En una madrugada del invierno de 1974, Ángel Vázquez, Secretario del Sindicato de la Alimentación de Firmat, cae en mitad de una vereda, bajo las ruedas de una camioneta que escapa, rauda, después de atropellarlo. Un par de compañeros de trabajo lo trasladan hasta el hospital de la ciudad, de allí lo derivarán a un sanatorio en la ciudad de Rosario. Pero los esfuerzos serán inútiles. Después de varios días, Vázquez muere. Cuarenta y dos años después de aquel asesinato impune, el cuerpo de delegados de Nestlé Firmat lo homenajeó en el lugar donde fue asesinado: Bulevar Solís y Obispo de Oro. En la vida de ese dirigente sindical -y en su temprana muerte- puede leerse parte de lo mejor de la crónica obrera de esta región. Como escribió el poeta Jorge Boccanera, «una memoria roja que se deshace a gritos en la boca».
Por Jorge Cadús
Lo que vendrá
A mediados de 1973, a los pocos días de la asunción de Héctor Cámpora como presidente de los argentinos, un curioso accidente automovilístico sesgaba la vida de una enfermera, Luisa Eva de Gómez, al tiempo que dejaba gravemente heridas a otras dos personas. El dato sería anecdótico, si no fuera porque los tres ocupantes del automóvil eran delegados gremiales, y por esos días encabezaban la toma del Hospital General San Martín de Firmat, ciudad a la que regresaban después de una reunión con las autoridades de gobierno provinciales en Santa Fe capital.
La muerte de aquella trabajadora y dirigente sindical se constituye, a la luz de la historia que vendrá, en el primer atentado perpetrado en el país por uno de los grupos de tareas —o patotas— que confluirán, poco tiempo después, en la organización paraestatal denominada Triple A.
«Después de la dictadura militar 66-73, el 25 de mayo de 1973 quedó restablecido el orden constitucional. Pero finalizados los 49 días de la presidencia de Héctor Cámpora (25 de mayo-13 de julio de 1973), durante las presidencias de Lastiri (13 de julio – 12 de octubre de 1973), Perón (12 de octubre – 1 de julio de 1974) y sobre todo durante la presidencia de Isabel Perón (1 de julio de 1974 – 24 de marzo de 1976) la represión siguió un ritmo creciente contra peronistas de izquierda, líderes sindicales antiburocráticos, activistas sindicales de las grandes empresas, abogados, periodistas», relata Alejandro Teitelbaum en el artículo Represión en Argentina y memoria larga, publicado en abril del 2006.
Teitelbaum recuerda que el informe Nunca Más, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), «contabilizó 458 asesinatos durante ese período (19 en 1973, 50 en 1974 y 359 en 1975), obra de grupos parapoliciales, que actuaron principalmente con el nombre de ‘Triple A’, dirigida por José López Rega, ministro, sucesivamente, de Cámpora, Lastiri, Perón e Isabel Perón y secretario privado de los dos últimos».
Persecución en las universidades y en las fábricas, intervención de medios de comunicación, prohibición de revistas, películas y libros, detenciones y fusilamientos. La Triple A escribía con sangre el oscuro prólogo de los años por venir. Comisarios de la policía federal; agentes de las policías provinciales; militares retirados y en actividad; matones de las patotas sindicales; delincuentes comunes; más la complicidad de la embajada norteamericana, dieron forma a esta organización que actuó con impunidad, organizada y coordinada desde las estructuras mismas del poder de los estados provinciales y nacional.
La Triple A llegó a publicar periódicamente en los medios de difusión masiva listados con los nombres de aquellas personas que serían asesinadas si no abandonaban el país. En los años que van de fines de 1973 hasta marzo de 1976, la organización paramilitar cometió no menos de un millar de asesinatos.
Para la historia más difundida de la Triple A, su presentación fue en noviembre de 1973, en un atentado donde resultó gravemente herido el diputado radical Hipólito Solari Yrigoyen. Sin embargo, éste trabajo periodístico demuestra que los grupos parapoliciales, sostenidos con el dinero de grandes empresas de la región, funcionaron todavía antes de la aparición de la denominación Triple A, que en la práctica pudo servir a los fines de coordinar la acción de estos grupos en los grandes centros industriales del país.
Como bien lo describe Alejandro Teitelbaum en el trabajo citado: «el 17 de julio de 1973 fue intervenida la CGT de Salta y en esos días se produjeron ataques armados contra la CGT, SMATA y Luz y Fuerza de Córdoba. Dicha represión incluyó también en 1973 el asesinato de militantes sindicales: Carlos Bache, del Sindicato de Ceramistas de Villa Adelina, el 21 de agosto, Enrique Damiano, del Sindicato de Taxistas de Córdoba, el 3 de octubre, Juan Ávila, de la Construcción de Córdoba, el 4 del mismo mes, Pablo Fredes, de Transportes de Buenos Aires, el 30 de octubre, Adrián Sánchez, de Mina Aguilar, Jujuy, el 8 de noviembre de 1973. Los asesinatos políticos, de abogados y otros profesionales y de activistas sindicales siguieron en 1974 y 1975 a un ritmo creciente, y los sindicatos más combativos fueron intervenidos y sus dirigentes encarcelados”.
El atentado de junio de 1973 en las cercanías de Firmat, las muertes en octubre de ese año del periodista José Colombo, en San Nicolás, y del dirigente peronista Constantino Razetti, en la ciudad de Rosario, llevan tempranamente las marcas de esa organización.
Marcas que anticiparon los métodos que los grupos de tareas de la dictadura, a partir de marzo de 1976, harían abierta política de Estado. Y que demuestran también el accionar de estas bandas todavía antes de su organización y coordinación desde el Ministerio de Bienestar Social de la Nación. Acciones pagadas con fondos provenientes de empresas asentadas en la región, y con la participación de uniformados y miembros de la pesada de diversas organizaciones gremiales, y el conocimiento y la aprobación de funcionarios de los gobiernos de turno.
Como herramienta de control de las patronales sobre las organizaciones sindicales, como instrumento de los sectores dominantes de la Argentina de los tempranos ’70 para mantener sus privilegios, la Triple A se inscribe en un registro histórico, también en la crónica política de nuestro país. Allí está, antepasado aristocrático pero igualmente temible, la llamada Liga Patriótica, nacida en enero de 1919 como brazo paramilitar del gobierno radical encabezado por Hipólito Yrigoyen, en su política represiva contra las organizaciones obreras. En el libro Nada más que la verdad los periodistas Martín Granovsky y Sergio Ciancaglini remarcan que «la Triple A empieza a instalar la idea de que los muertos podían ser ‘subversivos’, una palabra que podía abarcar a un sacerdote, un delegado gremial, un profesor, un militante político o un estudiante (…) aunque no empuñara armas ni formase parte de grupos guerrilleros».
Los inicios
Ángel Vázquez, «el Negro», era el Secretario del Sindicato de la Alimentación de Firmat.
Había llegado a la ciudad obrera desde Los Molinos. Allí había nacido, en 1940. Allí había estudiado, en la Escuela Nacional Nº 4.
Llegó a Firmat en las conocidas migraciones internas, buscando el mango, con su experiencia como maquinista en buques de carga. Experiencia ganada durante su paso por la Marina. Como tripulante del Portaaviones Independencia dio un par de vueltas al mundo, y supo de otras geografías y otras miradas. De acuerdo al relato que hace su hermano, Ernesto Vázquez, en uno de esos viajes el Negro incluso «estuvo en Polonia, donde estaba Lech Walesa. No era un improvisado, él fue desmenuzando todo ese conocimiento».
