Rosario se unió a los familiares de los estudiantes Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecidos y a los sobrevivientes de la represión policial. De México a Argentina, causas hermanadas en la lucha y la organización.
Por Martín Stoianovich
Los familiares de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotinzapa desaparecidos desde el 26 de septiembre de 2014, visitaron Rosario en el marco de la “Caravana 43” que comprende una recorrida por distintas ciudades de Argentina, Brasil y Uruguay. Junto a un estudiante sobreviviente de las represiones policiales de aquella agitada jornada, recorrieron distintos puntos de la ciudad encontrándose con organizaciones sociales, conociendo a las Madres de la Plaza 25 de Mayo, y difundiendo la lucha que a ocho meses del hecho continúa exigiendo la aparición con vida de todos los normalistas. En un contexto de emotividad constante durante los tres días de actividades, en el comedor comunitario San Cayetano de barrio Ludueña se vivió una jornada especial en donde quedó expuesta la hermandad de los pueblos latinoamericanos desde su dolor hasta su fuerza para resistir.
El comedor comunitario, donde trabajó la militante social Mercedes Delgado y donde decenas de mujeres continúan haciendo su labor diario cocinando para cientos de pibes y pibas del barrio, fue el escenario de una de las últimas actividades de las llamadas “Jornadas de la Digna Rabia”. La idea del encuentro en Ludueña fue poner en común aquellas historias que desde su origen mantienen coincidencias más allá de la distancia física. Delante de un pequeño altar en el que sobresale una imagen de Mercedes al lado de un dibujo de Cristo con la frase “no tengan miedo” se sentaron las madres de dos jóvenes estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos, uno de sus padres, y el sobreviviente de 19 años. A su lado se acomodaron Juan Ponce, hijo de Mercedes, Celeste Lepratti, hermana de Pocho, y Lita Gómez, mamá de Mono Suárez. Todos familiares de víctimas, por lo tanto víctimas también, de las distintas representaciones de la violencia o la desidia institucional.
El inicio lo dio Celeste Lepratti, quien recordó que ya se cumplieron trece años desde el asesinato de su hermano junto a otras 35 víctimas fatales de las represiones policiales en el estallido social de diciembre de 2001. La impunidad respecto de los responsables políticos y la mayoría de responsables materiales en el caso de los asesinados en 2001 es el denominador en común como así también lo es la constante militancia fortalecida en la búsqueda de justicia en todos estos años. “Frente a la impunidad que parece que no para de crecer y frente a esa estructura de complicidades donde está la policía, una justicia que no es independiente, y políticos que nunca tuvieron voluntad de cambiar esto a nivel provincia y nivel Nación, nació desde muy abajo toda esa fuerza que no nos permite bajar los brazos y nos permite encontrarnos con otros, aunar luchas, salir siempre a la calle y no olvidar, pensando constantemente como se hace para tener la memoria presente y cómo vamos haciendo una justicia que viene desde ese lugar. En esa justicia es la que creemos, la que hacemos entre todos. Tal vez, en pequeños gestos y actos que nos van devolviendo un poco de todo eso que nos quitaron”, expresó la militante social.
Mono Suárez, Patom Rodríguez y Jeremías Trasante, son las víctimas fatales del llamado Triple Crimen ocurrido en Villa Moreno en las primeras horas del 2012. Detrás de este hecho se deja ver la muerte de jóvenes militantes como consecuencia de los negocios clandestinos y conflictos entre bandas narcos amparadas por la complicidad policial. También se destaca a partir de entonces el proceso iniciado en el camino a la justicia a través de innumerables movilizaciones y la participación de organizaciones sociales. La presión de estos sectores agitó la exposición del hecho, por el cual ya se condenó a los cuatro implicados en la responsabilidad material de los crímenes y ahora se buscan las condenas por las complicidades policiales. “Desde aquel día empezó la lucha con las organizaciones que nos acompañaron, de aprender todas estas cosas de golpe. Con lucha, marchas y apoyo pudimos salir todos los meses a la calle y así conseguimos condenas para los asesinos de los pibes”, resumió Lita, mamá de Mono, que hasta hoy no puede dejar de emocionarse hasta las lágrimas.
