El 4 de diciembre se escucharon las condenas históricas por el Triple Crimen de barrio Moreno. Después de tres largos años, fue Justicia por Jere Trasante, Mono Suarez y Patom Rodriguez. Altísimas penas para la patota de Sergio el Quemado Rodriguez, quien fue condenado a 32 años de prisión. La lucha, la valentía de las familias y la organización popular como estandartes de una victoria que demuestra que la única salida siempre es colectiva.
Foto: Rosario 3
[dropcap]L[/dropcap]a carpa del aguante es un hervidero de llanto y desahogo. 4 de diciembre de 2014, temperaturas que superan los 30 grados. 12.30 del mediodía; el aire quema tanto como esa espera ansiosa por la sentencia del juicio por el triple crimen de Barrio Moreno, la masacre que marcó un punto de inflexión en Rosario, en esta ciudad que desde hace un tiempo a esta parte parece naturalizar los crímenes, casi a diario, de sus pibes y en sus barrios más olvidados.
Aquella terrible madrugada del 1 de enero de 2012 morían acribillados en la canchita de Moreno, Jeremías Trasante, Claudio Suarez y Adrian Rodriguez, quienes estaban celebrando las primeras horas del comienzo de año. Eran pibes que militaban en el Movimiento 26 de junio del Frente Darío Santillán.
Siempre lo dijimos desde las páginas de enREDando: Jere, Mono y Patom soñaban como lo hacen los jóvenes de su edad. Tenían proyectos, ilusiones y cada uno a su manera y con sus diferentes formas de ser, le buscaba la vuelta para sortear ese destino fatídico que condena a tantísimos pibes a una suerte incierta.
Saber quiénes eran, qué hacían y por qué militaban fue parte de la tarea constante que sus familas y sus amigos emprendieron, aún con el inmenso dolor por la ausencia, para romper con la estigmatizante estructura del anonimato y el camino que conlleva a la impunidad.
Pero fue la patota liderada por Sergio «el Quemado» Rodriguez, de 44 años, la que les truncó los sueños y la vida. A Jere, Mono y Patom los asesinaron en respuesta a una supuesta venganza por el ataque que, horas antes, había recibido el hijo del Quemado, Maximiliano «el Quemadito Rodriguez», quien fuera asesinado un año después en Pellegrini y Corrientes, pleno centro de la ciudad. Pero allí, en la canchita del club infantil Oroño no estaban quienes lo habían baleado sino que se encontraban, celebrando el fin de año, Jere, Mono, Patom y el Moki, único sobreviviente de la masacre, quien logró escapar y esconderse en una zanja. Su testimonio fue clave en el juicio.
Los pibes de Moreno no eran barras ni soldaditos de nadie. Esta fue la primera respuesta de toda la militancia para dejar en claro que el triple no se trató de un “ajuste de cuentas”, tal como la versión policial, judicial y política, durante esas primeras horas, intentaba instalar a través de algunos medios de comunicación.
“Cuando mataron a los pibes, lo que más dolió no es que fueran inocentes. Inocentes es un nombre que le ponen los juzgados haciendo suponer que había otros que merecían ser asesinados, cuando en realidad nadie merece que lo maten. Lo que más dolió fue que los pibes no murieron en su ley. Ellos luchaban para cambiar la realidad en que vivían, ellos no querían matar, ellos no tenían esos códigos. Hoy las caras sonrientes de los pibes de Moreno renacen por todo el país, en remeras, pancartas y afiches. Pero lo más importante es la multiplicación de su ejemplo”, decía la pibada de todo Moreno en una emotiva mística que realizaron, recordando a sus amigos.
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Después de 35 meses de lucha; de recorrer los pasillos de los Tribunales y las calles, de los actos y las marchas, de sortear dificultades, amenazas en el barrio y de pelear contra la compleja estructura de la complicidad judicial y política, finalmente se logró llegar a la instancia de un juicio oral y público que duró unas 3 semanas, en el que declararon más de 70 testigos y en el que se aportaron sustanciosas y contundentes pruebas para llegar a la condena: filmaciones, pericias balísticas, más de 500 cds y 340 cassetes con escuchas telefónicas a los acusados y hasta un reconocimiento del lugar por parte de los jueces y la fiscalía.
La sentencia del tribunal integrado por Gustavo Salvador, Ismael Manfrín y José Luis Mascalí fue ejemplar, así como el rol que cumplió la fiscalía a cargo de Norma Marull, comprometida con la causa.
Los 4 imputados recibieron altísimas penas en un juicio histórico para la militancia social, para sus familias, para todos. El triple crimen visibilizó lo que ya venia sucediendo en los barrios y también en las zonas más ricas de la ciudad: la consolidación de bandas narcopoliciales y la explosión de un fenomenal negocio que tiene como rehenes y víctimas a los pibes más desprotegidos.
