Nicolás Manzi (NM) y Federico Ferroggiaro (FF) forman parte de los que escriben acá. Pertenecen a una generación formada en la Facultad de Humanidades y Artes que retoma ciertas prácticas de activismo cultural: los escritores que escriben, editan, distribuyen, agitan, organizan ferias, dan charlas, promueven ciclos, leen, escuchan, interrogan. En esta entrevista, un diálogo sobre literatura rosarina y activismo literario en el contexto actual.
Por Lucas Paulinovich
Foto: Damián Quaglia
– Cómo siempre se tituló con Fito Paéz, nosotros decidimos ponerle un tema de Baglietto– dice Federico Ferroggiaro.
– Pero el autor es Fito Paez, la canta Baglietto- lo interrumpe Nicolás Manzi.
Ferroggiaro lo mira y entre risas dice:
– Se acaba de derrumbar la teoría.
Les había preguntado por qué “La lengua de los lagartos” era el nombre del seminario que están dictando en la Facultad Libre sobre literatura rosarina. “No creo que admita una lectura alegórica, pero sí una fuertemente alusiva”, dice Ferroggiaro. La lengua bífida, la ciudad partida, siempre entre, casi nunca en. Ciudad puerto y ciudad de periferias empobrecidas, ciudad cosmopolita y ciudad del interior que, a su vez, se desentiende de él. Rosario que no termina de ser Santa Fe, Rosario que tampoco se subordina del todo a la influencia porteña. Rosario de inmigrantes y Rosario criolla, ciudad-grande y ciudad-pueblo. Con lenguaje propio, con destino ajeno. “Nadie cerca o lejos” había titulado, con referencias a Paéz, Eduardo D´Anna su trabajo sobre el centralismo porteño en la cultura argentina y en relación al devenir rosarino. Junto con “Capital de nada”, su trabajo de recopilación sobre la producción literaria rosarina, posterior a la antología de textos que coordinó a principio de los ‘90, D’Anna es de los pocos que prestó atención al fenómeno de la escritura en Rosario. Lo rosarino, lo local, lo hecho acá, es más bien poco problematizado. Es escaso el espacio que se le brinda, incluso, en los relevos históricos que los propios críticos rosarinos hacen de la literatura nacional.
Nicolás Manzi (NM) y Federico Ferroggiaro (FF) forman parte de los que escriben acá. Pertenecen a una generación formada en la Facultad de Humanidades y Artes que retoma ciertas prácticas de activismo cultural: los escritores que escriben, editan, distribuyen, agitan, organizan ferias, dan charlas, promueven ciclos, leen, escuchan, interrogan. El seminario se da en el marco de ese creciente y pujante circuito de editoriales independientes, escritores y lectores que potencian desde abajo y a la par de las instituciones oficiales la cultura rosarina.
NM: Es un momento en el que confluyeron algunos resultados de procesos que se venían dando desde hace tiempo. En los ’90 fue una época de mucha producción, salida de revistas, nuevas editoriales. Pero también fue una época de mercantilización del libro de una manera extrema. El libro pasó de ser un objeto de transmisión de cultura a un producto de consumo. Empezaron a cambiar las ediciones. Pero la década del 2000 fue la revolución absoluta en términos comunicacionales. La manera de leer cambió a partir de la irrupción de la tecnología y el vértigo del intercambio de información con internet. El 2001 fue un antes y un después, pero no hay que dejarlo de contextualizar con el exponencial crecimiento tecnológico en los medios de comunicación. Antes conseguir un libro para estudiar era muy difícil, había que ir a las bibliotecas y probablemente no estuvieran. Ahora conseguirlos en internet es mucho más sencillo. Eso hace que las experiencias de lectura sean más vertiginosas y de una intertextualidad mucho más amplia. En ese contexto, está la posibilidad de hacer libros y de revalorizar las producciones locales, ponerlas como una experiencia de lectura, ya no de un nuevo centro, sino como una experiencia propia.
