Se puede convivir con la literatura como algo ajeno. Hasta que nos atraviesa. Como lectores o como escritores. Marcelo Britos ya es un caso testigo. «Todos los días yo soy escritor», dice en esta charla con enREDando. La marca de los referentes, la herencia del neoliberalismo, el contexto político actual y el desafío de escribir en Rosario.
Por Lucas Paulinovich
Miércoles 15 de junio, once de la mañana. Ayer se cumplieron treinta años desde que murió Borges. Los diarios están llenos de notas sobre su obra, sus objetos, sus libros, artículos perdidos y encontrados, reediciones, comentarios, citas, fragmentos, imágenes de la ceremonia que se realizó en Ginebra. Borges es ineludible. El lunes fue el día de escritor. Ese día había nacido Lugones, otro nombre, otra seña. Pero pasó hace mucho, hubo nacimiento y no muerte. Ahora es Borges. Hay que leer Borges, hasta que duelan los ojos, hasta quedarse ciego, como Borges. La literatura, la figura del escritor y del lector se piensan y definen a partir de sus páginas. Borges es el después de Lugones. Se habla con o en contra, pero la posibilidad de imaginar una tradicional nacional no puede evitar caer en sus registros. Los suplementos literarios hacen ediciones especiales. Treinta años de su muerte, del final, el momento, el hombre-carne que se vuelve, al fin, puro mármol.
Los días previos a la entrevista, leí los comentarios que Marcelo Britos hizo sobre las fechas, sobre los escritores, sobre los libros. Con esas imágenes lo espero en el bar de la librería Mal de Archivo. Britos es rosarino, forma parte de esas otras literaturas, las que quedan confundidas debajo de las malezas de los grandes nombres, las discusiones profundas y las sentencias críticas. En 2010 obtuvo el premio municipal Manuel Musto con Empalme. En 2013, ganó el Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz, en México, con A dónde van los caballos cuando mueren, una novela sobre un médico desertor de la guerra del Paraguay, personaje retomado de uno de los cuentos de El último azul de la noche. La novela, tan local, fue publicada en el exterior y traducida al italiano antes de llegar a Rosario. En la literatura, Rosario no está tan cerca como en otras disciplinas. Ni siquiera para los que vivimos acá.
Britos llega, saluda y pide un té. Se sienta y escucha.
– ¿Qué implica escribir en Rosario, ser un escritor rosarino?- le pregunto rápido.
– Yo le escapo a dimensionar a un escritor en su región. Me parece que tiene que ver con la eterna discusión que existe en la Argentina acerca de si existe una literatura regional y otra capitalina. Eso tiene mucho que ver con la mirada que tiene Buenos Aires del arte que se hace en el interior, no solamente de la literatura. Si tengo que pensar en un escritor en Rosario, pienso también como si hablara de uno en Praga, en Buenos Aires, en Santa Fe o en Quitilipi. El escritor es un artista que labura desde su lugar de origen, es indiscutible que el tipo que se forma en Rosario literariamente está influenciado por un montón de cosas que tiene que ver con el lugar donde naciste, esa cosmogonía, el río, los autores como Saer, Juanele Ortiz, pero no deja de ser un escritor que escribe para el mundo. Otra cosa es hablar del mercado editorial y cómo se posiciona un escritor dentro de ese mercado. Y en el interior seguimos teniendo muchos problemas, que tienen que ver con cómo está organizado ese mercado editorial y periodístico en la Argentina. Si no estás de la General Paz para adentro, sos del interior y sos invisible. Y tenés que pasar por cierta colimba que no tienen que pasar los autores de Buenos Aires. El caso paradigmático es el de Selva Almada, que es entrerriana, y se tuvo que ir once años a Buenos Aires y Beatriz Sarlo tuvo que leer El viento que arrasa para reconocerla y que saliera de su invisibilidad. Hoy escribir en Rosario es escribir con todos esos inconvenientes y también con una ventaja, como dijo Feuerbach, “yo existo mientras no existo”.
– ¿Hay rasgos propios en esas literaturas provinciales? Agregando nombres, se me ocurren Haroldo Conti, Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto, todos distintos entre sí, pero que son esos otros autores al borde de la gran literatura metropolitana.
