Rosario es un escenario en el cual sus escritores conviven en la búsqueda y creación de nuevos espacios y formas. Las generaciones actuales, la política y el activismo desde la literatura. Los jóvenes poetas Tomás Sufotinsky y Fidel Maguna conversan con enREDando.
Por Lucas Paulinovich
[dropcap]T[/dropcap]omás Sufotinsky me espera en la puerta de El Caño, el complejo de canchas de fútbol 5 sobre Wheelwright. Lo veo desde mitad de cuadra. Llego, lo saludo y nos metemos. Hay dos sillas, una cerveza a medio tomar y dos vasos. Me dice que está con Fidel Maguna, que aparece desde las escaleras que bajan a los vestuarios. En una de las canchitas, los pibes de la escuelita de fútbol están practicando. Habíamos quedado con Tomás para hablar sobre el ciclo de charlas que está realizando en la Biblioteca Popular Alfonsina Storni sobre tres poetas del eje Santa Fe-Rosario-Paraná: Juan Manuel Inchauspe, Juanele Ortiz y Aldo Oliva. Pero ante la oportunidad del encuentro fortuito, les propongo un cambio de planes: hablar sobre literatura rosarina, dos poetas jóvenes, con trayectorias, formación, estéticas y procedencias distintas. Improvisar un diálogo, encender el grabador y dejarlo ahí mientras las palabras fluyen.
Tomás Sufotinsky es licenciado en Letras, nació en Paraná y publicó El otoño circular, por Baltasara Editora; Fidel Maguna, en cambio, es rosarino, autodidacta, desertor de la academia, deambulante de los circuitos alternativos, caminante de la zona norte de la ciudad y todavía inédito. Dos paisajes creativos que se distancian y, a la vez, se tocan y enlazan. Dos lados de una misma generación.
Ahora estamos en el bar que queda al lado de la canchita, donde venden cerveza artesanal. “Esta es la oficina”, dice Tomás al entrar, que originalmente me había citado ahí. Nos sentamos y cumplimos lo pactado: pedimos una cerveza, prendo el grabador y lo dejo ahí, como un infiltrado que después tendrá la tarea de hacer recordar lo que en ese momento vuela de un lado al otro de la mesa.
– Pensando en el entorno en el que ustedes escriben, ¿qué evaluación hacen de la falta de crítica que se aduce en Rosario?
TS: Acá en Rosario la literatura que ha merecido históricamente una crítica, evidentemente, es la que está en primera, en el mainstream o rondándolo. La gente que escribe de nuestra edad es como si le faltara un cuerpo literario más denso como para que alguien se ocupe de una obra así. Entre los escritores mayores, de edad y trayectoria, no sé qué tanta crítica hay tampoco. En principio, las aguas están muy divididas, entre una idea devenida del objetivismo y otra opuesta. Por más que los de nuestra edad queramos superar esa bipolaridad, siempre está prevaleciendo y hasta funciona como principio activo. Funciona como en camarillas. Están los prólogos de Piccoli, que tiene una serie de prólogos que hacen como un colchón de literatura secundaria a su obra, pero no es una cosa que anda circulando.
FM: Con Piccoli hay toda una obra de prólogos, que son muy importantes. En un momento dice en uno, hablando de la influencia del río, que a diferencia de su transcurrir, el mar es solo vasto. Y yo cuando fui al mar hace poco y me acordé de eso: un tipo que es profesor universitario, poeta, tiene prólogos que hacen una obra poética.
TS: Con Oliva recién ahora se está empezando a escribir un poco más, porque tenés que animarte a escribir. Yo tenía diez pestañas abiertas en la computadora y dos libros en la mano para leer uno de sus poemas, lo cual es como una cosa hermosa que suceda. A mí me encantaba esa interpelación, es una lectura proliferante. Esa bipolaridad que decía, inevitablemente te hace tomar cierto partido.
– ¿Les parece que hay escritores con obras de estas características, que hagan valer una atención mayor para merecer esos prólogos, o la volatilidad de la literatura rosarina, esa dificultad para conseguir los libros, tiene que ver con la volatilidad de las obras mismas?
FM: Me parece que lo que tiene Piccoli, por ejemplo, es que se puede hacer un prólogo más allá de la obra en sí. Tienen valor propio. A mí me parece que hay una buena producción, yo no puedo comparar demasiado. Pero se puede decir que, por muchos factores, Rosario tiene buena producción. Tiene muchos poetas ocultos, grandes escritores que no fueron editados. Antonio Montesanto, que era el poeta sepulturero, todavía no fue editado. Se está armando una base y los ciclos de lectura son una consecuencia, emergen de una situación. Personalmente encuentro un nivel de discusión poética y de escritura, y como lector, que a mí me sirve y no me obliga a irme a otro lugar para encontrarlo.
