Parte I
La causa judicial sigue sin novedades desde 2007 cuando fue sobreseído el único imputado, un ex oficial de Drogas Peligrosas de la Policía Federal. En forma paralela, en todo este tiempo fueron creciendo las redes de delitos que esta trabajadora sexual denunciaba, con el aparato policial como principal apuntado.
Por Martín Stoianovich
Enero de 2004: Los últimos pasos en la zona
[dropcap]L[/dropcap]a noche está cálida y la cantidad de estrellas en el cielo anticipa que el calor va a continuar al día siguiente. Sandra sabe que las altas temperaturas de la ciudad de Rosario tornan insoportable el quehacer de cada día. Pero respira aliviada y, mientras arma el bolso, agarra el pasaje que tiene para salir el mediodía siguiente a la ciudad de Cosquín. Se va a tomar unos días de vacaciones con su amiga Paola, y tienen la idea de poder disfrutar de alguna de las noches del festival de rock de la ciudad cordobesa. Charly García, Pappo, Los Piojos y Spinetta lideran las grillas y Sandra se ilusiona. Siente que es necesario tomarse un descanso. El año que se fue no ha sido el mejor y el que empezó parece seguir un cauce caldeado. Mira una foto de su hija Macarena, de 8 años, que ahora está en Mendoza en un campamento de boy scouts, sonríe y la deja en su lugar. Ya está todo preparado, ahora sólo queda la última noche de trabajo. Se viste, se maquilla apenas un poco para tapar algunos rasgos de un rostro cansado, agarra su cartera y sale a la calle.
El reloj marca la una de la mañana. Sandra camina desde su casa en calle San Lorenzo 3261 apenas unos doscientos metros hasta la esquina de Cafferata donde está el minimarket de doña Rosa Signorelli. Como en casi cada jornada de trabajo, pasa a saludarla y a ponerse al tanto de las novedades. Se llevan bien, y para Rosa su presencia suele ser una compañía que ameniza las noches detrás del mostrador. La charla, sin muchas emociones más que la noticia del viaje, es interrumpida.
– Doña, vino Diego – dice Sandra y se marcha mientras avisa que vuelve al rato. Rosa sólo alcanza a escuchar el ruido de la puerta de un auto, y al asomarse ve un Fiat Duna alejándose en la oscuridad de la noche.
Diego y Sandra se conocen desde hace tiempo porque el trabajo nocturno los ha encontrado. Ella como trabajadora sexual y él como oficial de la División Drogas Peligrosas de la Policía Federal. Van a la casa de Sandra a pasar un rato, a despedirse antes de las vacaciones. Tienen sexo, toman un trago y conversan. Él le dice que se acueste a dormir, que no salga a trabajar y para convencerla le regala cincuenta pesos a fin de que descansar una noche no implique una pérdida de ganancia. Ella le dice que sí, pero sabe que cuando Diego se vaya va a volver a trabajar.
Pasa una hora y media hasta que vuelve al kiosco de Rosa. La doña conoce la historieta porque ha sido testigo de varios encuentros y porque la propia Sandra suele mantenerla al tanto de los altibajos de esta relación. Conversan un rato más hasta que se va con un taxista conocido al que le prestará un ventilador mientras esté fuera de la ciudad. Van hasta su casa, agarran el aparato y siguen camino hasta el bar “El Tachero” en la zona de pasaje Quintanilla y Santa Fe. Cuando llegan, coinciden con Paola que también arriba al lugar y aprovechando el amigo taxista le piden que dé media vuelta manzana hasta Quintanilla y San Lorenzo.
Sandra y Paola tienen confianza de sobra, conocen los movimientos de la noche y como compañeras que son intentan cuidarse entre ellas. Más de una vez han tenido que atravesar juntas, o con otras mujeres, situaciones complicadas que llegaban a ponerlas en riesgo. Sandra es secretaria general en Rosario del sindicato de las trabajadoras sexuales, AMMAR, y como tal en los últimos tiempos se ocupa de cumplir su trabajo asesorando a sus compañeras acerca de sus derechos. También acostumbra a denunciar, más allá del peligro que implica, a todo tipo de abuso que caiga en contra de ella o sus colegas por parte de las autoridades. Rosario es una ciudad que en su historia albergó tanto al trabajo sexual como a la corrupción policial, y en ese escenario en constante crecimiento se intenta convivir día a día. Bajo esta idea de acompañarse en el peligro, las trabajadoras que paran en las esquinas, como Sandra o Paola, suelen andar juntas.
