El pasado 6 de febrero apareció muerta Gisela Beatriz Bustamante en la ex Estación Mitre de la ciudad de Santa Fe. Un caso que desnuda nuevamente al silencio estatal y la manipulación mediática en los femicidios.
Por Agustina Verano, desde Santa Fe
No debe haber sido el primer fuego que quema con esa connotación, con esa dirección: contra las mujeres. Pero debe haber quemado fuerte también. También, como a Wanda Taddei.
Pero, aquel fuego en aquella fábrica que ardió por dentro y se llevó reclamos y luchas, “no fue intencional” según los informadores de esa época. Como tampoco lo fue que el ex baterista de Callejeros la prendiera fuego a Wanda en una discusión. Por eso no era femicidio, era “crimen pasional”.
Cuando en 1857 cuarenta mil costureras industriales salieron de las puertas cerradas de las fábricas y de las casas para reclamar por las mejoras de sus condiciones laborales, quien estaba a cargo de la fábrica Cotton Textile se creyó ser el dueño- también- de los cuerpos de más de 120 mujeres sin dejarlas salir a las calles, ofreciéndoles fuego, privándolas de su libertad, y de su vida, como además hizo “el enfermo que cometió ese hecho”, nombramiento que aparece en los medios ante la ausencia del asesino del reciente femicidio de Gisela Beatriz Bustamante en Santa Fe.
Pero hay coincidencias entre aquel 1857 y hoy 2016: los hombres siguen matando mujeres por ser mujeres, y hoy la palabra femicidio pareciera no haberse incorporado en los diccionarios mediáticos y estatales. Pareciera no existir, como en 1800.
Aquí va una de las tantas pruebas de este silencio, que no opera por casualidad, sino por causalidad.
Una mañana de trueque
Son alrededor de las 08:00 de la mañana en la ciudad de Santa Fe. El calor no sorprende. Es un común sábado 6 de febrero, con una mañana en que en los titulares matutinos de lo que se denomina “la ciudad cordial”, sus medios locales resaltan “las altas temperaturas cada vez mayores”, en el lugar cercado por ríos que a veces amenazan.
Los autos, las motos, las bicis, los peatones, se mueven a diferentes ritmos en la avenida General López, según el color que los varios semáforos anuncien para ir o venir, la mayoría con vistas a uno de los trueques con mayor asistencia en la ciudad. “El trueque del Mitre”.
Se tienden las mantas se arman los puestos, se van acomodando las cosas para “truequear”. Todo a paso lento, como buen feriante, mientras el olor a torta asada perfuma la música de los parlantes.
Los andenes que delimitan al Centro Cultural y Social El Birri, que funciona en la ex estación desde 2007, son los protagonistas de los juegos de los chicos, hijos de feriantes, que corretean entre puestos y vías. Entre juegos inventados en donde antes pasaban trenes cargados de historia.
Aquellas vías un poco enterradas del desuso ferroviario chocan inevitablemente con la plaza donde funciona la feria del trueque, lugar que hace tiempo fue interrumpido por la instalación de la Policía de Acción Táctica (PAT), y un camión negro petróleo que ha dejado ya varias marcas, visibles e invisibles, en quienes habitan el barrio.
Pero ya son las 08:30 y las cámaras de televisión, los micrófonos de radio y los grabadores portátiles de los periodistas de redacción interrumpen el candombe truequero. Pisan el pasto que sale del andén, buscan una noticia, buscan a niños que jugando encontraron lo que al principio fue tapa principal. Y luego silencio.
Hace dos meses aproximadamente que Gisela se había venido para Santa Fe a vivir. Había dejado la ciudad de Rafaela, donde también había vivido un tiempo.
“Vivía con dos compañeras en barrio Centenario”, salió en los pocos copetes, de las pocas noticias que se preocuparon por contar quién era.
Dos hijos, una madre y un padre, oriundos como ella de una pequeña localidad llamada Presidente Roca, a diez kilómetros de Rafaela.
No hay más que pocas líneas sobre lo que era, lo que le interesaba, lo que hacía.
No hay más que eso.
Ningún intento del por qué aparece en el cuerpo de las noticias, pero si abunda el qué.