TS: En ese sentido, yo soy opuesto. Me cuesta, aunque de a poco me entusiasmo más para leer lo actual y lo local. Tengo como un superyó literario que me dice lee esto y esto de lo clásico y lo canónico, y después sí lo otro. Lo antepone jerárquicamente, pero últimamente estoy alternando. Insisto con la idea de que para que haya una literatura secundaria, amerita que haya una obra importante publicada. Quiero decir: no sé hasta qué punto vale la pena que haya una literatura crítica de gente de nuestra edad, porque todavía está en una etapa formativa. Me parece que hay cosas ocultas, que se sabe que existen pero no se sabe hasta qué punto quién lo leyó. El Guadal de Daniel Helder yo lo leí en hoja impresa, nunca vi el libro. Y es un libro importante, históricamente por motivos evidentes, y literariamente merecía una lectura crítica. Porque lo que hace la literatura crítica es volver a poner una obra en mesa de conversación. Más que certificarla como buena, por el simple hecho de que alguien escriba sobre eso, el valor es revivir una obra.
– Si se ven los ciclos y los que publican, hay cierto predominio joven. A los grandes te los encontrás en un bar o esporádicamente, no circulan tanto entre las publicaciones, no mucho más que alguna columna en un diario.
TS: Aparecen esporádicamente, algunos estuvieron en el homenaje de la generación de La Cachimba y el Lagrimal Trifulca que se hizo el año pasado en el Festival de Poesía.
FM: Hace poco Leandro Llull me preguntaba cuál era el mejor de los contemporáneos. Y para mí es Oliva. Yo por contemporáneos entiendo a los que están vivos ahora y los que murieron hace no tanto. No hago ningún límite de edad. Habrá obras de jóvenes menores de treinta años, obras concluidas, alguno que se murió a los 17 y tiene una obra, o que empieza a escribir a los 60. La edad la dejo de lado, si está vivo, es contemporáneo.
TS: Yo no pienso tanto en la edad, sino en una obra que respalde esa crítica. El prólogo está entre introducir un libro y la literatura crítica, es un gris. En cambio, hacer una literatura crítica es, de alguna manera, empezar a clausurar una obra. En gente de nuestra edad, sería muy anticipado.
FM: Es imponerle un criterio estético.
– ¿Y esa reflexión estética la tienen presente a la hora de escribir?
TS: Yo hasta ahora publiqué El otoño circular, que fue como medio punk rock el armado, porque vi la convocatoria, armé y mandé en el transcurso de 24 horas. Y eso fue como romper el hielo de muchas cosas que tenía escrita desde hace mucho tiempo, lo veo como algo formativo. A partir de ahí, conocí a mucha gente, escuché y leí un montón de cosas, conocí a muchos poetas rosarinos, como a Fidel. El libro me resulta como el primer disco de una banda, que es fresco, que no está cerrado ni es conciso, pero es fresco. Y ahora estoy bastante tarado en la idea de encontrar una postura estética para mí mismo y pensar en la idea de publicar cuando sepa que hay organicidad en el libro. Hay una serie de textos posteriores que se conectan con el libro y eso me dio a entender que no estaba cerrado.
FM: El que va a salir ahora, en mí caso, tiene un año y algo. Yo no me defino los criterios estéticos, pienso que es una definición del ser, lo de estética es ética, de Juarroz. Yo siento que si algo definí es qué es lo que quiero, algo que es amplio y es largo. Y me di cuenta en el proceso del libro, sobre el pucho. Pero, bueno, el pucho ya lo prendí. Yo creo en la importancia de una ética en la estética, y para mí una ética es que también narre el lector, en cuanto al silencio, en las adjetivaciones, porque a mí como lector me gusta seguir narrando después de la lectura del poema. En esto Carvern es un maestro, te pone un tallo y vos ves la flor, pero la flor no está. Hay una cuestión política: para mí la ética que me define es no subestimar nunca al lector, que es lo que hacía Oliva, que te hace recurrir a herramientas y hay un respeto al lector.
– ¿En la formación de esa ética, te influye más el mirar para el costado, o los libros?
FM: Es lo mismo, la experiencia de lector es la experiencia del ciudadano. También hay que embellecer. Se ve en los textos políticos, los documentos, los comunicados, que son una cosa larga, bochornosa. A mí me parece, ya hablando del peronismo, que hay que darle una estética al texto político, y eso creo que fue un invento argentino, de Walsh.
TS: Creo que en ese sentido, si bien me siento un poco más maduro que hace un año, en este momento lo que más me interpela siguen siendo algunas experiencias que motivaron poemas que están en el libro, que son motivaciones universales, que a veces nos tocan directamente y a veces no. Para no dar vueltas, el tema de la muerte. Y eso me estimula el pensar poético o poetizar pensante. Antes escribía bastante pensando en mis pares, con quienes compartía bastante, y en este momento converso más con los poetas a quienes estoy leyendo, a veces explícitamente, otras no tanto.
