La huella de la Caravana Sudamericana de familiares de Ayotzinapa que pasó por Rosario, entre el 20 y 22 de mayo, sigue presente. Se vuelve imprescindible continuar haciendo visible el reclamo por la presentación con vida de los 43 estudiantes que en la madrugada del 27 de septiembre fueron secuestrados por fuerzas policiales en Iguala, Guerrero. El próximo 26 de junio se cumplirán 9 meses de la masacre y desaparición de jóvenes que pertenecen a la Escuela rural Raul Isidro Burgos. «Nosotros nos vamos pero no queremos que esto que pasó durante estos días se caiga», pidió por aquellos días, Francisco Sanchez Navas, uno de los sobrevivientes.
Por María Cruz Ciarniello
Los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa se encuentran finalizando lo que dieron en llamar la Caravana 43. Recorrieron Argentina, Uruguay y Brasil. Este 12 de junio realizaban la despedida en la ciudad de Río de Janeiro. Antes pasaron por nuestra ciudad y aquí mismo llevaron a cabo diversas actividades.
Nos pidieron -a quienes tuvimos la oportunidad de escucharlos- que no olvidemos. Que sigamos manteniendo viva la consigna y la esperanza de encontrar a los 43 estudiantes con vida. Los buscan vivos porque no hay pruebas científicas que avalen lo contrario.
En los ojos de las dos Hildas, mamá de Antonio y Jorge, de Mario y de Francisco, uno de los sobrevivientes de la masacre, esa luz que se aferra a la vida nos encandila. No es lo mismo escucharlos que leer las crónicas que llegan de otros lados.
El cuerpo habla. Sus cuerpos y sus gestos nos dicen que allí, en México, la lucha sigue aunque aquí, a miles de kilómetros, la agenda mediática ya no los tenga entre sus principales noticias. Pareciera que la historia es lejana y que la desaparición forzada solo ocurre en México.
Nuestra propia historia es la que nos exige hacer memoria. Aquí, las Abuelas y los familiares continúan buscando a los más de 400 nietos que se apropiaron los militares, responsables de la desaparición forzada de 30 mil militantes en los años 70.
Ellos siguen viaje, internacionalizando su reclamo; intentando que otros oídos escuchen sus denuncias que apuntan al Estado mexicano, responsable –como ellos sostienen- del secuestro y desaparición de 43 jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Estado Guerrero.
–Fue el Estado,- remarcan una y otra vez. La insistencia es la que los mantiene en pie aunque sientan que lo perdieron todo. Buscar a sus hijos con vida los moviliza a cruzar fronteras y globalizar la resistencia. Este fue el mensaje que nos dejaron; que compartieron en murales, en rondas junto a las Madres, en el Centro Comunitario de Barrio Ludueña; en la Escuela Normal 2 y 3, en la Facultad de Humanidad. En cada lugar que hiciese falta; en cada micrófono que se acercó a tomar registro de sus voces y sus puños llenos de rabia, de una digna rabia de la que ya nos contagiaron.
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Francisco Sanchez Navas tiene 19 años y el color de la tierra se luce en sus ojos. También en su piel y hasta en sus gestos. Ella –la tierra- habla a través de sus palabras cada vez que sus manos refuerzan su relato con la misma precisión con la que su memoria recuerda el horror.
Hay momentos en que se quiebra, como si el dolor que llevara consigo le ganara la batalla. Pero no. De inmediato alza su cabeza y disipa el nudo de su voz. Es en ese instante en que la supremacía de la valentía hace estallar el grito: con vida se los llevaron y con vida los queremos. La consigna atraviesa toda América Latina y Francisco la repite una y otra vez para que nosotros, desde aquí, no caigamos en el abismo que propone el olvido.
La marcha no era una más: el reclamo es tan contundente que estremece cada vez que la dimensión de la desaparición forzada vuelve a cobrar sentido.
Sabemos lo que eso significa: crecimos sintiendo la ausencia de no tener si quiera el cuerpo de nuestros desaparecidos. Pero aún más: lo sabemos porque esa ausencia es el presente de México y de aquí también, cuando hay hermanos que se buscan y Abuelas que desde hace 39 años sueñan con el abrazo de su nieto.
La pausa conmueve cuando la que habla es Hilda Legideño Vargas, la mamá de Antonio y una de las 43 que busca a su hijo con vida.
Estamos sentadas frente al río y allí detiene su mirada, observando el agua correr.
– Qué lindo es esto- dice, con sus ojos mirando el Paraná para luego, retomar el hilo doloroso de la conversación. – Nosotros buscamos con vida a nuestros hijos.
