Este 14 de octubre, quedó oficialmente inaugurado el Pasaje -ex Zabala- que lleva el nombre de Fabricio Simeoni. El acto contó con lectura de poemas, músicos invitados e intervenciones artísticas. La ordenanza 9.138 se logró luego de una intensa movilización de amigos y poetas que decidieron homenajear a uno de los grandes escritores de Rosario.
Por María Cruz Ciarniello
Dicen que éste fue su plan: unirlos a todos. Y parece que así fue, que Fabricio logró su cometido. En este día, al cumplirse un año de su muerte, la cortada que lleva su nombre quedó oficialmente inaugurada. Fue una noche plena de luz y locura. Digo luz, porque en algún destello imaginario Fabricio Simeoni estaba allí, siendo testigo de su propia fiesta. Digo locura, porque Fabri ante todo, era un poeta, y todo poeta siempre trae consigo un necesario gramo de locura; de lo contrario el mundo, sin ellos, no tendría color. Sería demasiado cruel y demasiado gris.
Fabricio Simeoni fue uno de los escritores más lúcidos que parió esta ciudad y sobretodo, uno de los más queridos. Por eso, cuando hace un año atrás Jorge Llonch disparó la idea de que la ex cortada Zabala lleve su nombre, más de 400 firmas la apoyaron en tan solo un día, para luego multiplicarse por miles.
Los únicos que se opusieron fueron los integrantes de la Comisión Asesora de Nomenclatura del Concejo Municipal, argumentando cuestiones ajenas al corazón y el sentimiento. Su voz, por suerte, no tuvo voto ya que su asesoramiento no es vinculante. Quienes decidieron fueron los bloques de concejales que unánimemente apoyaron la iniciativa popular y el decreto, por fin, fue aprobado. Allí se argumentaba algo indiscutible: “La elección de esa calle en particular tiene un claro fundamento empírico, histórico y teórico: ese rincón de la ciudad alberga varios bares, comedores y bodegones nocturnos donde el poeta Fabricio Simeoni urdía sus proyectos y escribía su obra transitando la noche y esa calle de la ciudad poblada particularmente de escritores, cineastas, pintores, teatreros, bailarines (…) nadie transitó y potenció la musa artística de esa zona como el citado poeta”,
Hace un año atrás, Fabricio perdía la batalla frente a un accidente cerebro vascular que tuvo el atrevimiento de ganarle a su latido.
Dejó un enorme legado para toda la ciudad, y más allá también. Fabricio fue un poeta comprometido con los tiempos que le tocó vivir. Hizo de la poesía un arma cargada de futuro. Fabri coordinó un taller de poesía en uno de los peores lugares que tiene Rosario: el mal llamado Instituto de Rehabilitación para el Adolescente, el Irar. Allí, fue casi un maestro y un compañero para los pibes detenidos. Los motivó a hacer poesía, a escribir, a disparar líneas de desahogo. Los empujó a soñar.
En la Biblioteca Popular Gastón Gori, Fabricio también supo crear un espacio de rebeldía poética. El taller de poesía Los Lanzallamas que dictaba todos los sábados fue el segundo hogar de Marta Díaz, una poeta que cada tarde salía de la cárcel de mujeres para escribir poesía en ese refugio donde cierto día encontró la inmensa calidez de Fabri. “Yo a Fabricio lo amo con todas las letras. Él me dio las fuerzas para seguir”, dijo Marta aquella vez en que presentó junto a Fabricio, su primer libro de poesía.
“Estos talleres tienen que ver con un interrogante en mi vida, con preguntarme qué tengo yo para dar a estos chicos que son tan particulares y tan interesantes y tan copados. Alguien con tantas limitaciones como yo, en algún punto, ojalá, pueda transmitirles algo. Utilizar espacios que a veces están herméticamente cerrados”, expresaba Fabricio cuando le preguntábamos por el sentido de estos espacios.
Algo de su enorme sensibilidad supo transmitir a los jóvenes golpeados por el encierro: “Voy por la calle, por ejemplo y te encuentra alguien que ya está en libertad y que te diga “Fabricio, te quiero mucho, ayer le escribí una carta a mi vieja”, para mí es fabuloso”, nos dijo una vez, regalándonos el brillo contagioso de su risa.
Por eso, la noche en que oficialmente quedó inaugurada la cortada con su nombre, fue mágica. En algún lugar, no sabemos dónde, Fabri estaba presente. Quizá a través de su propia poesía embebida en la boca de sus amigos poetas; quizá en los acordes del rock de Coki, de Fabian Gallardo o Ber Stinco o en la música brillante de su hermano Lucas. Quizá Fabricio haya estado en los entonados vasos de cerveza que chocaban a modo de un imaginario brindis, o en la danza o en el arte; o en las fotos que en cada click capturaba ese instante de memoria viva que abraza su imagen.
Lo cierto es que Fabricio Simeoni –en esta noche de verano anticipado- estaba en la cortada; como tantas otras, andando en su silla, y haciendo tal vez, algunas locuras propias de un poeta.