Que era “trabajadora sexual”, “prostituta”, “que su parada era en 3 de Febrero y Avenida Freyre”.
Pero,
¿Hasta qué punto importa donde era “su parada” si Gisela ya no está?
¿Importaba acaso que Melina Romero no haya terminado la secundaria o que a Marina Menegazzo y María José Coni, “les gustaba subirse a camionetas de desconocidos”?
A 50 metros de las PAT
– Me estás tomando el pelo vos, me haces perder el tiempo a mí.
La mujer se resigna frente a un atropello que sabe vivir cotidianamente, en carne propia o en relatos ajenos pero cercanos. El camión de la PAT parece más oscuro y grande por dentro. Parece ser que las fuentes no son importantes cuando de la gente del barrio del oeste se trata.
– Me haces perder el tiempo.
Resuenan quizás las palabras en sus hijos, sin entenderlas demasiado. Como tampoco entendieron, cuando jugaban en la tierra, porqué había un cuerpo desnudo que sobresalía de los yuyos.
– Llamen al 911, nosotros no podemos hacer nada.
Las palabras de la “mujer policía” que baja del camión negro petróleo intentan “remediar” la intolerancia que su compañero uniformado disparó contra aquella madre que con sus niños fueron a pedir ayuda al encontrar “un cuerpo de una nena de más o menos 11 años por los yuyos y las montañas de tierra cerca del andén”.
Salieron con la cabeza gacha, en busca de algún celular para llamar al 911. Para intentar conseguir alguna respuesta ante una imagen que no debería pertenecerles, ni a ellos, ni a Gisela.
Pero la respuesta de la policía que la provincia de Santa Fe instaló en el barrio “para más seguridad” quedó resonándoles. Una respuesta que define bien cuál es la presencia del Estado en los barrios, y cómo.
Mientras, aquellos niños pensaban en ese cuerpo: ¿Por qué estaba así? ¿Por qué estaba una mujer muerta, desnuda, arrodillada, donde nosotros jugamos?
Quince segundos de respuesta
Periodista: – Señor intendente, le cambio de tema: El fin de semana hubo un femicidio en la Estación Mitre y puntualmente diferentes organizaciones denunciaron el abandono de las obras. ¿Qué trabajo se está haciendo en el municipio?
José Corral (Intendente de Santa Fe): – Bueno, es una zona que tiene su complejidad, además ustedes saben que hay familias que están instaladas en esos terrenos, y hay que limpiar y mantener y a ver si se puede atrapar al responsable de semejante atrocidad.
Fueron solo quince segundos de respuesta, que devinieron en treinta y ocho palabras.
Quince segundos en una conferencia de prensa que tenía como tema central las paritarias. Quince segundos, en comparación con otras respuestas de más de treinta segundos y hasta de un minuto en temas como inflación y funcionamiento del tren urbano.
Pocos segundos frente a una pregunta que pareciera que la periodista quiso colar para encontrar alguna respuesta frente a tanto silencio.
Respuesta rápida, sin respuesta. Respuesta obligada, nerviosa, titubeada. Respuesta que, como siempre, busca desviar la atención y la responsabilidad. Para no desperdiciar la oportunidad de criminalizar la pobreza con la sola intención de complacer sus intereses.
“Ustedes saben hay familias que están instalados en esos terrenos”. Lo tira en el medio de aquella respuesta sin respuesta. ¿Son aquellas familias – que dicho sea de paso no entran en las políticas de vivienda- las culpables de que un hombre asesine a una mujer?
¿Dónde están las respuestas?
Habrá que limpiar entonces, dijo el señor intendente, para encontrar al responsable de este hecho atroz.
¿Cuál es el futuro de una piba que nace acá?
“¿Por qué le echamos la culpa al Estado? Porque desde El Birri, desde distintas organizaciones e instituciones barriales a lo largo de por lo menos los últimos dos años hemos denunciado sobre el estado en el que se encontraba el predio de la estación.
Es el propio gobierno municipal el que arroja escombros, acumula tierra, hace un uso indebido del espacio. Hace años que reclamamos, por ejemplo, un paso nivel. Kilos y kilos de hormigón son los que usan cada año para realizar los bloques que utilizan para el TC 2000, y que se realizan acá en este mismo anden de la estación. No son capaces de colocar de ese hormigón para poder hacer el paso nivel. Ni las luminarias necesarias, ni mantener el espacio público como se debería mantener.