En 1964, cuando la muerte de su padre, el Negro volvió a Los Molinos. Fue durante el sepelio que un familiar lo invitó a probar suerte trabajando en Nestlé. La propuesta era interesante, y a los pocos días llegó a la ciudad. Entró en la firma, en la sección máquinas.
Entonces la firma tenía cuatro turnos, y cerca de 200 empleados, y a Vázquez le tocó el turno de 04:00 a 12:00 horas. Nunca faltaba al laburo.
Por esos años, «el trabajo era más rústico», recuerda hoy un obrero jubilado: «ahora es más moderno, con computadoras. Eso ocupa menos personal. En la oficina, por ejemplo, había entonces veinticinco personas, y después hubo nada más que cuatro».
Como buen proletario, Vázquez supo de paros, cesantías, y presiones.
También supo que su nombre figuraba en varias «listas negras», que lo privaron del trabajo y el plato servido en la mesa. Fue en esas esquinas del trabajo y las ideas que construyó amistad, política y dignidades. Esas cuestiones, entre otras, lo llevaron a trabajar para crear, junto a compañeros como José Sánchez, un sindicato fuerte, que se haga eco de las necesidades y demandas de los obreros. Fue el motor del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación de Firmat, y –tal y como lo relatan las Actas del gremio- en su casa de la calle Independencia se concretaron hacia 1971 las primeras reuniones.
Supo entonces de las amenazas cuando decidió no vender la palabra y enfrentar nada menos que al poder económico de Nestlé en Firmat, a los corruptos dirigentes sindicales de la provincia -aliados al aparato estatal- y a sus mercenarios a sueldo.
Con Vázquez era otra cosa
José Sánchez lo acompañó desde siempre. Lo acompañó más allá de su desconfianza hacia los sindicatos, lo acompañó desde su amistad, trabada en tiempos del servicio militar.
Desde su casa de siempre en la ciudad de Firmat, Sánchez rememora: «nosotros no sabíamos nada de la vida en una fábrica. Y Vázquez viene y nos dice: che, acá no hay sindicato, no hay nada. Le digo: no me hablés de sindicatos; si tenemos que mezclarnos con los sindicatos, no cuenten conmigo. El Negro me dice: vos no sabés lo que estás diciendo, después vamos a hablar. Yo no quería saber nada, hasta que Vázquez me demostró que hay sindicatos y sindicatos».
Wenceslao Ponce también conoció a Vázquez desde aquellos primeros intentos: «yo trabajaba en la Nestlé, y ahí lo conocí, yo trabajaba igual que él en la Sala de Máquinas. El Negro Vázquez fundó el sindicato y compró el local. El era zurdo, defendía a los obreros. Y yo era el delegado de la sala de máquinas», recuerda.
«Vázquez vivía peleando con la patronal. En esa época el gerente era Emilio Weinstein, y el capataz Hugo Sabino Gismondi, que era piola. El Negro era petisito, negro, muy buena persona. No salía. A la mujer le decían ‘Bonis’. Leía muchísimo. En la fábrica escondía los libros en el túnel por donde pasaban los cables, en la sala de máquinas donde trabajábamos. Tenías tiempo de leer si querías, porque el trabajo no era mucho», detalla Ponce.
Todavía hoy, sus compañeros remarcan que era «una persona íntegra, que jamás negociaba los derechos de los trabajadores».
El modelo en cuestión
De acuerdo a la mirada del periodista económico Daniel Muchnik, autor de Argentina modelo. De la furia a la resignación. Economía y política entre 1973 y 1998, en los años del último gobierno peronista se enfrentan dos modelos contrapuestos: el alentado por una burguesía transnacional, donde se alineaban los sectores agroexportadores, dominantes en el país desde 1880; y una burguesía nacional, más modesta, con menor poder y una historia reciente que la remontaba a la década del ’30. Esa burguesía, reunida en la Confederación General Económica (CGE), se aliará con la Confederación General del Trabajo (CGT) en su proyecto de desarrollo del mercado interno, con límites a la presencia de capitales extranjeros.
En 1973 es esta alianza la que asume el poder. Sin embargo, sostiene Daniel Muchnik, «el peronismo de los ’70, que llegó con una gran esperanza popular al poder, no pudo responder a ninguna expectativa. En este péndulo endemoniado, hará su recorrido por última vez. El peronismo alentará el caos definitivo que estaba esperando (y alentando) la burguesía transnacional para acceder definitivamente al control de la economía».
El país perderá así, dice Muchnik, «una oportunidad histórica de forjar un modelo de acumulación nacional».
Una Argentina que reflejaba en su economía «la atomización y polarización de la realidad política», según describe Muchnik, en una situación que la muerte del presidente Juan Domingo Perón no hará sino agravar. A José Ber Gelbard y Alfredo Gómez Morales al frente del Ministerio de Economía los sucederá Celestino Rodrigo. Y serán las medidas aplicadas por Rodrigo las que quebrarán la historia económica en estos arrabales: «el ajuste más violento de la historia argentina con un régimen democrático altamente politizado», sintetiza Daniel Muchnik.
Las peleas del sindicato
El Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación de Firmat comienza a trabajar por el local propio, como lo registra el Acta N° 18 del gremio, de enero de 1973. El proyecto incluye también construir un sanatorio, dar forma a una farmacia sindical.
Con Vázquez a la cabeza, arranca a la empresa en esos años el pago del 100% por horas extras, del 300% por trabajo en días feriados, las vacaciones en la Colonia del Sindicato.
Una obrera –hoy jubilada- rememora una de aquellas peleas: «en la sección Hojalatería, donde trabajábamos muchas mujeres con máquinas muy pesadas, nos cambió la función y nos hizo incorporar a la categoría 2, con la que me terminé jubilando. Después le hicimos muchos reclamos a la Oveja Ortiz, pero nunca hizo nada».
Y aclara que, en realidad, el tal Oveja Ortiz «nunca laburó pero hizo la plata siendo sindicalista».
«Cuando pedía aumento, si no daban, íbamos al paro. El Negro era firme. A los de la empresa los tenía cortitos», recuerda otro obrero, también hoy jubilado de la firma.
Y aquellas medidas de fuerza eran contundentes.
Wenceslao Pone señala que «a los que no se adherían los marcábamos en el libro del personal. Yo, que era el delegado de sala de máquinas, les ponía al lado la ‘C’ de Carnero. Yo también discutía mucho con Simón Dulcich, que era el Jefe de personal. Me decía ‘¿Kely, qué significa esa C a lado del nombre de los empleados?’ Yo le respondía: ‘Colaborador, señor’. Y él me decía ‘¡Vamos Kely, no me jodas!'».
Las sumas y las restas
La pelea para construir un sindicato fuerte tenía demasiados frentes.
Y Vázquez sostenía esas batallas sin concesiones.
«La primer huelga que hubo, Vázquez fue traicionado. Nunca se le había parado a Nestlé en su vida en Firmat, y cuando se decide parar se sabía que era muy difícil, casi imposible que la gente se acoplara al paro», recuerda Juan Carlos Zariaga.
