En el segundo día del juicio por el triple crimen de Villa Moreno comenzaron a declarar los testigos. Eduardo Trasante, papá de uno de los jóvenes asesinados y el militante social Pedro Salinas rememoraron cómo fue el día de la masacre y recordaron cómo era la vida de los tres chicos antes de que encontraran la muerte.
Por Vanina Cánepa
Los testigos estaban citados para las nueve pero un planteo de los abogados defensores demora ese momento más de dos horas y media. Ahora parece que todo está dispuesto y la sala de audiencia sólo espera el ingreso de los jueces para retomar la sesión. Hasta que eso suceda los imputados permanecerán con sus manos esposadas. El metal brilla en sus muñecas, tienen la mirada expectante.
Luego de unos minutos los magistrados Gustavo Salvador, Ismael Manfrín y José Luis Mascali se ubican en sus puestos. Eso indica que en breve comenzará la etapa de las declaraciones.
El primer testigo del juicio en ingresar es Pedro Salinas, militante del Frente Popular Darío Santillán (FPDS) y amigo de Jeremías Trasante, Claudio Mono Suarez y Adrián Patom Rodríguez. Cuenta que se enteró del triple crimen el 1° de enero a las seis de la mañana cuando lo despertó el llamado desesperado de Lita, la mamá del Mono, diciéndole que “habían baleado a los pibes”. Él pensó que Lita exageraba y trató de tranquilizarla: “Me tomo un taxi y voy para allá”, le dijo y al rato llegó al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (Heca).
La voz de Pedro comienza a entrecortarse, el silencio en la sala es absoluto. Cuenta que en el hospital se enteró que los chicos habían muerto. “No entendía nada de lo que estaba pasando”, recuerda y sus ojos se llenan de lágrimas.
Más tarde detalla cómo hicieron la colecta solidaria en el barrio para pagar el velatorio de sus compañeros y rememora el momento en que La Roque -Roxana, la hermana de Patom- cayó indignada con la tapa de los diarios. Las noticias recogían el discurso oficial de la policía y del gobierno, hablaban del triple crimen como un ajuste de cuentas entre dos banditas y mencionaban a los asesinados como personas con un frondoso prontuario.
“Desde el Frente Popular Darío Santillán teníamos que salir a decir que eso era mentira, teníamos que salir a decir quiénes eran los pibes”.
Durante todo su relato los abogados defensores Carlos Varela y Fausto Yrure lo interrumpirán, objetarán diferentes puntos de su relato, dirán que su declaración no tiene ningún valor probatorio. El presidente del Tribunal, Gustavo Salvador no hará lugar a ninguno de los planteos.
Un rato más tarde ingresa a la sala el próximo testigo. Es un hombre vestido con traje gris, de mirada tranquila y triste. Es Eduardo Trasante, el papá de Jeremías que se presenta ante los jueces como pastor evangélico y capellán del Servicio Penitenciario. Cronológicamente recuerda cómo fueron los hechos ese fatídico principio de año. Cuenta que a las 4,30 de la madrugada Soledad, su hija, fue a golpearle la puerta de la casa para avisarle que habían baleado a Jeremías. Rápidamente fue para la canchita y ahí vio a su hijo y a Patom tirados en el suelo y heridos junto a un banco de material. Explica que la situación fue de un “desconcierto total”, dice que todos gritaban y cuenta que un vecino lo ayudó a cargar a Jeremías en la camioneta de la policía. “Iba con Jere encima mío, como buen pastor que soy iba rezando”. En el Heca la situación fue más angustiante aún. Trasante recuerda cómo fueron llamando de a una a las familias para explicarles que sus hijos estaban muertos. Primero a los papás del Mono, luego a los familiares de Patom. “Me parecía una locura, no podía ser. Mi mujer me miraba y me pedía: decime que con Jeremías está todo bien”. Pero no le dijeron eso. Le explicaron que su hijo había fallecido antes de ingresar al hospital. “El murió en mis brazos”, relata el papá de Jeremías mientras le muestra al tribunal una foto de su hijo.
¿Qué espera usted de los imputados? pregunta la fiscal Nora Marull. De repente la sala se llena de un silencio sordo sólo interrumpido por la angustia de los familiares presentes. “La verdad”, responde Trasante. “La verdad es lo que nos hace libre, no nos libera de años de cárcel pero sí de la justicia divina”, sentencia.
Sobre el final de su relato define a su hijo: “Jeremías era un pibe que tenía sueños, él era la alegría, era la chispa de la casa”. Se emociona al recordar una noche en la que el joven se levantó de la mesa y le dijo a la familia que dentro poco iba a ser muy famoso, que su imagen iba a aparecer en todos los medios de comunicación por el disco de cumbia que planeaban hacer con los chicos del FPDS. “Mi hijo es famoso pero no por sus logros sino por su muerte. Caminar por la calle con la foto de mi hijo, es terrible”. El pastor de traje gris se quiebra de tristeza pero su tono de voz sigue siendo apacible. “Al tribunal le pido una justicia justa”, afirma mientras sostiene con sus manos la imagen de Jeremías.