El Centro Comunitario Catu nació en el año 2003, en un sector de la gran Villa Banana de Rosario, zona oeste de la ciudad. Surgió fruto del dolor tras la muerte de David «Catu» Sanchez, un niño de 7 años que fue encontrado sin vida en la aguas del Lago del Parque Independencia. Su mamá Claudia y su papá Nazareno decidieron, en aquel entonces, transformar el dolor en lucha y fundar un espacio que abre sus puertas a las familias del barrio.
Por María Cruz Ciarniello
Arboles, zona verde. Bajo esta delimitación figura en el mapa de Rosario el lugar donde habitan más de 180 familias. Sus calles no tienen nombres. Los caminos se bifurcan cruzando el Boulevard 27 de Febrero a la altura de Servando Bayo y Pascual Rosas. Unos pocos metros separan el Distrito Oeste Felipé More de un sector de la gran Villa Banana de Rosario.
La canchita de fúbtol donde un puñado de niños patean la pelota está totalmente embarrada. La lluvia cesó y se espera que el sol seque la tierra de los pasillos que hasta hace unos días eran prácticamente intransitables. Pero no hay barro que frene el picadito entre los pibes. Tampoco detiene el paso incesante de los vecinos y vecinas que a pesar de las inundaciones deben continuar con sus tareas de todos los días.
La urbanización de estas calles todavía es una deuda pendiente. El contraste entre los barrios periféricos de la ciudad con la zona centro es evidente. El reclamo viene de hace tiempo pero no hay demasiado eco en el Estado. Ni el agua ni la luz ni la apertura de las calles parecen ser prioridades para la agenda pública. Ni siquiera lo fue la epidemia de dengue que azotó a las familias en esta zona.
Alcanza con dar unos pocos pasos por las calles de tierra para notar la ausencia del Estado. En el año 2008 fueron los propios vecinos, cansados de la falta de respuestas, quienes instalaron un caño maestro para tener agua en la zona. Los hombres realizaron las obras de zanjeo y las mujeres custodiaron el trabajo bajo la celosa mirada de la policía que vigilaba, desde un costado, como si el acto significara un delito.
Hoy la lucha de 180 familias originarias que viven en este sector de Villa Banana es por la propiedad colectiva de la tierra. Para ello se vienen organizando comunitariamente, intentando dar una pelea legal para el reconocimiento de sus derechos como pueblos originarios.
Del dolor, nace la organización
El Centro Comunitario Catu nació del dolor. Cuando David Sanchez de apenas 7 años murió en el año 2003, su papá Nazareno Sanchez y su mamá Claudia Romero decidieron fundar un centro comunitario en el barrio donde viven desde hace más de 20 años. “No sabía que hacer con mi vida”, recuerda hoy Claudia, mientras la acompaña un mate dulce en una mañana de abril. Acaba de llegar del Banco de Alimentos, el lugar al que recurre para comprar la mercadería que luego embolsará para confeccionar los bolsones que el Centro Comunitario se encarga de repartir a las familias del barrio.
Claudia no baja los brazos. Perdió a su pequeño hijo en un hecho por demás confuso. Jamás se investigó la hipótesis que brindó la familia de David y por el contrario, la causa se archivó aludiendo la teoría de que Catu murió ahogado tras caer a las aguas del Laguito del Parque Independencia. La versión oficial frenó la posibilidad de establecer otra línea de investigación.
Pasó el tiempo. Nazareno y Claudia comenzaron a trabajar fuerte en las tareas comunitarias de su barrio. “Empezamos en la casa de mi cuñada, íbamos y pedíamos por todos lados para hacer la comida. Y nos empezaron a dar recursos y hacíamos comida, copa de leche. Teníamos tanto dolor que queríamos hacer cosas”, dice la mamá de Catu.
Así fueron vinculándose desde lo afectivo con diversas organizaciones y centros comunitarios. “Nos hemos hermanado en esto. Tenemos compañeros muy buenos, ahí vos conoces lo que es el compañerismo porque si estoy sola no saldría adelante”.
