Se cumplen 10 años de la Red Internacional de Festivales de Música Popular Latinoamericana. Este proyecto colectivo está pensado como un tejido de circulación de la música popular. La música es el hilo conductor y los ejes se dividen en conciertos, talleres, recitales didácticos y un seminario llamado “La Música Latinoamericana en el Aula”. Músicos de Perú, Colombia, Venezuela, México y Argentina. Formación e intercambio musical: riqueza pluricultural.
Por Tomás Viu
[dropcap]C[/dropcap]uando Sonamos Latinoamérica arrancó en la ciudad de Santa Fe en 2006, nadie podía augurar que en 2016 estaría celebrando diez años de vida y mucho menos que la experiencia se multiplicaría en distintos lugares de Argentina, Latinoamérica y el mundo. En una primera instancia fue un evento muy puntual donde participaron grupos de Santa Fe y de otros lugares de Latinoamérica como México y Venezuela. En ese momento se planteó sólo como un recital. Pero donde hubo fuego cenizas quedan, reza el refrán popular. Al año siguiente se hizo nuevamente y al otro también, y al otro, y al otro. El charanguista Oscar Gomítolo, quien formó parte del grupo Escaramujo, es quien lleva adelante el Festival en Santa Fe junto a un colectivo de músicos y gestores. Con el correr de las ediciones, los grupos extranjeros empezaron a pensar en la posibilidad de que el Festival también se hiciera en distintos lugares de Latinoamérica. En 2010 se incorporó la primera sede internacional: Venezuela fue el país en el cual se empezó a replicar el Festival antes de que se expandiera en Argentina. El camino venezolano se inició en Caracas pero después se sumó la ciudad de Carayaca.
Además de Argentina y Venezuela se fueron anotando otros países: en 2011 Colombia se sumó al espacio; el camino en Perú se inició en la ciudad de Lima en septiembre del 2013; en 2014 se sumó Chile y en 2015 fue el turno de México. Hay un grupo mexicano que hace un tiempo está viviendo en Bruselas. Ellos le escribieron a la organización del Festival para sumarse como sede y éste es el segundo año que se realiza el Sonamos Latinoamérica en Bélgica.
En 2011 el grupo rosarino llamado El fuego de la semilla propuso armar en Rosario una sede del Festival, que en ese momento estaba mucho más consolidado. Cuando arrancaron eran unos pocos pero hoy son entre 13 y 15 las personas que están en la organización de la sede Rosario. Sergio Pecoraro trabaja en un estudio de ingeniería y aclara que no es músico. Sin embargo siempre estuvo vinculado de una u otra manera, ya sea desde la escucha, el canto, o la organización. “Escuché música latinoamericana toda mi vida. Mi viejo escuchaba mucho. Creo que este tipo de música no tiene el espacio necesario”, dice.
Sergio estuvo en distintos espacios colectivos, cantaba en una murga de estilo uruguayo y hoy canta en un coro de música popular latinoamericana. Además se vincula con la música desde la construcción porque está haciendo un taller de luthería. Dos de los músicos de El fuego de la semilla fueron profesores de guitarra de Sergio en su adolescencia. Después siguieron en contacto y se hicieron amigos. En el 2012 lo invitaron a ser parte de la organización. “Coincidimos en la necesidad de difundir este tipo de música que está un poco relegada en los espacios mediáticos e institucionales en Argentina. Me invitaron a sumarme a la organización y yo encantado. Había ido a la primera edición como asistente y quedé alucinado”, recuerda.
Durante el mes de octubre Sonamos Latinoamérica se hace en todas las sedes de Argentina: Salta, Tucumán, Entre Ríos, ciudad de Santa Fe, Rosario y varias localidades del interior de Buenos Aires. La fecha se va coordinando entre las distintas sedes de manera de que los grupos puedan participar en los distintos lugares. “En general son los mismos grupos que organizan cada sede los que van tocando en todas partes. Este año nos visita Néstor Viloria que es un guitarrista de Venezuela, uno de los organizadores de la sede de allá”, cuenta Sergio.
Sonamos Latinoamérica es un espacio de encuentros y de cruces culturales. Es un refugio donde descansan y crecen las raíces musicales de los pueblos. Sergio dice que no hay espacios políticos para este tipo de música que resalta la identidad cultural y la memoria de los pueblos. “Hay una cultura más frívola y se ve tanto en la música como en la televisión. Esta música va por otro camino. A la dirigencia política y al sistema en el que vivimos no le conviene que estas músicas sean centrales en la difusión”.
La música popular es, como su nombre lo indica, obra del pueblo. Uno de los representantes de la sede Rosario del Sonamos plantea que la música popular se gesta afuera de la academia. En Argentina hay una Licenciatura de Música Popular que se abrió el año pasado y está dirigida por Juan Falú. “Está buenísimo pero la música popular creo que se transmite de otra manera, hay una cuestión de la oralidad. Creo que eso es en esencia la música popular. Después hay políticas de Estado que pueden favorecer a la transmisión de esas músicas”, opina Sergio. Sin embargo, para él hoy es mucho más difícil por el contexto político en el que vivimos. “La derechización latinoamericana no permite que este tipo de cultura se transmita”.
La organización del Festival es un colectivo autogestivo y Sergio plantea que “es la autogestión la que te lleva a la independencia”. Pero para resolver algunas cuestiones como los alojamientos de los invitados reciben apoyo estatal. Ellos creen que el Estado debe cumplir su función más allá del color político que tenga. “Una de sus funciones es acercar la cultura a sus habitantes”.
