Una nueva edición del poemario «Korazón sin control» se presentó de la mano de la Editorial autogestiva Puño y Letra y la ONG Mujeres tras las rejas. El libro reúne poesias escritas por mujeres presas en la Unidad N° 5 de Rosario, relatos y dibujos que trazan un horizonte de libertad, angustia, esperanza y amores desplegados en el decir poético. La escritura como acto y rebelión; como posibilidad y resistencia. Allí estuvimos.
El concepto de artes de hacer deviene de la profunda mirada de Michel de Certeau, viajero, historiador y jesuita francés, quien se dedicó a reconocer las astucias que suponen las prácticas cotidianas. De Certeau nos enfrenta ante lo que Foucault deslizaba subrepticiamente entre las redes del poder: las tácticas de resistencia o como él llamara, las artes de hacer. Este concepto cobra vital importancia ya que implica pensar en las posibilidades de hacer, silenciosas y cotidianas, que se despliegan ante la visibilidad permanente que ejerce el poder disciplinario al interior de las prisiones. En otras palabras, son aquellos ardides que logran, de una manera casi furtiva, trascender los muros.
Por María Cruz Ciarniello
La nueva edición del libro de poesías “Korazón sin control” es la suma y la multiciplicidad de esfuerzos y sueños conjurados en un acto poético. Las poesías y dibujos traspasan el límite del nombre propio. Ya no es únicamente Patricia o Pitu; Caro o La Gringa quienes escriben y abandonan por un instante el espacio impuesto por el control penitenciario para volar con palabras a través del decir poético. Son ellas pero también son todas las mujeres privadas de su libertad, las que soportan con el cuerpo la huella carcelaria y patriarcal que, en una prisión, golpea con más crueldad.
El libro se transforma en una herramienta poderosa de libertad y expresión. Cuando en una cárcel el tiempo rige la propia vida, la palabra escrita lo redime en posibilidad. La poesía es el tiempo del devenir, sin medidas ni registros. Todo es tiempo dentro de una cárcel, todo se transforma en una espera constante y rítmica.
Los dispositivos carcelarios cumplen con su primordial objetivo disciplinario: vigilar, castigar, jerarquizar, docilizar. Pero la poesía, la escritura, sentencia otra forma de entender el tiempo, otra temporalidad que vence la duración de una pena impuesta por leyes y códigos y posibilita imaginar esa otra porción de vida que traspasa los muros.
El corazón ya no se controla; no se vigila; no se penaliza. La expresión de un sujeto de derecho, sus amores, desamores, sus sueños, sus miedos, sus angustias y esperas, en este caso, de las mujeres detenidas en la Unidad N° 5 de Rosario, se hacen carne en un libro que sumó el trabajo de una cooperativa editorial “Puño y Letra” y de las integrantes de la ONG Mujeres Tras las Rejas con más de nueve años de militancia dentro de la vieja casona convertida en un espacio de encierro.
Una primera presentación tuvo lugar en el año 2012, cuando se realizó la segunda edición con una tirada de apenas 50 ejemplares. Tres años más tarde, la editorial vuelve a publicarlo, pasando de 50 a 300 libros, con el objetivo de poder lograr una mayor difusión y circulación de un material imprescindible para la lectura: en estas páginas están contenidas las sensaciones y los sentimientos de mujeres privadas de sus derechos más esenciales, y la comunicación es uno de ellos.
La primera edición del libro se realizó en Paraguay a través de la editorial Felicitas Cartonera. “Sin embargo, una vez en Rosario los libros “se extraviaron” de modo inverosímil al ingresar al complejo entramado institucional de la penitenciaría”, señalan desde la ONG. Así fue como Puño y Letra, convocado por Mujeres tras las rejas, decide llevar adelante la tarea de una reedición ampliada que en este 2015 vuelve a renacer con más fuerza. El objetivo siempre fue el mismo: visibilizar la palabra y el decir de las mujeres presas.