La Whipala es una de las banderas que siempre la acompaña. Así como sus herramientas que son casi una extensión en su vida, en su lucha cotidiana: la amasadora y su máquina de coser. Con ellas da puntadas con los hilos que entrelazan diversas labores. Cose prendas a pedido y prepara las deliciosas tortas asadas, entre las comidas caseras que también vende y distribuye en el barrio. Pero entre las adversidades que Claudia debió enfrentar están los robos que sufrió en diferentes ocasiones el Centro Comunitario. En el último, entre las cosas que se llevaron estaba su amasadora.
Un largo camino recorrido
120 familias vienen a retirar lo que desde el Centro Comunitario se prepara con un condimento fundamental: la solidaridad. Hasta hace un tiempo elaboraban comida en raciones para que los vecinos pudieran llevar a su casa. “Nunca se pensó el Centro Comunitario como un comedor, sino como un lugar donde los vecinos pudieran llevarse los alimentos. . Esa es una diferencia muy grande, porque en todos estos años, 2001-2002-2003, las familias se fueron desmembrando. Y acá siempre se intentó que las familias sigan teniendo su lugar, compartiendo una mesa”. Las palabras son de Mariel Vallasciani, una militante histórica del Movimiento Chicos del Pueblo y referente en organizaciones de la infancia.
Mariel trabaja junto a Claudia y Nazareno desde hace ya varios años. Los acompaña en diversas tareas, sobre todo en lo que refiere a la articulación con otras organizaciones, además del apoyo que brinda a través de la Fundación EOS en todo lo referente a la realización de trámites administrativos. “EOS es un espacio de encuentro de las organizaciones, y la idea es visiblizar el trabajo de muchos centros comunitarios que no tienen la posibilidad de hacer todos esos tramites burocráticos. Nosotros estamos hermanados en una política de transformación e ir construyendo lazos en lo que tiene que ver con el amor, estamos en el 2004 juntos”, dice Mariel.
Recuerda lo difícil que fueron aquellos años. Casi en soledad la familia luchó para buscar justicia por Catu. “El proceso fue largo y dificil”. En el año 2007, lograron juntos que la Municipalidad expropiara las tierras que se encuentran frente al Distrito Oeste para emplazar allí la “Plaza de la Infancia”, en homenaje a David Sanchez. “Para que en ella habitara la niñez que le arrebataron”, apunta Mariel.
En ese recorrido que realiza la memoria menciona algunos avances. La Mesa Regional de Trabajo por la Infancia se constituyó, a fines de 2007, con la base de 25 organizaciones sociales en pos de lograr la reglamentación provincial de la Ley Nacional 26.061 y “desde el Centro Comunitario se realizó un trabajo excepcional de promoción y defensa de los Derechos de los niñ@s que posibilitó la organización territorial de 11 centros y comedores de Villa Banana y barrios aledaños, conformando la agrupación “Organizaciones del Oeste”. Desde los encuentros mensuales, con el Centro Comunitario Catu como parte de la coordinación de la Mesa de trabajo, organizamos muchísimas acciones en defensa de los derechos humanos y los derechos de la infancia, adolescencia y las familias. Entre las más importantes y que consideramos victorias están las marchas del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, donde solicitábamos la asignación universal por hijo como un derecho inalienable, la lucha contra la pretendida Ley de baja de edad de imputabilidad y la reglamentación de la Ley Provincial 12967”, reseña Vallasciani.