FF: En este marco aparecen también las expectativas personales de los diferentes actores. Nosotros percibimos determinadas inquietudes, la necesidad de problematizar lo que parece ser un orden instituido y lo que buscamos es empezar a analizar, hacer exégesis y cuestionar, buscando herramientas para ver esa realidad. En definitiva, pensar qué lugar hay para –usando un concepto tradicional- las literaturas regionales, lo que sería la literatura rosarina, qué es lo que está pasando acá en cuanto a producción, en cuanto a circulación, y tener una mirada de campo que permite un análisis más enriquecedor de cómo existen operaciones, cómo se dan esas operaciones en el campo, quiénes son los actores que legitiman en la ciudad, por qué tanta indiferencia de determinados actores hacia la producción local. No es debelar ni sacar a la luz, sino volver a pensar momentos, cómo está funcionando todo esto.
– ¿Quiénes están leyendo literatura rosarina y qué tipo de lectura se hace?
FF: Yo creo que hay lectores de literatura de la ciudad. En primer término, la familia y los amigos de los escritores –se ríe-. Ahora uno puede leer y no hacer nada con eso que lee, o puede leer y hacer una operación con eso. Hay lectores, lo que falta es sistematizar críticamente esa producción.
NM: Se va ampliando el mercado en la medida que hay ofertas de libros, de que están en papel y se ponen en un lugar y a la gente le empieza a interesar eso. Evidentemente es una construcción.
– ¿Qué papel juega la Escuela de Letras, de la que ustedes vienen y que es una instancia de formación de gran parte de los escritores, críticos y editores locales?
NM: En la Escuela se toma la decisión de por sí o por no de darle bolilla a esta hipótesis del campo cultural local. Creo que es un espacio de preparación. Nosotros hemos podido sacar de nuestras carreras algunas conclusiones. No hay que desmerecer el trabajo de capacitación que tiene la escuela como espacio de formación. Pero si queremos decir la verdad, tampoco hay una lectura desde la carrera de Letras del fenómeno más cercano. Las instancias posteriores a la carrera nunca lo valorizaron, porque nunca fue considerado como existente. Entre los tesinistas y becarios de Conicet ninguno se preocupó de atender la literatura que se escribe acá.
FF: No creo que la Escuela de Letras tenga el deber de incluir lo local en los programas si no le interesa. Es una de las opciones posibles. Lo mismo para los tesistas. Ahora, lo sorprendente es que nadie elija eso. Todos lo descartan como no interesante, porque de repente, no tiene proyección, no se da en ningún congreso.
– En esta organización de las lecturas, partiendo de que hay poco para una ciudad tan grande, pero al mismo tiempo se producen fenómenos como los videos de Rosario3, que tienen bastante circulación por las redes, ¿qué lugar le cabe a la prensa en la crítica literaria?
NM: Nosotros consideramos que a través de los medios tanto como las operaciones críticas traccionan sobre un mercado y, al hacerlo, están influenciando sobre potenciales lectores. Se da una lógica de intercambio cultural y un intercambio comercial, que ayuda a potenciar a una editorial, es un doble juego. Nunca es inocente cuando un medio elige exponer cierto tipo de reseña cultural. Entonces, revalorizar lo local tiene que ver con ese intercambio.
FF: Yo creo que hay que sumar el componente de la visibilidad. Las librerías, por ejemplo. No son muchas las que ponen en vidriera libros de autores locales. Están vendiendo lo que saben que se vende. Tampoco uno puede culpar al librero, que no tiene por qué cumplir una función social de estimular el mercado y la producción local. Vos tenés libreros que no les importa lo que venden, y tenés otros que les interesa vender la ensalada de la casa. La reseña lo que hace es darle existencia. Sirve para que gente que te conoce porque leyó una contratapa o una nota se sienta motivada a ir a comprar el libro. No es inocente pero tampoco es orgánica ni sistemática la actuación de los medios.