Fueron ellos también personalmente los que constataron y volvieron a hacer oídos sordos, entonces, ¿quién es el culpable de esto?
No solamente el hombre que tuvo el descaro y fue tan animal de hacer lo que hizo sino que también es el Estado el que permitió las condiciones para que eso sucediera como sucedió, de manera tan atroz, que fue tratado por los medios de una manera horrorosa. Estábamos hablando de una niña que circuló por todos los medios, y cuando nos enteramos que era prostituta, que era pobre y que encima mujer, no le importó más a nadie, eso es terrible para todas, para las niñas que están viniendo y para las mujeres que habitamos y atravesamos las calles permanentemente.
Este es un hecho más que se suma, no estamos hablando de un caso aislado, son un montón, somos un montón de mujeres, son un montón de niñas que tienen que sufrir el hostigamiento de la policía que se encuentra acá postrada en el predio a 50 metros de donde ocurrió el femicidio, que hay que llamarlo por su nombre: femicidio.
Acá mataron una mujer, trabajadora sexual decían, hasta hablaron de una relación sexual violenta. Ya no nos mintamos, apostemos a hablar con claridad y sinceridad, a no permitir que estas cosas sigan sucediendo como suceden tan descaradamente.
¿Si el Estado no es el responsable quién es el responsable? ”
(Parte de la conferencia organizada por integrantes del Centro Social y Cultural El Birri, junto a organizaciones que la integran como La Antirrepresiva Santa Fe y El Foro Santa Fe contra la trata)
La pregunta siguió retumbando en los andenes, en las instalaciones del trueque, en las vías semienterradas de la estación, en todos y todas las que ese miércoles 10 de febrero intentaron encontrar una respuesta ante tanto silencio.
Y entre la piel de gallina que provocó esa pregunta, la última fue la que tendrían que haber escuchado quienes hablan de “una ciudad cordial, una Santa Fe linda”:
¿Cuál es el futuro para una piba que nace acá?
Niña- Mujer- Silencio
Cuando el sol apenas se asomaba el 6 de febrero pasado, ya había unos cuantos titulares que referían al “homicidio”, “asesinato”, “asesinato y violación”, de quien después fue Gisela.
Porque se tardó varias horas en identificarla, y mucho más en nombrarla, en reconocerla como tal.
“Encontraron muerta a una nena en la Estación Mitre” (06 de febrero de 2016 Hora: 11:17 – DERF Agencia de Noticias).
“Una joven asesinada y violada fue hallada por niños en la ex Estación Mitre” (Policiales; Sábado, 06 de febrero de 2016 | 06:06- Diario UNO).
“Encontraron el cadáver de una adolescente en la ex Estación Mitre” (Policiales; Sábado, 06 de febrero de 2016 | 10:01- Diario UNO).
“Abusaron sexualmente de una joven y la asesinaron” (Sábado 06.02.2016- Diario El Litoral).
A diferencia de los femicidios de Ángeles Rawson, o de Lola Chomnalez, donde la desaparición fue el primer paso, a Gisela primero le tocó morir, y después ser descubierta. Pero, aunque varíe su secuencia, todos los casos tienen la coincidencia de ser asesinadas dos veces: por el femicida, que no es buscado ni interpelado, y por los dedos acusadores de los medios. Ya sea desde la acusación explícita o desde el silencio.
Gisela primero fue solo un cuerpo, sin cara, sin nombre, sin edad. “Un cuerpo encontrado en los yuyos de los andenes de la ex Estación Mitre”, para luego ser “un cuerpo de una nena de aproximadamente 11 o 12 años”, pasando después a ser “el cadáver de una adolescente que encontraron en los viejos andenes de la ex Estación Mitre”. A lo último, y ya sin tantos caracteres, se le puso su nombre: “La víctima se llamaba Gisela Beatríz Bustamante, tenía 29 años y era trabajadora sexual”.
Silencio desde entonces.
