A dos meses del asesinato y desaparición de Gerardo Escobar, sus compañeros y maestros de la escuela le rindieron un homenaje. El aula al cual asistía todos los días, de ahora en más llevará su nombre.
Por Martín Stoianovich
“Cuando estudiamos para ser maestros nos enseñan que tenemos que conducirnos rigurosamente por normativas y protocolos establecidos y también por lo que nos aportan experiencias propias y de compañeros. Tenemos normativas en caso de que algún alumno se lesione, para entrar y salir de la escuela, sobre cómo comunicarnos con los padres, cómo subir y bajar una bandera, cómo y cuándo entonar distintas marchas e himnos, cómo actuar ante determinado grupo de alumnos, cómo dirigirnos a nuestros superiores y así una extensa lista de normas y recomendaciones.
Lo que nadie nos enseñó es qué hacer en el caso de que un alumno desaparezca sin dejar rastros. No nos enseñan a dar clases cuando una silla está vacía esperando ver entrar por la puerta a una persona diciendo que se trató de una broma de mal gusto. Mucho menos nos enseñan cómo llevar una clase cuando sabemos que esa persona no volverá más, cómo contener a sus angustiados compañeros que lo estuvieron buscando pidiendo por su aparición y que ahora deberán velarlo en un cajón, que no volverán a ver esa sonrisa, a escuchar su dulce voz y a planear el proyecto para el próximo año”
Las palabras pertenecen a la maestra Ana Lucas, de la Escuela Primaria Nocturna Nº 30, de la zona suroeste de la ciudad. Son parte de un humilde homenaje que docentes, alumnos, amigos y familiares de Gerardo Escobar realizaron a dos meses de la desaparición del joven que luego fue hallado sin vida en el río Paraná. También colocaron una placa para recordarlo y de ahora en más el aula de la escuela en la que cursaba llevará su nombre. El acto se realizó entre niños pequeños que miraban atentos y escuchaban de la voz de una docente un doloroso reclamo de justicia que se sostiene mientras el tiempo pasa y el Poder Judicial no brinda los avances esperados.
En las escuelas de los barrios humildes, siempre en las lejanas periferias de la ciudad, los docentes buscan que no se naturalice la repentina ausencia de un alumno. Buscan, también, que el dolor no se repita, que las aulas ya no dejen espacios vacíos, espacios de pibes despojados del presente y del futuro. La maestra Ana libera lágrimas mientras lee, también sus compañeras a la hora de leer otro escrito en el cual recuerdan la sonrisa de Pichón, arrebatada por la industria del crimen y el encubrimiento. También lloran sus familiares, asegurando que las lágrimas son de bronca, y que la bronca alimenta las ganas de salir a la calle a golpear las puertas de los palacios de la injusticia cuantas veces sea necesario. También dejan caer sus lágrimas maestros de otras escuelas cuando, con carteles en sus pechos que dicen “Basta de matar a nuestros alumnos”, aseguran: “Lo que pasó con Gerardo no es un hecho aislado en Rosario. Lo que se vive en esta escuela se vive repetidas veces en distintas escuelas de Rosario”.
Los maestros dejan de enseñar en las aulas y salen a la calle a brindar su pedagogía del amor, de la pelea por justicia y de la construcción de un mundo en el que los pibes cambien balas por dignidad. A Fuentealba lo mataron por luchar, a Lepratti por putear a un títere del gatillo fácil. Los maestros de Rosario hoy se preguntan si los van a escuchar, o si sus reclamos van a ser sepultados con los más de cuarenta chicos en edad escolar que fueron asesinados en la ciudad en lo que va del año. “Basta de matar a nuestros alumnos”, repiten.
“Lo de Pichón es desaparición forzada porque la policía está involucrada”, es la consigna de los familiares de Gerardo y las organizaciones sociales, políticas y organismos de derechos humanos que acompañan este caso y otros. Pero para los fiscales que investigan todavía no hay forma de asegurar la participación de los policías en el asesinato y desaparición de Pichón junto a patovicas del boliche La Tienda. Los funcionarios del poder político desfilan la campaña sin nombrar al empleado de la municipalidad que cada día decoraba con flores a la ciudad del silencio cómplice. Los abogados de la policía se pasean por medios de comunicación alardeando la necesidad de aplicar mano dura, pero aseguran que sus defendidos se portaron bien aquella noche. Mientras tanto, la organización popular prepara una gran campaña de difusión para destacar la inacción de los fiscales, más próximos al encubrimiento que a la falta de recursos.
La maestra le agradece a Pichón por sus enseñanzas. Porque en las escuelitas de techos bajos y rejas altas de los barrios del olvido, los pibes y las pibas enseñan con su ausencia el valor de la vida. “Gracias por habernos permitido compartir tus últimos momentos. Seguiremos reclamando justicia hasta que nuestras vidas se apaguen”, dice Ana.
Para despedir el homenaje, suena una cumbia que se abraza al recuerdo de Pichón: “Quien hubiera pensado que te fueras, cuando tu vida en flor era una fiesta”
https://youtu.be/n8WAyBzgvBM