Y cuenta Zariaga que entonces, una asamblea decide «salir a parar a la gente que está de turno y convencerla de que no fuera. La comisión directiva era la encargada de hacer eso. Y uno de la comisión directiva, el día antes pasa parte de enfermo, pero después se comprobó que no estaba enfermo, sino que no quería comprometerse. Entonces después del paro el gerente de la fábrica, indignadísimo por ser la primera vez que le paraban, reúne a todos los de la comisión directiva. Y esta persona que dio parte de enfermo, tras las amenazas del directivo dijo ‘señor gerente yo no tuve nada que ver porque estaba con parte de enfermo’. Terminó la reunión, Vázquez pidió una asamblea y lo echó del gremio».
Zariaga consigna que «la fábrica cada vez perdía mas posiciones al lado de Vázquez. Era el único de todos los secretarios de los sindicatos que tenían todas las sucursales de Nestlé que los hacia arrodillar. Tal es así que un día lo llamaron, esto me lo contó él a mí, me dijo que le pidieron que parara la mano porque los echaban a todos los jefes de la planta. Había un malestar grande en Buenos Aires por lo que pasaba en Firmat. Todo eso fue acumulando cosas en contra de Vázquez y a favor nuestro porque sabíamos que teníamos un tipo que era súper derecho al que no había manera de sobornarlo».
Al mismo tiempo, el Negro intentaba organizar una CGT Regional que reuniera a los sindicatos de la zona sur de la provincia, junto a Juan Salvadeo –dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica- y Oscar Zariaga, del sindicato de trabajadores rurales.
«Con Vázquez era otra cosa», coinciden todos quienes compartieron esos años de pleno empleo, lucha y reivindicaciones.
El colmenar de industrias
Cuando amanecía la década del setenta, Firmat se levantaba como un fenómeno poco frecuente en el país. Como lo refleja una crónica de la revista Agro Nuestro, de agosto de 1973, la ciudad del sur santafesino era «un colmenar de industrias, con jerarquía internacional» creciendo «a impulso del progreso».
La reseña remarcaba que Firmat, apoyada en el desarrollo del agro y la industria, «no es un lugar petrificado, estático, es un lugar dinámico, capaz de crear un fenómeno infrecuente en nuestro país: desarrollar un parque industrial independiente, a despecho de su reducida área y población».
En esos años, la geografía de la región se escribía al amparo de nombres como Hugrimaq, Alcal, Establecimientos Metalúrgicos Budassi, Industrias Agromecánicas, Establecimientos Durany, Nasazzi y Ziraldo SRL, Molineris y Cía, Talleres Metalúrgicos Pricero, Metalúrgica Indar, Flopermi SRL, sumados a más de medio centenar de pequeños establecimientos.
Y la fuerte presencia de dos firmas que marcaban el pulso de la vida cotidiana de Firmat: la poderosa Nestlé, que había llegado hacia 1951 a la ciudad; y Roque Vassalli SA, cuyo fundador era por entonces intendente de la ciudad.
Agro Nuestro -revista editada entonces por Federación Agraria Argentina- reproduce el testimonio de varios vecinos de la localidad santafesina: «Lo que caracteriza a nuestra ciudad -sostiene el relato del entonces presidente del Centro Comercial e Industrial, Camilo Alfredo López- es que no existen diferencias sociales, pues tanto el industrial como el comerciante o el obrero, concurren a los mismos lugares, frecuentan los mismos círculos, sin que se manifieste ningún tipo de discriminación».
Pero ese mismo agosto de 1973 de la reseña de la revista Agro Nuestro, la crónica policial reflejaba otra cara de la ciudad santafesina: el auto en el que viajaban una mujer de 50 años, su hijo de 16 y un vecino de 56 años era acribillado por las fuerzas policiales.
El coche había resultado sospechoso a los agentes del orden, sus ocupantes no escucharon la voz de alto, y la policía disparó.
Don Roque
El «colmenar de industrias» era gobernado por entonces y desde hacía varios años por Roque Vassalli.
Hijo de inmigrantes abruceses, el hombre -que gustaba definirse a sí mismo como «un gringo nacional»- había nacido en Cañada del Ucle, un pueblito del sur santafesino, el 30 de enero de 1915.
Hacia 1949 se instaló con su familia en una Firmat de apenas 5.000 habitantes, de pocas calles asfaltadas y una incipiente red de luz eléctrica, montando un taller que bautizó Establecimiento Metalúrgico Vassalli. Dos años después, diseña el primer equipo maicero.
En 1954, comienza a tejer sus prolongados lazos con poderes de turno a partir de créditos que el Banco Industrial le concede -a instancias del Ministerio de Economía de la Nación- para fabricar anualmente 250 equipos maiceros que venderá al Ministerio de Agricultura de ese mismo gobierno. La plataforma maicera se impone gracias a ésta y otras medidas de fomento oficial, con generosos créditos para su fabricación que el Estado otorgó a firmas como Vassali, Druetta y Giubergia.
De allí en adelante vendrán la Súper Vassalli, y, hasta su retiro en 1988, su empresa, Roque Vassalli SA, desarrollará 22 modelos de cosechadoras.
Aquel «gringo nacional» había alcanzado la intendencia de la ciudad por primera vez el 12 de octubre de 1963, como candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente, donde había llegado de la mano de un viejo dirigente local: Bruno Giordano.
Diez años después, en 1973, había renovado el cargo como candidato del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli).
En el medio, quedaba su participación como interventor en las dictaduras encabezadas por los generales Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Agustín Lanusse.
Por delante, la profecía de su connivencia con los generales de la dictadura que se instalaría en marzo de 1976, a la que prestó servicios como intendente; su cercanía con los interventores del gobierno santafesino, los almirantes Jorge Aníbal De Simone y Rodolfo Luchetta; su catolicismo belicista influenciado por Monseñor Victorio Bonamín; sus negocios con el alfonsinismo y el menemismo, de la mano de Domingo Felipe Caballo, aquella definición que le regaló al escritor Jorge Isaías en sus Casi Memorias: «soy un hombre que quiero a mi país».
El Gobierno de Sylvestre Begnis
Al asumir como gobernador de Santa Fe en 1973, Carlos Sylvestre Begnis encontraría una provincia diferente a la que había dejado en 1962. Alejandro Damianovich, en su trabajo Las gobernaciones santafesinas, registra que al iniciar su mandato ante la Asamblea Legislativa, el flamante gobernador «hizo un frío diagnóstico», donde detalló «un fuerte déficit fiscal, sumado a una importante deuda pública, en un marco inflacionario, con desocupación y fuerte presión impositiva sobre las actividades productivas».
Miguel de Marco, autor del libro Carlos Sylvestre Begnis, relata allí que «una de las primeras cuestiones a resolver por la cartera de Gobierno fue el delicado tema del copamiento de distintas instituciones: fábricas, hospitales, universidades, escuelas, comunas, periódicos y radios, entre otras, por parte de sectores y agrupaciones políticas que, una vez consumada la ocupación, proclamaban distintos tipos de planteos. El fenómeno de ‘las tomas’, que caracterizó a la presidencia de Cámpora, fue un canal de confirmación de derechos conculcados, al mismo tiempo que una demostración de rechazo a todo aquello que simbolizara la continuación del régimen militar o al antiperonismo».
De Marco detalla que «en 60 a 70 comunas se vivieron escenas de gran dramatismo cuando sectores que perdieron en las elecciones tomaron por la fuerza los edificios comunales. Recuerda el ministro Rosúa que una mañana le notificaron de la toma de Los Quirquinchos por parte de militantes de la democracia progresista. Fue entonces que Sylvestre Begnis le dijo: ‘Esto es un descalabro, si los demócratas se han avivado… ordená el desalojo de todos con la policía porque estamos desbordados. Si los demócratas progresistas toman la comuna hemos perdido el control del Estado’. Entonces, la policía comenzó a recuperar comuna tras comuna».
