El comedor del Centro Comunitario San Cayetano del barrio Ludueña alimenta diariamente a 450 personas entre niños, mamás y ancianos. Desde hace más de 30 años funciona como un espacio de contención y ayuda, que se fue transformando según las necesidades del momento. Un grupo de mamás que forman parte de este espacio dio una clase magistral de cocina, solidaridad y lucha.
Por Carina Toso
Menú: Guiso de arroz amarillo con pollo. El primer paso es rehogar la cebolla, esperar a que esté bien cocida. Después se le agrega pimientos, zanahoria, ajo, perejil y sal.
En Gorriti al 6000, en la zona oeste de Rosario, se cocina y mucho. Cada día a las 8,30 de la mañana arranca el trabajo en el Centro Comunitario San Cayetano. Un espacio en el que un grupo de mujeres, desde el año 1989, apostó al sueño de cambiar para siempre sus vidas y las de muchos otros. Compañeras de Pocho Lepratti, quien pasó por ahí para darles una mano y de Mercedes Delgado, asesinada en enero de 2013, cuando quedó en medio de una balacera entre bandas narcos en pleno barrio Ludueña. Un golpe duro para la comunidad del comedor que, a pesar del dolor, fortaleció su camino de lucha.
Con el objetivo de transmitir sus saberes y sus experiencias de militancia colectiva, parte de este grupo dio una clase magistral de cocina en la Facultad Libre de Rosario, durante la cual relataron su historia, sus sensaciones y recordaron a su compañera entre lágrimas y sonrisas. Contaron cómo, en sus acciones cotidianas, subyace un conjunto de saberes acumulados y procesos transitados que configuran una lógica de inclusión y construcción colectiva, que interpela para ser comprendida en los debates actuales sobre la ampliación de derechos.
La piedra fundacional de este centro comunitario se colocó en 1982 cuando comenzaron con un costurero fundado por un grupo de maestros. Confeccionaban guardapolvos para los chicos del barrio y a través de las demandas de la gente de la zona se fue transformando. Hasta que en 1989, con la gran crisis que vivió el país, comenzó a funcionar a modo de comedor. Hoy cuentan con un edificio, pero en ese momento era solamente un baldío en donde madres de familia decidieron cocinar todas juntas, y para todos, con lo que cada una podía aportar. Con los años, ese baldío tuvo su edificio, un comedor, un espacio para talleres para la comunidad, y por sobre todas las cosas, se convirtió en un lugar de contención para muchos y muchas.
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Una vez que todo está bien cocido se le agrega el condimento para el arroz amarillo. Las proporciones: a ojo. La experiencia ya las entrenó para no fallar en las cantidades.
La gran cuchara daba vueltas dentro de la olla. Eran muchas las manos que colaboraron para que este menú salga perfecto. Cada día alimentan a unas 450 personas, entre niños, mamás y ancianos diariamente. Claudia estaba muy atenta a toda la preparación. “Hoy para nosotros es fácil cocinar para tantos”, dijo. Hace 27 años que es parte de este comedor y agregó que los platos de comida van variando en la semana: polenta con queso, hamburguesas con arroz, guisos, fideos con salsa, milanesas, albóndigas, bife a la criolla, entre otros.
“Hoy se ve cada vez más la necesidad. Todos los días llegan al San Cayetano chicos y grandes, mamás que vienen a pedir, ancianos. Nosotras somos colaboradoras. Toda mamá que va a retirar comida tiene su puesto de trabajo en el comedor. Están las lecheras, las lavanderas de ollas, la que limpia el piso, los baños, los vidrios. Tenemos hasta quien tira la basura”, contó. Por día son cinco mamás que cocinan y se van rotando entre las 95 que participan de este proyecto.
El comedor funciona de lunes a viernes, pero los sábados también hay actividades como por ejemplo catecismo. Con el tiempo se fueron sumando talleres y cursos: de graffiti, de dibujo, de tallado en madera. Talleres sobre adicción y violencia de género.
“Todo lo que hacemos lo hacemos con amor. Para nosotras fue y es un lugar de contención, Lo que vengo haciendo es muy importante para mí, creo que si lo dejara me enfermaría”, agrega Claudia emocionada.
Angélica, con voz suave y tímida también compartió su historia: “Me sumé hace 30 años por necesidad. No tenía trabajo y tampoco había terminado la escuela. Me integré a la comunidad cuando era un costurero que se llamaba Ibotiporá. La idea fue ir sumando nuestro trabajo y seguir la lucha. Y en eso estamos. Abrimos las puertas a personas que tienen nuestra misma intención y la esperanza de que esto cambie. Nosotros empezamos de muy abajo. Ahora tenemos más comodidad, las ayudas y el trabajo de todas día a día”.
Actualmente el comedor recibe aportes que permiten continuar con la tarea. Años atrás, y después de mucho esfuerzo, consiguieron ayuda de Cáritas que les dona carne, pollo, leche, arroz y barras de queso y dulce todos los meses. También cuentan con un aporte mensual de la provincia de Santa Fe y la colaboración del Banco de Alimentos de Rosario, que canjean por horas de trabajo en ese lugar, además de donaciones que muchas veces hacen distintas empresas.
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El aroma de la cebolla y el resto de las verduras ya comienza a invadir el lugar. Es el momento de sumar el pollo y seguir esperando que el fuego mezcle los sabores.
Entre lágrimas y sonrisas, Mirta, quien está en el centro comunitario desde 1989 dio lugar a las anécdotas y al recuerdo de Mercedes. Contó cómo juntas iban a buscar verduras al mercado, cómo se divertían en medio del trabajo y como se escuchaban unas a otras. “Somos psicólogas también”, bromeó. Y lo siguen siendo. Mercedes cocinaba los días miércoles. Ayudaba también en todos los quehaceres del comedor. Los sábados a la tarde daba catecismo.
“Pudimos mejorar en el servicio que damos, a pesar de los golpes que sufrimos. Tras la muerte de Mercedes, a quien siempre tenemos presente, seguimos en la lucha”, afirmó Angélica y recordó que ese trágico día, habían estado preparando los regalos del Día del Niño que iban a entregar en la plaza Pocho Lepratti. “Estábamos empaquetando los juguetes. Cuando salimos del comedor, encontró la muerte. Nos sacaron una compañera, pero se multiplicó en más tareas, en más compromisos. Ella también soñaba con que esto algún día cambie, y eso es lo que estamos persiguiendo, esa meta a la que tenemos que llegar”, concluyó
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Una vez que el pollo está cocido, el último paso es agregar un poco más de agua y el arroz.
En quince minutos más el guiso estará listo para ser servido.