Pablo Bilsky publicó a fines del año pasado su primera novela, Herodes. La historia de una libreta de periodista, un cronista y los hechos. Las imágenes de la historia, el presente rosarino, las preguntas sobre el oficio, la mirada y las anotaciones quedan condensadas en una narración de múltiples capas. Pasado, presente y futuro estallando en un momento.
Por Lucas Paulinovich
– Recién vengo de análisis, estoy perfecto.
El departamento es chico. Una ventana, cortinas rojas apenas corridas que dejan entrar algo de luz. Es media tarde. Allá abajo está calle San Luis. En la habitación casi no hay muebles: un sillón de lectura y una larga biblioteca que cubre toda una pared. Un escritorio, la computadora, un equipo de música y la cocina a un costado. Hay una escalera que lleva a un altillo. Y más libros, por todos lados libros apilados.
Pablo Bilsky me invita a sentarme. Dejo el grabador en el espacio libre de uno de los estantes. Ahí detrás hay dos tomos naranjas con la obra reunida de Hunter Thompson. Más allá unos cuantos volúmenes de Foucault. También una edición en inglés de El corazón de las tinieblas, de Conrad. Ahí se cuenta la historia de una expedición a las colonias belgas del Congo. Colonialismo, invasiones, un país invadido y sus muertos. La conversación se dispara, como los fusiles.
– Cuando me preguntaban sobre el título del libro siempre balbuceaba algo sobre las referencias bíblicas -dice Bilsky. Cuenta que fue Horacio Çaró, el periodista y escritor que lo acompañó en la presentación, quien le aportó un mejor argumento: Herodes es el terrorista de Estado, antes de la existencia del Estado moderno, el procedimiento del déspota, la invasión y el imperio. Conrad sigue en la biblioteca, Herodes a un lado, sobre el apoyabrazos del sillón. Dos imperios se saludan.
– A partir de ahí empecé a dar esa explicación, yo no me había dado cuenta, pero por qué me tengo que dar cuenta justo yo de eso- se ríe.
La biblioteca es una presencia conquistadora de la habitación. Es lo primero que se impone, casi imposible dejar de verla. En el lomo de los libros se intercalan palabras en inglés y castellano. Bilsky se para, busca la pipa, la carga y vuelve. Se acomoda y habla.
– Son cuestiones personales, relacionadas con la inseguridad. No puedo terminar los libros. Al décimo año de psicoanálisis pude terminar este. Si vos trabajas un libro y lo tomás como algo que lo vas puliendo, le vas poniendo, le vas sacando, ese proceso es infinito. Lo único que puede pasar para ponerle un fin es la publicación, por lo que nunca me calenté. Tampoco es que acá en Argentina y en ningún lugar del mundo andan corriendo a los escritores, tacleándolos para obligarlos a publicar.
A los 53 años, Pablo Bilsky salta a la escena literaria local con una novela editada por Yo soy Gilda Editora. Un debut tardío, le digo.
– ¿Qué me hace terminar un libro? –se pregunta. –Nada –se responde.
Pega una aspiración profunda y entrecierra los ojos. Después, detrás del humo empieza a soltar las frases.
– Por definición, un texto no termina. Hace treinta años que lo digo en las clases de la Universidad. Sé que es una patología. Hay muchos que tienen 30 años y tienen cuatro libros. A veces son excelentes, me saco el sombrero. Pero a veces hay un apresuramiento por publicar, como si escribir y publicar fuera lo mismo. Y son experiencias diferentes, son objetivos diferentes. Lamborghini decía que habría que publicar sin escribir, publicar nada, una hoja en blanco, para poder diferenciarlo bien.
El realismo potenciado
Su labor periodística lo hizo presente a través de las contratapas en Rosario/12, las columnas en El Eslabón o sus apariciones radiales. Siempre se mantuvo escribiendo. Empezó dedicándose al cuento y la poesía. En 1993 fue finalista del premio Casa de las Américas con un libro de poesía. Pero nunca concretaba la publicación de una obra propia.
– Con ese libro debería haber agarrado la carta de felicitación y salir a tocar la puerta de cualquier editorial y te lo publican seguro. Yo no hice eso. Si me preguntás dónde está físicamente ese libro, no sé. Nunca lo tiré, pero jamás lo publiqué- dice.
