Escribir es poner el cuerpo, una experiencia de desprendimiento, sentarse y dejar algo. El fútbol también. Kurt Lutman se pone la camiseta y entra a la cancha de la literatura. La gambeta y la rebeldía, siempre de la mano.
Por Lucas Paulinovich
Foto: Soledad Pellegrini
Kurt Lutman nació en 1976. Hasta la recuperación de la democracia en el ’83, vivió como sin nombre. Siete años su madre estuvo litigando para que los represores le permitieran llamar a su hijo como ella eligió. El nombre, inspirado en el protagonista de una de las novelas de Corin Tellado, era demasiado exótico para los valores que el «Proceso» había venido a reestablecer. Kurt, mientras tanto, iba a jugar al fútbol con la partida de nacimiento. A la hora de firmar, a diferencia de sus compañeros, que llevaban el documento, él mostraba un papel enorme. Los árbitros lo miraban extrañados. Cuando le permitieron llevar su nombre, ya en democracia, varios padres vinieron a buscarlo para pedirle una copia del documento que sirviera como evidencia para poder inscribir a sus hijos con el mismo nombre. Kurt personaje literario, Kurt futbolista, Kurt escritor, Kurt multiplicado.
Desde que debutó en 1995 en Newell’s hasta que se retiró en el 2000, Kurt siguió generando incomodidades. Fue de los pocos que se enfrentó a Eduardo López. Demasiado curioso, muy inquieto para esos tiempos en donde el fútbol se volvía un negocio y los jugadores empezaban a tomar la forma de mercancías para proveer el gran mercado mundial de traspasos. No era nada cómodo ese enganche que tras meter un gol contra Belgrano se levantó la camiseta y exhibió la leyenda “Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos”. El granero del mundo le achicaba los espacios a un futbolista que no se dejara acorralar. “Me retiro del fútbol cansado de los discursos individualistas y el éxito para pocos”, dijo al irse.
– ¿Cómo empieza tu compromiso político y la militancia?
– A HIJOS entro en el año ’99. Venía muy golpeado por haber visto una marcha del 24 de marzo en plaza Independencia, en Mendoza, cuando jugaba en Godoy Cruz. Quedé muy conmovido y eso me disparó a insistir y buscar gente que pueda dar testimonio de lo que había pasado en la dictadura. Volví a Rosario y en un recital de Víctor Heredia, en el Monumento, me cruzo a una piba de HIJOS que estaba vendiendo la revista y le pregunto dónde se juntan y si podía ir. Un día llegué y me presenté como jugador de Newell’s. Tenía muchas ganas de empezar a militar y tomar contacto con lo que había sido la dictadura e informarme. Fue como un hambre voraz. También por la música, me producía un gran impacto.
– Tener esas inquietudes en un ambiente como el fútbol y en plena década del noventa era un caso muy extraño.
– En realidad a nivel nacional era un caso exótico, el tema lo era, porque la sociedad no terminaba de tomar como propio y entender que eso había sido parte de su historia. Lo mismo con el caso Malvinas, nos pasó a todos como comunidad, no es que les pasó al que tiene algún familiar. Y el fútbol era un fractal de lo que pasaba en la sociedad. Seguramente no había muchos jugadores de fútbol vinculados a organismos de derechos humanos, aunque yo siento que había un consenso de parte de la sociedad que entendía que Videla había sido un hijo de puta. Me pasaba cuando charlaba con los pibes de Newell´s, no había mucha discusión, se sabía que era un hijo de puta nada más. Después lo del proyecto económico de la dictadura que venía a completar esa historia estaba ausente como información.
A fines de la década del ’90, Kurt va a jugar contra Huracán. Claudio Morresi, futuro secretario de Deportes entre 2003 y 2014, dirigía en las inferiores del club de Parque Patricios. Kurt sabía que el hermano y la cuñada embarazada de Morresi estaban desaparecidos. También que era cercano a las Madres. Ese día se encontraron en el partido de reserva. Kurt le contó su hartazgo con el mundo del fútbol y sus deseos de dejar todo. “Hay que estar dentro del fútbol, es importante que estemos adentro”, le contestó Morresi.
