Recuerdan a Gabriel Aguirrez en barrio Ludueña
A un año del asesinato del pibe de 13 años, amigos, familiares y organizaciones sociales lo homenajearon con un recital. Sensaciones encontradas en un barrio rosarino que no quiere resignarse a naturalizar la muerte de los jóvenes.
Por Martín Stoianovich
Tierra seca, pavimento caliente. Son las primeras horas de la tarde del lunes 20 y el sol está empinado sobre el barrio Ludueña. El calor es mucho, y las personas que se van amontonando en la esquina de Humberto Primo y Camilo Aldao también conforman un número interesante. Están parados sobre la poca sombra que alcanzan un par de árboles y uno de los costados de la escuela Luisa Mora de Olguin. Se juntan allí para brindarle homenaje a Gabriel Aguirrez, un niño asesinado en los pasillos del barrio el año pasado. Ada, su madre, se funde en abrazos con cada uno que se acerca y tapando sus lágrimas con unos anteojos grandes y negros intenta regalar una sonrisa. Para ella es difícil seguir, pero lo hace. Era el 20 de octubre de 2013, día de la madre, cuando a Gaby lo mataron por estar junto a sus amigos hinchas de Newell`s momentos después del clásico de fútbol rosarino. Tres balas alcanzaron su cuerpo de trece años de edad que se desplomó sobre el pasillo que conecta la calle Camilo Aldao. Un año después Ada pasa su primer día de la madre sin su hijo más chico. No disimula el dolor, mira las más de cien personas que ya están listas para comenzar el homenaje con banderas, cantos y música y dice: “Esto es Gaby”.
“Gaby era el más chico y el que nos daba el ejemplo. Siempre tenía una palabra de aliento o te cantaba una canción con su guitarra cuanto te veía triste”, repite Ada a los medios de comunicación. La foto de Gaby que más se difunde es una que lo muestra con la cara pintada de payaso. Un leve sombreado blanco sobre el rostro, la nariz pintada de rojo, haciendo gesto con el pulgar derecho hacia arriba y dejando ver una incipiente sonrisa. Sus ojos, son los de su madre. Ella ahora insiste en que el recuerdo de Gaby es cada gesto de afecto que llega a la familia desde la ausencia de aquel pibe que era hincha de Boca, jugaba al fútbol pintando para crack y soñaba con ser músico y camionero, como su padre.
Ada parece hacerse fuerte, pero sigue insistiendo en que en el barrio hay mucha violencia y que “es todo una mierda porque a un año de la muerte de Gaby no cambió nada”. Los dos sospechosos de asesinar a Gabriel están detenidos, pero en el barrio saben que con eso no alcanza, y que el problema de raíz es otro, acaso el mismo que torna repetibles a estos hechos.
La misma escuela a la que iba Gaby es la misma en la que lo velaron y la misma que hizo de epicentro para este nuevo homenaje. Es la escuela conocida en el barrio como la del Padre Edgardo, por Montaldo, que ya hace 46 años que realiza su labor tercermundista en Ludueña. “En los primeros años era ‘así en la villa como en el cielo’ pero después todo el comercio de la droga empezó a usar a los chiquitos”, analiza hoy el cura. Explica que el asesinato de Gabriel no tiene ninguna relación con el narcotráfico pero relaciona el hecho con el peligro al que se expone a un joven en un barrio en donde, como diría un comunicado luego, ‘es más fácil conseguir un arma que un remis’. Montaldo es certero y señala: “El Estado debería cumplir con sus deberes”. Ahora, a sus 83 años y subido a su bicicleta, el Padre acompaña como uno más el homenaje a Gabriel y considera que es necesario seguir trabajando por “la vida en dignidad”.