Por momentos, deja divisar una ética de la escritura, un compromiso con el texto que lo llevó a esa larga preparación. Herodes, de alguna manera, es una síntesis entre el periodismo y la literatura, un momento de cierre entre los dos oficios que, junto con la docencia, marcaron su vida.
– Otra vez, hace mucho, publiqué una antología conjunta con otros poetas. Con este libro, pasó eso que nunca pasa: alguien vino y llamó a la puerta para que publique. Si bien no publiqué un libro en todos estos años, hace 25 años que publico contratapas en Rosario/12. Ahí tengo un montón de libros, haciendo nada. Juan Forn sacó unos tomos con sus contratapas y ya van dos ediciones. Acá cito a mi analista: tengo problemas para desprenderme de cosas.
Bilsky vuelve a pararse, otra vez camina a la mesada, saca el tabaco, carga la pipa y vuelve a la silla. La novela surgió de una invitación. Le preguntaron qué tenía, el ofreció unas crónicas de los viajes que realizó por motivos laborales. Pero la temática era local, le dijeron. Entonces, pensó en reformular crónicas que había escrito en su tarea periodística y algunas otras historias que le habían contado. Herodes es una novela sobre una libreta de periodista.
– Yo venía trabajando, sin la idea de hacer un libro, con algunas crónicas que publiqué en El Ciudadano y las empecé a transformar. De ahí surge este libro. Crónicas transformadas en novela. Que también se discute, es una novela muy miscelánica, que tienen un hilo conductor, que yo sí lo veo, es la historia de esa libretita y la dificultad del cronista de poner en palabras la realidad.
En las páginas se componen y descomponen imágenes, se va armando un cadáver, como en la última parte, que cuenta la historia de un teórico de la resurrección y precursor de la ablación. Las anotaciones febriles del cronista, confluyen.
– Yo tomo esas crónicas y escribo otras cosas, es como un Frankenstein. Según el lugar que uno le dé a la historia de la libreta, se puede considerar o no como novela. A mí me tenía sin cuidado. Soy conciente que estoy jugando en ese borde. Las novelas que más se venden ahora son del siglo XIX, en cuanto a su construcción: una historia, con sus personajes, cierto desarrollo.
Bilsky prefiere un realismo potenciado, una narración dinámica que va abriendo todos los posibles de un hecho. Cuánto entra en una libreta. Dato objetivo y cronista, instante de incertidumbre.
– Algunas son crónicas de hechos ocurridos pero que yo no escribí. La muerte del loco de la pollera, el primer texto, lo hizo una amiga. El tema es real, yo no agrego hechos, no hay ficcionalización en ese sentido. Lo que hay es una mirada que se permite hacer una crónica desde un realismo radical que incorpora lo que pasó, lo que no pasó, contar todo, incluso el problema que tuve para entender lo que pasó.
La pregunta por el oficio
Inundaciones en Santa Fe, 2003, gobierno de Reutemann. El arrasamiento del agua y el arrasamiento de una década de entrega, privatizaciones y empobrecimiento. Los excombatientes de Malvinas, con un camión, van a asistir a las familias más afectadas. Bilsky se suma como cronista. El ambiente es espeso, de desolación y angustia. El camión se mete en los barrios desesperados. Bilsky confía en los soldados. Los mira y los ve serios, atentos. “Acá nos van a cagar a tiros”, escucha que dice uno.
– Ahí pensé, debemos estar jodidos. Si este dice eso, yo qué tengo que hacer.
El 2 de abril de 1982 y los años de dictadura son una de las temporalidades que van cruzando las historias del libro. Ese terror está latente en los personajes y en los sucesos narrados.
– Están mis recuerdos del 2 de abril de 1982, caminando por Rosario. Esas cosas ocurrieron, no se veían literalmente ingleses, pero estaban. Yo estuve en El Cairo esa mañana, los tipos que vendían banderas, los titulares de los diarios que todavía se voceaban. Hablamos de El Cairo viejo, no el de ahora que está emperifollado. El Cairo donde los mozos te trataban para la mierda y te tiraban el café desde tres metros, ese es El Cairo. Yo no fui a Malvinas por un año nada más. Está la historia argentina ahí. Está el 24 de marzo, también, porque Malvinas es la dictadura. Eso es la historia argentina, y mi historia argentina pasa por la dictadura.