– A la hora de escribir, en lo temático, en la imaginación, de dónde salen las vibraciones para escribir, de qué fuentes.
TS: En este momento de la literatura y, especialmente, de la poesía. Antes sabía que había una vertiente en mi manera de pensar la poesía ligada al trabajo formal, plástico, pero también un impulso más infantil, de pura expresión, lo del poema como el vómito, e intentaba conciliarlos a la fuerza. Ahora siento tener más herramientas para hacer un trabajo plástico, ejercitar formas, coquetear con la retórica clásica y, en ese sentido, me tiene más acercado a la literatura. El tema de la percepción me hace pensar en la pintura, que es un campo que me gusta muchísimo pero que soy un lego, sé muy poco. Y en eso, trato de comparar las percepciones entre la pintura y la literatura.
FM: La experiencia como lector es una experiencia cotidiana, que tiene otra intimidad, otra relación conmigo. En la historia de mi vida, en términos reales, es como preparar el mate, no porque sea lo mismo, sino que me parece imposible detectar un factor que me impulse a la creación. Freud lo define lindo: dice que al poeta le pasa lo mismo que al niño que juega, crea un mundo propio. Y cada poeta y narrador tiene una historia que lo hace escribir. Y llega un punto que es necesario incorporar marcos teóricos, críticos, pero sobretodo incorporar lecturas. Y en ese sentido, yo creo que empecé a crear un mundo propio como el niño y lo empecé a nutrir y a querer hacer mi propio método de escritura, que es lo que hacemos todos, tomando métodos ajenos, pero empezar a defender ciertos criterios, ciertas definiciones de la creación poética. En ese marco, no hay nada puntual que me inspire a la creación, sí hay una necesidad y, a partir de ella, hay una búsqueda de la palabra.
Las edades del presente
La cuestión generacional es un problema por plantear: qué implica escribir en estos tiempos, desde una franja etaria que observó el estallido del 2001 siendo niños, que se encontró con un proceso de recuperación económica y ampliación de derechos durante su adolescencia, que palpó las contradicciones y se topó con los límites de una época. El momento histórico, las vicisitudes políticas, el pulso de los acontecimientos latiendo a cada centímetro, configuran escenarios existenciales donde la escritura adquiere también las formas convulsivas, ambivalentes y desestabilizantes de la propia realidad rosarina.
– De algún modo, se ponen en contacto dos itinerarios diversos dentro de esos grandes rasgos de los procesos vitales que comparten generacionalmente, ¿qué onda ser un escritor joven en Rosario, ahora?
TS: Es algo de lo que no sé hasta qué punto fui consciente o partícipe en tomar la decisión de hacerlo. Me sucedió y de repente lo estaba haciendo. Yo me vine a estudiar a los 18 años y mi experiencia como paranaense fue lejana al mundillo literario, en ese sentido, soy más rosarino que paranaense. Con mi visión de lo que era Paraná de adolescente, que tocábamos en banditas y vivíamos quejándonos que no había nada para hacer, pienso que Rosario es un lugar muy fértil. Podemos quejarnos de lo que hay, criticarlo, pero hay. En otras épocas no ha habido circuitos y lugares en los que se de esta charla, ciclos, festivales. Ahora, respecto a escribir en esta época, a mí me pone en un lugar de incomodidad conmigo mismo porque es un momento en el que se va haciendo cada vez más difícil desvincular lo artístico con lo político, y yo lo siento una deuda en mí. No lo digo con nihilismo superado, lo digo como una deuda, lo siento como hijo de los noventa, un nihilista en el mal sentido. La época hace urgente la dimensión política.
– En tu caso, vos Fidel tenés un perfil político más marcado, ¿cómo pensás esa relación entre política y literatura?
FM: Hay un texto de Saer que dice que la poesía es naturaleza y no historia. A mí me parece revolucionario, porque propone una asunción del ser como principio. Yo nunca hice una lectura de mis poemas como textos políticos.
TS: ¿Y el poema del Tío Ho?
FM: Bueno, pero es un chiste…
TS: Es un chiste, pero es un poema. Góngora tiene chistes que son poemas.
FM: El chiste puede ser un acto fallido también – se ríe-. Hubo una avanzada estética que planteaba que el narrador tiene que narrar una realidad política, como Gorki en la revolución rusa. Pero en la poética, en cuanto naturaleza, no se da. A mí el poema me constituye como yo político, a tal punto que ahora me dicen que lo mío está marcado por una cuestión política, y no es un deseo explícito, sino algo que sucede en el lector. La creación poética pasa por la aceptación de la propia naturaleza. Es como dice Conti, no hay obligación de ser militante político, pero sí lo somos, lo dice textual, tenemos que hacer las cosas más lindas que los otros. Eso es lo de estética es ética: hagamos las cosas lindas.