El dúo camina de vuelta a la esquina del minimarket de doña Rosa mientras conversan sobre lo que la incipiente noche les ha brindado hasta ahora. Paola viene de la casa de un cliente en zona norte, y Sandra vuelve a contar que se vio con Diego y que le dio plata para que no saliera a trabajar y descansara. A Paola la idea la parece interesante, y ahora ella también le propone a Sandra cortar la jornada para ir a dormir. Pero ella vuelve a insistir en que quiere trabajar para no quedarse dormida. Planea pasar de largo toda la noche para arrancar el día temprano, ir a pagar el alquiler y después acercarse hasta el Club Provincial para cobrar el Plan Jefas y Jefes de Hogar. Paola se convence y decide acompañarla.
Una vez en la esquina del minimarket, aparece otra trabajadora sexual. Sandra no la conoce, pero no tiene problemas en acercarse y presentarse. Le explica que no puede estar en esa misma esquina y le pide que se vaya a otro lugar de trabajo. Son los códigos de la noche y así pareciera ser que se manejan. La muchacha se va sin problemas. La llamada zona roja es enorme, y la demanda en el trabajo sexual es aún mayor. El verdadero motivo de los percances es la ocupación del territorio de las trabajadoras en la zona de los llamados privados o whiskerías, ya que puede considerarse como una provocación o robo de trabajo. Asimismo, estos lugares son conocidos tanto por ser fomentadores de la explotación sexual y la trata de personas, como por la capacidad de permanecer con las puertas abiertas a pesar de ello. La noche está llena de asperezas.
Son cerca de las cuatro y media de la mañana cuando a la misma esquina se acerca un cliente. Sandra va a su encuentro y se alejan unos metros. Paola no llega a distinguir al sujeto y sólo alcanza a ver de espaldas un cuerpo alto y flaco que viste bermudas claras. Pasan unos segundos hasta que Sandra se acerca y en voz baja le pide que la acompañe a su casa, en la otra cuadra, porque piensa hacer el servicio ahí. El rostro de Sandra, entre su ceño fruncido y sus labios apretados, muestra desconfianza. Es un favor necesario que Paola no llega a comprender y rechaza porque quiere hacer un servicio. Acuerdan en encontrarse al rato en ese mismo lugar. Desde atrás del mostrador, Rosa Signorelli alcanza a ver muy poco toda esta secuencia.
Paola continúa sola en la esquina algunos minutos, hasta que aparece un cliente y se retira. Vuelve pasada las cinco de la mañana, hora en que había arreglado para encontrarse con su compañera, que todavía no ha llegado. Camina una cuadra y media hasta lo de Sandra, pero se da cuenta que ahí tampoco está. Le llama la atención su repentina ausencia y antes de irse da algunas vueltas. No hay resultados, Sandra no aparece y Paola decide irse a su casa para volver al otro día y partir con su amiga rumbo a la provincia de Córdoba.
Pasan los últimos minutos de la madrugada hasta que el sol comienza a asomarse. Por la mañana temprano, la ciudad rosarina se sacude con la noticia. Las crónicas policiales de los medios de comunicación cuentan que el cuerpo de Sandra Cabrera fue hallado sin vida con un disparo de arma de fuego en la nuca. El calor de las primeras horas de la mañana del martes 27 de enero es insoportable. El cadáver de la sindicalista todavía yace tirado semi desnudo sobre la vereda caliente de una vivienda, a una cuadra y media de su casa.
La antesala y el crimen
En los primeros cuerpos del expediente de la causa se enumeran las denuncias que Sandra Cabrera había hecho como dirigente gremial contra la policía. Se cuentan diez entre 1999 y 2002, y la mayoría de ellas la tienen como víctima o denunciante de agresiones y amenazas recibidas por ella o alguna compañera. En septiembre de 2003 apuntó a los jefes de la División de Moralidad Pública de la Policía de la provincia por recibir coimas por parte de prostíbulos de la zona de la Terminal de Ómnibus a fin de que retiraran de la calle a trabajadoras sexuales que pudieran ser competencia. Después de aquella acusación, fueron desplazados el jefe Javier Pinatti y el Subjefe Walter Miranda, mientras que algunos boliches cerraron sus puertas y otros dejaron de aportar a la economía delictiva de la policía.