El Sonamos está pensado como una red de circulación de la música popular. Más allá del evento puntual del Festival, Sonamos Latinoamérica es un espacio colectivo de difusión de la música. Hay actividades durante todo el año. En Rosario se realiza una peña mensual en donde invitan a artistas de la ciudad más que nada vinculadas al folklore argentino y al tango. “Creemos que a los músicos jóvenes hay que darle el espacio para que se puedan dar a conocer. Y a los músicos de afuera que andan de paseo por Rosario los secuestramos para que toquen”, se ríe Pecoraro.
Para que no se corte la red, el criterio general para organizar la programación del Festival es que quienes toquen ya estén organizando o tengan la posibilidad de organizar el Sonamos en su país de origen. “Se trata de priorizar a esos músicos, pero también escriben otros que están muy interesados en la propuesta del Festival, mandan su material y los invitamos a tocar. Ha pasado mucho que los músicos vienen de gira, encuentran en el Festival un espacio que los abarca, quedan encantados con el formato y lo quieren replicar en su país”, cuenta Sergio.
Sonamos Latinoamérica no tiene una visión romántica ni tradicionalista de la música. Desde la organización tratan de que en el Festival esté representada la mayor diversidad posible de grupos y músicas de los distintos países. “Este año hay grupos que son netamente tradicionalistas y otros grupos que fusionan el jazz con la música popular latinoamericana. Hay solistas, tríos y hasta grupos de seis personas. Está representado todo el abanico”, explica el organizador, mientras aclara que hay distintas formas de abordar la música y que incluso desde lo clásico y desde la música de cámara, hay orquestas que hacen música popular. “Hay bandas de rock que rescatan las letras de la música de Latinoamérica y que incorporan instrumentos que no son tradicionales, como el bajo. Es una búsqueda y tienen que tener su espacio también”.
Son jarocho, saya caporal, cumbia, música andina, joropo central, fusión, música del litoral, folklore peruano andino y música venezolana en guitarra. Estas son las propuestas musicales de este año. La diversidad también está en las edades de los músicos y de los proyectos. El año pasado estuvo presente el grupo venezolano Carota, Ñema y Tajá. “Son como los Chalchaleros de allá. El más grande tiene noventa años. Hay muchos grupos que en otros lugares son leyenda y que acá no se conocen para nada”, cuenta Sergio.
Dentro del marco del Festival está el ´Sonamos para los chicos´. Son conciertos didácticos para los alumnos de las escuelas públicas, centros de día, ONG y otras agrupaciones que trabajan con niños. El objetivo es que los chicos conozcan los instrumentos y los ritmos que les muestran los músicos. “En un momento se organizaba con grupos que también tocaban en el Festival pero nos dimos cuenta de que los chicos se copan más cuando los que están tocando tienen su misma edad”, dice Pecoraro. El año pasado vinieron a Rosario chicos de una Escuela de Música de Perú que tocaron música andina. Sergio dice que “los pibes que escucharon quedaron flasheados”. Este año viene un grupo de adolescentes, también de Perú, pero que hace música afro peruana. Sergio dice que “no hace falta ir al Ministerio de Educación para organizar este tipo de actividad” y que sólo “es cuestión de hablar con las directoras de las escuelas para que nos den el espacio”.
En esta edición la convocatoria empieza el martes 25 de octubre en la Biblioteca Popular Vigil (Alem 3078). El grupo Raíces, formado por jóvenes de la ciudad de Arequipa, Perú, estará a cargo del concierto didáctico e irán escuelas de todos lados. “Cada vez tenemos que buscar espacios más grandes porque se llenan”, dicen desde la organización.
Muchos de los músicos que participan son docentes. Hacen mucho hincapié en el eje de la formación que este año también incluye un curso con resolución ministerial orientado a educadores y docentes de música. Este seminario busca aportar herramientas que sirvan al docente como disparador para trabajar en el aula. Uno de los módulos lo dictará Pepa Vivanco, una música argentina con mucha experiencia en la enseñanza. Otro de los módulos estará a cargo de Néstor Viloria, uno de los organizadores del Sonamos en Venezuela, quien fue Viceministro de Cultura y actualmente es Rector de la Universidad de las Artes de Venezuela. El otro módulo es sobre ritmos mexicanos, más precisamente sobre el son jarocho, un ritmo que prácticamente no se conoce en Argentina.
En la sede del Sonamos en Santa Fe participan 200 músicos. Cuando empezó en Rosario, el Festival solamente duraba una noche pero fue creciendo y hoy las noches son tres. Le pregunto a Sergio qué pasa cuando termina cada edición. “Cuando termina no nos queremos ver más por una semana, y después ya retomamos porque hay actividades todo el año”. Primero aclara que les encanta hacerlo pero dice que el Festival “es súper desgastante”. Para ellos implica, además de todo el trabajo previo, una semana de trabajo “a full” más allá de los trabajos de cada uno. “Es ir a buscar a los músicos a la Terminal, llevarlos a los alojamientos, a comer, ir a la prueba de sonido, quedarse después del recital guitarreando. Eso tal vez es lo más lindo de los encuentros”, confiesa.
Desde la organización intentan tener un registro fílmico y sonoro. “Siempre tratamos de ver de qué manera sumar más público y más actividades”, dice Pecoraro, mientras aclara que cada uno aporta lo que puede, que no es necesario ser músico para sumarse a participar y que el que quiera hacerlo “está invitadísimo”. Elige una palabra para definir el trabajo que hacen: militancia. “Es pura militancia por la difusión de este tipo de música”.