Se la observa cansada luego de días de haber iniciado la Caravana 43, que recorre los países de Uruguay y Brasil. La mañana abriga el mate y el mural que otros pintan, pincelando de colores la búsqueda de los 43 estudiantes desaparecidos.
En un extremo se encuentra Mario Gonzalez Contreras, el papá de César y uno de los 43 padres que desde hace 8 meses vive en la Escuela Isidro Burgos de Ayotzinapa. Detrás de él, las aguas del río siguen corriendo bajo el sol de la media mañana.
-Cuando se llevaron a mi hijo se llevaron nuestro miedo,- dice – A nosotros no nos cambiaron la vida, nos la mataron.
Aunque la sensación de muerte lo invada, es la vida la que lo moviliza a viajar para que su denuncia recorra el mundo. No hay demasiadas opciones. Los mecanismos de justicia en su país parecen agotarse. Ya no creen en la Procuraduría, la misma que dió a conocer su supuesta Verdad Histórica, la que dice que los 43 estudiantes fueron asesinados e incinerados en un basural de Cocula por el grupo narco Guerreros Unidos. Tampoco depositan su confianza en los partidos políticos ni en la democracia que dice gobernar en Mexico.
“No hay ninguna prueba científica que diga que nuestros hijos están muertos” – remarcan los familiares agradeciendo la tarea que despliega el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Ellos abrazan la despesperación y con ella, la rebeldía que contagia su rabia.
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Francisco fue el primero en romper el silencio frente a los medios de comunicación y las decenas de cámaras fotográficas que capturaron el instante, durante la conferencia de prensa realizada en el Centro Cultural La Toma. Su relato fue preciso y conciso: narró con detalles, y durante media hora, la represión que la policía municipal de Iguala desató la noche del 26 de septiembre de 2014. Describió el momento en que iniciaron la cacería y la súplica para frenar la masacre.
-Nos íbamos a retirar a nuestra escuela pero teníamos que pasar por Iguala. Ibamos a mitad de la ciudad, en el zócalo, cuando llegaron patrullas municipales disparando directamente hacia los autobús. Se bajaron algunos compañeros a hablar, a decirles que éramos estudiantes y que simplemente íbamos a pasar por ahí, para llegar a la escuela. Seguimos avanzando pero mas adelante estaba la patrulla municipal en la mitad de la carretera. Los compañeros que iban en el primer autobús se bajaron para que la patrulla permitiera el paso, cuando llegan, llegaron los municipales disparando directamente a los compañeros. Es ahí donde le dan un impacto en la cabeza al primer compañero que está en estado de coma. Le dan a otro compañero y nosotros gritábamos somos estudiantes, bajen sus armas, ya no disparen. Los municipales jamás hicieron caso. Estaban de cacería humana. Cuando nos estaban disparando, policías municipales rodean el tercer autobús donde venían los 43 compañeros, los encañonaron y a patadas, los llevaron en las patrullas. Nosotros sin poder hacer nada porque adelante nos estaban disparando. Mirábamos solamente cómo los golpeaban cuando los llevaban en las patrullas. Les pedimos que llamaran a una ambulancia pero no quisieron, después se nos arriman porque querían negociar para que no digan que fuimos nosotros los municipales. Nosotros les dijimos, no queremos negociar, queremos una ambulancia. Los municipales se retiraron y dejaron a los compañeros agonizando. Un compañero estudiante de la Normal fue quien llamó a la ambulancia, se los llevaron al hospital.
El silencio es abrumador. El relato de Francisco continúa, narrando lo que fue el segundo ataque que recibieron, cuando los estudiantes se disponían a realizar una conferencia de prensa para denunciar los hechos.
-Llega una patrulla roja y nos empiezan a disparar nuevamente. Empezaron a disparar, a disparar y a disparar, y es cuando masacran a otros dos compañeros. Gritábamos no nos disparen. No somos delincuentes, somos estudiantes, venimos a hacer una actividad de boteo, y gritamos tírense al suelo, algunos corrimos. Nosotros éramos 4 los que estábamos juntos, decidimos correr en la calle que va hacia el lado del sur, y cubriéndonos porque seguían disparando. Llegamos a un callejón sin salida. Y los policías atrás, siguiéndonos y tirándonos a matar.
Luego sobrevino la angustia, el dolor. El llamado a los familiares. La espera y la búsqueda. Seis estudiantes asesinados, uno de ellos desollado y totalmente torturado, y más de 25 heridos. Los 43 que viajaban en el tercer micro fueron obligados, a punta de pistola y a patadas, a subirse a los patrulleros. Desde ese momento en Ayotzinapa reina la incertidumbre pero también la esperanza. Sus familias los buscan vivos porque así se los llevaron, con vida.