Sergio El Quemado Rodriguez fue condenado a 32 años de prisión por considerarlo coautor penalmente responsable del delito de homicidio agravado por el uso de arma de fuego y por participación de un menor de edad. Brian Pescadito Sprio recibió la pena de 33 años y Daniel Teletubi Delgado, la de 30 años, ambos en calidad de coautores del triple homicidio. Mauricio Palavecino fue condenado como partícipe necesario a 24 años de prisión, agravado por el uso de arma de fuego. Meses antes, Brian Romero fue condenado a la pena de 8 años en un juicio abreviado. Los abogados a cargo de la defensa ya adelantaron que apelaran la sentencia a comienzo del próximo año.
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Desde este 4 de diciembre, el aire se siente menos denso o quizá, más poderoso. Tal vez sea por esta imperiosa necesidad de desahogarnos o de empezar a creer que a pesar de tanta muerte y tanta impunidad, algo está sucediendo. Algo bueno, que nace de las entrañas de la organización popular.
¿Cómo llenar de sentido una frase que tanto se escucha en el campo de la militancia social?
La lucha colectiva no se construye solo desde la palabra. Se hace en el andar y casi siempre, es parida desde el más íntimo dolor. La militancia del Movimiento 26 de junio y cada una de las familias de los pibes, generó esa lucha, caminando con las lágrimas hechas carne en la mirada y hasta en las voces.
Bastaba con ver la cara de Lita Suarez, la mamá de Claudio, en cada marcha de los primeros días de cada mes; siempre con su mirada cubierta en lágrimas y dolor, pero con la entereza de una madre militante, decidida a no abandonar la lucha. Días antes de la sentencia, allí en la carpa del aguante donde Lita aguardó cada una de las audiencias, le decía a enREDando: «No paramos ni un día y por eso que a este juicio se lo vamos a ganar».
O escucharlo a Eduardo Trasante, con una fuerza inexplicable. Imposible olvidar aquel día en que se presentó el libro “Soldaditos de nadie” frente a Tribunales. Fue él quien arengaba a los pibes para que no bajaran los brazos, para que se levantasen por Jere, por Mono y por Patom. Sus palabras fueron casi una premonición: «Va a llegar un día en que vamos a llorar, pero de alegría por ver que todo lo que hemos invertido ha traído su fruto. Hoy me desperté con una imagen: mi hijo murió en el piso pero yo me voy a mantener de pie por la memoria de Jere, Mono y Patom , hasta que logremos alcanzar la victoria por la cual caminamos estos 20 meses y todos los meses que resten, por ellos, y por todos lo que no tienen nombre, porque quedaron encasillados y encajonados. ¡Levántense por todos nuestros pibes!», nos dijo a todos.
Bastaba con escuchar el silencio de Ignacio Rodriguez, el papá del Patom- para vislumbrar el enorme pesar por la ausencia de su hijo.
Y bastó también, para entender la dimensión social y política de este juicio, ver los ojos hinchados a la salina del tribunal de Pedro Salinas, un referente de esta lucha, quien siempre aportó a los medios el análisis necesario para comprender que el asesinato de Jere, Mono y Patom no se trató de un hecho aislado; o una simple disputa entre bandas, sino que los acusados conformaban una banda consolidada, disponían de armas de fuego, experiencia en ataques similares y disponibilidad económica para ejecutar en menos de una hora un ataque con ametralladora y pistolas nueves milímetros, con la anuencia y clara complicidad de personal policial.
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Con cada una de las sentencias dictadas por el Tribunal, la carpa del aguante, montada durante todo el transcurso del juicio, estalló de abrazos y gritos. –Fue justicia carajo!- se escuchó decir, una y otra, y mil veces más. El canto popular inundó el cielo. Si hasta el gris cemento de los Tribunales se tiño de un rojo furioso impregnado de una tremenda capacidad de resistencia.
La lucha colectiva, en la causa del Triple Crimen, fue ese aguante día y noche en que se mantuvo la carpa. Las partidas de truco y cada una de las marchas de cada uno de estos 35 largos meses. Es la canchita de Moreno, aguardando por esa justicia y esa celebración que al final del camino, llegó. Son los bombos de todos los militantes del M26, golpeando con fuerza los redoblantes para que la ciudad entera oiga lo que hay que oir. Jere, Mono y Patom fueron víctimas de la disputa de las bandas narcos en los territorios, de las redes de complicidad política, judicial y policial, de las zonas liberadas y la falta de voluntad estatal para hacer que la vida, en los barrios, sea un poco más digna.