Llega el té. Britos casi no ve al mozo dejarlo sobre la mesa. Mira fijo y así, sin ver, toma la taza, apenas, y enseguida la suelta. Interrumpe una acción, y empieza otra. Ahora habla:
– Hay categorías de la crítica que cuando lees la obra de esos autores empiezan a ser relativas. Haroldo Conti, como Bernardo Kordon, que escribieron en la segunda mitad del siglo XX, tienen una obra muy compleja y la crítica de Buenos Aires toma determinado rasgo para convertirlo en una categoría que tenga que ver con su mirada. Kordon está considerado un autor urbano y de Buenos Aires, sin embargo, vos lees la obra y todos los personajes son personas que viajaron desde el interior durante la década del ’40, con ese proceso del ferrocarril, la primavera peronista, y son historias que empiezan en el interior y se concluyen en la capital. Conti tiene una novela, Sudeste, en un universo narrativo absolutamente particular, y después sus libros de cuentos son libros del interior, de pueblos del interior. La mirada crítica de la capital sigue siendo una mirada teñida de ese prejuicio y de esa etiqueta que tiene la literatura del interior, el exotismo, y triunfa el autor que pone por delante ese exotismo en su obra.
– Pensando en tus libros, hay un componente histórico, no como una evocación del pasado, sino una presencia movilizante, los personajes hechos de memoria, ¿cuánto juega lo histórico a la hora de escribir?
– Mucho. Sobretodo en la última parte, desde el 2010 lo que hice fue ubicar la historia como escenario de las narraciones. Argentina está atravesada por una discusión que es regional, es indiscutible, desde 1810 hasta 1870 estuvimos en un conflicto marcado por las regiones, la lucha entre la capital y el interior. Suena reduccionista, pero es así. Y detrás había una discusión acerca de modelos políticos y económicos. Cuando vos escribís sobre ese periodo, como escribí yo, entre la independencia y la consolidación como Estado-Nación, hay una discusión que es política y económica que termina traduciéndose en lo regional.
– Tu prosa tiene un fuerte contenido poético, pero dentro de esos posicionamientos, vos elegís la narrativa y no la poesía, ¿cómo se construye un lenguaje propio, situado en ese contexto, y por qué ese posicionamiento?
– Me parece que en la búsqueda de un estilo, que uno está siempre en esa búsqueda de una identidad, y en el corto proceso que tengo yo de búsqueda, encontré esa identidad, que está en el medio de esas dos cosas. No soy un buen poeta, porque soy narrador. Y a lo mejor no soy un narrador decimonónico, porque leo mucha poesía. Eso formó un estilo que es donde yo me siento cómodo. Estoy influenciado por otros autores y tampoco puedo renegar de eso, por ejemplo, Cormac McCarthy, que es mi referente. No sé si es una elección consciente, uno va nautando, siguiendo su proceso. Son pocos los que rompen permanentemente. Tampoco soy un escritor experimental. A mí me gusta contar historias de la mejor manera que pueda, no busco escribir el Ulises de Joyce.
– En una de las entrevistas a Borges que andan dando vueltas estos días, él decía que prefería que los temas lo interesen a él y no ir en busca de los temas, algo que asociaba más al periodismo y que terminaba por generar libros fabricados, ¿cómo es la relación con los temas en tu caso?
– Yo ahí me tengo que poner en las antípodas de Borges. No tengo esa mente privilegiada. Para mí él y Cortázar, que estaban vinculados al fantástico, entre los dos clausuraron el género en la Argentina y hasta diría en el mundo. En el caso de Borges, tenía un bagaje inmenso, impresionante, y cualquier tema de la realidad lo podía convertir en literatura. Tenían una mirada de la realidad que yo no tengo, puesta en el intersticio entre lo real y lo fantástico, y la vida les va llegando sola como tema de literatura. Yo escribo realismo, me cuesta esperar un tema si no está vinculado con la realidad y si no lo busco para poder discutir esa realidad. Yo me siento cómodo interpelando la historia para poder discutir temas de la actualidad, que se convirtió, para la literatura posmoderna, sobretodo la Argentina, en un motivo de banalidad absoluto o de panfleto. Y yo no creo que ese sea el camino.
– Al mismo tiempo, el tuyo no es un realismo liso, naturalista, sino que hay un grado de lo onírico, una adjetivación que le da unicidad a la experiencia, ¿cómo pensás la tradición dentro de ese otro realismo, que a mí me sugiere mucho del realismo italiano, de la poética de lo cotidiano?