Algo habrá hecho
“Cristina Costa, yo creo que conoce los riesgos que corre al tener justo ese trabajo. Prefiero trabajar 8hs y ser mucama y ganar poco a buscar trabajo fácil por más plata. La plata que ganó a la tumba no se la va a llevar. Y encima arriesgó su vida. De todas formas Qepd”. (Comentario extraído de una nota en Diario La Capital)
¿De quién es la culpa de que el concepto “plata fácil” sean nombrado en un femicidio?
¿Se puede culpar a quienes leen el diario?
¿A qué deviene este comentario, que esconde más comentarios que no se dicen?
“Hallan muerta a una trabajadora sexual en ex estación de trenes”
Este titular pertenece al diario La Capital, en su edición del lunes 8 de febrero. A esa altura ya se conocía quién era la persona que encarnaba lo que en un principio fue el cuerpo de una niña de once años.
“Se las llama trabajadoras sexuales antes que mujeres”, sostuvieron quienes conforman la Campaña Abolicionista de Santa Fe, al hacer hincapié en el tratamiento general que la prensa escrita hizo sobre el femicidio de Gisela. Sostienen que esta lógica “reafirma la existencia de estereotipos sexistas en el periodismo, no solo en relación a los femicidios en general, sino a aquellos por prostitución en particular”.
Entonces, esta cronista vuelve a preguntarse, a preguntar: ¿Con qué sentido se pone en un titular de la sección policial que la víctima era trabajadora sexual?
Como bien sostuvieron las integrantes de la Campaña Abolicionista, los dedos acusadores de los señores y las señoras de la prensa apuntan bien fuerte cuando la víctima no se para en los estándares de “lo aceptable”. Más bien, como plantea Ileana Arduino en una nota en Revista Anfibia, cuando la víctima no es una “buena víctima”.
¿Por qué?
Porque Gisela, según los informadores formadores de opinión, no tenía un trabajo aceptable, no era una buena madre, y hasta un poco se justifica su muerte. Porque bueno, “algo habrá hecho”.
¿Suena fuerte?
¿Pero no dijeron eso los medios?
Se podrá pensar.
¿No?: “Hallan muerta a trabajadora sexual”.
Solo era trabajadora sexual, no era madre, no era hija. No era. Y por lo tanto, si se metió en eso “porque quería plata fácil”, algo habrá hecho.
¿Por qué cuándo no solo los medios, sino el mismo fiscal regional de Santa Fe, apenas unas horas del hecho, dijo que el cadáver encontrado pertenecía a una niña de once años, los dedos acusadores del periodismo, y los comentarios de quienes leen sin entrelíneas lanzaron sus plegarias caritativas y sacaron notas cada una hora, pero cuando se supo que tenía 29 años, y que además era “trabajadora sexual”, la culpa cambió de bando?
¿Qué le faltó a Gisela para que el espacio y los caracteres que los que deciden a quién y qué decir sean dignos?
Frente a esta cuestión, integrantes del Foro Santa Fe contra la trata, en una conferencia de prensa que se hizo días después del hecho en el Centro Cultural y Social El Birri reclamaban:
“La cuestión de la representación social, cuando se creyó que era una nena de ocho o nueve años todo el mundo estaba sumamente indignado, y muy enojados. Pero cuando se supo que era una mujer de casi treinta y que encima ejercía la prostitución fue casi olvidada y ya poco escuchamos en los medios de eso. Si fuera otra la situación, si fuera una nena de ocho años de otra clase social o que se dedicara a otra cosa sería distinto. Hemos tenido casos un mes en la tele y este fue rápidamente olvidado”
No fue una buena víctima entonces Gisela, porque lo dijeron los medios, lo dijo el Estado, con el silencio, con restarle importancia, dejándola en el vacío. Lo dijeron sin decirlo: no fue digna de merecer su momento de duelo, no es para chicas como ella.
Ileana Arduino toca este punto cuando refiere: “Desde la presentación discursiva dominante, algunas pérdidas de vida nos son presentadas como dignas de llanto, mientras muchas otras aparecen condenadas a soportar una exposición diferencial a la violencia y la muerte, y por lo tanto, a ser sustraídas de la solidaridad empática a través de una hiperdiferenciación entre ellas y nosotros”.