Una de las medidas con mayor repercusión adoptadas por el entonces ministro de gobierno Roberto Rosúa, fue «dejar sin efecto las disposiciones por las cuales se colocaban vallas en los accesos a las comisarías, ordenó el retiro inmediato de toda especie de cerramiento de tránsito y pidió que se facilitara el uso del público a las mismas, por considerar que habían desaparecido las razones que habían impuesto la adopción de esas medidas de seguridad», relata De Marco, y reproduce el compromiso que el por entonces ministro asumió ante los medios: «Se propone este gobierno, y ya ha dado importantes pasos, separar de las funciones específicas de la institución todo aquello que la convertía en un apéndice del Ejército y en un instrumento de represión de los movimientos populares».
El Prólogo de la Triple A
En la Firmat que también se hace eco de la primavera democrática encarnada en Héctor Cámpora, el Hospital General San Martín permanece tomado durante varios días por los gremios más representativos de la ciudad. Fue en los meses de mayo y junio.
Cuenta el periodista Mariano Carreras: «la institución presentaba ciertas anomalías que no eran bien vistas por los trabajadores. La toma fue encabezada por Ángel Vázquez (Alimentación), Oscar Zariaga (sector rural), Juan Salvadeo (Sindicato de los Metalúrgicos) y Luisa Eva de Gómez (Delegada del Hospital)».
Horacio Zamboni fue el representante legal del Sindicato de la Alimentación firmatense, y señala que «entre mayo y junio de 1973, con el gobierno de Cámpora, hubo una ocupación general de fábricas y lugares públicos en todo el país, y en la provincia también. En Firmat se ocupa el Hospital. Lo ocupa no solamente la gente del hospital, sino que en apoyo de la gente del hospital lo ocupan los otros sindicatos de la ciudad. Los sindicatos fuertes de la ciudad eran la UOM -con un secretario general que simpatizaba con las ideas de Vázquez, que se llamaba Juan Salvadeo, y era secretario adjunto de la UOM Venado Tuerto- y el de la Alimentación. Juntos habían organizado una CGT regional, con Vázquez y Salvadeo al frente. Ellos ocuparon el hospital, que incluso fue tiroteado un par de veces».
En mitad de aquella ocupación aparecen algunas internas en los gremios (allí está el comunicado de la Lista Azul de la industria de la alimentación, bajo las firmas de Pedro Tulián y Eleuterio Ortiz, oponiéndose a la toma del hospital); y se registra la primera de las muertes producidas por los grupos de tareas que confluirían, poco tiempo después, en la Triple A.
Cuenta Zamboni: «van a una reunión en Santa Fe, a la gobernación o al ministerio de gobierno. Y sufren un atentado en el camino, le tiran encima un vehículo, y allí muere la delegada del hospital, una enfermera, queda muy malherido Salvadeo, estuvo grave mucho tiempo y quedó con secuelas, y Vázquez herido. Y fue claramente un atentado. Estamos hablando de mediados del 73».
Para el reconocido abogado, aquel atentado que mutiló la vida de Luisa Eva de Gómez, la delegada del hospital de Firmat, puede encuadrarse dentro de los crímenes de la Triple A en la región, ya que sus autores «son los mismos que después fueron la Triple A. No puede decirse acá empezó la Triple A, como investigación policial sería fantástico, desde el punto de vista histórico sería el ideal conocer los detalles, pero eran ellos. La patota de la UOM, la patota de Cuello, en San Nicolás la patota de Rucci, si se estudia la historia de San Nicolás, ¿cuál es la diferencia entre la patota de la Triple A y la patota de Rucci?», afirma Zamboni.
Un fangote de guita
El relato cruza fechas, empalma las historias negadas.
Completa la fantástica crónica de la construcción de una pelea diaria por los derechos laborales.
De las conquistas, de las rebeldías.
De las ausencias que siguen doliendo a la zurda del pecho.
El relato de Juan Carlos Zariaga hoy, este hombre que fue un pibe al lado de Vázquez, muestra parte de lo que pudo ser, y no fue.
«Un día me va buscar a mi sección –dice Zariaga- Yo trabajaba en el balancín. Va y para el balancín, y me dice ‘tengo que hablar con vos’. Eran las cuatro y media de la tarde. ‘Tengo algo que contarte’, me dice».
El diálogo entre el Negro y Zariaga, recordado palabra por palabra por este hombre, es antológico.
Forma parte de las mejores páginas de la historia obrera regional.
Una historia escrita con dignidades cotidianas.
-Bueno, contá- dice Zariaga.
-Primero te voy a hacer una pregunta. ¿Qué harías vos con cien mil pesos?- ataca el Negro.
Cien mil pesos en 1974. Una plata muy grande. «Supongamos que cien mil dólares de ahora», dice el hombre Zariaga años después de aquel diálogo.
-¿A quién hay que matar?- le suelta entre risas el pibe Zariaga.
-¿Que harías?- insiste Vázquez. Mira el reloj y explica:
-Me ofrecieron hace una hora y cuarenta minutos esa plata.
-¿Quién?- indaga el pibe, ya serio. Vázquez sonríe.
-El gerente y Dulcich. Para que renuncie y me vaya- le dice Vázquez.
-¿Qué esperas que no agarras? Es un fangote de guita- arriesga Zariaga.
Para entonces esa plata, ese «fangote de guita», representaba algo así como dos casas medianas en la Avenida Santa Fe, el lugar más caro de Firmat. Era ocho, diez veces más de lo que le correspondía si lo echaban. Vázquez, el Negro Vázquez, aquel morocho petisito y medio prepotente, de pocas sonrisas pero siempre anchas, aquel que salía poco y leía todo el tiempo, le suelta al pibe Zariaga su mejor lección:
-Vos estás loco. ¿No me conoces todavía?- dice. Y marca a fuego en la memoria de aquel pibe, hoy hombre, una frase que lo acompañará toda la vida. Lo acompañará hasta este momento en que este tipo vuelve a ser el pibe aquel, y la suelta delante del grabador:
-Vos sabés bien que no hay oro en el mundo que compre a Vázquez.
Era fines de enero de 1974.
La noche sobre los cuerpos
José Sánchez, compañero y amigo de Vázquez, recuerda que un par de días antes de su muerte, «estábamos en una reunión, y se hizo las 4 menos 20, nosotros entrábamos a trabajar a las 4 de la mañana. Bueno, a las 4 menos 20 nos fuimos a trabajar, y en el camino pasó una camioneta muy cerca de él, por el lado de él. Cuando nos vemos dentro de la fábrica le digo ¿qué te pasó, Negro? Y me cuenta: uno me tiró la chata por delante, decí que estaba bien despierto, la vi y me tiré a un costado, y el que iba en la chata se fue para otro lado. Yo pensé que eran cosas del Negro, porque era un poquito exagerado».
También Juan Carlos Zariaga detalla que Vázquez le relató que sufría amenazas y aprietes.
