Militancia feminista, desde lo individual a lo colectivo. Nora Giacometto camina las calles de Rosario del lado de las mujeres víctimas de violencia de género. “Ella es el nexo entre la víctima y el Estado ausente”, dicen quienes la conocen de cerca.
Por Laura Hintze
Nora Giacometto siempre aparece en línea en las redes sociales. Dice que es tan así, tanto así, que sus contactos lo notan. Y se lo dicen. “Y sí”, responde, naturaliza. “Se acompaña siempre”. El teléfono de Nora no para. Su agenda, menos. Coordinar con ella para una entrevista es una aventura en el laberinto de su vida. Denuncias, presentaciones, reuniones, juicios. Y después, la vida. “Disculpame, estoy en la escuela de mi hijo, voy a llegar tarde”, dice Nora, una mañana cualquiera. Y llega. Tarde pero llega. Nora Giacometto es de las que está. Es una militante y acompañante las 24 horas de mujeres en situación de violencia de género. Una creadora de redes: las que tejió pateando los barrios, golpeando las puertas del Concejo, aguantando en los pasillos de Tribunales; y las que sostiene desde todos los medios posibles. El whatsapp uno de ellos. “Si vos te fijas, estamos todo el día comunicadas. Las chicas me escriben desde el territorio cuando tienen alguna duda: qué hago, qué digo. Armamos una red. Esa es la idea de nuestro acompañamiento: una vez empoderada la mujer, puede ayudar a otras”.
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Georgina Belluati, periodista de LT8, conoció a Nora Giacometto en los pasillos de Tribunales hace un par de años. La veía acompañando a mujeres víctimas de violencia y no sabía por qué estaba ahí todos los días, mucho menos quién era o qué hacía. La periodista atinó a relacionarla con el edificio y dio por sentado que esa mujer bajita, de pelo corto y presencia potente, era una abogada. Después aprendió que no. Nora es la que acompaña. “La llaman a toda hora y ella está. Lee todas las causas, todos los expedientes, se interioriza en cada caso, habla con cualquiera, interviene frente a cualquiera, golpea todas las puertas”, enumera Georgina. Y resume: “Ella es el nexo entre la víctima y el Estado ausente”.
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Nora Giacometto nació y creció en barrio Belgrano, frente al club Nueva Era. Tenía 14 años cuando empezó a trabajar en el kiosco de Mendoza y Fraga, con eso se pagaba la cuota de la escuela, La Inmaculada. Nora cumplió 53 años en mayo. “Taurina”, dice. “Rosarina”, agrega. “Fanática de Central”. No puede evitar incluir el dato. “Mira si seré fanática, que me acuerdo del día que más fanática me hice”, dice Giacometto y se remonta al 19 de diciembre del 71. Nora tenía ocho y vivía en un conventillo. Su mamá y su abuela eran hinchas de Newell’s. Su papá, canaya, como ella. “El día de ese partido, me pidieron que deje de ser de Central. Pero cuando Poy hizo el gol, me puse a festejar tanto que mi mamá abrió la puerta y me dejó en el pasillo. Desde adentro, me pedía que cambie de club. Pero no lo hice”. La mujer se ríe y suma un dato de su personalidad, que de seguro tiene vivo desde esos ocho años. “Puedo ser una mina jodida”.
Un silencio aparece en la conversación. Es cuando se le pregunta por la otra parte de su vida. Cuando no acompaña, cuando no milita, ¿qué hace Nora Giacometto? Silencio. ¿Le gusta cocinar? ¿Ir al cine? ¿Va a la cancha? “Lectura”, dice. “Cualquier cosa. De Gabriel García Márquez tengo mucho. También me gustan las biografías. Y del cine, soy admiradora de Pedro Almodóvar. No me pierdo ninguna”. Nora explica que no va a la cancha porque no es socia, que ya va a saldar esa deuda. Pero elige contar que el año pasado su hijo más grande, Nacho, se ganó dos entradas para la platea y la llevó a ella. “Me lo dijo minutos antes y yo lo felicité. Ni me imaginaba que íbamos a ir juntos. Para mí es una cosa muy de padre a hijo, pero él me llevó a mí”.
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La forma de citar, presentar, a Nora Giacometto en cualquier artículo periodístico es como referente o miembro de la ONG Ampliando Derechos. La ONG resulta ser el eje, excusa disparadora para conocerla. La organización arrancó hace apenas poco más de un año. “Junio o mayo de 2015”, estima ella. “Pero con las chicas ya nos conocemos hace como tres años”. Las chicas que forman parte de la ONG son cuatro más. Todas fueron víctimas de violencia de género y en mayor o menor medida siguen afrontando situaciones violentas. Pero en algún momento decidieron sumarse a esa red de acompañamiento que formó Nora y que tiene su réplica en todos los medios posibles. “Nora genera confianza, empodera a las víctimas y crea una red de participación con esa particularidad”, confirma la concejala María Eugenia Schmuck, quien, de manera menos formal pero más clara, explicaría más tarde: “Yo la re-banco”.