La lucha colectiva es la bandera roja ganándole a la mole de cemento de la injusticia encarnada en expedientes cajoneados o en investigaciones fraudulentas o en impunidades judiciales. Es ese primer comunicado diciéndole a los medios de comunicación que los pibes no eran soldaditos de nadie. Que sus crímenes no fueron “ajustes de cuentas”. Que ése es el rótulo predilecto de las mentirosas versiones oficiales; y el patrón que se repite en cada uno de los asesinatos donde las víctimas son jóvenes, varones y pobres.
La lucha colectiva es verlo al papá del Patom con los brazos en alto, bajando las escalinatas de los Tribunales, luego de escuchar las condenas para los asesinos de su hijo. Los puños cerrados, y la sonrisa ganándole al silencio: “Siento una inmensa alegría. No fue en vano todo lo que caminamos. Yo le prometí que no iba a parar hasta que se haga jusiticia, y lo cumplí”, nos dijo.
Es la fe que recubre cada una de las palabras del pastor Eduardo Trasante: “El triple de crimen ha sido un punto de inflexión y esto tiene que servir para que aquellos que todavían no han alcanzado un eco favorable, puedan salir,sacar fuerzs, invertir, caminar, gritar, hacer ruido, porque es la única forma de llamar la atención de quienes están en el gobierno, pero también del palacio de la injusticia”., le señaló a enREDando.
Es la valentía de los abogados querellantes que pusieron cuerpo y cabeza para lograr un fallo histórico. “Obviamente esperábamos condenas para todos. Lo que más destacamos de esto que realmente este juicio oral y público nos permitió convencerlos a los jueces a través de pruebas y que esto llegue a toda la ciudad. Nunca tuvimos ninguna voluntad de venganza, sino de justicia. Tuvieron que esperar 35 meses para poder empezar a vivir un duelo. Pero transformando todo este dolor en lucha, y apoyando esta lucha por justicia. Creemos que esta causa tiene que ser un punto de inflexión, estamos convencidos que se probó el contexto de narcotráfico, y aun queda pendiente la causa por la complicidad policial, es muy importante que esto se investigue porque es una parte estructural de todo esto. La causa ya fue elevada a sentencia, con los policías procesados y ahora comienza la etapa del juicio que va a ser escrito y esperemos tener novedades al respecto el año que viene. Yo creo que esto es convicción, fue muy difícil cuando los primeros días de enero decidimos emprender este camino por justicia. Sabíamos que nos metíamos con la banda del Quemado, del poder que tenían, de las complicidades policiales, sabíamos quienes iban a ser los abogados que iban a estar representándolos, sabíamos de todas las dificultades. Y la sentencia de hoy lo que nos dice es que la lucha tiene que estar para salir a decir las cosas como son”, nos decía Jéssica Venturi, abogada de la familia Trasante.
“Lo que hizo el triple crimen fue visibilizar que hay otro camino, que es la lucha colectiva. Se torció ese momento inicial desfavorable y se llegó a esto, pero siempre sobre la base de una lucha colectiva, esa es la gran enseñanza. Hay casos en la zona que son emblemáticos, como el de Norma Bustos. Ella señaló a los homicidas de su hijo y la mataron, está el caso de Franco Casco y de estos hay por cientos. Habrá que pensar en algún momento, en una articulación superior de todos los que están siendo víctimas de este sistema que mata de diversas formas”, remarcaba Norberto Olivares, abogado querellante de la familia Rodriguez.
Es la imagen de Chicho, el hermano del Mono Suarez, con su bebe en brazos. “Siento una alegría enorme, estamos muy contentos con la condenan a estos señores que se pensaban que matar era solo eso, matar y nada más. Con lucha y organización se puede hacer justicia y no con un arma en la mano”.
Es el barrio entero descargando tanta impotencia acumulada; gritando que esas balas que tiraron contra los cuerpos de los pibes en la madrugada del 1 de enero de 2012, iban a volver con el nombre de la justicia y no de la venganza.. “32 vainas se recogieron en la canchita del Oroño, aquel fatídico 1 de enero de 2012. 32 años de prisión fue la pena para el autor del crimen más aberrante, cobarde y artero”, escribió en su muro de Facebook, Pedro Pitu Salinas. “Después de larguísimos tres años de gritar “las balas que vos tiraste van a volver” uno cae en la cuenta que no la pifiamos”.
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Cuando enREDando le preguntó por los sentimientos y las sensaciones luego de escuchar las condenas, Pitu manifestó: “Lo primero que todos pensamos cuando escuchamos la sentencia es que los pibes ahora van a descansar en paz, y que nosotros también vamos a poder dormir tranquilos porque hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance, y este fue el gran corolario de una gran lucha. Este triunvirato de jueces acaban de dar un mensaje importantísimo a la ciudadanía, que tiene que ver con validar no solo la necesidad de instalar la lucha que apostó a recorrer las instancias judiciales, sino a validarlo como efectivo, y que esta lucha con una condena efectiva es una invitación a que esta experiencia se haga extensiva a los distintos entornos periféricos de Rosario. Es una mezcla de sensación afectiva y como militante de un hecho histórico importantísimo. Decía una colega que esta ciudad debería pensar en separar tres calles para ponerles los apellidos de Suarez, Trasante y Rodriguez porque el ejemplo que han dado estas tres familias es incontestable”.