– No le pude hacer mucho caso, me terminé yendo a la mierda al año. Pero ahora lo entiendo en toda su dimensión. El fútbol es un lugar de comunicación muy grande y hay que estar adentro.
El pez en el agua
Kurt calienta agua en una jarra sobre el anafe. Al lado, el mate y una tabla con un jengibre. En una pared de la cocina, una foto de cuando jugaba en las inferiores de Newell’s. En la otra, una repisa, y en ella, un jarro de cerámica con el escudo estampado. Kurt es, ante todo, leproso. El fútbol y Newell’s están siempre presentes en lo que dice y escribe. En 2015 publicó el libro “El agua y el pez: crónicas de un fútbol fantástico”. El título alude a una parábola del por entonces gobernador de facto tucumano, Antonio Domingo Bussi. Para ejemplificar las acciones del Operativo Independencia, el genocida ilustra su teoría: los peces viven porque tienen agua; hay que sacarles el agua, para así ahogarlos. Kurt, que anda por la ciudad repartiendo el libro en bicicleta, escribe de ese fútbol asfixiado, les echa agua a los peces, para que sigan vivos.
– ¿Para esa época ya habías empezado a escribir?
– Fue posterior, porque cuando dejo el fútbol, empiezo a vender El Eslabón y a colar cada tanto una nota. Yo conozco el periódico por el Juane Basso. Deje el fútbol y me quedé sin laburo, así que iba a vender el periódico a los sindicatos. Ahí empiezo a animarme a escribir, algunas cosas no me gustan, otras un poco más, pero siempre con mucho titubeo. No tenía un entusiasmo de decir es por acá.
– ¿En qué periodo fueron escritas las crónicas y los textos que integran el libro?
– Algunos son más viejos, pero muy pocos. Casi todos están escritos en los últimos dos años. Y siento que los pude escribir porque pasé por la escuela de arte urbana, por el circo. Cuando arranco a hacer circo me encuentro con el arte y cómo poner en juego ese arte, a elaborar, con el teatro, el clown, tela. Eso fue en el 2009 y 2010, y ya en el 2011 empiezo a colar una nota más seguido, contar historias que se entiendan mejor, todas cuestiones que en circo se laburan mucho. No solo lo que tenés en la cabeza, sino cómo lo transmitís. Por eso creo que fue vital pasar por ahí, si no, no hubiese podido.
– ¿Sirve la literatura, la escritura, para transmitir ese compromiso? ¿es una herramienta o un gusto por el tema y el ejercicio?
– Según las devoluciones de gente que lo leyó, hay algunos que repararon en la parte más militante del libro, les llegó más eso. Siento que tampoco tiene esa pretensión de bajar línea. Sí tengo la necesidad de contar un montón de cosas que las tenía atragantadas y ponerlas en algún lugar de una forma lo más poética posible. Que sea atractivo. Si lo logro o no, tiene que ver con el que lo lee. No tenía como objetivo instalar discusiones, esas discusiones las tenía yo en la cabeza.
– ¿Te cambio la relación con el fútbol sentarse a escribir?
– Sí, me amigó, totalmente. Creo que pude escribir sobre fútbol porque me fui amigando de a poco, y los textos me fueron amigando. Los primeros eran desde un lugar más soberbio, menos amigable, más petardo, menos cómico, menos relajado. Entonces después tengo la sensación que tuve más aire, no era confrontar, sino jugar con un texto, lo trágico de un episodio dentro del fútbol, al que sigo viendo trágico, pero ahora le encuentro humor. No como antes, cuando me voy de Newell’s, que veo todo oscuro y siento que es un nido de ratas.
Un fútbol de fantasía
Hacía tres años que Kurt había dejado el fútbol. Ahora estaba jugando un torneo en barrio Bella Vista, con los pibes del padre Joaquín. Llegaba el 2003, el país todavía era una caldera. Kurt trabajaba en una fábrica e iba a ser padre. En la final del torneo se encontró con un amigo que estaba jugando en Campaña, de Carcaraña. Le preguntó si estaba jugando, Kurt le contestó que no, y lo invitó. La posibilidad de ganar unos pesos y volver a pisar una cancha lo empujaron a las ligas regionales.