«El Negro viene y me cuenta que el sábado estaba solo en el gremio, a la nochecita, tipo seis y media, y llegaron dos tipos. Él me dice ‘en mi vida los había visto, y preguntaron por Ángel Vázquez. Cuando entraron y uno giró para cerrar la puerta vi que llevaba un arma, una 45. Yo me di cuenta porque algo percibo de que me venían a matar. ‘¿Ángel Vázquez?’ me dicen así de una. ‘No está’, les digo. ‘¿Cómo que no está? ¿Donde está?’, me dicen. Y yo les digo ‘se fue a la fábrica’. Los tipos me preguntan ‘¿Y usted quién es?’. Y yo les digo ‘Rosales’. Rosales era un pibe que tenía mucha similitud con él», recuerda. Y dice que «esa noche no pude dormir. Que él lo tomara así, me parecía como una película. Esa fue la última vez que yo hable con él. Eso fue el martes a la madrugada. Nos habremos ido a la una de la mañana. El miércoles entraba a las 4 de la mañana. Y a las cuatro de la mañana lo mataron, no lo mataron en el acto. Lo llevaron a Rosario y después murió, pero molido. A las cuatro de la mañana lo agarró una chata, así que estaba en lo cierto, era boleta».
El viernes 18 de julio, la camioneta dio en el blanco.
La noticia publicada en el periódico El Correo de Firmat tituló en su Sección Policiales: «Accidente de tránsito entre un automotor y un ciclista que se encuentra muy grave».
Allí, la noticia a dos columnas cuenta que «El día 18 de julio, siendo aproximadamente las 4 horas, se recibió en la Guardia de la Seccional local de Policía, una llamada telefónica desde el Sanatorio Firmat, informando que momentos antes había sido internada una persona que sufriera un accidente».
«Al concurrir personal policial -continúa la nota- constató que la víctima era el vecino Ángel Vázquez, argentino de 34 años, casado, domiciliado en Independencia 1085 de esta ciudad, empleado de Fábrica SA Nestlé…»
Otras miradas
Ese viernes 18 de julio, minutos antes de las cuatro de la madrugada, los obreros de Nestlé enfilaban como cada día para la fábrica, para cubrir el turno. Uno de esos obreros recuerda con claridad que «en el Boulevar, una camioneta roja con trompa blanca me cruza, dobla por Solís como yendo para la fábrica, y se pierde en el suburbio».
A pocas cuadras de allí, frente a la cancha del Club Frediksson, esa camioneta había atropellado a Ángel Vázquez.
El cuerpo del «Negro» queda tendido en plena vereda.
A su lado, hecha un amasijo de hierro y cuero, su bicicleta.
El mismo recuerdo se hace tristeza en los ojos de Sánchez: «yo iba a la fábrica, y veo una chata, y el Negro Vázquez como a diez metros, tirado en medio de la tierra. Le digo, ¿qué te paso, Negro? Y el Negro alcanza a decirme: Me quisieron matar. Al lugar llegó Molina, un compañero de la fábrica, que era de otro mundo, nada que ver con nosotros, nada que ver con nadie. Y Molina nos dice: yo lo conozco al de la chata, es un peronista asesino. Lo llevamos al Negro al hospital, y al poco tiempo murió».
Wenceslao Ponce se enteró a los pocos minutos, y dice que «siempre se supo que lo mataron por defender al obrero, para mí la patronal tuvo que ver».
«Yo estuve en el lugar, porque fuimos con el doctor Zamboni a sacar fotos. Se notaba que el Negro iba al lado del cordón derecho, fue más o menos a mitad de la cancha del Club Fredriksson, pasando el primer arco. Y que quien lo atropelló cordoneó para embestirlo», relata.
La represión generalizada
Agosto de 1974 no fue una fecha más en la historia sindical argentina: «En agosto de 1974 el Gobierno le retiró la personería gremial a la Federación Gráfica Bonaerense, y en octubre fue detenido su secretario general Raimundo Ongaro. También en agosto de 1974 el sindicato SMATA Córdoba, en conflicto con la empresa Ika Renault, fue intervenido por la dirección nacional del gremio. La mayoría de sus dirigentes y activistas fueron encarcelados», sostiene Alejandro Teitelbaum.
Dos meses después, en octubre de 1974, la policía allanó el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, encabezado por el mítico Agustín Tosco, quien consiguió eludir la detención.
Tosco se vio entonces obligado a ocultarse hasta su muerte, el 5 de noviembre de 1975.
«Sólo en 1974 fueron asesinados por lo menos veinticinco activistas sindicales. El mismo año también fueron asesinados los abogados Rodolfo Ortega Peña, (que era diputado nacional) en julio, Alfredo Curutchet y Silvio Frondizi, en setiembre y las abogadas y periodistas Nilsa Urquía y Marta Zamaro, de Santa Fe, vinculadas al gremio gráfico liderado por Raimundo Ongaro y a la CGT de los Argentinos, en noviembre», remarca Teitelbaum.
Nombres y señales
«A la chata la encontramos en la provincia de Córdoba, yendo por Cruz Alta, por allí, abandonada en un campo, como a 150 km de acá», recuerda José Sánchez. Según registran las Actas Oficiales Nº 29 y 30 del Sindicato, se intentó investigar «el atentado contra la vida del compañero Vázquez».
Sin embargo, la investigación nunca prosperó.
«Nadie hizo nada», recuerdan sus compañeros, para quienes no hay demasiadas dudas sobre quién apretó el acelerador, sobre quién disparó la orden. «Era en pleno auge de la Triple A», sostienen.
Para Juan Carlos Zariaga, la muerte de Vázquez puede pensarse desde dos alternativas: «yo que sabía que le habían ofrecido plata para irse digo que una posibilidad es la fábrica, y la otra es el gremio. Pero los de arriba, los de Buenos Aires. Había un secretario que hacía 25 años que estaba, que no había manera de sacarlo, y en el Congreso de 1973 Vázquez se le había tirado en contra y le había movido el piso».
El testimonio de un trabajador que supo ser compañero de Vázquez y hoy está jubilado, pone nombre a la impunidad: «un día voy al hospital y lo encuentro al jefe de personal de la Nestlé. Me llamó, y le digo ¿qué pasa Dulcic? Y me dice, estoy muy mal, estoy muy enfermo, y no tengo doctor para mí, y no es porque no haya doctor, es porque soy yo. Yo, que soy el organizador de la muerte de Vázquez. Y ahora vengo a pedir ayuda para mí, y no hay. Y para los que yo maté sí hubo ayuda. A los dos o tres días me llaman y me dicen: andá al hospital que hay un problemón. Yo era amigo de los empleados del hospital, así que voy y me dicen: se mató el ex jefe de personal de Nestlé», recuerda el viejo militante sindical.
El entramado de complicidades que transforma el crimen de Vázquez en un ejemplo de cómo los sectores dominantes de la Argentina de la década del setenta estaban dispuestos a mantener sus privilegios va más allá todavía de los directivos de la firma Nestlé.
Poder político cómplice a nivel local y provincial; dirigentes sindicales corruptos; y mano de obra ligada a las fuerzas de seguridad conforman la génesis de una estructura represiva que, poco tiempo después, se conocería como Triple A.
Tramas
Para ese año 1974 del asesinato del «Negro» Vázquez, la producción lechera en el país rondaba los 5.100 millones de litros anuales, de la cual el 67% se destinaba a la industrialización, mientras que el consumo de leche por persona era cercano a los 67 litros por año.
En el sur provincial se procesaban 800.000 litros de leche diarios, mientras que la región recién comenzaba a garabatear la geografía de la patria sojera: para la campaña 1973/1974, la provincia de Santa Fe sólo registraba una cosecha de 225.000 toneladas de soja, sobre una cosecha total de 496.000 toneladas en todo el país.