No tienen duda que es el gobierno el responsable de la desaparición forzada no solo de los 43 normalistas, sino también de los más de 30 mil que regista México desde el año 2007.
–Estamos completamente seguros que nuestros hijos están vivos y no porque seamos necios, sino porque no hay nada científico que diga que estén muertos, – remarca Mario.
Decretar la muerte es cerrar el caso. Exigir la presentación con vida es hacer responsable al Estado de las atrocidades que oculta. Hay más de 74 tomos que el gobierno no les ha entregado sobre la investigación de lo que ocurrió hace apenas ocho meses.
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Imposible no trazar recorridos cuando las historias se parecen tanto. Muchas Madres iniciaron su lucha cuando la desesperación les ganó el alma. Salieron a la calle, en plena dictadura militar, a pedir la aparición con vida de sus hijos, y la gran mayoría sin siquiera conocer la situación que atravesaba el país.
Las palabras de Mario se reflejan en ese mismo espejo.
-Con el transcurso del caminar en estos 8 meses te vas dando cuenta de cómo está vinculado el Estado con el narcotráfico, con la maña como le dicen a Guerrero. Yo no tenía idea de lo que era la desaparición forzada. Fuimos a Guerrero 3 veces, pero íbamos a la playa, vimos a gente muy linda, extranjera en Punta Diamante, pero vayan a Cocula, a otros lugares, muertos a diario. En el trascurso de caminar a la par de la Escuela comienzas a cobrar un cariño impresionante. Nosotros estamos junto a los más de 400 alumnos y ellos junto a nosotros. Tuvimos una fuerte conexión.
Hilda Hernandez es la compañera de Mario. Cuando conoció a Estela de Carlotto, conoció también su historia.
–Ella nos dice que no perdamos la esperanza, porque ella nunca la perdió, ella siguió luchando y en esa lucha, ella encontró a su nieto. Al igual que Mario, Hilda ya no teme.
-Cuando nos dimos cuenta que el gobierno nos engañaba nosotros perdimos el miedo. Lo que tenemos es una rabia tremenda al saber que existen estas personas que pueden decir tantas mentiras. Si hay que perder la vida por nuestros hijos, lo haremos, – dice y el silencio se detiene por segundos.
El mural sigue cobrando vida a medida que más manos se suman a pintar.
-Nos ha demostrado que no van hacer nada. Peña Nieto ni palabra tiene. Siempre lo he dicho, lo que más vale de un ser humano es la palabra, él es la máxima autoridad mexicana y no la tiene. Ahí te vas dando cuenta que todos los pinches mexicanos es la misma mierda, que son insensibles, – señala Mario, con esa digna rabia que ya no sabe de fronteras, ni de países ni de banderas.
Francisco lo dice en cada una de las actividades en la que los cuatro dieron testimonio:
-Si los Estados globalizan los crímenes, nosotros globalicemos la resistencia.
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Que el ataque y la represión haya estado coordinada y apuntada a los estudiantes de Ayotzinapa no es casual. “Ayotzinapa es la cuna de la conciencia social”, remarca Francisco. Él sobrevivió para contarlo. Le gusta el fútbol y ama a Messi, como cualquier pibe de su edad. Pero algo en él dice que además, la muerte lo atravesó; que la sobrevivencia es un estado que se lleva en la piel, en el cuerpo entero. Eso dicen también sus gestos incluso hasta cuando sonríe. Francisco tiene tatuada la camiseta de los 43, esa que le pide a Messi y al mundo entero que se coloque.
-Las escuelas normalistas son para las personas humildes, campesinas, que no tenemos recursos, que no tenemos para pagar una escuela. Son 17 normales que actualmente están en la Republica Mexicana. Su rutina es levantarse a las 6 y media. A las 8 entran a clase y salen 15.30, van a comer y después van a las labores del campo que es cuidar sus animales, después de esa actividad hacen sus tareas y van a su cena. Y así sucesivamente. Desde el 26 y 27 ellos se unieron con nosotros, suspendieron las clases hasta que aparezcan los 43. Nosotros estamos viviendo allí, es una escuela muy grande, tiene muchas hectáreas. El gobierno no les dá los recursos y ellos tienen que manifestarse, ahcer sus tareas de boteos para tratar de mantenerla. Para ellos, el gobierno, esta escuela es un peligro porque ellos defienden la tierra, cuenta Hilda.