– Es un problema plantear la dimensión política de la belleza en este momento particular
FM: Ahora nos bajan la discusión acá nomás, la derecha usa una terminología pedorra, sintética, una cosa vulgar. Nosotros, por nuestras lecturas, nuestros amores, por nuestras experiencias vitales, seamos creadores o no, queremos tener la vara acá arriba. Yo quiero hacer belleza, y esa es mi herramienta, yo no sé hacer un revoque. Eso es peronismo puro. El general Perón decía que cada militante se perfeccione en lo suyo, que haga lo mejor que puede con lo que hace.
-Implica pensar también en el activismo en la literatura, una superficie de la práctica a partir de esa costumbre de escribir literatura, ¿piensan esa dimensión activista?
TS: A esta mala costumbre de escribir…
FM: Para mí viene después, es posterior al hecho de escribir, es una decisión muy íntima de cada uno. La creación es una cosa, lo que el creador haga con su obra, es otra. Tenér esa postura para mí, me posibilita ser mejor lector, desde leer a los escritores nazi hasta cualquier otro.
TS: El laburo que uno se toma al escribir, el oficio, es más desmitificable de lo que parece. Uno puede darse el lujo de escribir porque tiene el tiempo. O puede tomarlo como un activismo. De alguna manera es difícil zafar de que escribir sea cierto lujo, porque uno tiene que encontrar el tiempo y hoy en día laburar de la escritura es casi imposible. Creo que hay dos dimensiones a reconciliar: la puramente individual y la idea de por qué uno escribe pensando en un público, qué es lo que quiere comunicar. Después, cada uno tiene sus motivos para hacer un activismo. Me acuerdo de la nota que le hiciste a Gabby De Cicco, y es difícil hacer lo que ahí se plantea. Está entre mis aspiraciones, lo imagino vinculado a poder pensar ciertas cuestiones de una manera más nueva, poner ciertas percepciones en una zona de un pensamiento especial. Una cosa es ser un teórico, un crítico, que es un ámbito del pensar; el de la poesía es otro, que va desde porque uno escribe un verso y lo corta en un momento y sigue abajo, hasta por qué elige un tono poético para ciertas cosas. Es como un barrio mental distinto, que abre una serie de posibilidades.
– No hay muchos lugares y los que hay suelen funcionar en círculos cerrados, como una fuerza endogámica que contribuye poco a la posibilidad de sumar gente, incluso, no genera empatía.
FM: Yo estoy más off side que el gordo Fabbiani en la peor. Por un lado dije ‘bueno, la universidad es una porquería, me voy con los under’. Y después te encontrás con que lo under también tiene un techo, y volvés a la universidad a escucharlo a Piccoli. Es una forma de ir buscando.
– Pensando en los hábitats y los ámbitos de tránsito de los escritores, fundamentalmente en la figura clásica del bar, en Oliva o en Riestra, por ejemplo, que era un lugar de producción poética, ¿por dónde pasa la literatura en nuestra generación?
TS: Por lo menos, los escritores con los que me vinculo, en general es alrededor de unas cervezas, en un bar o en una casa. El lugar físico creo que sigue siendo el bar, la facultad es más de tránsito. Al principio uno va conociendo y con el tiempo se va agrupando o recluyendo en determinados lugares. Pero se hacen lugares de diálogo, que yo creo que son los nutritivos y fértiles.
FM: Como creador, en casa. Como lugar de encuentro, el bar. A lo sumo, los bares cambiaron, mirando alrededor. Yo vi cómo fueron cambiando en los últimos diez años, se fue asentando una modalidad de bar. A mí me encantan. Y las buenas charlas con poetas, conocer a otros creadores u otros lectores, si no es en casa comiendo un asado, generalmente es el bar, sea bar irlandés, bodegón o mini market.
TS: Tiene esa dimensión comunitaria. Después en mi casa, al escribir, estoy solo, hay una dimensión más egocéntrica. Pensando en Oliva, en la Epigraphica del Ehret, esto tiene el aura de la comunión, que somos una serie de personas que están haciendo lo mismo, después uno hará sus propios ejercicios.
FM: ¿A dónde nos juntamos a hablar al pedo de literatura? Es en el bar.
– Está bueno eso del hablar al pedo como un motor de lo literario
FM: Es que acá es dónde pasan esas cosas, es en el bar donde se habla al pedo de literatura o de fútbol. Yo mantengo el bar a muerte, voy al bar de Central Deportivo del barrio Industrial, que se puede fumar adentro. Si no, me gusta en la vereda porque se puede fumar. No va a dejar de ser vigente el bar. Quizás deje de existir el diario táctil o el libro, pero el bar no va a dejar de existir.