No obstante, desde las páginas de los órganos de prensa de las empresas del sector, se reclamaba «una acción estatal que deberá brindar las condiciones indispensables para el desarrollo de una sana producción a corto y mediano plazo, y moderando las presiones tributarias». La revista Cotar sostenía en su número de noviembre de 1975: «esta es la única forma de salvar un sector castigado y sin embargo de un brillante porvenir en el país».
Ya un año antes, en la Asamblea Ordinaria Anual de la Cooperativa de Tamberos, se pedía limitar las crecientes demandas de los trabajadores: «se destaca que el balance arrojó pérdidas», derivadas en buena parte «de reajustes salariales y problemas laborales con huelgas», advierte el directorio.
Al mismo tiempo, el gobierno encabezado ya por María Estela Martínez de Perón advertía que reprimiría a los obreros que resistieran el llamado Pacto Social, sostenido por los sindicatos oficialistas y el Ministro Gelbard.
La solidaridad de clase
En ese marco, la lucha gremial por el salario justo tenía, en el sector lácteo, uno de sus puntos fuertes, encabezada por la Comisión Interna de Cotar, en Rosario.
El abogado Horacio Zamboni, representante de esa Comisión Interna, cuenta que «Cotar junto a los sindicatos de la alimentación de Nogoyá (Entre Ríos), Villa María (Córdoba), y Firmat se habían coaligado -es el único caso que conozco- en forma defensiva. Estos sindicatos se comprometían a no procesar la leche de las otras usinas si entraban en conflicto. Y entró Cotar en conflicto. Y 150 ó 200.000 litros de leche fueron a parar a la empresa Nestlé, en Firmat. Y el Sindicato de Firmat, haciendo honor a sus compromisos, no aceptó procesar la leche, y la leche terminó en las cunetas del camino».
Juan Carlos Zariaga recuerda también aquella pelea conjunta: «hay un conflicto en COTAR, en la fábrica Rosario. Y deriva la leche a Nestlé. Entonces los directivos del sindicato de COTAR vienen a pedir colaboración a nosotros para que no recibiéramos la leche. Nosotros hicimos una asamblea, y en la asamblea se decidió ayudarlos, pero nos enteramos que si no la traían acá la iban a llevar a Nogoyá o a Villa María. Entonces se para la fábrica ese día. Estábamos en el sindicato y Vázquez me manda a mí y otro muchacho de apellido Rossi a Villa Maria, y a otros dos muchachos a Nogoyá, a pedir colaboración. Y esto, que parece tan simple, no fue tan simple. Hubo muchas negociaciones, y aparte porque los directivos de la fábrica estaban indignadísimos de que Vázquez les torciera el brazo tantas veces, no era normal para ellos».
Zamboni remarca que «es en estas circunstancias que es asesinado Ángel Vázquez, por orden de la Triple A. Y es el diputado Hipólito Acuña, del gremio de la Alimentación de la ciudad de Santa Fe, quien dio la orden. Esto me lo dijo a mí el entonces Ministro de Gobierno de la provincia, Roberto Rosúa, él me dijo que había sido Hipólito Acuña quien lo había ordenado», asegura el abogado.
Y enfatiza que «esto es una verdad a voces, porque además como elemento intimidatorio ellos se encargaron de decir que lo habían matado. La muerte de Vázquez puede encuadrarse dentro del accionar de la Triple A. Hipólito Acuña era diputado nacional, secretario de la alimentación de la ciudad de Santa Fe y era fundador de la Triple A. Y él lo ordenó matar. Y además fueron al velorio a decir que habían ordenado matarlo. Fue gente de Rosario, entre otros quien era secretario general del sindicato de Rosario. Fueron a decir que lo habían hecho cagar, y que iban a hacer cagar a cualquier otro si fuera necesario. Ese era el sentido de la muerte, y les dio resultado, porque la gente se asustó. Y Vázquez no era un caso aislado en Firmat».
Otra vida sindical
Los testimonios coinciden que la cosa cambió desde ese 2 de agosto de la muerte del Negro.
Lo relata José Sánchez: «ahí empieza otra vida sindical. Como yo era el segundo de Vázquez, quedé en lugar de él, a pedido de la gente. Hasta que un par de días después me llaman de la fábrica, y me dicen, Sánchez, vayasé, renuncie. Nosotros le pagamos 5.000 pesos, y le damos una semana para que lo piense bien. Los muchachos del sindicato me dijeron que sí, que renuncie. Y renuncié. Igual seguimos varios años peleando con el sindicato desde afuera de Nestlé, acompañados con otros muchachos que quedaron dentro de la fábrica».
A principios de diciembre de aquel 1974, cuatro meses después de la muerte de Ángel Vázquez, el Sindicato celebra sus elecciones.
Fue entonces que al frente del sindicato quedó Claudio Guardamaña, «muy ligado a la patronal. Si te quejabas por algo era capaz de ir y pedir que te echen», remarcan los testimonios.
Juan Carlos Zariaga recuerda que Guardamaña «tuvo todo el apoyo de la fábrica. La fábrica compró voluntades y en la elección ganaron. Metió el miedo, metió el terror con lo que le pasó a Vázquez. A mí muchos compañeros me trataban de extremista, como si yo en ese momento supiera lo que era un extremista. Entonces fue un fábrica del miedo, y volvieron a triunfar. Se quedaron con el gremio, la fábrica se quedó con el gremio. Y después la fábrica digitó todo. Le daba el manual a los del gremio con lo que tenían que hacer. Y en algunas cosas le daban beneficios. Vos fíjate que al poco tiempo que matan a Vázquez dan un aumento, cuando antes de entrar ellos no daban aumentos. Mucha casualidad. La fábrica quería que la gente estuviera tranquila, poder manejar a gusto y piachere. Vos te movías y la fábrica sabía lo que hacías. Un día pedimos una asamblea por cosas que no estábamos de acuerdo, y ese día el secretario apareció con un contrato que se iba a firmar con el Hospital Italiano. Yo le dije ‘yo sé que en dos horas Dulcic sabe todo. Si vos vas y se lo contás’. Incluso se comentaba que los propios del gremio apuntaban a quien había que echar…».
Vendrá la muerte…
El viernes 14 de febrero de 1975, pasado el mediodía, el secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Alimentación y diputado nacional por el Frejuli santafesino, Hipólito Acuña, encontró la muerte dentro de su automóvil, frente a la casa que ocupaba en pleno centro de Santa Fe capital.
El diario Clarín del día siguiente remarcaba desde su tapa la muerte del diputado justicialista, y en la crónica del hecho consignaba que «el atentado se perpetró a las 13:15 horas, cuando el legislador se disponía a estacionar su automóvil frente a su domicilio, San Martín 2675. En esas circunstancias un coche Fiat -no se pudo establecer en un primer momento si era un 125 ó un 128- estacionó en el lugar y su tres ocupantes balearon a Acuña».
«Alcanzado por varios impactos -no menos de seis-, el legislador fue trasladado en su propio automóvil por uno de sus hijos, que salió de su casa al escuchar los disparos, hasta el Hospital Piloto, donde falleció una hora después», seguía diciendo la crónica del matutino porteño.
La misma tarde de la muerte de Acuña, la agencia de noticias Télam informaba que Montoneros, «la organización autoproscripta», se adjudicaba el atentado.
