otro, es parte de uno aunque no se viva en carne propia”, analiza Acquarone al respecto.