Por Pablo Gentili, Secretario Ejecutivo de CLACSO, para La Garganta Poderosa.
Se ha consumado un paso decisivo en la destitución de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff. Un paso más del golpe que comenzó a gestarse el día siguiente del triunfo electoral del PT, en octubre de 2014, cuando la oposición impugnó el resultado de las elecciones nacionales. Pues los gobiernos y los partidos populares, cuando pierden, se retiran. La derecha no se retira nunca, no retrocede, redefine la ruta para llegar al poder, por la vía del voto popular o por la vía del golpe.
Dilma será destituida, a no ser que un milagro político sea perpetrado, mágicamente, por el único político que ha sido capaz de interpretar la voluntad de justicia social y las aspiraciones de igualdad del pueblo brasileño: Luiz Inácio Lula da Silva. Sin embargo, las chances son bajísimas. El trámite sigue ahora al Senado y, si los senadores lo aprueban por mayoría simple, Dilma será licenciada por 180 días, esperando la decisión de la Corte Suprema, ya en la presidencia Michel Temer, su vice, un oscuro conspirador a quien el despreciable Julio Cobos nunca supo imitar. Temer ha sido uno de los arquitectos del golpe, en alianza con Eduardo Cunha, quien será ahora su vice si avanza el impeachment. Cunha es uno de los políticos más corruptos del Brasil, un mérito ciertamente notable, en una institución donde más de 50% de los diputados están procesados o tienen causas pendientes en la Justicia.
Si alguien tuvo el coraje de asistir a la sesión de votación que acaba de terminar en Brasilia, quizá le habrá llamado la atención que, en sus intervenciones, menos del 3% de los más de 350 diputados que votaron a favor de la destitución de Dilma siquiera mencionaron las causas que motivaron el juicio político (una discutible gestión del presupuesto nacional). Y en cambio sí, su exigencia de acabar con el PT, con la CUT (la central de trabajadores), con la izquierda, con la educación sexual y con el comunismo. Uno llegó a decir que, incluso, “con el comunismo en Corea del Norte”.
El Congreso brasileño es simplemente repugnante, misógino, machista y reaccionario. Como con la prensa, todo el mundo piensa que el congreso de su país es el peor del mundo. Desconozco si existe un termómetro de repugnancias, pero la del Congreso brasileño quizás sea imbatible.
Durante las intervenciones de los diputados golpistas, Dios, la familia (incluidos hijos, tíos, primos, sobrinos, nietos y esposas) y la Biblia fueron 70 veces más mencionados que la Constitución Nacional. Ninguno de los que votó por la destitución de Dilma citó la soberanía popular, base y fundamento de la democracia. ¿Democracia? No, de eso no se ocupa este enjambre de degradadas figuras casi clandestinas, cuyo único objetivo ha sido perpetuar la corrupción y destruir las conquistas sociales y políticas de la última década.
Un nuevo golpe se ha perpetrado en América Latina.
Hace pocos días, Pepe Mujica le decía a La Garganta que no hay derrotas definitivas, que la lucha siempre continúa y que retroceder no significa rendirse. Tiene razón. Y eso lo saben bien Lula y Dilma. Él sobrevivió al hambre, al abandono y a la miseria absoluta que viven los hijos de los campesinos en el Nordeste brasileño. Ella sobrevivió a las torturas y al encierro de la dictadura militar. No será este el golpe que los vencerá. Tampoco, el que debilitará a los que militan junto con ellos, por la construcción de un nuevo Brasil.
Eduardo Galeano ha dicho alguna vez que la única cosa que se construye de arriba hacia abajo, son los pozos. Habrá entonces que seguir luchando, desde abajo, juntando fuerzas y articulando energías, en Brasil y en Argentina, juntos, construyendo los sueños que 342 diputados golpistas jamás podrán impedirnos soñar.
Foto: www.elperiodico.com