Acuña tenía entonces 41 años, estaba casado, y era padre de dos hijos. Tal como lo registraba la noticia publicada en Clarín, era considerado uno de los dirigentes más allegados al vicegobernador provincial, Eduardo Cuello, en la interna que lo enfrentaba al gobernador Carlos Sylvestre Begnis.
La sombra de la traición
Hipólito Acuña había nacido en 1934 en la ciudad santafesina de Gálvez.
Siempre ligado al gremialismo -desde el sindicato de la carne o de la construcción-, llegó a convertirse en 1970 en secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación, en cuya sede de San Martín 3119 serían velados sus restos, en febrero del 75, antes de ser enterrados en su ciudad natal.
Desde ese sindicato, Acuña supo construir el poder y las alianzas necesarias para ocupar, en 1973, un lugar en la lista de candidatos a diputados nacionales por el Frejuli santafesino. En la Cámara de Diputados de la Nación formó parte de la denominada Rama Gremial del Frente, e integró las comisiones de Agricultura y Ganadería y la Investigadora de la CAP. Ese mismo año en que fue electo diputado, Acuña se convirtió en el secretario adjunto de la regional Santa Fe de las 62 Organizaciones Peronistas.
Apenas conocida la noticia de su muerte, el delegado regional de la CGT, Ricardo Centurión, convocaba a un plenario «para adoptar resoluciones ante la trágica muerte del compañero». Del plenario resultaría una convocatoria al paro general por 24 horas para el día martes 18 de febrero, en repudio a la muerte de Acuña, al tiempo que se desprenderían fuertes críticas hacia las figuras del gobernador Sylvestre Begnis y su ministro de gobierno, Roberto Rosúa.
Por su parte, el diputado Jorge Salomón sostenía que el atentado se registraba «en momentos en que la Presidente de la Nación trabaja por alcanzar la meta de la Argentina Potencia, predicando a la vez la paz y la concordia entre los argentinos». Salomón, entonces interventor del Partido Justicialista, enfatizaba que «desoyendo ese mensaje patriótico y humanitario, aparecen desde la sombra de la traición cometiendo actos aberrantes, como el que tronchara la vida al compañero Acuña».
Para la secretaría general de la CGT, sin embargo, la cuestión iba un paso más allá: «el hecho ocurrido en Santa Fe no es de mero carácter interno sino que se está en una campaña que quiere socavar las raíces del ser nacional», afirmaba en una nota que en esas horas enviaba a la Presidencia de la Nación.
Los recuerdos de Horacio Zamboni
Horacio Zamboni fue asesor del Sindicato de Obreros y Empleados Petroquímicos Unidos (SOEPU), de la comisión interna de Cotar y del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación de Firmat. El relato de sus propias vivencias, desde su inserción en la política hasta las amenazas de la Triple A, la cárcel y el exilio, se convierte en un testimonio vital para retomar el debate acerca de lo ocurrido en el sur de Santa Fe en aquellos años, y del por qué de la sangre obrera derramada.
-En los primeros años de la década del ‘70 el campo obrero soportó una fuerte represión de la mano del Estado, con el accionar de grupos parapoliciales. ¿Cómo vivió esta represión?
-En mi caso particular fui condenado a muerte por la Triple A, junto a otra abogada, Diana Álvarez, abogada de Sulfacid. Un comando San Martín, de la Triple A, nos condenó a muerte a mediados del ’74. Pero bueno, los dos sobrevivimos. Pero se venía hablando desde mucho tiempo antes, toda la gente estaba en pie de guerra, porque las amenazas eran permanentes, las pintadas, los cruces verbales en la CGT, en la calle, los volantes. No había ningún lugar a dudas, te diría que la mayor parte estaba armada con armas cortas para la defensa personal.
Y por supuesto que había conexión entre el accionar de estos grupos parapoliciales y la burocracia sindical. El volante con el que nos condenaron a muerte a nosotros fue sometido a una pericia mecanográfica, y era de la máquina de escribir del Sindicato Petrolero de San Lorenzo, el SUPA. Yo no estuve en eso porque ya estaba exiliado en Perú, pero además es sabido que eran ellos. La muerte de Ángel Vázquez, por ejemplo, fue ordenada por Hipólito Acuña, secretario de la Alimentación en Santa Fe, y uno de los fundadores de la Triple A en la provincia. Él y probablemente Eduardo Cuello, que era de la UOM de Venado Tuerto. Esa zona era muy transitada por él: Firmat, Venado Tuerto, Villada. Tenían prostíbulos, decían que Cuello era uno de los que regenteaba el mundo de la prostitución. Yo no te lo puedo asegurar, pero era una verdad a voces.
-¿Cómo recuerda la muerte de José Ignacio Rucci?
-Hay documentos del Sindicato de Petroquímicos, donde está la posición que tenía ese sindicato, que yo asesoraba, y coincido plenamente con esa posición. Nosotros estuvimos en contra de la muerte de Rucci. Estuvimos en contra por el método. Ahí está ese documento donde se explica, bueno, estamos en contra de Rucci, siempre estuvimos en contra de Rucci, creemos que hay que voltearlo, sacarlo, expulsarlo del sindicalismo, pero este no es el método. El método es el de los trabajadores. No el de un comando que viene y asesina, le niega el protagonismo a la clase obrera y la deja pintada para recibir las consecuencias de un acto que no ha sido decidido por ella y que no es democrático, además. Y era la escalada. No es que los grupos paraestatales se hacen por la muerte de Rucci, se hubieran hecho de todas maneras, pero es uno de los puntos que les permite a ellos aparecer públicamente.
-¿Cómo definiría a la Triple A?
-Es un grupo armado fascista en el sentido más clásico del término, cuyo objetivo fundamental es liquidar en primer lugar a todo tipo de reacción que tenga ver con el movimiento obrero. Este es el eje central de todo esto. Lo demás es secundario. Por eso más de la mitad de los muertos de todo el Proceso son dirigentes sindicales de base. Y lo que se llamaba burocracia sindical se sigue llamando, porque siguen: todos estos Moyano, Pereyra, son de la Juventud Sindical Peronista. Y podría sumarse al accionar el tema de las patronales. No descarto que haya patronales que hayan fomentado esto, lo que sí han colaborado: colaboraron prestándole apoyo, sobre todo económico, y a partir del golpe (de 1976), ellos son los que pasaron las listas para detener y eliminar a los trabajadores. Con algunas excepciones, por ejemplo el caso Petroquímica, en San Lorenzo, donde se negaron a dar la lista. Por supuesto que la gente estaba presa, pero ellos no dieron la lista, contado esto por el propio responsable de esto, que fue secuestrado incluso por un comando de la Marina, que lo acusaba de ser colaboracionista por esta conducta, cosa que no era así. El tipo era un cuadro capitalista que creía que ese no era el camino de combatirlos. Ese tipo no los denunció, pero el día que los compañeros salieron en libertad los despidió. Después les pagó la indemnización, previa sentencia judicial, de manera que el tipo se aseguró que no pudieran volver nunca más a la fábrica. Y no pudieron volver más.
-¿Cómo describiría desde la óptica de los trabajadores las instancias de solidaridad en medio de la represión?