– Tiene mucho que ver mis lecturas de Pavese, de Buzzati. A la vez me parece que tiene que ver con la lectura de la poesía y de lo fantástico. Más que del realismo, soy un lector voraz de literatura fantástica. La Argentina tiene una tradición realista enorme, toda la línea estética que nació en Boedo es muy interesante. Aunque creo que el realismo social, el naturalismo, después de Artl está absolutamente superado. Me cuesta mucho volver a leer eso. Me quedó con tipos que han superado el género, Kordon, Rodolfo Walsh, el mismo Conti, Di Benedetto, que también es de fantástico. Me cuesta dar marcha atrás y mirar qué es lo que me influenció. Uno lo tiene incorporado y es medio arrogante hacer un análisis de su propio trabajo. Tomás conciencia cuando te preguntan. En una entrevista uno dice lo que es lindo decir, pero la influencia es más compleja y más heterogénea. Yo empecé leyendo historietas, D´artagnan, El Toni, sobre todo las de acción. Y en mis novelas hay mucha acción, mucha sangre.
Escribir un lugar
Britos es uno de los escritores convocados para el proyecto 19. Una cartografía narrativa de Santa Fe, del grupo Cardumen. Estuvo unos días en Cacique Ariacaiquín, en el departamento San Javier. Quería escribir algo histórico, ese era el mandato. Terminó escribiendo un cuento de terror, una alegoría política. Quiroga y Poe son fundamentales, dice, afirma, resalta las palabras. Dos nombres para expresar una preferencia. También comenta su gusto por el cine de terror. Y por leer, por leer a esos.
– Todo escritor disfruta más con lo que lee que con lo que escribe, pocas cosas he disfrutado escribiendo- comenta.
Britos toma un trago de té y levanta las cejas. Espero que sorba, baja la taza, y dice:
– En toda escritura te ubicas en un lugar, es un posicionamiento, y siempre es político e ideológico. En esa discusión de tantos años de historia, yo tomé un lugar. Soy un escritor del interior que sufre permanentemente el ninguneo de la ratio del mercado editorial, que está evidentemente manejado por Buenos Aires. El gran problema es la distribución, las dos grandes distribuidoras están en Buenos Aires, y una es de Clarín. Vos vas a las librerías en Rosario y las vidrieras están ordenadas y expuestas, y esa exposición es absolutamente ideológica. La cara de las librerías de Rosario es la cara del pensamiento de una empresa que ha sido protagonista excluyente de los últimos 13 años de este país.
– ¿Qué atención le prestas a lo que se está haciendo acá?
– Le presto mucha atención. Creo que hay gente muy valiosa escribiendo. Leonel Giacometto, en teatro, es un valor muy importante. Después los conocidos, los obvios, que ya tienen su lugar, Patricio Pron, Patricia Suarez, que no es casual eso. También hay mucho que está fermentando y que es muy interesante. Javier Núñez, Matías Magliano. En poesía, Pilar Almagro Paz, Irina Garbatsky. Me da medio escozor decir nombres porque me termino olvidando de un montón, y hay mucho. Pero uno dice, si hay tanto, ¿por qué no se genera un movimiento sólido, fuerte? Porque esos movimientos no se forman solo con el voluntarismo de cada autor. Se forman con otros actores que exceden la cuestión de la creación. Rosario se creó ese mote de ciudad cultural, pero nunca acompañaron los procesos ni las gestiones, siempre fueron disparos en la oscuridad, cosas atomizadas. Rosario no tiene un mercado editorial sólido, tiene muchas editoriales que trabajan bien. Pero no hay mercado interno, los lectores no consumen autores rosarinos, no hay distribución, se falla en eso, en el gobierno siguen pensando más en la creación y en garantizar la edición, cuando hay un montón de ediciones que no se distribuyen. La clave es la generación de un escenario literario que permita un consumo interno.
– En literatura no hay uno que haya salido de Rosario y sea leído afuera, de hecho, ahora que murió Jorge Riestra, que también era bastante marginal, es el final de uno de los últimos nombres que tenían algún lugar en la escena nacional.
– Pron se tuvo que ir a Alemania. Patricia Suárez se tuvo que ir a Buenos Aires. Criticamos la lógica del boom y la seguimos repitiendo. Criticamos que la literatura latinoamericana haya llegado a Europa con un formato dónde muchos europeos piensan que Latinoamérica es una selva con loros gigantes y llueve doscientos años seguidos, pero seguimos haciendo lo mismo, pensamos que tiene que haber un escritor que triunfe en Buenos Aires para que se reconozca la literatura rosarina. Es la lógica de todas las gestiones oficiales, porque lo venimos arrastrando.
