Una crónica de los últimos días del bloqueo a Monsanto en Malvinas Argentinas, Córdoba. La experiencia de resistencia de un pueblo en defensa de la vida.
Por Nadia Luna (Fuente: Nodal)
[dropcap]E[/dropcap]l día que el monstruo llegó al pueblo cordobés de Malvinas Argentinas, Eli y Lucas aún no sabían que iban a pasar más de mil noches pernoctando en el kilómetro 9,5 de la ruta A88.
El 18 de septiembre de 2013 fue el día clave. Hicieron el primer festival junto a otros vecinos. Hubo música, comida y baile. Pero a la madrugada llegaron los camiones. Querían ingresar al predio. Llegar hasta los cimientos verdiblancos que se erigían del otro lado del portón.
Eli, Lucas, Sofía y un puñado de vecinos más tomaron la decisión.
Se plantaron en la entrada.
-Compañeros: hasta que Monsanto se vaya, acá nos vamos a quedar.
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El gigante semillero quería construir en Malvinas una de las dos plantas procesadoras de semillas transgénicas de maíz más grandes del mundo. La otra está en Rojas, provincia de Buenos Aires.
Las semillas transgénicas llegaron al país en 1996. En el combo, estaban los agroquímicos, para eliminar todo lo que entorpezca su crecimiento. El más usado es el glifosato, pero también se aplican otros más potentes. Como el 2,4-D, el famoso Agente Naranja esparcido por los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam.
Enseguida empezaron a sonar voces de alerta desde otros pueblos.
Como la de Sofía Gatica, quien perdió a su hija recién nacida por una malformación en el riñón. Vivía en Ituzaingo Anexo, otro pueblo cordobés rodeado de campos de soja. La historia se repetía entre sus vecinos. Cáncer. Abortos espontáneos. Muerte. Junto a un grupo de mujeres se convirtió en Madre de Ituzaingo. Cuando supo de la llegada de Monsanto a Malvinas, no lo dudó. Trasladó su lucha hasta ese pueblo y decidió iniciar el bloqueo.
Como la de Andrés Carrasco, el científico que apoyó la medida de fuerza y murió en 2014 difamado por sus colegas por denunciar los efectos nocivos del glifosato. Igual eso no le importaba, me había dicho unos años antes, en su laboratorio de la UBA: “Me parece una estupidez discutir pruebas científicas a favor o en contra mientras la gente se está enfermando”.
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El Bloqueo a Monsanto duró 1.140 días. Las carpas de las primeras noches fueron reemplazadas por una sólida casa hecha con barro, botellas, chapas y una ventana que mira al monstruo.
“Humilde como se ve, es un lujo”, asegura Lucas Vaca, 38 años, portador de una boina que ya es parte de él.
Es uno de los últimos días del bloqueo, aunque él todavía no lo sabe.
Adentro, un cartel de la Asamblea Malvinas Lucha por la Vida advierte que no se debe ingresar al predio por ningún motivo. El gato Juan duerme en el sofá, cerca de la cocina separada por dos palos robustos.
Junto a la casa se despliega una surtida huerta agroecológica, símbolo de que otro modelo es posible.
En frente, hay una casita de material a medio construir, un recinto que funciona como biblioteca y un bañito improvisado.
Por el bloqueo pasaron referentes como Adolfo Pérez Esquivel, Marie Monique Robin, Manu Chao y Nora Cortiñas. “Nora es nuestra luz en el camino. Ella jamás se dejó doblegar por el Estado”, resalta Lucas.
Durante un tiempo, hubo cientos de personas conviviendo en el bloqueo. Pero la mayoría se fue. Durante la noche, los que se turnan para hacer guardia son apenas tres: Lucas, Eli y el marido de Eli.
Y los incondicionales: Coca, Negra, Silver, Vizcachita, Manto y Gorda.
– Cuando hay movimiento del otro lado empiezan a ladrar –dice Lucas. -Son los guardianes de la lucha.
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Eli Leiría: “Tengo 56 años y tengo agroquímicos en sangre. Al lado de mi casa había una molienda de bidones con glifosato. Vivía con vómitos y mareos. A veces no podía levantarme de la cama. Pero no es que morís mañana. Morís a largo plazo. Por eso cuando me enteré que venía Monsanto, me largué con todo a la lucha. Mi marido y mi hijo siempre fueron mi sostén. Y eso que desde que empezó el bloqueo, éste pasó a ser mi hogar”.
Lucas Vaca: “Acá estamos expuestos a los agrotóxicos. En esos campos de ahí atrás se fumiga. Y las represiones fueron atroces. A mí me han pegado catorce balazos de goma”.
Eli: “Todos los momentos son duros. Dejar mi casa. Aguantar los golpes. Pasar noches sin pegar un ojo. Tuve tres amenazas telefónicas. Me decían que me iban a matar. Pero hoy no tengo más miedo. Mi salud ya está destruida. Mi lucha es por los que vienen atrás mío”.
Lucas: “Que el gobierno nos mantenga en esta situación es el acto más criminal que pueden hacer contra el pueblo. ¿Pero a quién nos vamos a quejar? ¿A la policía? ¿A los mismos que nos cagaron a palos?”.
Se ríe.
“Aunque la lucha sea cruel, dura y angustiante, no podemos perder la alegría”.
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En enero de 2014, la Cámara del Trabajo de Córdoba ordenó paralizar las obras.
Pero el verdadero punto de inflexión ocurrió el 3 de agosto de 2016. Los rumores de que Monsanto se iba fueron confirmados de manera informal por personal vinculado a la empresa.
Eli y Lucas tomaron la noticia con alegría moderada.
Unos días antes, el exintendente de Malvinas Daniel Arzani y el extitular de Ambiente Luis Bocco habían sido imputados por habilitar la construcción de la planta en terrenos no aptos para uso industrial.
“Usaron la noticia para generar distracción. Los medios no hablan de los imputados, sino de que Monsanto se va”, considera Lucas. Igual reconoce: “Syngenta no se instaló en Villa María porque tenía miedo de que le pase lo mismo. Logramos sacar al monstruo de la invisibilidad”.
Por eso, decidieron persistir en el bloqueo un tiempo más.
-Ojo que después dicen que nos pagan 500 pesos por día para estar acá –dice Eli.
-¡O sea que les pagan para que les peguen! –intervengo.
Eli se ríe ante la obviedad de lo absurdo.
-¡Claro! Nosotros les decimos: ‘si quieren cobrar los 500 pesos, ¡vengan!’. Imaginate. Esto estaría lleno de gente.
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Finalmente, el 31 de octubre decidieron levantar el bloqueo. Si bien no hay declaraciones oficiales, circula la información de que Monsanto vendió el predio.
El barro que daba forma a esa casa sólida que los albergó por tres años volvió al barro.
Eli asegura que las heridas que deja la lucha no son solo físicas. “Muchos compañeros están con tratamiento psicológico. De ese daño nunca se habla”.
Pero no todas las consecuencias son negativas.
El pueblo de Malvinas triunfó.
“A mí me cambió la vida”, dice Lucas. “La lucha fue mi facultad. Y nosotros somos un foquito de luz para un montón de gente que todavía está en plena oscuridad. Queremos que se lleven esta experiencia como una semilla. Un foquito acá, otro allá y tarde o temprano se acaba”.