El recuerdo de los hechos fantaseados, la realidad exhibida en todas las dimensiones que el cronista alcanza, notas tomadas en el momento, figuras que se fijan y se repiten. Herodes, también, es una discusión con el periodismo informativista, fragmentario, la deshistorización. El asunto del estilo narrativo. En el libro se van zurciendo las imágenes, un modo de contar lo que hay alrededor del cadáver.
– Eso que puedo escribir es una reflexión, en el sentido lato del término, sobre los límites del periodismo. Y hablo del universo de medios alternativos, pequeños, manejados por sus trabajadores, que pueden decir voy a contar de tal o cual manera. Los medios en la Argentina pasan por una situación muy particular, en algunos han dejado de preocuparse de cómo contar las cosas, se convirtieron en operadores. Pero es interesante plantearlo en el ámbito de los que se interesan por narrar algo, dejar testimonio. Lejos de ponerse en un lugar del entendimiento, más bien ponerse en el de la duda de cómo narrar. No hay duda sobre la necesidad del testimonio, de la denuncia, eso está claro. Después la pregunta es de qué manera contarlo. Ahí hay una búsqueda personal de una retórica, de una forma de llegar, presentar el discurso que me guste y me divierta. Yo para aburrirme hago un montón de trabajos, toda la vida me aburrí buscando una moneda.
En ese procedimiento, la exploración del estilo, los ritmos, la forma en que se construyen las escenas, los personajes que se buscan, lo que se elige contar, forma parte de la acumulación de información básica para realizar una nota. Es permitirse flexibilizar la dureza de los datos, rascar su manifestación inmediata, darle lugar a todos los acontecimientos que lo rodean y le dan vida. Escribir, por eso, es un acto sin final.
El auge del periodismo de datos se reproduce en un denuncismo llano en los ámbitos alternativos. La realidad, de la misma manera, queda desmembrada. En Herodes puede encontrarse una propuesta de arbitrariedad creativa, buscar elementos y componer algo nuevo, desde la prosa misma, la forma de contar, el fraseo, la superposición de imágenes, las velocidades variables.
– Hay una exploración sobre cómo traducir eso que hay que contar. Se resume en eso: dónde va el punto, la coma, los adjetivos. Lo que antes se llamaba estilo y ahora, para ser fino, se tiene que decir escritura. La ideología está en el estilo. Ahí hay que buscar el proyecto literario. Punto, coma, frase larga, corta, nivel de inteligibilidad. A mí me han dicho barroco con este libro. Yo había dejado atrás mi etapa barroca juvenil. Quiero escribir claro ahora y me dicen barroco. Si vieran los otros textos no sé qué dirían.
Los mapas y las tradiciones
Bilsky se desplaza en la silla. Es una de las funcionales de oficina. Cada tanto mira los libros y pasa la vista lentamente, como buscando algo. Le pregunto sobre el imperativo actual de escritura llana, sencilla, minimalista.
– Me lo pasó por el orto –contesta-. En algunos casos, pese a eso, son escritores que me interesan. Pero los que me enloquecen, tienen otro tipo de estilo. Walsh me gusta mucho, Artl me gusta mucho como piensa, pero el barroco de los cubanos, Lezama Lima, Carpentier, eso es… – suspira profundo y levanta las manos-. Leer Paradiso de Lezama es… -vuelve a suspirar-. Para otros es insoportable. Lector de Quevedo, de Góngora, cubano. El barroco, no el del siglo XVII español, pero es una relectura en Cuba. Y una superación. Paradiso es del ’66, la época del boom, pero este era otro boom. Cuando Cortázar leyó el libro, se puso en contacto con Lezama. Le llamaba la atención la puntuación. Se cartearon, le decía que sobraban comas, y lo discutían al nivel de la respiración, porque Lezama era asmático y respiraba distinto.
Lamborghini, Perlongher, el neobarroco, son nombres que se repiten en la conversación. Bilsky explica que no le interesa su ubicación en un mapa literario actual, local o nacional. Tampoco la tradición. Recupera nombres.
– Lamborghini me enloqueció totalmente. En los ’80 era muy caro comprar un libro para un estudiante. Muchas veces los leía en fotocopias y después pude comprarlos. Y quedé medio tarado cuando lo leí, repetía una misma frase como poseído. Pero la primera experiencia fue con la revista Crisis y el cuento El niño proletario. Me cambió muchas cosas. Me transformó.