NM: Los medios que se llaman a sí mismo nacionales, que son los centralistas, que abarcan todo el país, del mismo modo, no dejan lugar para lo nacional, lo que nosotros producimos. Y si lo hay es relativo. Nosotros trabajamos con tiradas acordes a la ciudad y la región, que no son las de Buenos Aires. Por lo tanto, como no podemos alimentar ese monstruo, no vamos a ser reseñados por los medios porteños. Es todo un desafío generar un mercado.
El hacer de la escritura
Rosario es una ciudad doble, una lengua bífida, ciudad lagarto. Es Rosario la de los emprendimientos inmobiliarios descollantes y lujosos, y es la de las periferias recrudecidas por la violencia; la de los paseos turísticos, costaneras renovadas y eslóganes que invitan a quedarse, y la de la de los índices más altos de homicidios, el narcotráfico, las exportaciones y el lavado de dinero. Rosario de shoppings y de ferias callejeras. De empresarios exitosos y especuladores, o pibes abandonados, verdugueados, desaparecidos. Ciudad de ofertas de consumo, y de muertos en el río. Ese trasfondo convulsivo, ambiguo, contradictorio, se va filtrando en algunos textos aparecidos en los últimos tiempos.
– Pensando en la repercusión en lo escriturario, ¿de qué modo incide en estilos, temas, personajes, lenguajes, la conflictividad, lo histórico de Rosario?
FF: Creo que no va a hacerlo por el policial negro, sino desde el humor, el escepticismo, la parodia, la sátira, porque necesariamente tiene que ser tomado con un distanciamiento, porque estamos involucrados, porque cualquiera que escribe es un ciudadano, lo chorearon, sabe que la policía es corrupta. Creo que no va a volver en los términos esperables, que serían el policial o una novela política, sino desde una mirada distanciada o invertida. Necesariamente tiene que pasar. Habría que armar un mapa de eso, pero forma parte de las preocupaciones y las inquietudes. Empezar a manifestar el malestar desde otro lado, no desde el realismo, buscando una torción, eso se podrá ver mejor dentro de cinco o seis años. Yo, por las dudas, ya escribí mi cuento sobre Macri.
– Y respecto al tipo de lectura crítica que se esboza, pareciera haber una lectura extremadamente académica y casi formalista, y no tanto una política, del modo de mirar la literatura de David Viñas, cuando uno supondría que, por el momento histórico, debería haber un florecimiento de eso.
FF: Por qué no hay, no lo sé. Yo veo gente leyendo otras cosas, con absoluto respeto y reconociendo la libertad que tienen de leer y trabajar lo que quieran. Es llamativo que no se trabaje en esa clave. También habla de la pobreza de recursos de la crítica local, porque son pocos, tienen poco espacio para publicar, están en dos millones de actividades, están formando cuadros críticos. Hay una generación intermedia, que es la del neoliberalismo, que no está. Están los de la democracia y los más nuevos.
NM: Cuando yo entré a la facultad en Filosofía había tan pocos alumnos que la directora de la Escuela llamaba a los alumnos para que no dejaran. Eso se empezó a modificar el último tiempo.
FF: Tampoco existía la carrera de investigador, era para muy pocos, nadie te daba plata para eso. Que tiene que ver con otra política de Estado que empieza en 2003, cuando se abrieron las posibilidades. Ahí vos tenés un montón de tipos que están haciendo doctorados, que están laburando, investigando, produciendo. Esa falta de una generación intermedia hace que los que están por arriba de 50 están formando a los que tienen menos de 35 años, y queda un hueco.
NM: Hay una fuerte intervención del Estado para que esto suceda. Esto es un proyecto que funciona leído desde ciertas gestiones políticas, la Universidad, la Municipalidad, la Provincia.
FF: Se generó cierta visibilización por las ferias de editoriales independientes, que hace unos años no existían, porque las editoriales independientes eran menos, o eran menos entusiastas o militantes. Ahora hay otro entusiasmo y militancia, otra llegada a espacios del campo de poder que permiten espacios públicos para exponer las publicaciones. También hay una tendencia del campo de poder de intervenir y dirigir o estimular las producciones locales.