El hecho que desencadenó esta denuncia fue la agresión de estos dos oficiales a una trabajadora sexual. “Empezamos a contactar bien por un hecho ocurrido los primeros días de septiembre del 2003 donde trabajo yo, en calle Castellanos y San Lorenzo, donde mi hermana Nancy fue acosada por quien en ese momento era jefe de Moralidad Pública, el señor Pinatti, y por el subjefe Miranda”, relata Nilda Cinzano, compañera de Cabrera, en el expediente. Luego afirma que Sandra “tenía miedo por las denuncias que se habían hecho”. Días después, el 9 de octubre una llamada telefónica a la sede de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), donde funcionaba la oficina de AMMAR, amenazaba: “Decile a Sandra que a la piba la va a encontrar muerta antes de mañana”.
El miedo de Sandra Cabrera recaía sobre el riesgo que corría su pequeña hija Macarena. Fue a partir de aquella intimidación que se instaló una custodia permanente en la puerta de su casa por parte de agentes de Seguridad Pública. Fueron tan sólo unos meses, porque el 9 de enero dicha custodia fue retirada. Una nota periodística del medio Rosario12 publicada el 8 de mayo de 2004, afirma que un informe especial en respuesta a un pedido de la Cámara de Diputados de la provincia da cuenta de que la decisión de retirar la custodia a Cabrera fue de Alejandro Rossi, quien por entonces era subsecretario de Seguridad de la provincia.
Sandra estaba totalmente desprotegida, pero seguía denunciando. Así fue que a tan sólo tres días de su asesinato colaboró en la denuncia que una compañera suya realizó nuevamente sobre Moralidad Pública. Esta vez se trataba de la detención de la trabajadora a pesar de que había pagado su cuota semanal de cincuenta pesos para evitar problemas con la ley. Una denuncia que dejaba ver tanto la prepotencia policial como la extorsión que ejercían sobre las trabajadoras. Pasaron sólo tres días para que un preciso disparo en la nuca desterrara a la temperamental trabajadora sexual y sindicalista.
Según el expediente judicial, a través de la investigación de especialistas se pudo determinar que el asesinato estuvo a cargo de un experto en el uso de armas de fuego. Y no sólo eso, sino que también se trataría de un certero conocedor de la zona en la que se manejaba Cabrera por las noches. El cuerpo de la víctima fue hallado en la puerta de la vivienda ubicada en Iriondo 647, a ciento cuarenta metros de su propia casa.
De las tres hipótesis brindadas por la comisión AD HOC que investigó, toma fuerza la que afirma que Sandra Cabrera fue asesinada entre las dos y las cinco de la mañana. La mecánica del hecho según el expediente es la siguiente: el victimario se sitúa por detrás de la víctima, y siendo diestro para el manejo del arma sujeta a la víctima con la mano izquierda mientras la mantiene levemente agazapada con rodillas en semiflexión. Las pericias indicaron: “Las características del orificio de entrada hacen presumir abocamiento, la trayectoria es compatible con un disparo efectuado desde atrás”. A su vez, asegura que la causa de la muerte es traumatismo encefalocraneano por proyectil de arma de fuego calibre 32 que le ocasionó muerte instantánea. Es decir, a Sandra Cabrera le apoyaron el arma sobre su nuca para disparar: tenían que matarla.
Las pericias confirman que el lugar del hecho fue donde se halló el cadáver y que no hubo arrastre. No se encontraron huellas, gotas de sangre u otros detalles que le dieran fuerza a la hipótesis de que el homicidio se concretó en otro lugar para luego trasladar el cuerpo. Por otro lado, respecto al autor del crimen, los especialistas aseguran: “Se plantea la posibilidad de un matador que ha elegido circunstancias de tiempo y lugar, ha dado muerte en el momento propicio de menor resistencia de la víctima, ha sostenido el cadáver para que no golpee con brusquedad al caer y se ha retirado sin dejar indicios de presencia. La hipótesis habla de un perfil profesional del victimario con conocimiento en la zona, de los hábitos de la víctima y de la tarea a realizar. Asimismo debe considerarse la prolijidad de sus movimientos. Esta consideración ofrece la alternativa probable de que el victimario haya conocido a la víctima en ocasión de un encuentro previo provocado precisamente para lograr datos de hábitos y circunstancia en los que la víctima se movía”.