“Se trata de humanidad”, dice Jesica Balmaceda, miembro de la ONG. El nombre de Jesica es conocido porque su caso fue el que llegó al primer juicio oral y público por violencia de género. También por las decenas de denuncias que le hizo a su ex marido, porque el hombre está en libertad y hace apenas unas semanas intentó secuestrarla. Balmaceda vive con eso y también milita en Ampliando Derechos. “Es dar humanidad. Si no nos ayudamos entre nosotras….”, dice, sin terminar la frase. “El acompañamiento es fundamental para la vida de una víctima. El Estado tiene un vacío muy grande en ese sentido y son muy pocas las organizaciones que se ocupan, que se cargan al hombro a una mujer y su familia entera. Nosotras ya ni pensamos en eso. Abrimos las puertas de nuestras casas y ayudamos, y a veces se nos va de las manos”.
Nora define a la ONG como la materialización de sus sueños desde que empezó a militar. Enseguida aclara: “Todavía falta”. Ese ideal es el de un espacio donde acompañar y contener a la víctima en todo sentido. “Pero sobre todo poner la oreja, ayudar en la ruta crítica de una mujer cuando se decide a denunciar y no dejarla, acompañarla siempre porque necesitamos que esa mujer se empodere”.
El sueño de Nora no es el de toda la vida. Es un deseo construido a través de la militancia y a partir del primer impulso, el de hacer algo. “Yo soy peronista. Y en el año 2009, con Cristina, y cuando todavía estaba Néstor, decidí empezar a militar. Yo tengo dos hijos y en ese momento consideré que ellos estaban lo suficientemente grandes como para que yo, además de criarlos y dedicarme a la casa, pueda darle rienda suelta a algo que me gustaba, que era la militancia política. Eso, de a poco fue derivando en género”.
“Ya hacía tiempo que venía pensando en militar”, explaya. “Pero, ahora sé, me faltaban herramientas para decidirme. No me sentía segura. Después, una va leyendo, se va involucrando más en la temática y a mí la vida me trajo a Michelle Mendoza (referente de Diversidad del Movimiento Evita). Y con Michelle aprendí muchísimo”.
Michelle Mendoza no recuerda cuándo conoció a Nora. Ella le dice Nori, y deja entrever algo: no va a tirar ninguna fecha exacta pero que se conocen, se conocen. “Nori era re-emprendedora. Tenía ganas de hacer cosas, buscaba información, hacía contactos. Pero no se animó a conducir, no estaba empoderada como para hacerlo”. Michelle asegura que las cosas le empezaron a salir a Nora porque se animó, y a la militancia lo que hay que ponerle es eso: las ganas y el andar. Michelle también asegura que las cosas le salieron porque en algún momento determinado, Nora eligió alejarse “de la rosca” y con sus compañeras armó su propio espacio.
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– ¿Pensás que la militancia te cambió?
La mujer, chiquita, de pelo corto y andar intenso y fuerte, exclama. Pocas veces lo hace durante la entrevista. Antes, admite que nunca habló sobre ella y responde la mayoría de las preguntas con calma, extrañeza y silencios. Claro, Nora es la que acompaña. No está en el segundo lugar, está al lado de las historias que llegan a ser las crónicas sobre tribunales. La pregunta sobre el antes y el después, simple y concisa, la descoloca. Nora exclama y repite: cambié un montón, mucho, muchísimo. “Evolucioné”, sentencia.
Michelle sabe de ese cambio. Michelle se acuerda: durante las reuniones, Nora se tenía que ir antes, a cocinar, a ocuparse de algo. “Ella estaba sometida hasta cuando militaba. No veía que estaba en una situación violenta y para mí desde el seno del machismo empieza a salir, formarse y hacer cosas. El empoderamiento que surge de la militancia, de su organización y hacer lo que ella quería, la llevan a liberarse de su matrimonio y empezar a construirse”.
“17 de noviembre de 2015”. Lo dice sin dudarlo. Nora se acuerda de esa fecha. Pareciera que todos los días la recuerda. “El día que opté por mi libertad”. Se corrige. “El día que compré mi libertad”. Nora Giacometto llevaba 22 años casada cuando decidió irse de la casa. Primero, le avisó a sus hijos, Nacho y Santiago, de 20 y 17 años, y ellos la acompañaron en la decisión. Ese fue el primer paso determinante. Después, cruzar la puerta. Los hijos, sus pertenencias, todo, quedaron en casa de su ex. “Fue una decisión muy difícil, pero la tomé porque creo que merezco otra oportunidad de vida. Yo perdí una comodidad, un status. Todo eso, pero logré mi libertad”.