Las escuelas normales, como las de Ayotzinapa, son el semillero de una lucha social que atraviesa a toda América Latina. La disputa por la tierra es estratégica y quienes la defienden son blanco de las transnacionales y los gobiernos que juegan a favor de sus intereses. -Ellos defienden a los campesinos, no les gusta la injusticia. Son escuelas de lucha, que no se quedan calladas y eso es lo que no les gusta al gobierno-.
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El salón de actos de la escuela Normal 2 está repleto, en su mayoría, jóvenes de casi la misma edad que Francisco. Frente a ellos, el estudiante relata una vez más, los hechos que vivió la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre. Pero también aclara:
-En Ayotzinapa ingresan hijos de campesinos, de familias pobres. Salimos a trabajar nuestras tierras y terminamos de hacer las actividades del campo, y entramos a un circulo de estudio, donde nos dan una formación compañeros de academias superiores, donde nos hablan de cómo el capitalismo nos está atropellando con este sistema corrupto.
Entender por qué se ordenó la represión es rememorar dos ataques anteriores que recibió la Escuela rural de Ayotzinapa. Uno de ellos, el 12 de diciembre de 2011 cuando el Estado decidió recortar 40 matrículas de las 140 que habían recibido. En la protesta fueron asesinados dos compañeros, tras el desalojo violento que sufrieron por parte de las fuerzas ministeriales, tras la orden dictada por el entonces gobernador del Estado de Guerrero. Solo dos meses estuvieron detenidos los responsables de estos crímenes. – Hasta la fecha no se ha hecho justicia por aquel 12 de diciembre. Luego se viene el supuesto accidente, el 7 de enero de 2014, fueron atropellados dos compañeros de la Norma donde lamentablemente perdieron la vida. Días antes, el gobernador sacaba en periódicos, diciendo “quiero desaparecer a Ayotzinapa a como de lugar. Lamentablemente tuvo que ocurrir lo del 26 de septiembre para que miles de personas se despertaran.
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«La Procuraduría uso una técnica de manipulación criminológica muy antigua, pero sumamente efectiva, para imposibilitar así el reconocimiento de los 43 estudiantes desaparecidos: tomo las fotos en blanco y negro de la inscripción escolar de los muchachos de Ayotzinapa, las apretujo, para que se le formaran líneas y manchas a los retratos, los escaneo y en la computadora los ordeno, para que los muchachos aparecieran con ‘cicatrices, heridas y manchas’ y dieran el aspecto de delincuentes, no de víctimas. Además les puso el color más contradictorio de todos: el amarillo y colocó a todos en una sólo hoja fría e impersonal, sólo con el nombre y la edad. Para que la gente que no los conoce los olvide fácilmente y siga su camino sin recordar el tema… […]”
Esas son las fotos que recorrieron el mundo. Pero hay otras, imágenes llenas de vida que nacen del proyecto de los Ilustradores que se suman a la búsqueda de los 43. Cada retrato cobra identidad. Ya no son meros rostros despersonalizados sino imágenes cargadas de sentido.
“En el acto de retratar los rostros de los normalistas desaparecidos hay un proceso íntimo y silencioso, que implica un acercamiento a ellos, siempre insuficiente pero sincero. También hay un proceso visible, un impulso por ser también voz que reclama. Un poco silencio y un poco grito. Dotar de rostro a aquellos a los que necesitábamos ver, fue una labor que el propio proyecto vino asumiendo sin querer, mientras los días pasaban y las colaboraciones de ilustradores en las redes sociales se sumaban por cientos.”
El próximo 26 de junio se cumplirán 9 meses de la masacre y la desaparición forzada de los 43 estudiantes. En México el dolor es una llaga viva que crece. Sufren amenazas, persecuciones y el miedo y la resistencia corren por un mismo andarivel. Pero a la vez, y casi como un instinto de pulsión y de vida, se fortalece un reclamo mundial.
Aunque haya pasado casi un mes de su visita a Rosario, la huella permanece. La insistencia es seguir exigiendo la presentación con vida. Replicar el eco es hacer que ese grito de justicia no muera en el olvido. “Sigan levantando la voz por Ayotzinapa, sigan pidiendo justicia por el crimen de Estado ocurrido el 27 de septiembre, no dejen de levantar la consigna de Vivos se los llevaron y vivos los queremos», nos dijo Francisco antes de despedirse.
2 comentario
yo se que con nada se compara el dolor de perder a un hijo, pero también es evidente que los padres de los 43 jóvenes «estudiantes» de la escuela normal rural, se han dejado manupular y mal influencias por personas que solo han lucrado con lo sucedido!!
seguir levantando la voz? creo que ya se ha levantado mucho, los desmanes y actos vandalicos han hecho mucho eco por las calles del pais, no todos somos ayotzinapa.
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