A la par, el Centro Comunitario continuó con algunas de sus actividades esenciales: la copa de leche y las reuniones barriales para abordar la problemática del agua, la tierra, la conformación de cooperativa. En la actualidad desarrolla una tarea escolar para los más pequeños. En un rincón de la casa –que lentamente Nazareno va construyendo y ampliando- se apilan libros de todos colores. Mariel explica la propuesta: “La idea es no solamente ayudar en lo que son las carencias que se marcan desde el ámbito escolar, sino abrir un espacio donde se pueda favorecer la potencialidad de la infancia, la creatividad, porque desde ahí es donde todos los conocimientos pueden ser adquiridos. Porque si se apunta solo a ayudar en hacer la tarea eso puede ser visto desde un lado individualista, entonces nosotros intentamos que los chicos se sientan con capacidad, con autoestima, con potencialidad puesta al servicio de ir conociéndose y de apoyarse en el otro, de aprender juntos. Y esa es la idea que rige todo tipo de organización comunitaria”.
Otro de los talleres es el de bordado y costura. Allí está la mano infalible de Claudia, su saber ancestral, su amor por esa máquina de coser que tanto cuida. A Nazareno le toca la Comparsa. Desde hace tiempo el grupo de jóvenes que suman alrededor de 25, conforman un espacio que participa de los Carnavales y las Colectividades. Preparan sus propios trajes y sus pasos de bailes. “Ahí estamos toda la familia”, dice Claudia.
Por la urbanización
La voz serena de Claudia describe una realidad que se repite en cada barrio alejado de las grandes luces que encandilan el centro de Rosario: la falta de urbanización en las calles. Este es uno de los reclamos fundamentales de las familias. Y Claudia lo dice, así, con crudeza y simpleza: “Queremos tener algo como la gente”. Claudia habla de vivir dignamente, con los derechos y los servicios que goza cualquier ciudadanx en Rosario. “Queremos que se abran las calles y se urbanicen, porque estamos siempre en la misma. Acá llueve y se inunda todo. Queremos estar mejor”. Mariel acota una definición clave: “Tener una calle y una dirección significa que existís. Acá no hay un domicilio exacto. Si vos ves en el mapa, acá no viven las 26 mil personas que están, es solo un espacio verde. Y están en un riesgo constante”.
Entre esos riesgos se encuentra la epidemia de dengue que afectó al barrio. Toda la familia de Claudia –ella incluída- padeció la enfermedad. La fumigación llegó varios días después y en el sector más cercano al Boulevard, confiesa. “Urbanizar implica trabajar en la seguridad sanitaria y también en la seguridad en sí misma”, agrega Mariel.
Desde el barrio también se reclama por un medidor de luz y agua comunitario. Pero pese a los pedidos, las respuestas no llegan. “Y menos en años que no son electorales”, apunta la voz lejana, a un costado de la mesa, de Nazareno Sánchez.
La organización es esencial para hacer frente a la desigualdad. Desde el Centro Comunitario así lo entienden y por ello participan en espacios de reuniones con otras organizaciones de la ciudad. Por esto también decidieron hace dos años, fundar el Movimiento Originario que ya está próximo a conseguir su personería jurídica.
En Villa Banana, según el último censo, son 180 las familias de origen qom. Una comunidad olvidada y poco reconocida por las políticas sociales. Es por ello que desde la organización como Movimiento Originario están comenzando a motorizar los reclamos para la obtención de becas de estudio para los jóvenes y un reconocimiento legal ante el IPA por las tierras en las que viven. Para Mariel, “hoy se suma otro gran desafío, que es luchar contra la inseguridad y el narcotráfico, que sigue llevándose vidas muy jóvenes y para ello estamos trabajando en poder conseguir la implementación de la Ley 23.302, de Tierra y propiedad comunitaria. y organizar la villa, para que sea un espacio de vida digna, con proyección, que a nuestro entender es el paso esencial para ponerles un tope a estos dos problemas urgentes.”
El neoliberalismo, otra vez
Claudia tiene 41 años y desde los 18 que vive en Villa Banana. Llegó de Resistencia, provincia de Chaco, junto a su hermana. Allá dejó a su familia, a la que visita de tanto en tanto. Dice que al comienzo extrañaba. Pero ya pasaron 23 años y es Rosario su lugar de pertenencia, la ciudad en la que cria a sus tres hijos, la que también la vió fundar un espacio que abre otros caminos en su barrio. A David le decían Catu, y su nombre se inscribe con fuerza y memoria en la puerta de chapa del Centro Comunitario.