“Detrás de cada relato el lector no va a leer solo una poesía, sino una historia de vida”, remarca Luciana Molina, una de las integrantes de la organización. Dirá que el proceso de producción fue largo, intenso y que el pasaje de un taller a un libro se dio “maravillosamente”. Porque de eso se trató: fueron escritos que surgieron en diferentes espacios: el taller de alfabetización, el taller de radio que realiza la ONG los días jueves y que se transmite por Aire Libre Radio Comunitaria, ideas que tenían las chicas que luego retomaron. “Fue un trabajo colectivo donde el objetivo individual se desdibujaba por un objetivo en común”.
El mar, los ojos y el amor entre rejas
“La expresión lo genera el vínculo. Es el recorrido con ellas en la mirada lo que te permite que ellas te comenten su causa, que se genere una confianza. Hace 5 años que no entraba al penal, pero cuando entré es como si nunca me hubiese ido. Pasar de la comunicación a la expresión lo dá el vinculo”, dice Soledad Pedrana, psicóloga de Mujeres Tras las Rejas. En esa expresión, la poesía y los dibujos no solo comunican sino, y sobretodo, subvierten el lenguaje. Allí radica la potencialidad de la poética, la que dentro de una cárcel, denuncia, crea, resiste. Es la palabra una condición de la sobreviviencia.
El mar hostil despiadado / todo lo conviertes tu en calmo con tan solo mirarlo / con tu amor calmas la sed de mi alma / que se encuentra desolada al no tenerte a mi lado y poder sentir…escribe Ana en uno de sus poemas.
Ciérralos un momento, olvida distancia y tiempo, así podrás sentir que sigo aquí. ¿Pensabas que no iba estar contigo? He esperado como tú este momento y no me lo podía perder, mi niña, mi bebé, que hoy da sus primeros pasos de mujer…Si tus ojos no me ven, ciérralos un momento, escucha el murmullo del viento y recuera que sigo aquí. Soñá. Este fragmento pertenece al poema «Si tus ojos no me ven”, firmado por Pitu.
Pero ninguna de las chicas pudo salir del penal para participar de la presentación del libro que contó con la presencia de David Fucks, la periodista Rosario Spina, el diputado Eduardo Toniolli y Fernando Rossúa.
No fueron sus voces las que leyeron sus poemas; no fue su cadencia ni su decir la que desplegó a través de la lectura cada una de las palabras que eligieron para sellar sus poesías. La decisión del Servicio Penitenciario fue no autorizarlas debido a que en el lugar donde se presentó el libro –los Altos de la librería Ross- había puertas de vidrio y balcón a la calle. “Ellas no pueden creer que esto sea real y el hecho de que no hayan podido venir no les permite poder ver lo que realmente es”, dice Luciana. Soledad agrega: “Pero sí tiene un efecto e impacto real sobre ellas la producción cuando es mirada por otros. Eso lo constatamos cuando hicimos teatro en la Sala Lavarden, con un operativo policial tremendo, y cuando tuvimos la posibilidad de que el publico las aplauda, yo no podía parar de llorar. Lo que pasa que es muy difícil que ellas puedan estar en el momento en que la sociedad sanciona con una mirada positiva y no con una mirada sancionadora a sus actos”.
“Amor entre rejas” es la historia de amor y desencuentro entre un hombre y una mujer que cumplían su condena en la Alcaídia. Así comienza el relato de la Gringa que es, en realidad, su propia historia. “…dónde quedan nuestros sueños frenados quien sabe hasta cuándo. Hagamos fuerza para que nuestro hermoso y puro amor resista”, dice sobre el final. Otra vez el tiempo y la espera, y la esperanza depositada en el “afuera”, incluso hasta en la ausencia.