– Fue oxigenarme, un lugar por el que tuve que pasar y me relajó y divirtió y conmovió muchísimo. Había unos personajes alucinantes, me estimuló mucho para escribir. Estuve dos años, desde el 2003 al 2005.
Los personajes del interior de la provincia, las tribunas encimadas, el alambrado bordeando, las hinchadas que esperan al final del partido, las canchas bloqueadas después de una derrota, las revanchas y las broncas almacenadas por años y campeonatos, idas y vueltas. El mundo del fútbol regional queda pintado en los relatos del libro. Un fútbol de subsuelo, donde juegan los que no llegaron, los que se volvieron y los que nunca intentaron. Un fútbol de fantasía. Los pantallazos del fútbol grande rebotan y llegan, pero nunca pegan de lleno.
– Las primeras crónicas que hago en El Eslabón más organizadas tienen que ver con el fútbol regional –recuerda-. Es un segmento que yo en el diario titulo Campos de Fuego, y empiezo a escribir por ahí. Fue un lugar de inicio, porque era lo más agradable. Después empiezo a jugar con otra información.
Un partido en Bustinza, un pueblo a 68 km de Rosario, invisible, excluido del mapa oficial del gobierno provincial, “rompió mi ilusa mirada de que la competencia en las ligas del interior sería el pasaporte a encuentros relajados y abstraídos de violencia simbólica”, dice en el libro. Bien visitantes, terminaron escapando de la cuchilla del parrillero embravecido. Fútbol y pueblos, fútbol y barrios, otros escenarios de la vida futbolera, más cercanos, generalmente más auténticos.
– ¿El laburo en los barrios, la figura del taller de fútbol, cómo jugo en la relación con el fútbol?
– En esa época fue como saltar de una canoa a otra. Desde un barco que ya no me gustaba a otro lugar, más chiquito, más mío, más cómodo, nuevo. Me pude ir del fútbol porque estaba militando, entonces tenía un panorama que me atraía. Cosa que a un montón de pibes y compañeros del fútbol se les hacía más difícil porque no está eso de dónde saltar. El nivel de adrenalina que nosotros movíamos cada vez que jugábamos hace muy difícil saltar hacia un lugar más calmo. A nivel laboral yo vendí limones y necesitaba hacerlo, y fui kioskero, y necesitaba estar ahí. Depende del mambo de cada uno, ir buscando cosas que te llenen, indagar historias, irte porque te echaron, porque te cansaste, son distintas formas de dejar el fútbol y distintos lugares dónde caer.
El jugador que escribe
Pelota de Papel es un proyecto que reúne textos de futbolistas y entrenadores. Empezó a partir de una iniciativa de Sebastián Domínguez y el uruguayo Agustín Lucas. Kurt es uno de las tantas firmas que aportan su texto. Es, posiblemente, el más experimentado en la escritura. El libro, editado por Ariel Scher, viene a romper con la imagen estereotipada del futbolista-producto. Un modo de mostrar el resto de vida detrás de los personajes de la farándula deportiva, por fuera de la industria del entretenimiento que embulle al fútbol y lo reduce a un negocio cruel y devorador.
– Puede pensarse en el caso de Cristiano Ronaldo como emblema del jugador objeto, mostrado en las publicidades, con el pelo arreglado, la ropa más cara, autos de lujo, mujeres, medio bobo, sin interés más que por su fama y su facha. Pero nunca sale su apoyo a la causa Palestina ni qué es lo que piensa o lo que hace el resto del tiempo.
– Cristiano Ronaldo es un caso particular, hay un estereotipo de él, que es un loco desapegado de un montón de cuestiones, que llegó a lo más alto del fútbol y se tunea y está en cualquiera. Y es un loco muy comprometido, fue uno de los pocos jugadores europeos que se posicionó cuando había que posicionarse. Y la venta que se hace de esos jugadores es que viven en una burbuja, y de fondo, hay como un subsuelo, que es la vida cotidiana, que no es la de cualquier laburante, tienen un nivel de compromiso al que uno no puede acceder y desconoce si no se investiga. Hay que saltar un prejuicio, que los multimedios lo instalan, que solo los muestran facturando o haciendo declaraciones menores. Pelota de Papel muestra ese subsuelo, esos jugadores que están parados sobre un montón de historias, que escriben, tienen inquietudes artísticas y sociales. Casi todas las historias son un dolor de algún lado, siempre hay un dolor medio escondido. Por eso es interesante, muestra esa faceta que no son 18 jugadores solamente, son la gran mayoría.