“Góngora not dead”, titularon una crítica, recuerda Bilsky entre carcajadas. En esa apuesta barroca hay un intento por una percepción distinta a la mirada lineal, una búsqueda por medio del embellecimiento del lenguaje. La realidad local, los componentes autóctonos, van aflorando como una necesidad de la narración. Y surge el hedor, esa alusión kuscheana, el estar-ahí, la presencia viva, corporal, que rompe los bordes del dato objetivo.
– Es una forma de preguntarse y preguntarle al lector las posibilidades de la narración, las maneras de relacionar estos dos mundos tan diferentes como es el lenguaje y lo que pasa en la experiencia. Ahí sí hay una tradición, de una literatura con aspecto metaliterarios, la que narra el problema de narrar. Irónicamente, si me preguntan sobre qué escribo, sin dudas es sobre la podredumbre.
La ciudad cuando no está
El cronista quiere recorrer la ciudad la noche del 24 de diciembre. Hay que conseguir un fotógrafo y un remisero. Bilsky va al hotel a buscar al fotógrafo. Solamente sabía el nombre, Rupert Pirker. Y que era austríaco.
-Lo primero que veo es salir un tipo con una cara de austríaco que se caía, era como el pasaporte. Le dijimos que llevara una cámara maleable y el tipo encaró con un trípode tremendo. Le decíamos al taxista que doble, que vuelva, y el tipo era sordo, así que íbamos para cualquier lado. Terminamos a las 3 y media de la mañana. Lo de la central de emergencias también fue otra navidad que la pasé ahí.
El hedor del monte, la sala de emergencias, la violencia urbana, los conflictos interpersonales, los homicidios, los heridos. Fogonazos de la Rosario actual, imágenes de la ciudad. Los cuerpos, el del cronista, están viviendo los hechos. Es un compromiso con la literatura, el periodismo como un género, flexible, capaz de otras sensibilidades. Y ahí está el shopping, los rituales del consumo. Una mujer poseída que habla en inglés, no en las lenguas con que tradicionalmente se manifiesta Satanás. Y recita a Ginsberg. Busca en la biblioteca y saca una edición en inglés de Aullido.
– La lengua del capitalismo, pero a la vez, Ginsberg -dice-. A mí me contaron lo que ocurría en el shopping, una prima que trabajaba ahí y me detallaba escenas de lo más bajo de la condición humana, era deprimente. Siempre fueron una obsesión. Vivo en esta época y me dedico a escribir cosas, me siento en el compromiso de decir algo, aún en esos términos propagandísticos sobre los shopping y las formas de celebrar la navidad en estos momentos. La presencia del fetichismo de la mercancía, eso explica un porcentaje de todo lo que hacemos y pensamos, los límites de la realidad. Y el shopping es una manifestación de ese mundo inenarrable. En una época dominada por una forma neoliberal del capitalismo y del consumo, uno tiene que preguntarse en qué términos lo va a hacer. Es muy interesante, hay que ver eso, bancársela, es como una cámara séptica, hay que revolver ahí. Cuando vos le encontras el lado inenarrable a un conjunto de hechos, es cuando estás listo para empezar a contar.
Narrar la época, dice, implica un pacto de lectura. Bilsky duda sobre el futuro de las editoriales independientes que publican por fuera de los axiomas del mercado editorial. Su novela es fruto de una de ellas. Herodes, otra vez, amenazante. El imperio reacciona. Otra vez el hedor y la podredumbre.
Hay mucho sobre qué escribir. En la Argentina de Macri, vaya si se pueden leer otras cosas. Si vos estás viendo internet y al lado está la batalla de Caseros, no lo dudes, anda a la batalla. Ese sería el mensaje.
– Es publicado, con todo lo azaroso de tantos años, en un momento de un cambio muy profundo en nuestro país, una restauración conservadora que hacía tiempo se venía pergeñando. Hay que leerlo en ese contexto de batalla de ideas sobre cómo contar las cosas, lo que es narrable y lo inenarrable, hay una discusión ideológica muy honda. Alguien que trabaja con ideas y con palabras no puede no verse involucrado de lleno. Hay mucho sobre qué escribir. En la Argentina de Macri, vaya si se pueden leer otras cosas. Si vos estás viendo internet y al lado está la batalla de Caseros, no lo dudes, anda a la batalla. Ese sería el mensaje.