En busca de lo próximo
Escribir en Rosario tiene mucho de incertidumbre. Nunca se sabe dónde terminarán los libros. Es incipiente el circuito literario que, además de editoriales independientes y escritores activos, se compone de ciclos de lecturas, ferias, jornadas, programas de radio, revistas y publicaciones web. Todavía quedan restos de una frontera que, si bien se va desdibujando, traza límites entre lo de adentro, que permanece en cierta opacidad, y lo de afuera, que termina por colonizar la imagen de la literatura en la ciudad. Son pocos los nombres que rompen esas barreras. Jorge Riestra, Premio Nacional de Literatura, o Angélica Gorodischer, son dos casos particulares que en parte salieron de esa caja de resonancia localista y reducida a círculos. Otros, más recientes, como Marcelo Britos y Javier Núñez, representan ejemplos singulares: sus libros, publicados afuera, llegaron como inmigrantes. Fonseca, el personaje de La doble ausencia, la novela de Núñez, el escritor perdido, sin identidad, extraviado en papeles aislados de la Biblioteca Argentina, puede verse como un modelo del escritor rosarino. Hay que buscar lo que está al lado, bien cerca.
– ¿Ese campo local, con sus códigos en formación, produce efectos en la escritura?
NM: Uno de los efectos es, como le pasó a Fede, cuando ganó el concurso de la Municipalidad en 2009 y salió publicado su primer libro, El pintor de delirios, que destrabó una máquina de escribir y generar texto impresionante. Eso les pasa a otros escritores que gracias a la publicación empiezan a producir aún más.
FF: Es el caso de Javier Núñez. Hace unos días, en una charla, él contaba su rutina de laburo. Tiene la contratapa del Rosario 12, le piden un cuento de acá, otro de allá, y la escritura se hace para publicar. Esa experiencia, que es un desafío, mete presión o afecta tu libertad creativa, pero implica tener un texto en la cabeza y saber que va a salir publicado, es mucho más estimulante que escribir y guardarlo en un cajón.
– ¿Les parece que hay editoriales que busquen marcar un sendero, dejar una serie con un estilo definido?
NM: Cada editorial tiene un estilo definido y se nota claramente. Si miras qué frecuencia de tiradas, qué tipo de literatura se proponen, ves que ninguna se repite, cada una tiene sus particularidades, no hay dos iguales. Eso es muy interesante.
– ¿Cómo se toma desde las editoriales y los escritores la tradición, pensando en las recuperaciones que se hicieron el último tiempo de algunos títulos y nombres de peso?
FF: Por un lado, tenés las operaciones que realizan los organismos públicos como la Editorial Municipal. De alguna manera, ellos en los ’90 empezaron a armar un canon, desde el cual construyeron una tradición y un mapa legitimador con Peirano, Vallejos, Bertolé, Oliva, Gandolfo. Lo fueron haciendo según el presupuesto y el laburo que demanda, pero con una política muy clara. Lo mismo hizo La Capital en su momento sacando libros de Mateo Booz o Facundo Marull, desde el ámbito privado, pero son operaciones que marcan qué es la literatura de Rosario, quiénes son los escritores. Uno dice: la tradición legitima. Entonces se afirma heredero o que viene a romper con eso. Hay una nota de Diego Colomba de hace unas semanas, en donde seleccionó algunos nombres, buscó poetas y los hizo ubicarse en relación a esos otros autores de la tradición. Lo peor que puede pasar es mirar para otro lado o desecharlo porque parece una boludez. Lo bueno de esto es que empieza a haber lugar para discutir, intercambiar opiniones.
NM: Me gusta pensar que hay otra gente que está pensando lo mismo, y eso nos pone en situación de diálogo que lo enriquece. Agustín Alzari me decía que no siempre el único valor para leer lo literario es la calidad del texto. Hay otros valores también para leer.
– ¿Qué continuidades y rupturas ven en los actores culturales en relación a experiencias pasadas, desde el mito Lagrimal Trifulca hasta lo que pasó después en los ’80 y los ’90?