– ¿De qué forma podes sostener esa actitud comprometida y esos otros intereses ante las presiones de un negocio mundial invadido de mafias?
– Hay un micromundo que es el equipo. No hay una estandarización. Yo conocí equipos articulados de tal forma donde esos espacios estaban, porque los referentes o el capitán o los más grandes tenían esas inquietudes entonces habilitaban esos espacios. Y otros que capaz que no tanto. Por eso contactar con ese volumen de gente que es recontra inquieta es un laburo, es saltarse un montón de vallas, algunos prejuicios personales y otros instalados, e ir a buscar. Últimamente los equipos de Rosario nos dejan en claro que ante fechas históricas los locos se copan. De ahí a pedirle que un jugador se ponga a militar automáticamente, hay un abismo. El acceder a una militancia y a un grupo que participe cotidianamente es re difícil, es un mambo acercarte a una organización. Muchas veces uno le reclama a un montón de jugadores que actúe de cierta forma que hasta a uno le cuesta. Cómo le voy a pedir a Pomelo Mateo que lo haga.
Escribir el fútbol
Escribir es poner el cuerpo, una experiencia de desprendimiento, sentarse y dejar algo. La escritura pasa por el cuerpo, lo modifica. La tradición de literatura futbolera está vinculada a escritores que escriben desde su pasión por el fútbol, fueron hinchas, jugaron con sus amigos o en ligar amateurs. Pero no abundan los registros de futbolistas profesionales que se vuelquen a la escritura. Algunos casos: Valdano, Perfumo, Sava, Herbella. Muy pocos son los que rompen la frontera de la reflexión o el testimonio personal y avanzan sobre la ficción. Creación y fútbol, un encuentro posible. Otra vez: formas de poner el cuerpo. Kurt se acomoda, ceba un mate y habla:
– Yo creo que como todo uno escribe desde lo vivenciado. A mí me gustaría leer a jugadores de fútbol, por eso espero con tantas ansias Pelota de Papel. No van a ser los mismos textos que Soriano, más allá del vuelo. O Fontanarrosa. No fueron jugadores, jugaron pero son escritores. Estos jugadores de fútbol manejan un caudal de información mucho más fina que no lo maneja un escritor. De ahí a que pueda escribir con la belleza que escribe un escritor es otra película. Pero yo entiendo lo que siente un jugador adentro de la cancha y puedo describirlo milímetro a milímetro a eso, porque lo practiqué durante 20 años. Muchas veces es necesario y muchas veces no. A mí leyéndolo a Soriano me bastaba. No necesitaba demasiada información sobre la cuestión técnica, el loco te pintaba el fútbol desde un lugar increíble. Fontanarrosa hablaba desde el hincha y reparaba en detalles que eran alucinantes. Ahora veremos cómo es jugar al fútbol y escribir, ahí nos vamos a encontrar con detalles mucho más finitos.
– La escritura permite recuperar cosas que en la dinámica del juego pasan, reconfigura esas sensaciones mínimas, reorganiza las experiencias moleculares del jugar.
– Sentarte a escribir un texto es revisarte. Ver qué sentías, empatizar con vos, con un árbitro que te está mirando, ver la conducta del hincha, meterte dentro y sentirlo. A mí a veces me sale y otras me cuesta como ejercicio. Hay escritores que pueden meterse en cualquier lado.
– Respecto al proyecto literario, ¿está ligando al fútbol, en el sentido de procesar experiencias, o te planteas otras cuestiones desde la literatura, que pueden tener que ver con el fútbol, pero ya como una cuestión específica de escritura?
– Yo lo voy marcando paso a paso, desde donde estoy parado. Lo próximo también va a ser sobre fútbol, más allá que va a tener, calculo, otra apertura. Tengo algunos ejes, algunos personajes del rocanrol nuestro. Quiero meterme en eso, es otra cosa, pero siento que estoy parado en el fútbol y quiero seguir explorándolo. Es un planeta que quiero terminar de investigar hasta hartarme. Soy un bicho de fútbol.