Desde un primer momento, la militancia del M26 se propuso desmantelar la primera versión que se le convidó a los medios: el ajuste de cuentas.: “Queríamos desestructurar la nomenclatura estigmatizante del ajuste de cuenta y romper con esa estructura del anonimato para contar quienes eran Jere, Mono y Patom. Ese fue el puntapie inicial de esa lucha. Nosotros siempre decimos que en esta partecita de la patria, hacer justicia es hacer historia. Ahora lo primero que tenemos ganas de hacer es volver al barrio. Yo particularmente me debo una cerveza ahí con los familiares. Vamos a sentir las tres ausencias que siempre sentimos cada vez que estamos, pero vamos a seguir llenando de vida ese espacio como lo hicimos desde hace 3 años”, remarca Pitu.
La lucha colectiva es el abrazo transformado en esperanza, en cada mística y en esa ronda llena de calor que se erigió bajo el sol del mediodía de este 4 de diciembre: “Como compañero y amigo esperábamos una condena alta porque estaba todo el caudal probatorio para que eso pase. Pero no esperábamos tanto, esperábamos como mucho 30 años, y llegamos a 32 años para el Quemado. Creo que el mayor porcentaje de esta justicia tiene que ver con la movilización popular, y que un movimiento haya podido salir a demostrar que los pibes no eran barras ni soldaditos. Después de tres años es completar un ciclo. La carpa sintetiza un proceso de lucha, todo ese dolor, esa caminata y esas noches sin dormir en estas 3 semanas. Sin la carpa no hubiera sido lo mismo, ni hacia dentro ni hacia fuera, hubo compañeros que fueron testigos y había que acompañar cuando salían, antes de entrar, para contenerlos, para tenerlos todos juntos, hablando, tomando mate, sin eso no hubiera sido lo mismo para nada”, nos cuenta Catriel Alvarez, militante del M26 y amigo de Jere, Mono y patom.
La última noche, antes de la sentencia, dentro de la carpa se organizó una cena con todos los familiares y amigos más cercanos. “Eso nos sirvió para poder estar hoy acá con la mayor fuerza posible. Y esta condena es por todos los pibes, porque creemos que si hubiera habido absoluciones creemos que tendríamos que haber salido a decir que lo que nos esperaba era la hecatombe, porque si la justicia ante este hecho tan paradigmático, donde hubo movilización popular, si esto no hubiera salido como salió creo que sí nos esperaba un apocalipsis. Para todos volver al barrio va a ser maravilloso. A la vez de estar en la carpa, seguimos construyendo en el barrio y creo que nos merecemos un festejo, por Jere, Mono y Patom, y por todos nosotros”, resumía Catriel con los ojos inyectados de esperanza.
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El Triple Crimen condenó a los autores materiales; aun queda pendiente hacer justicia también allí, donde las redes partícipes de la policía tejen crímenes en cada barrio. Quizá el blanco más difícil, el más poderoso y el que más protección cuenta por parte del poder político y judicial. Ganarle la pulseada a la corrupta fuerza de seguridad de esta provincia será también tarea de una titánica lucha colectiva. Porque en ella están también los nombres de los pibes que caen bajo sus balas, sus golpes y sus crímenes silenciados: Ezequiel, Brian, Franco.
El 2015 encontrará a toda esa militancia de Moreno siguiendo de cerca el devenir del juicio por la investigación que hace foco en las complicidades policiales y que tiene a tres procesados por encubrimiento e incumplimiento de los deberes de funcionario público: un inspector de la zona, un suboficial y un agente que prestaba servicios en el destacamento del Hospital Clemente Alvarez, donde se encontraba internado Maximiliano Rodriguez sin que su ingreso fuera registrado.
Hoy, finalmente podemos decir que fue justicia, por Jere, Mono y Patom y por todos los pibes que nos faltan. Por todas las Mercedes, por todas las Normas; por todos los Gabys. Si se llega a la justicia es porque detrás, hay toda una lucha popular uniendo fuerzas para que así suceda. Nuestra historia tiene a las Madres y a las Abuelas como estandartes de una esperanza que pese a todo, no nos han podido quitar.
El mismo día en que se hizo justicia por los pibes de Moreno, las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaban el encuentro del nieto 116. No hay casualidades; son los mismos hilos de una historia demostrando que la única salida siempre es colectiva.