FF: Creo que hay una recuperación de eso que es escribir, editar, publicar, buscar colegas. Ahora lo que hay son muchos más actores que hacen ese trabajo múltiple. Se está recuperando eso que nosotros decimos que se interrumpió con la dictadura y volvió con los ’90.
NM: Está el contexto argentino, pero también el mundial, en cuanto a cuál es el valor del libro como objeto. Impera la mercantilización del libro, una cosa bien de la cabeza yanqui de pensar que todo es pasible de ser vendido, por lo tanto, el libro es un producto de mercado y tiene un precio. Entonces, esa mensura en valor económico hace que también haya que replantear muchas cosas en el trabajo del escritor. Cuando se pone en crisis todo eso, los resultados se ven en los procesos culturales, que en este momento y en esta ciudad, tiene ésta característica de que hay una gran cantidad de gente produciendo literatura y no quedándose con el libro considerado una mercancía o una lectura desde la contemplación.
La realidad cultural nacional también se vio arrastrada por la ola de cambio del nuevo gobierno. El reemplazo de Alberto Manguel por Horacio González en la Biblioteca Nacional, con una revisión drástica de la actividad que había desarrollado la institución los últimos años, pasando de ser un centro cultural –como se intenta degradar la “pesada herencia” de González- a un recinto aislado y custodiado por fuerzas de seguridad, es un síntoma del giro hacia una cultura libresca, de recámaras y lecturas silenciosas: reinsertar a la Argentina en ese lugar deudor y siempre subsidiario respecto a lo occidental.
– Desde ese cambio que se ve en la línea a nivel cultural, hasta las políticas más específicas y de impacto cotidiano, como tarifazos, apertura importaciones, recortes y ajustes, ¿cómo creen que va a impactar en el activismo literario?
NM: Va a hacer que algunos proyectos no se puedan sostener por sí mismos. Las posibilidades de intercambio de información van in crescendo, pero el riesgo es volver a que la gente piense que un libro es solamente un objeto para comprar y vender. No me animo a decir que son retrocesos, son vaivenes de la cultura. El momento que vivimos políticamente tendrá su correlato en otro momento posterior. Hay decisiones que estuvieron muy bien tomadas antes y que ahora son reformuladas, pero tendrán su intervención crítica. El Estado tiene que tener intervención en el campo cultural, hay cosas que tienen que ser política de Estado. La Biblioteca Nacional, que es el archivo de todo el acervo del país, tuvo un rol muy importante con la editorial y eso hay que rescatarlo y cuidarlo.
2 comentario
Lamento mucho que no se esté informado correctamente y además, el párrafo tenga un gran furcio: «El reemplazo de Alberto Manguel por Horacio González en la Biblioteca Nacional», cuando en realidad, es al revés. Ahora bien, me encantaría que quien dice esto y lo que sigue, visitara hoy la Biblioteca Nacional, recorriera las instalaciones y hablara con la gente que hace más de 15 años que trabaja en esa institución, a ver qué opinan de lo que se está empezando a hacer ahí. Se llevarán una gran sorpresa (no digo grata, porque seguramente para quien tiene un prejuicio así, no será grato ver que no se cumple la victimización de quien quieren victimizar). Por otro lado, el tema de la biblioteca «custodiada», los invito a verlo también, y sino, leer la nota que de seguro no leyeron, porque no leerán La Naión, supongo: http://www.lanacion.com.ar/1913518-alberto-manguel-ya-esta-en-la-biblioteca-nacional
Como yo no soy fanática, y leo todo y me remito a los hechos, sólo cumplo en contar lo que conozco de cerca. Y no es con mala leche, sépanlo. Por lo demás, interesantísima la nota, pero cuando leo algo que no es real, me hace dudar de otras afirmaciones que leo en ella.
Gracias, Sabrina, por echar luz sobre el asunto. A veces, mucha gente, se queda con lo que lee en ciertos lugares y no indaga más allá. Luego son los «Medios hegemónicos» los que falsean e intentan construír la realidad. Pero, bueno, a esta gente le conviene esa narrativa respecto a la política actual. Ya se sabe como es esto. Saludos.
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