“Nosotros pusimos todo nuestro esfuerzo en este centro, y estamos muy orgullosos de este lugar”. También reconoce lo difícil que es sostener un espacio cuando las necesidades, las más esenciales, no están contempladas ni garantizadas, ni siquiera las de su propia familia. “A veces no tenemos nada, pero damos lo poco que hay”.
En estos últimos meses, la situación se agravó. Las políticas de ajuste que está llevando adelante el gobierno de Mauricio Macri se sienten con dureza en los barrios más empobrecidos. Claudia: “Aca vienen mas familias y no podemos anotar más de lo que ya tenemos. Y ahora, se siente más, porque la gente necesita más. El año pasado me decian: sacame del listado porque mi marido esta trabajando bien. Ahora vienen de nuevo anotarse, porque se siente más, hasta en los comedores de la escuela, porque comen ahí y en la casa no tienen. Mucha gente que trabajaba ahora se quedaron si trabajo, porque son mayores de 40. Te aumenta la asignación pero a la vez te aumenta todo.”
Mariel participa en la articulación con organizaciones del Gran Buenos Aires. Habla a través de su propia experiencia; de años de haber caminado el barro. “Estamos ante un panorama desolador que nos interpela con angustia a tod@s los que hace muchos años venimos trabajando en garantizar las políticas de infancia, adolescencia y familia, a tal punto que algunas organizaciones están luchando por no tener que cerrar sus puertas”.
En esa lucha, la hermandad es fundamental. “En el último encuentro Nacional que tuvimos el 15 y 16 de Abril, como Red Argentina por los niñ@s “RedOnda”, (conformada por organizaciones de 17 provincias), los representantes de las provincias de Salta, Jujuy , Neuquén y Entre Rios, no pudieron asistir, enviándonos un informe sobre la situación desesperante que vienen afrontando, producto de los cambios a nivel político, económico e institucional. Estamos haciendo esfuerzos sobrehumanos para sostener nuestros espacios de asistencia, contención y articulación en defensa de la vida y los derechos de los chicos y sus familias” vuelve a decir Mariel.
La rabia, la digna, la justa, se hace carne en su mirada. Así como la angustia y la bronca por repetir una historia ya vivida. “Hay un retroceso notable en las políticas sociales en general y en particular en las políticas de niñez. La falta de respuestas y de funcionamiento de los organismos de estado dependientes de Desarrollo Social, como lo es la SENNAF, la baja de los convenios, programas y proyectos que sostenían nuestra labor, el vaciamiento de los dispositivos territoriales con quienes articulábamos como los CAFFs, CEPLAs, CAJs, centros de salud, CICs entre muchos otros, más la falta de recursos propios para afrontar el dia a dia, nos pone frente a un panorama de retroceso vertiginoso y continuo.”
Cuando los vientos del neoliberalismo arrasan contra todo, es la organización y la unión la que posibilita construir otros puentes. No quedan demasiadas opciones. La alternativa es la construcción de un poder que nace de abajo, de esa rabia de la que habla Mariel citando a Paulo Freire. De ese dolor que Claudia transformó en lucha. “Es la rabia que nos despierta, la que es motor de cambio, la que va unida al amor no al odio, la que nos desafia a realizar lo “inédito-viable” cuando asistimos a la necesidad de luchar contra las injusticias y el abuso que atropellan a nuestros pibes”.
En ese camino, el Centro Comunitario Catu y tantos otros, transitan con dificultad. El cuerpo tiene memoria, y las organizaciones también. Vienen del 2001, de atravesar una crisis devastadora. “Avanzamos mucho en organización y derechos conseguidos, sin lugar a dudas no vamos a renunciar a ello, aunque nos cueste, redoblaremos nuestras fuerzas e inventiva para continuar”, cierra Mariel.