La mujer vuelve a la idea de la evolución. Que sin tanta lectura, calle, militancia, no se hubiera dado cuenta de que también estaba en una situación de violencia. “Estaba sometida a los horarios, no tenía libertad para moverme. Y está la cuestión económica, cercenarme el dinero para que yo no pueda salir a militar. También la falta de apoyo. Él nunca me apoyó”.
Nora vivió con Jesica Balmaceda hasta hace unas semanas. Nora dice que son una gran familia. Y que está contenta de que sus hijos hayan aceptado la adopción, cariñosa, del corazón, de Nora a la otra familia.
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La concejala Lorena Giménez conoció a Nora Giacometto a través de Twitter. Nora estaba denunciando la falta de presencia del gobierno municipal en casos de violencia de género. Un periodista la etiquetó a Lorena y la edila se puso a disposición de “esa mujer”. Por privado, coordinaron para una reunión y desde ese momento colaboran mutuamente. “El trabajo en política se hace desde y para la gente. Es distinto lo que pasa de lo que crees. Entonces empecé a reunirme con Nora y todas las chicas que trabajan con ella, y en función de sus testimonios y experiencias con la función pública empezamos a trabajar distintos proyectos. Ellas nos aportan la realidad”. La informalidad, otra vez, aclara el panorama. Lorena habla y simplifica: “No sé, ¡deberá pasar 36 horas al día buscando soluciones! ¿Sabés lo que hace Nora? Camina, camina, camina, camina, camina”. Y enumera hasta quedarse sin aire. “¿Entendés?”.
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– ¿Cómo es un día de Nora Giacometto?
Suspiro. “Ufffffffff”. Sonríe, como con picardía, como diciendo “¡si yo te dijera!”. Elige otra respuesta: “Complicado”.
– Hay que acompañar a las chicas a Fiscalía a hacer una ampliación de denuncia o una denuncia nueva, o a lo mejor hay que hacerse cargo de una situación que venía desde hace rato y estaba complicada, así que voy a la fiscalía, o centros territoriales de denuncia. A veces tengo alguna reunión con abogados. Estoy todo el día haciendo cosas. Por ahí preparo informes, eso me interesa. Me siento mucho con Jesica. Repasamos su caso y ella me dice <anota, no tiene que pasarle a otra>. También hay reuniones con chicas, para saber de situaciones específicas.
Nora toma aire. Y agrega: “Y también golpear puertas”.
María Eugenia Schmuck dice que se reúne tres o cuatro veces por semana con ella. Muchas veces son compañeras de golpear puertas. María Eugenia dice que se junta con ella porque es a la que más llaman y una de las que más se involucra. También porque es de las que más la interpela en sus funciones públicas.
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– Hola Nora, ¿cómo estás?
– Mal. El tipo no vino al juicio.
Nora al teléfono primero actualiza el panorama del día. Para la semana no alcanzaría.
El caso de Jesica Balmaceda. El caso de Yamila. El caso de Jesica Calegari. Estefania, Laura, una chica que no volvió a ver, una chica de un caso que le prendieron fuego la casilla, una que le piden cinco garantías para alquilar pero todavía no consigue trabajo en blanco. Nora tiene, para cada proyecto, cada propuesta, un caso que respalda su idea. La mayoría de los casos que tuvo y tiene terminan en frustración. “Vos sabés que no entienden, no entienden lo que vive una mujer aterrorizada”, dice, sacada, del otro lado del teléfono. “Ya estoy armando un taller para fiscales”.
– ¿Cómo haces para seguir, para no frustrarte?
– Yo siento que puedo ayudarlas. Que con una sola que yo vea que está saliendo adelante y que su vida y la de sus hijos se modificó, eso para mí es suficiente. Hay días que mandaría todo al diablo. Pero además cuento con el apoyo de mis hijos y yo sostengo que si ellos no me apoyaran no podría seguir.
Nora Giacometto es la mujer que acompaña a la víctima en la foto. La que no sabes qué hace o por qué está todos los días ni quién es. Ni la segunda ni la desplazada: la que acompaña.
– ¿Qué querés decir con poner la oreja? Digo, para que no parezca tan cliché.
– Poner la oreja es escucharla en lo que ella quiera decir. Nosotras no revictivizamos a las chicas, escuchamos lo que nos quieren contar. Muchos piensan que no hay que generar un vínculo muy cercano con la víctima, nosotras tenemos un vínculo cercano con todas, un vínculo de afecto con las chicas en situación de violencia. Eso surge apenas nos conocemos y se queda. Por más que la mujer supere la situación, siempre hay un lazo afectivo y ese es nuestro capital. Lo que nosotras tenemos.