No fue un crimen pasional
El mundo que gira alrededor del asesinato de Sandra Cabrera es el mismo mundo que transcurre incluso después de su muerte hasta el día de hoy. El expediente de la causa y el testimonio de sus compañeras y militantes de AMMAR, de Rosario y todo el país, dejan ver que el desenlace de esta historia no es más que el eterno nudo de otra historia mucho más larga y compleja. Ambas se relacionan y tienen en común algo fundamental: no hay esclarecimiento. Una es el hecho puntual, el crimen de la trabajadora sexual. La otra, es la complicidad entre la policía como institución del Estado y las redes de prostitución junto al Poder Judicial como encubridora de las corrupciones. Un entramado histórico que nunca ha sido desmantelado. La historia de Sandra Cabrera es la eterna historia de quienes mueren por denunciar.
El expediente de la causa judicial cuenta con once cuerpos en lo que se le tomaron más de cien declaraciones testimoniales. Hubo un solo imputado por la autoría material del crimen: Diego Víctor Parvluczyk, quien por aquellos años era subjefe de la División Drogas Peligrosas de la Policía Federal. Este oficial, que admitió ser amante de Sandra Cabrera y mantener con ella una supuesta relación que ponía a la sindicalista como su informante, fue sobreseído en el año 2007. Tiempo antes, a fines de 2004 y a menos de un año del hecho, había sido removido el primer juez de la causa, Carlos Carbone. Los jueces de la Sala I de la Cámara de Apelaciones le dieron el visto bueno a la recusación por imparcialidad que había solicitado quien fuera defensor del imputado, el abogado Carlos Varela. A partir de entonces, se hizo cargo del expediente el juez de Instrucción Nº 10 Alfredo Ivaldi Artacho. De ahí en más la investigación no progresó y no hubo nuevos sospechosos imputados. Ni siquiera los nombres que aparecían en el expediente, señalados por las infinitas amenazas que tanto Cabrera como su propia hija de nueve años habían recibido por aquel momento como consecuencia de las distintas denuncias que la secretaria general de AMMAR había realizado contra las fuerzas de seguridad por extorsión y abusos de autoridad. La causa judicial es una más de las que acumulan polvo en los pasillos del olvido.
Hoy, a once años de aquel asesinato, los protagonistas de la historia hablan de “un código de silencio” fortalecido por el miedo que principalmente transmitían las distintas divisiones policiales. La voz baja que corría por aquellos años aseguraba el destino fatal para quien hablara. Así transcurrió el tiempo para que hoy se admita que la protección de quienes pudieran haber sido testigos claves, hubiera garantizado otro desenlace en la causa. Sin embargo hay algo seguro: no fue un crimen pasional, a Sandra Cabrera la mataron por conocer de cerca el entramado policial y denunciarlo, mientras luchaba por la dignidad y los derechos de las trabajadoras sexuales y reclamaba la despenalización de la prostitución.
A los ricos les prescriben los delitos, a los pobres los derechos
Técnicamente la causa judicial por el asesinato de Sandra Cabrera aún no prescribe, lo que no significa que haya algún horizonte esperanzador. El sobreseimiento de Diego Parvluczyk implicó un cierre simbólico porque a partir de entonces se detuvo la investigación. Este oficial de la Policía Federal estaba sindicado como el asesino, y en los primeros pasos de la causa todo apuntaba a que se continuaría por ese camino. Sin embargo, en 2007 el juez Alfredo Ivaldi Artacho consideró que las pruebas con las que se disponían por entonces no eran suficientes para insistir en el procesamiento de Parvluczyk, figura que ya había sido revocada en diciembre de 2004. “No se encontró el arma, nadie vio nada. Las compañeras de Sandra que pudieron haber dado cuenta de este hecho porque sí lo habían visto (a Parvluczyk), no declararon”, confesó a este cronista una fuente judicial que prefirió mantener privada su identidad. También se destaca la idea de que la policía haya presionado sobre el Poder Judicial ante la posibilidad de que el progreso de la causa desnudara la estructura mafiosa que escondía el asesinato de Cabrera.