Paso a paso hasta la plaza
Más de cien personas, muchos niños y niñas, muchos carteles con el rostro de Gabriel y dedicatorias de todo tipo. Un grupo de diez pibes encabeza la movilización que ya salió de la escuela y se dirige a la Plaza Pocho Lepratti, donde se realizará un festival de música y se leerán algunas cartas y comunicados. Detrás va Ada, con Alcira, tía de Gabriel, y otras señoras mientras el resto de las personas acompaña. “Gabriel, presente ahora y siempre”, gritan cada varios metros.
El movimiento se detiene, y Alcira toma la palabra: “Este es el lugar en donde nos destruyeron para el resto de nuestras vidas. Así estamos, destruidos”. La muchedumbre se acumula sobre un rincón del pasillo en el que Gabriel cayó sin vida luego de intentar escapar de los disparos. “Quiero que lo sigamos recordando como era, con su sonrisa, su compañía. Maldigo el momento en que pasó todo esto, pero sólo pido que sigamos apoyando a su mamá y sigamos adelante”, insiste Alcira y pide continuar hacia la plaza.
La plaza Pocho Lepratti, sede de distintas movilizaciones sociales a lo largo de su historia, hoy alberga a la familia Aguirrez, amigos y organizaciones sociales que se acercan a acompañar. Los pibes que encabezaban la movilización, llegan al punto de la plaza en donde está montado el sonido listo para la música y cuelgan la bandera hecha días atrás para recordar a Gabriel. Lo hacen en la parte trasera de un enorme cartel del gobierno provincial y municipal que anuncia como logro que en pleno siglo XXI tres mil personas del barrio Ludueña comenzarán a gozar de la instalación de cloacas, en la misma ciudad de las grandes torres y del boom inmobiliario.
“Por vos Gaby, por tantos nombres manchados con sangre, por todos nosotros, por revivir, fortalecer nuestros sueños, nuestra esperanza. Que una vida digna, sin balas, sin drogas, sea una realidad, y no una utopía que nos empuja a reclamar por las calles”, dice un comunicado leído como apertura del homenaje. Luego, actúan la Orquesta del Barrio Ludueña, y músicos populares de la zona como Varón y Aguadulce. Finalmente, lo hace la banda de cumbia que Gaby estaba formando con sus amigos. Música y alegría para recordarlo. Momentos antes, un primo de Gaby leería una carta. “Te llevamos en el corazón, en la mente y en la piel. Estaría bueno que bajes un toque de allá arriba, vos sabés que acá nos amontonamos todos y no te devolvemos más”, decía en ella. Las lágrimas de emoción ya son el denominador común en la plaza.
Avances en la causa
Los sospechosos de haber asesinado a Gabriel Aguirrez son dos hermanos, de apellido Garay. Ambos simpatizantes de Rosario Central, aquel día luego del clásico salieron a bordo de una moto Honda Wave roja para dar vueltas por un barrio en el que se festejaba el triunfo y se padecía la derrota de un partido de fútbol. En la esquina de Casilda y Camilo Aldao estaban Gabriel y sus amigos. Según testimonios que aportaron a la causa, allí había gente identificada con ambos clubes y entre algunas cargadas pasaban el rato. Los hermanos Garay llegaron al lugar y, amenazantes con un arma en la mano, comenzaron a disparar. De aproximadamente ocho disparos tres dieron en Gabriel, que moriría a los pocos minutos.
Hoy, “Gabito” Garay, de 21 años, fue procesado como presunto autor material del asesinato. No sólo disparó, sino que una vez herida la víctima la alcanzó por el pasillo de Camilo Aldao y le propinó patadas en la cabeza. Los testimonios sobran y son coherentes. Hablan de ensañamiento e intenciones de asesinar.
La investigación, que la está llevando a cabo el Juzgado de Instrucción Número 6, consideró llevar a Garay a juicio. “Voy a estar tranquila mientras los asesinos estén detrás de las rejas. Si uno de ellos llega a quedar en la calle, vamos a hacer marchas y llegar hasta Tribunales para encadenarme hasta que queden condenados de por vida”, dice Ada convencida y fuerte, como a Gaby le gustaba verla.
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