“Hoy al cumplirse un año de su fallecimiento, decidimos hacer la inauguración oficial. Queriamos juntarnos a celebrar el arte y la vida juntos. Cuando Fabri falleció quedamos todos muy shokeados porque si bien él tenía una enfermedad degenerativa, él murió de otra cosa y la idea surge de un gran amigo de él, Jorge Llonch quien dijo que ésta calle debería llevar su nombre. Él la recorría mucho. Y la idea prendió enseguida. El primer día juntamos 400 firmas y llegamos a 1800 en 4 días. Los comercios querían mucho a Fabri y los propietarios de la cuadra, firmaron casi todos, y hubo mayoría absoluta”, cuenta uno de sus entrañables compañeros de ruta y mentor del ciclo cultural Ciclotimia, Pablo Castro Leguizamon.
El 29 de octubre del año pasado, a pocos días de su muerte, otro de sus amigos, el escritor y abogado Marcelo Scalona publicaba una emotiva nota en el Diario La Capital. Allí decía: “Desde el año y medio de vida se le diagnosticó atrofia espinal progresiva y su viejo era chofer de una empresa de servicios y en el 2000 se quedó sin laburo. Como Renato (el padre) tenía un empleo de mil ochocientos mangos al mes, en el 2005 la Ansés y la ley dijeron que Fabricio no tenía derecho a un subsidio, porque no era indigente. Tenía una silla de ruedas de caño, a tracción a sangre, aunque él sólo podía mover los ojos y la boca. Dictaba sus poemas a cualquier amigo que quisiera tipiarle en una Pentium 133 que merecería ser tragada por uno de los agujeros negros de Hawking. (…)Para muchos rosarinos, Simeoni es símbolo inequívoco de que el arte es una de las máximas expresiones de conciencia, dicha y progreso. Por eso avanzamos con la idea de que ese símbolo se materialice, se objetive y sea visto por otros. Nos parece necesario que una callecita (donde las últimas veces iba en ambulancia), íntimamente ligada al arte, la bohemia y la noche, lleve su nombre, porque así se construye la memoria, recordando a los mejores hombres con hechos tangibles.”
En esa cortada donde El Berlín, Jeckyll y la Parrillita triangulan un círculo amoroso, en esa calle de empedrados gastados y miradas de una plaza llenas de Ché; Fabri dibujó su propio trazo. “Nosotros sentimos que el alma de él está aca”, dice Pablo Legizamon.
Cada viaje en su silla marcó el surco que todos vamos a recordar, en esos hechos tangibles que lo transforman en un tipo de carne y hueso pero también, en un superhéroe, de esos difícilmente reconocibles. Algo de esa mística tenía Fabricio y quizá sea por eso, que en aquel taller que una vez dictó en la Plataforma Lavarden, donde conjugaba imagen y poesía, Fabricio nos invitaba a mirarnos al espejo; a encontrarnos en algún fragmento de luz para escribir sobre nosotros mismos. Para ponernos la capa de héroes y heroínas y hablar de lo que somos, de lo que fuimos. De nuestros sentires, pesares y amares. De lo humanos que podemos ser. A él -quienes transitamos por el taller Miradas Posibles- le debemos algo más que una cerveza compartida; y es la posibilidad de habernos enseñado a jugar con nuestro yo.
Federico Tinivella fue quien lo acompañó en la coordinación. Luego de su muerte, escribió: “Fabricio podía ser tu mamá, tu abuela, tu papá, tu hermano, tu pareja o tu amigo, Fabricio podía ser todo eso en el momento en que uno lo necesitara. Tenía la escucha más desinteresada y menos resentida. No puedo creer todavía que no esté por acá. La vida sin FabrI es mucho más cruda. Fabri hacía que las cosas tuvieran otro color, el tenía un color que nunca voy a olvidar. El amarillo de Fabricio era único, generoso, vital”.
““Yo creo que al margen de su maravillosa poética que tenía Fabri, de los premios que tuvo, yo siempre pensé que lo que nos deja de legado es que nos unió a todos los artistas. El lograba unirnos a todos y mezclarnos. Y también su militancia política. A él todo le parecía hermoso. Él quería que todos se expresen”, recuerda Pablo, mientras cruzamos palabras sentados en la cortada Fabricio Simeoni.
Su poesía, dice, es hermética. Tan herméticamente bella que hasta el Flaco Spinetta –idolo de Fabri-, elogió la belleza de su pluma. Sus poemas invitan a la degustación lenta, precisa y minuciosa. Su obra ya trasciende y algunos de sus libros están viajando a cuatro biblioteca populares del país: en Mendoza, Usuahia, Posadas y Jujuy. Dicen que los poetas nunca mueren; “están poniéndose a salvo de un mundo impiadoso y banalmente feliz”, escribió en el grupo de Facebook que recuerda a Fabri, su amiga Alejandra Rodenas.
“Lo último que él dijo antes de fallecer es: yo quiero que ustedes estén juntos y alegres, y es lo que estamos haciendo”, cuenta Pablo.
En ese plan que él mismo inventó, Fabri está renaciendo.En la cortada y junto a sus lentes estampados en los muros, su fuego arde. Allí hay vida donde nunca jamás existió la muerte.
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