Porque Gisela, como también Sandra Cabrera, no fueron una buena víctima, porque al Estado, al sistema no les convenía hacer este duelo.
¿Por eso no apareció ni el intendente, ni los concejales, ni fotos enviadas a los diarios con la consigna de #niunamenos?
¿Será una menos o una más entonces?
¿Todas las mujeres entran en esa consigna?
Gisela no quiso pertenecer a la autorregulación femenina, por eso la mataron, o quizás tampoco pudo. No quiso o no pudo sostener las normas que rigen el sistema de dominación patriarcal, que dice que el cuerpo femenino hay que cuidarlo, que “es tarea primaria de las mujeres”, como alude Arduino.
Autorregulación femenina (dominación patriarcal): quédate adentro, peinate, pintate, no hagas escándalo, cuidado las piernas, cerrálas. Y tené cuidado, no muestres las tetas, tapate que se te ve el culo, no andes de noche, no vayas sola.
¿Qué pasa cuando una mujer desafía esa dominación normalizada?
La autora sostiene que cuando ese “tejido” no funciona o una mujer lo desafía, aparece como recurso privilegiado el culpar a la víctima.
Así, simple: la mataron, la culparon, la mataron.
Pero bueno, algo habrá hecho.
Si, hizo. Claramente.
No aceptó – consciente o inconscientemente – las normas de quienes se creyeron dueños de su cuerpo. Porque tuvo que andar sola en la calle (eligiéndolo o no), de noche, porque quizás dijo no.
Por eso, la culpa fue de Gisela, fue de Ángeles, fue de Marita, fue de Melina, fue de Lola, fue de Sandra, fue de, fue de, fue de…
Por suerte tenemos a Juliana
Pasaron treinta y dos días del 6 de febrero, mientras en el medio morían María José Coni y Marina Menegazzo. Pero por suerte llegó el 8 de marzo, para refrescar un poco la memoria de un día tan importante.
Por fin, llegar al trabajo y que haya un ramo de flores. Pasar a pagar un impuesto y que el cajero te diga feliz día.
O bien, recibir diez cadenas por Whatsapp que te hagan acordar lo linda, lo necesaria que son las mujeres “porque sin ellas qué haríamos”.
Lo dice la canción consagrada de quienes creen que las mujeres somos fruto de una costilla:
“No sé quién las invento…
no sé quién nos hizo ese favor…
tuvo que ser dios
que vio al hombre tan solo
y sin dudarlo
pensó en dos… en dos
Dicen que fue una costilla
hubiese dado mi columna vertebral…
por verlas andar
después de hacer el amor
hasta el tocador
y sin voltear… sin voltear…”
Llegó el 8 de marzo, más de un siglo después de que hayan prendido fuego en una fábrica textil a más de 120 mujeres que reclamaban por mucho de los derechos que hemos conquistado.
Llegó el 8 de marzo, sí, pero atrás tiene sangre. La sangre de Sandra Cabrera que exigía algo que al sistema no le convenía, que denunciaba la explotación sexual de niñas menores en una “wiskeria” en Rosario, que denunciaba a la policía.
Vino el 8 de marzo, nos dieron flores. Pero Melina Romero apareció muerta en una bolsa de consorcio negra, y Ana María Acevedo no está más porque el Estado no le concedió lo que para nosotras ya es legal hace mucho tiempo.
Por suerte también nos dieron un dos por uno en tragos ese día, y brindamos porque el fiscal regional de Santa Fe dijo que hubo “relación sexual violenta”, en el femicidio de Gisela Beatriz Bustamante. Y, de paso, Griselda Correa tampoco está.
¿Por eso brindamos el 8 de marzo?
Al otro día sale en Revista Noticias una tapa con Juliana Awada que dice “Dejó todo para acompañar a Macri. Representa el estereotipo de la esposa tradicional, discreta y al servicio del hogar”. Mientras, a nosotras nos siguen matando.
Mariana Carabajal nos dijo que son muertes avisadas.
Concuerdo totalmente, la leo a Juliana y ella me dice que sí, que no salgamos a la calle, que nuestro lugar es la plancha. Y si pasa algo puertas adentro, que el botón antipánico no chille.