Luego de tres años intensos de trabajo y lucha, se estrenó “Oliveros, la película”. Primero, en el predio de la casa de la cultura de Oliveros, después en el cine El Cairo y por último en la misma Colonia Psiquiátrica. Las tres fechas fueron de convocatoria abierta al público y participaron los principales actores de esta historia: usuarios de la Colonia, vecinos del pueblo, trabajadores de la institución y niños de la escuela primaria de Oliveros.
Por Florencia Figueroa (Colaboración para Enredando)
Oliveros, la película fue concebida por un grupo de trabajadores del área cultural del hospital y surgió inicialmente con la idea de llevar adelante una ficción que poco a poco giró hacia un relato de docuficción, incorporando las voces reales de sus protagonistas. Su concreción fue una tarea titánica en muchos sentidos, ya que tuvieron que dar batalla contra los vaivenes institucionales, la burocracia, las resistencias, en una búsqueda incansable por conseguir permisos y financiamiento. Sin embargo, el esfuerzo dio sus frutos y habiendo transitado dos etapas de realización, el proyecto llegó a su fin, abriendo posibilidades para uno nuevo: el de su exhibición en diferentes circuitos no convencionales y con fines educativos en el que puedan empezar a generarse debates y reflexiones acerca del tema que la película acerca: la locura, la inclusión y el rol de la sociedad y el estado.
enREDando dialogó con quienes fueron parte de este proyecto y protagonistas de la película. “Para nosotros, el proceso en sí mismo fue un logro. Movilizando muchas cosas, reconociendo límites, errores, rediscutiendo entre nosotros. Siento que el balance es muy positivo, me parece que va a abrir otras discusiones y que la película se va a ver, que es lo fundamental. Por eso elegimos este lenguaje y no otro, porque se perpetúa, se multiplica, llega a lugares inesperados y eso es una posibilidad tremenda”, señaló el director del rodaje, Roberto Chananmpa. Por su parte, Sandra “Gandharí” Benigno, otra de las integrantes del equipo de producción, sumó su mirada: “Fue maravilloso ver a los usuarios ensayando y con la letra estudiada, integrándose a los trabajadores, actores de la comunidad y niños sin ningún conflicto”.
Algunos de los testimonios que pueden escucharse en la docuficción dan cuenta de las vivencias, del ser y el estar en el encierro. “Me sentí contento filmando la película, más que en el pabellón”, dijo René sonriendo. Ana María Ibañez agregó: “Lo peor que se le puede hacer a un ser humano es dejarlo acá encerrado, como una encomienda. O te dan el alta o te volvés loco. Los pacientes tienen energía negativa y los niños energía positiva y cuando nos encontramos para filmar la película, esa energía negativa se reconvirtió en positiva”.
También los niños dejaron entrever sus pensamientos sin prejuicios a lo largo del registro documental. Pidieron que la película no termine, que parte de la ficción pueda convertirse en real y sobretodo, poder continuar con la amistad generada a partir de la filmación. Algunas sensaciones manifiestas, otras más invisibles atravesaron el proceso y dejaron sus marcas, como la posibilidad de soñar que la película le generó a muchos de sus protagonistas, devolviéndoles la capacidad de jugar y vincularse con otros: “Me gustaría trabajar en cine, en una novela, debe estar bueno hacer eso”, dijo uno de los actores-usuarios en la entrevista, mientras otros se animaron a imaginar con la experiencia de ser famosos a partir del documental. También Romina Ávila habló del estigma de estar en el encierro y se mostró satisfecha con la forma en que se mostró a la Colonia y a la gente. “No somos locos como todos creen, quieren dividirnos en dos mundos, pero no es así la cosa. Tenemos problemas y vamos a mejorar, pero no pueden por eso separarnos del resto”.
La hora del estreno
Cada estreno tuvo sus particularidades. En Oliveros, un grupo de más de 300 personas se acomodó en sus asientos para ver la película al aire libre. Se apagaron las luces de la calle, de la plaza, del predio y de las casas vecinas. Solo la luna y el fuego alumbraron tenuemente los rostros de las primeras filas en las que se acomodaron los principales actores de esta docuficción. A la cuenta de tres, se encendió una pantalla gigante montada por el Cine móvil. Un silencio calmo acompañó el inicio de la película en la que podían verse panorámicas del pueblo, sonorizadas por la música compuesta especialmente para el film por Atilio Basaldela. Por momentos, las voces fueron asomando en susurros y comentarios, uniendo a todas en una misma carcajada o en llantos silenciosos de emoción. Hacia el final, miradas cómplices se acompañaron cuando comenzó la entrega de las copias de las películas a todos los participantes. Hubo sonrisas y aplausos. Los usuarios se reencontraron con sus compañeros de elenco y con el pueblo de Oliveros.
En El Cairo se repitieron gran parte de esos momentos, con la presencia de autoridades, los actores y actrices y el equipo de realización que insistió hasta el final con la posibilidad de llevar adelante esta experiencia. Al finalizar la proyección, un reconocimiento interminable y de pie acompañó el cierre y la salida de los actores, quienes en el hall continuaron recibiendo los abrazos y las palmadas.