-Hay dos etapas: antes y después del golpe de Estado de 1976. El golpe del ‘76 produce situaciones mucho más complicadas, porque al hacerse abierta la represión por parte del Estado hace que se relaje desde el punto de vista del conjunto de los trabajadores la posibilidad de la solidaridad. La solidaridad existía, pero más que la solidaridad existía la unidad de acción sindical. Yo estuve preso desde noviembre del ’74 hasta marzo del ’75, y en ese momento las organizaciones guerrilleras habían cesado de brindar apoyo material —comida, dinero, ropa— a los presos políticos porque decían que el pueblo iba a solventar a los revolucionarios. Y no llegó nunca un kilo de arroz, porque el pueblo nunca se planteó que los presos políticos eran sus presos y que tenían que ser alimentados. Y había problemas hasta para repartir la comida.
-¿Cómo recuerda la noticia del golpe de Estado de marzo de 1976?
-La noticia del golpe me encuentra en Lima, exiliado desde hacía un año. Concretamente yo sabía que iba a suceder el golpe, porque llegó tres días antes Edgardo Faccini, un abogado de Bahía Blanca con el que habíamos estado presos en Villa Devoto, y fue el último en salir, y cuando subió al avión la policía todavía le hizo una broma, y le dijo ‘tené cuidado negro, sacá el taco -porque era negro- que en una de esas queda agarrado y no te vas más porque sos el último’. Prácticamente le habían dicho el día del golpe. Y fue así. No fue una sorpresa, tampoco constituía una sorpresa el hecho de que iba a haber un golpe de Estado porque era una opinión común
El firmatazo
A media mañana del 19 de marzo de 1976, el Concejo Deliberante de Firmat fue cercado por una movilización encabezada por dirigentes de la Unión Obrera Metalúrgica de la ciudad. La protesta comenzó con aplausos, pero con el correr de los minutos se tornó más violenta, hasta que muchos manifestantes entraron al edificio y destrozaron parte del mobiliario y papelería. Los desbordes fueron controlados por una partida policial llegada desde la vecina localidad de Melincué.
La rebelión se registró en el marco de la renuncia a su cargo del intendente, Roque Vassalli.
Vassalli había alcanzado la intendencia de la ciudad por primera vez en 1963. Desde entonces, llevaba 13 años sin interrupciones de ejercicio del poder.
El hombre fuerte de Firmat, el empresario exitoso ligado a la poderosa UOM, el funcionario de fuste que mantenía relaciones «afectuosas» con el poder político, militar y económico a nivel nacional, renunciaba a su cargo «enfrentado con el cuerpo legislativo», conformado entonces por Héctor Bazet, Guillermo Pascual, Héctor Poeylaut, Osvaldo Rossi, Juan Carlos Bulgeroni y Pablo Real Solari.
«Se comentaba que trababan a Vassalli y en ese momento don Roque tenía el apoyo del 90% de la gente, algo inusual, nunca sucedió algo así», recuerda Alfredo Risso, que formaba parte de la Comisión Interna de la fábrica Vassalli. Risso recuerda también la convocatoria que aquel 19 de marzo llevaron adelante dos dirigentes gremiales, Armando Menna y Juan Carlos Salvadeo.
Sin embargo, la historia oficial dirá que nunca quedó claro quién motorizó la protesta. Así lo registran el relato de quien fuera Subsecretario de Gobierno, Domingo Carrobé; y el testimonio de quien ocupara en esos días una banca por el radicalismo, Héctor Poeylaut.
Carrobé relata que «fueron horas durante las cuales la gente se fue enardeciendo hasta arrancar las rejas del edificio, una vez adentro destrozaron útiles y papeles, y algunos ediles tuvieron que salir por atrás, saltando un tapial». Por su parte, Poeylaut sostiene que fue un hecho confuso: «era como presentir una tormenta con dos pilotos al mando y en ese caos cayó el Concejo», dice.
El ex-legislador remarca también que después de la protesta, «se limaron asperezas con el Ejecutivo para recomponer el Poder Legislativo en la ciudad».
No hubo demasiado tiempo. Los hechos cobran vida en el relato del periodista Mariano Carreras: «El 19 de marzo de 1976, los seis concejales de Firmat fueron presionados para dejar sus cargos. Los obligaron a renunciar. A dejar sin poder Legislativo la ciudad».
«Unas dos mil quinientas personas -según detalla la crónica de El Correo de Firmat, del 25 de marzo del 76- lideradas por dirigentes gremiales de distintos sectores, exigieron por la fuerza la renuncia de todos los legisladores locales. El argumento: ‘su apatía’ para resolver los temas de la ciudad. Los manifestantes destrozaron el recinto legislativo, ubicado por entonces en San Martín 1371. Vidrios, rejas y mobiliario fueron despedazados. Presos del miedo, algunos ediles escaparon por los patios vecinos», describe Carreras.
«Tras el suceso, la multitud marchó hacia la casa del intendente Roque Vassalli para manifestarle su adhesión. Le pidieron que no renuncie. Horas antes, el mandatario había tomado esa decisión porque conocía el malestar de la multitud con algunas autoridades locales. El 22 de marzo, Vassalli reasumió como intendente. Al día siguiente, volvió a renunciar. La razón: contribuir a la pacificación y a la unidad de la ciudad que vivía un complejo momento institucional», termina diciendo el periodista firmatense.
Menos de una semana después de aquella movilización vendría el Golpe de Estado.
En la mañana del jueves 25 de marzo, la Municipalidad de Firmat fue ocupada por policías y militares vestidos con ropa de fajina. Ante el vacío legal en la ciudad «me dijeron que el patrimonio municipal quedaba a mi cargo ante la renuncia del Intendente y de quien lo sucedía en la línea política», rememora Carrobé.
Siete días después, Roque Vassalli retomaría sus funciones al frente de la Municipio, esta vez, como interventor designado por el gobierno militar de la provincia de Santa Fe. Se despediría del cargo veinte años después de haberlo asumido por vez primera, el 12 de octubre de 1983.
El despertar de las conciencias
Tuvieron que pasar 30 años del asesinato de Ángel Vázquez para que el Sindicato de Trabajadores de la Alimentación de Firmat rindiera un homenaje a su fundador y primer Secretario General.
Fue en el año 2004. Allí, Mariano Carreras pudo entrevistar a Ernesto Vázquez, hermano del dirigente muerto en los tempranos setenta. Ernesto relató entonces su último encuentro con el Negro, en el verano de 1974, en Mar del Plata.
«Él fue a un plenario de secretarios regionales de todo el país, creo que era en la UOM. Estuvimos charlando y en un momento dado me dice: mirá, hermano, estoy amenazado. Yo, como hermano, con la intención de salvarlo, le dije: Andáte, Ángel, ya has dado mucho por los obreros, les has despertado la conciencia, andáte, por lo menos hasta que pase el vendaval. Y él me dijo: No, yo tengo a mi gente, y me la voy a jugar por ellos», recuerda Ernesto.
El caso del asesinato de Ángel Vázquez fue presentado por sus familiares en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, con la intención de demostrar que su muerte no fue accidental, sino producto de la implementación del terrorismo de Estado.
Los concejales expulsados en el llamado Firmatazo tuvieron que esperar unos años más.
El 24 de marzo de 2012, 36 años después, el Concejo Municipal de la ciudad realizó una sesión especial, donde se los recordó.
De aquellos 6 ediles de 1976 volvieron sólo dos: Guillermo Pascual y Héctor Poeylaut.
Héctor Bazet, Osvaldo Rossi, Juan Carlos Bulgeroni y Pablo Real Solari no pudieron estar.
Murieron antes.
Y con ellos, parte de una historia que tiene, todavía, demasiados silencios impuestos.
**//**
Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de archivo