– Los que se rescata generalmente son visitantes, no son oriundos o que permanecieron un tiempo, pienso en los textos de Adolfo Prieto, que puso a Rosario en la discusión nacional, o la reedición de Roger Plá. No hay tantos a lo Riestra o Fontanarrosa.
– Jorge es el ejemplo más cabal, porque es Premio Nacional de Literatura y no está en los programas de estudio de la facultad en Rosario. El canon académico no se ocupa de la historia de la literatura rosarina. De hecho, Eduardo D’anna, al que respeto mucho, que es abogado y poeta, es el único que escribió una historia de la literatura rosarina. Y en la facultad algunos denuestan esa historia, pero es el único que se dedicó a hacer un laburo de fuente y de archivo. Esa es la muestra.
-La parábola de la novela A dónde van los caballos… sintetiza un poco todo eso, que fue primero editado afuera y llego a su lugar de origen como un visitante.
– El libro está en más librerías de Buenos Aires que en las de Rosario, es increíble. Se editó antes en Italia y en México que en Argentina.
El lugar del escritor
Britos interviene y habla seguro. Intenta respuestas claras, asumir esa posición de la que habla. La literatura argentina de los últimos 20 años, la herencia de los noventa, por lo menos la canonizada –afirma- fue una literatura autorreferencial, banal, cínica, la historia de un perro, ese tipo de cosas que, por supuesto, están muy lejos de lo que yo pienso.
– También por momentos parecería que basta con escribir la historia de un pibe chorro o que haya algún policía muerto o un escenario marginal para saldar ese compromiso literario, pero se dejan afuera estas otras cuestiones. ¿Dónde toca el compromiso en la literatura?
– Hay otra literatura que se jacta de ser alternativa, donde lo que se hace es transitar diferentes caminos tanto del lenguaje como de lo historicista para fijar una posición, que termina siendo vacía, repetida, trillada. Me parece que el compromiso trasciende eso, tiene que ver con cómo asume el escritor su lugar en el mundo y en la historia.
– ¿Cómo ves el panorama en adelante con el cambio político y cultural que se está gestando?
– Creo que como en todo va a ser un tiempo de muchísimo retroceso, de mucho dolor, porque vamos a ver como doce años de crecimiento sostenido se van a ir degradando. Acá en Santa Fe tenemos todavía una especie de nube, porque el socialismo tiene una concepción del Estado diferente a la del macrismo. Sigue habiendo guita en cultura. Pero lo que pasa en Buenos Aires es terrible, la Secretaría de Cultura echa gente, se recortan los programas y proyectos, el dinero va a ir a determinadas personas o figuras, hay un tremendo revanchismo y vamos a ver cómo es el coletazo de las medidas económicas. Eso afecta muchísimo a las editoriales. Se abrieron las importaciones de libros, por lo tanto, vamos a ser el depósito de libros de las editoriales españolas, y eso le quita lugar a nuestra literatura. Es un momento para pensar cuál es nuestro rol en lo que está pasando, qué vamos a hacer como escritores. A diferencia de otras épocas, no soy tan pesimista, porque ese 49% donde nos resumimos toda la resistencia es una especie de metáfora de cómo está esa oposición, que es ideológica y de principio, y es algo sólido y uno se siente como en casa en muchos lugares.
«La literatura para mí también es una permanente entrega. Uno labura por eso, toca puertas, manda correos electrónicos. Así conseguí que tradujeran la novela al italiano y al portugués. Yo creo que la única manera de hacer mella en esos círculos y en toda esa mierda, es pelándola y dándole y dándole.»
– Y respecto de asumir los otros compromisos del escritor, el perfil militante, ¿cómo te parece que se da eso en este contexto local?
-Todo el mundo hace lo que puede, es un oficio donde uno va a encontrar pocas satisfacciones y muchos problemas. Es no pago. Uno tiene que laburar, es muy difícil. Yo porque soy un enfermo, soy un militante ante todo, milito todo. La literatura para mí también es una permanente entrega. Uno labura por eso, toca puertas, manda correos electrónicos. Así conseguí que tradujeran la novela al italiano y al portugués. Yo creo que la única manera de hacer mella en esos círculos y en toda esa mierda, es peleándola y dándole y dándole. No sé si todos tienen ese tiempo, esa fuerza, esas ganas, esa pasión. De eso es lo único que me jacto, no sé si soy buen o mal escritor, soy un escritor. Todos los días yo soy escritor.