“Siento que salgo de ver una película en la que todo es posible hacer cuando hay empecinamiento, grandeza en un colectivo, gente que contra viento y marea trabajó, contra la burocracia, los estereotipos, contra el sufrimiento, contra las autoridades, la vigilancia. Es una película bella por donde se mire”, dijo Chiqui González, Ministra de Cultura e Innovación de la provincia de Santa Fe, al cierre de la proyección.
En la Colonia, además de proyectarse ante los usuarios y el personal, se acercaron otros actores y se generó un debate posterior, donde se habló acerca de cómo a través de la cultura se pueden trabajar realidades que, de otro modo, serían prácticamente imposibles de abordar.
La externación
Una de las intenciones de la película es producir una experiencia transformadora tanto en la sociedad como en la misma población que habita el Hospital y, al mismo tiempo, ser un disparador que coloque en la agenda la discusión y el debate que propone la nueva ley de salud mental nacional sancionada en el año 2010. La normativa prevé entre otras cosas, que para el año 2020 los manicomios dejen de existir tal cual hoy los conocemos y que se reformulen, con la incorporación de nuevos dispositivos sustitutos o alternativos, en el que los pacientes puedan lograr vivir con mayores niveles de autonomía, como las casas de medio camino o asistidas.
Maximiliano Rodríguez es abogado y miembro del Consejo de administración en la Colonia como representante de las instituciones organizadas de la comunidad y fue testigo del proceso de la película desde sus inicios. En relación a la nueva ley apuntó: “El 2020 es más bien una expresión de deseo, tal cual están planteadas hoy las cosas. Los dispositivos sustitutivos, como las casas asistidas o de medio camino, ya son un hecho, pero faltan muchos caminos por recorrer. Desde el estado no se pone aún el eje en estos sectores vulnerables, aún hacen falta recursos”.
Según Rodríguez, la nueva ley avanza en materia de derechos. “Antes se presumía la discapacidad y ahora se ha dado un giro en ese sentido. Con anterioridad, el manicomio presumía la insania y arrasaba con el derecho. Ahora, la nueva ley, incorpora un cambio que pone límites a la sentencia de discapacidad, ya que a los tres años debe volver a revisarse. Además, empiezan a aparecer otros actores, como los equipos interdisciplinarios. En el nuevo código civil tampoco se habla más de insania, sino de restricción de la capacidad y entonces la presunción de capacidad es la que rige los nuevos abordajes”.
Mientras tanto, Mónica Molina, usuaria de la Colonia y actriz en la película, añade: “Yo creía que era un monstruo así como dice mi profesor David Delena (en la película) y que era muy mala y asustaba a los chicos. Y dicen que se emocionaron hasta las lágrimas conmigo. Así que ahora no sé… pienso en Aníbal Brizuela, que él estaba en la Colonia conmigo y también cumplió su sueño: Tiene su casa y su externación”.
Ser en el manicomio y ser en el afuera
Para Néstor Berlanda, psiquiatra y miembro del equipo del Hospital Neuropsiquiátrico Agudo Ávila, el manicomio a veces no es sólo estar encerrado, sino que también suele ser sinónimo para algunos pacientes y familia, de cobijo, asistencia y medicamentos. “Lo que habitualmente sucede es que es el espacio donde la persona con padecimientos queda orbitando. El desafío es no quedar atados a ese paradigma y que la institución pueda funcionar como referencia. En las experiencias de casas asistidas, además de poder construir un vínculo con el barrio, con la sociedad, también es necesario que el hospital esté presente, pero acompañando el proceso, visitando las casas y no al revés”.
Asimismo agregó: “Los espacios producen marcas y en ese sentido el hospital también deja las suyas. Si hay algo importante a trabajar es el ocio, poder generar espacios donde se hagan cosas, donde puedan generarse proyectos recreativos, de trabajo, tratar de generar autosuficiencia es vital y hay muchos ejemplos de eso ya aplicándose en la práctica. Si no se hace nada que vincule a la persona con padecimiento con otros, también se los deja fuera del sistema”, finalizó.
“Creo que el papel que cumplen estos dispositivos como las casas en particular, es brindar a una persona que ha pasado gran parte de su vida en un manicomio, con lógicas de borramiento de singularidad e identidad; la posibilidad de volver a insertarse en el entramado social, señaló Isis Milanese quien durante un año compartió el espacio junto al grupo de personas que viven en las casas asistidas de Oliveros a partir de la fotografía.
En su experiencia, otra vez vuelve a aparecer el arte como vía, en este caso, facilitando la tramitación de algunas cuestiones del orden de lo subjetivo, a partir de la construcción de álbumes personales y viendo sus propias vidas a través de la mediación de la cámara. “Creo que este tipo de prácticas, permiten salir a las personas de la situación de exclusión, devolviéndoles singularidad, dignidad, identidad, que son las cosas que van perdiendo en el encierro”, acotó Milanese.
La posibilidad de las casas o de la película y del arte en sí mismo como vehículo, como medio de expresión, activan transformaciones tanto en el plano individual como social y hacia allí se dirige la película. “Es un proyecto que integra y articula un montón de actores sociales y que tiene que ver con cómo pensamos la salud mental, no construida sólo desde lo manicomial, sino en la interacción con otros. En el vincularnos surge la necesidad de integrar estrategias para abordar una salud de otra manera, finalizó Fernando Ferraro, parte del equipo de realización.