Juan Ponce suele decir que le cuesta entrar al lugar donde trabajaba su madre. También se emociona y deja que las lágrimas inunden sus ojos. El recuerdo de Mercedes Delgado, asesinada a cuadras del comedor San Cayetano al quedar en medio de un tiroteo entre bandas ligadas al narcotráfico, habla de una mujer dedicada a la militancia social. Mercedes es sinónimo de alegría y perseverancia en la complicada tarea de lidiar día a día con las desigualdades expuestas en las barriadas rosarinas. En San Cayetano, Mercedes no es sólo un recuerdo, ya es un ejemplo constante. “Se me hace muy difícil hablar por el sentimiento y hasta el día de la fecha no he conseguido llorar como se debe a mi madre. Es difícil seguir, el día a día, venir acá. Ella ya no es mi madre, es la madre de todos. Aprendí a salir a la calle a gritar, y nos organizamos para buscar justicia por Mercedes”, destacó Juan.
“Pensaba que solamente en Ayotzinapa nos asesinaban, nos levantaban y nos masacraban, pero lamentablemente no es allá nada más. Acá pasa lo mismo con este mal sistema”, analizó Francisco, el estudiante sobreviviente. En su relato dado a conocer en estos días, el joven dejó expuesto el compromiso militante de todos los normalistas de Ayotzinapa, que además de formarse como estudiantes, trabajan en la tierra, en la ganadería y en la organización del campesinado. “Ayotzinapa es cuna de conciencia. Aquella que abraza a hijos de campesinos, a gente humilde, gente proletaria que siempre han pisoteado y quiere salir adelante”, comentó. Respecto de la problemática de violencia institucional, su testimonio mantiene directa relación con hechos paradigmáticos que tuvieron lugares en Argentina. “México es un país donde los policías se dan gusto de matar a un campesino o a la gente humilde, de andar de casería matando estudiantes o levantando personas inocentes. Es el trabajo de las autoridades mexicanas: matar a personas humildes, que levantan la voz, a personas que han luchado y han defendido sus tierras para que no los despojen”. Luciano Arruga, Franco Casco, como así también los miles de pobladores originarios reprimidos y despojados de sus territorios son tan sólo algunos ejemplos que materializan esta coincidencia.
Las dos madres de los normalistas que llegaron a Rosario se llaman Hilda, pero comparten mucho más que el nombre. Desde la desaparición de sus hijos, mantienen sus rostros visibles en remeras, pancartas o fotos. Mario, pareja de una de ellas, se une a la firme exigencia de aparición con vida de los 43 estudiantes. Pero cuando lo hacen, destacan además el fundamental detalle de que sus desapariciones forzadas están íntimamente relacionadas a la histórica y sistemática costumbre de reprimir y exponer a las clases populares de los pueblos latinoamericanos. “Al gobierno mexicano no le importa pisotear la dignidad de la gente humilde, de los indígenas, de los estudiantes. Dicen que es un hecho aislado pero hay más de 30 mil desaparecidos y miles de muertos”, remarcó una de las madres situando al conflicto de Ayotzinapa en el contexto de violencia general que se vive en México. Allí también se habla de la complicidad policial y política con los grupos vinculados al narcotráfico.
Como un gen en común entre todos estos familiares y compañeros, tanto de Argentina como de México, aparece la necesidad de fortalecerse en la organización colectiva más allá de la distancia entre ambas naciones. “No sólo en México hay desapariciones forzadas o miles de muertos, también en Argentina. El objetivo de venir acá es que compartan el dolor y la rabia de no tener a nuestros compañeros. Queremos articular la lucha, llegó el momento de actuar contra este mal gobierno. Los gobiernos han globalizado las desapariciones forzadas y los crímenes de Estado, nosotros tenemos que globalizar, nuestra rebeldía, nuestra rabia, nuestra dignidad y nuestro coraje. Tenemos que globalizar nuestra lucha, pedir justicia en México, Argentina y todo el mundo si es posible”, repitió Francisco en cada una de sus presentaciones en su visita por Rosario.