En otras palabras, todo indica que quien sería el asesino se salió con la suya. Ya fue procesado y sobreseído, por lo cual recae sobre su figura el recurso de Non bis in idem, que no permite juzgar dos veces a una persona por el mismo hecho. Todo el entorno de Cabrera apostaba al procesamiento y juzgamiento de este oficial, y con su liberación prácticamente se agotaron las posibilidades de encontrar un responsable material del hecho.
“Hay connivencia entre la justicia y la policía. Para poder llegar a fondo en el caso de Sandra Cabrera habría que ahondar en el tema de la corrupción policial y de la impunidad con la que se manejan algunos jueces”, analiza hoy Elena Reynaga, quien fuera fundadora de AMMAR a nivel nacional. “Este es uno de los casos de impunidad más. Cuando le pasa a alguien que tiene poder y un status social fuerte se mueven de una manera, en casos de poblaciones vulnerables es diferente”, señala en este sentido. Para Reynaga, hubo una importante desvalorización por parte del Poder Judicial hacia Sandra Cabrera como víctima y hacia sus compañeras como testigos en la causa sólo por el hecho de tratarse de trabajadoras sexuales.
Para la fundadora de AMMAR, la causa tuvo un hecho bisagra y fue el cambio de juez. “Carbone estuvo bien, porque nosotros le dijimos que la verdad estaba en la calle y él salió a la calle”, reconoce hoy la dirigente. “Cuando parecía que algo iba a pasar, que algo iba a decir Parvluczyk, le sacaron la causa al juez Carbone y se la dieron a otro que la congeló. Hay una complicidad que ya no se puede tapar”, apunta la referente de la asociación de la que formaba parte Cabrera.
Otra militante que acompañó a Sandra Cabrera en vida e incluso después de su asesinato, fue María Eugenia Caggiano, como abogada del equipo jurídico de la CTA Rosario, central sindical de la que AMMAR formaba parte. Como representante legal en la causa por el asesinato de Cabrera, hoy Caggiano puede brindar un análisis de los detalles que llevaron al estancamiento del proceso.
Desde un primer momento luego del crimen, el rol de la policía comenzaría a presionar sobre la inestabilidad que sufrían las trabajadoras sexuales compañeras de Sandra que conocían los movimientos de las fuerzas por la zona de la Terminal de Ómnibus. Los medios de comunicación comenzaban a hablar de las sospechas que recaían sobre la policía, y el rumor de la relación de la persona asesinada con algunos oficiales comenzaba a tomar fuerza. Mientras tanto, la policía hacía su jugada. “Las declaraciones testimoniales que daban las compañeras eran en el seno de la policía. Entonces le pedimos al juez de turno que tenía la causa que fuera el encargado por una cuestión garantista”, recuerda Caggiano. “Pero el daño se había hecho, primero porque Sandra era la líder, y segundo porque las amenazas y los aprietes a quienes sí tenían la información y el dato técnico para aportar a la causa ya se había operado”, reconoce la abogada y admite que varias compañeras de Sandra prefirieron alejarse y hasta incluso mudarse de provincia. Habían asesinado a su máxima líder y dirigente en la ciudad, y cualquiera podría ser la próxima.
Caggiano concuerda con Reynaga respecto del rol del juez Carbone: “Hizo un muy buen trabajo y se logró el procesamiento, pero cuando llegó a la Cámara de Apelaciones no se pudo sostener. No pudimos encontrar nada nuevo a lo que se había presentado”. Era el comienzo del camino a la libertad de Parvluczyk, que tomaría forma con el traspaso de la causa a manos de Ivaldi Artacho.
Otro de los principales actores de la causa judicial por este crimen es Ismael Manfrín, que intervino como fiscal. Su rol en este proceso es respetado por quienes lo vivieron de cerca debido a que en su momento profundizó la investigación sobre el acusado intentando avanzar sobre su procesamiento. Sin embargo, cuando Ivaldi Artacho decidió dar lugar al sobreseimiento de Parvluczyk, el entonces fiscal adhirió a la resolución. Hoy afirmado como juez, Manfrín afirma que la investigación “trató de cubrir todos los frentes”. “No es que sólo se direccionó hacia el personal policial luego sobreseído. Hubo varias hipótesis que a medida que fueron presentadas eran descartadas. No se llegó a él porque no había otro o por descarte, era porque pintaba de esa forma”, explica el magistrado.