Las marcas en la piel son también, las marcas del alma o las vivencias de recuerdos que quisieran arrancan de la memoria. O el silencio hueco que comunica estados y vibraciones del cuerpo. “Todo silencio humano contiene un habla”, nos dice el poeta Octavio Paz. El silencio es también una manera de decir lo indecible, de transformar el espacio en blanco de la página en un sentido latente. «El silencio es una forma de expresión también», refiere Soledad.
“No prometas lo que no vas a cumplir”, dice Graciela Rojas, referente de la ONG, a modo de premisa. En esta consigna radica gran parte de la labor que desempeña la organización. En la confianza que se construye a través de los vínculos y en la palabra dada hacia quienes detrás de los muros, esperan. “La palabra escrita hace una inscripción no solo del paso del tiempo sino también de la realidad vivida. La palabra en sí es muy importante dentro de un penal”, remarca Soledad.
La huella del patriarcado
En la Unidad 5 de Mujeres los códigos se endurecen. Las leyes penales escritas por el patriarcado se ensañan contra el cuerpo de una mujer. Para ingresar a la Unidad se demora aproximadamente unas dos horas. “No te permiten ingresar con nada”, dice Graciela. En la cárcel de varones, los permisos son mucho más flexibles. “En el penal de mujeres no hay ofertas de capacitación. Los talleres siempre son poquitos y de poca duración. Otra de las cosas que no tienen es el hábitat para desarrollar la visita intima, la tiene que pedir con anticipación para que las trasladen a la Unidad 3. Es una mirada totalmente patriarcal”.
Entre 35 y 40 mujeres conviven en esa vieja casa ubicada en calle Ingeniero Thedy 375, llena de humedades, con techos caídos y baños tapados. El patio tiene el techo enrejado. Los recovecos alumbran oscuridad. Las mujeres, tal como establece la ley, pueden convivir allí con sus hijos hasta 4 años de edad, sin embargo, la cárcel no está adaptada para cobijar al niño/a. Denunciar un maltrato o las indignas condiciones de detención en la que se encuentran puede habilitar un ensañamiento y un castigo que se extenderá en el tiempo.
Lograr la autorización de cada salida del penal para alguna actividad es una odisea compleja y con respuestas, en su mayoría, negativas. En el libro “Nadie las Visita”, Graciela Rojas y Raquel Miño detallan con precisión cada una de las vulneraciones a sus derechos que sufren las mujeres no solo por estar privadas de su libertad, también por su condición de género. “Ahí está el patriarcado que pone y aplica la ley”, dice Graciela con impotencia. “La cárcel de mujeres es un no lugar, una construcción absurda, hostil, sin comodidades, sin higiene, sin espacios, sin recreación”.
La referente de la ONG cuenta de manera insistente una anécdota que ejemplifica esta desigualdad: “en una oportunidad alguien donó una bicicleta fija y unas mancuernas y se las vinieron a buscar del penal de varones y a cambio, les trajeron plantines a las chicas”. “El sistema penitenciario, desde un lugar paternalista, considera que estas mujeres deben ocuparse en actividades como lavado, planchado, costura, tejido, cocina, replicando el modelo de domesticidad, usadas todas ellas como manos de obra baratas”, señala Graciela en el libro “Nadie las visita”. La cárcel de mujeres en Rosario es además, un lugar escondido dentro de la ciudad. A pocos metros se erigen torres de edificios de alta gama y la vida, en el afuera, pareciese ignorar lo que sucede detrás de las rejas.
Allí dentro, a pesar del castigo y la desigualdad de género, la resistencia se hace palabra. Y la palabra es libertad, es el puente o el arco que une los imposibles. La poesía, la escritura carcelaria, no describe ni designa nada, sino que vuelve a crear una nueva forma de estar o ser en el mundo. “”Utilizar la voz, la letra, permite nombrarnos y nombrar el mundo, reconocernos. Decir juntos el mundo es comenzar a cambiarlo” se lee en el prólogo del libro.
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El libro se encuentra en venta en el Museo de la Memoria de Rosario