Manfrín se asemeja a los demás entrevistados respecto del porqué del sobreseimiento de Parvluczyk. “El testimonio de las compañeras y de las meretrices tal vez no tuvo el peso que se pretendía. Puede ser por una cuestión de miedo y presión. Son lecturas válidas que uno con el correr de los años lo puede ir madurando. Es gente que tenía que seguir trabajando en la calle. Tal vez las compañeras de Sandra se veían afectadas por temas de seguridad propia, de sus hijos o su familia a la hora de involucrar a personas que de algún modo podían ejercer cierto poder sobre ellas”, analiza a más de diez años quien por entonces fuera el fiscal de la causa. Además, reconoce que hubo un dato que faltó: “Se trató de conseguir. Había dos o tres testimonios que pudieron haber sido más relevantes y trascendentes, pero por algún motivo no se obtuvo y no se le sacó la información a ese elemento de prueba”.
“Yo creo que la causa hubiera tenido otro transcurso con más protección”, reflexiona Manfrín. Asimismo, no desestima su rol y asegura: “Uno trata de obtener resultados y cuando no se encuentran tiene que escarbar en el por qué, pero nunca se debe reprochar porque se puso todo para llegar al resultado que al final no se consiguió”.
Más allá del rol de las compañeras de Sandra, otra hipótesis que no descartan los allegados a la víctima es la que pone en escena otra actitud mafiosa de la policía. “Mi familia me contó que Diego (Parvluczyk) dijo dos o tres veces que si él quedaba detenido iba a decir todo cómo había sido y revelar secretos de la policía y ahí lo largaron”, cuenta Macarena Domínguez Cabrera, hija de Sandra. Aquella niña que cuando asesinaron a su madre tenía 8 años, hoy ya es una mujer y madre y recuerda que estando de campamento en Mendoza le dijeron que tenía que volverse “porque había pasado algo en la familia”. Ya en Rosario su hermano mayor le dijo que a su madre la habían matado en un asalto. “Como yo iba mucho al cyber y tenía acceso a la computadora, empecé a leer y escuchar cosas. Hace dos años fui a ATE y dije que quería saber realmente qué le pasó a mí mamá”, cuenta Macarena. Impulsada por el interés de conocer la verdad, con apenas quince años esta chica tuvo que toparse con la realidad que años atrás le había quitado a su madre sin demasiadas explicaciones.
Las fuentes judiciales le dan lugar a la hipótesis de que la misma estructura policial que impartía miedo sobre las compañeras de Sandra haya presionado sobre el Poder Judicial teniendo en cuenta la posibilidad de que Parvluczyk delatara con detalles el entramado mafioso de la policía. Vale destacar que, tal como lo afirma el expediente, la primera vez que Parvluczyk fue a Tribunales a declarar lo hizo acompañado de su jefe en la División Drogas Peligrosas, Alberto Lomonte, lo que significaría una presión para el propio sospechoso. El cambio de juez y el repentino sobreseimiento del imputado son detalles que se ajustan a esta probabilidad. Por este motivo, las mismas fuentes no desestiman que un superior haya sido quien le dio la orden a Parvluczyk de asesinar a Cabrera.
A once años del crimen de la dirigente de AMMAR los lamentos son numerosos porque no se pudo hacer justicia y porque fue sobreseído el principal acusado del asesinato. Se sabía dónde podía estar el testimonio clave y no se priorizó en ese dato. Pero el silencio de las compañeras de Cabrera, atravesado por el miedo y la presión de toda una fuerza policial, no está relacionado a la cobardía o algún tipo de irresponsabilidad de estas mujeres. La injusticia en el caso Cabrera no es otra cosa que un producto más de la situación a la que eran y son sometidas las trabajadoras sexuales. La misma corrupción policial que primero abusó de Sandra y sus compañeras para luego asesinar a la máxima dirigente, fue la que profundizó el desamparo que sufrieron las trabajadoras que podían aportar el dato clave, y la misma que presionó sobre el aparato judicial con el fin de que no saliera a la luz el entramado delictivo que se escondía detrás del crimen de la meretriz.