En el año 2013 se desarrolló el juicio de la segunda parte de la Causa Guerrieri. Allí se investigaron los delitos cometidos contra 27 víctimas en 5 centros clandestinos de detención, entre ellos, La Calamita. Luis Megías fue uno de los querellantes que dió testimonio para lograr la condena de 12 genocidas que operaron en el circuito represivo del II Cuerpo del Ejército. Hoy, alrededor de 300 represores están siendo juzgados por más de 2400 delitos de lesa humanidad. En una extensa charla con enREDando, compartimos la experiencia de vida de Luis Megías y de Mónica Garbuglia, sus militancias en el Colectivo de Ex Presos Políticos y Sobrevivientes de Rosario, el sentido político de los murales y la necesidad de dar testimonio por los 30 mil desaparecidos. «El proceso de Juicio y Castigo se defiende con más militancia», expresan.
Por María Cruz Ciarniello
En el juicio de la causa denominada Guerrieri II, que tuvo lugar a mediados del año 2013, Luis Megías dio testimonio de sus días de cautiverio en el centro clandestino de detención conocido como La Calamita.
Con entereza, ofreció ante el Tribunal Oral N° 1 detalles de lo que fue su secuestro: como tantos y tantas, sufrió la tortura y la picana en una sala de interrogatorio. “Siento que paran varios autos, frenan de golpe, me agarran a mí y a Viviana, nos meten en auto, nos vendan los ojos, nos ponen un pie en la cabeza y comenzamos viaje”, relató ante el Tribunal.
“Me dicen que me desnude, me atan a un elástico de cama de pies y manos, me ponen un alambre en el dedo del pie atado en el mismo elástico. Comienzan a insultarme y me dicen que así van a tratar a todos los subversivos”, señaló en otro momento.
También denunció el simulacro de fusilamiento al que lo sometieron mientras estuvo secuestrado.
En el marco de esa causa, fueron condenados los represores Pascual Guerrieri, Daniel Amelong, Alberto Fariña; Walter Pagano; Eduardo Costanzo; Marino González; Ariel Porra; Alberto Pelliza; Ariel López; Andrés Cabrera; Carlos Sfulcini y Joaquín Guerrera. Todos integraron, como militares o PCI, el Batallón de Inteligencia 121 de Rosario durante la última dictadura y fueron la fuerza operativa que coordinó los circuitos represivos de los centros clandestinos La Calamita, Fábrica de Armas Domingo Matheu, Escuela Magnasco, La Intermedia y Quinta de Funes.
Este fue el segundo juicio de lesa humanidad que se desarrolló en Rosario. La máxima condena fue para Héctor Gonzalez: prisión perpetua. El resto de las penas osciló entre los 5 y los 25 años de prisión. El de Luis fue uno de los 27 casos investigados en el marco de la causa, entre ellos 14 homicidios.
El 20 de diciembre de 2013, en una jornada plagada de sol y calor, el Tribunal dictó el fallo. Tiempo antes, Luis, sentado frente a ellos y con el mismo valor con el que los querellantes relatan cada uno de los tormentos sufridos, les dijo:
– Pido que cuando se dé el fallo, sepan que no es solamente a estos acusados, lo que están dando es justicia a mucha gente que no está acá. Nosotros humildemente hoy podemos ser la voz de ellos.
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Luis Megías es un sobreviviente del Terrorismo de Estado que entre 1976 y 1983, desapareció a 30 mil personas en Argentina y se apropió de la identidad de más de 500 niños y niñas.
Hace tiempo lo conocí en una entrevista que realizamos para enREDando sobre el trabajo que desarrolla el Colectivo de Ex Presos Políticos y Sobrevivientes de Rosario.
Casi como una foto instantánea, la imagen de Luis está asociada a la de un mural. Como si esa estampa de la memoria lo retratara a él, en el presente, junto su compañera, Mónica Garbuglia, en una constante militancia.
Hoy, Luis brinda testimonio de lo que fue el genocidio. “Es por ellos”, dice, cada vez que se le pregunta acerca de la importancia de declarar en los juicios de lesa humanidad. Ellos son o fueron, sus compañeros de militancia.
“Nosotros éramos la representación viva que el Terrorismo de Estado había sucedido. Nosotros lo podíamos contar. Dar testimonio fue la revalorización del sobreviviente”, dice Luis, sereno, mientras comparte un café con enREDando.
La charla abunda en temas donde la militancia de los 70, la perspectiva de aquellos años, la autocrítica, Ezeiza, la relación con Perón y el análisis de la estrategia de las organizaciones políticas sobresalen como postales que intentan dar cuenta de lo que pasó; de la ausencia; del dolor.
-Empecé a militar orgánicamente en el año 74 en lo que era la Juventud Universitaria Peronista. En realidad, fue un período muy intenso. Esos años fueron de mucha actividad política, la juventud entendía la política como la manera de participar. La juventud peronista reconocía como una conducción general a la organización Montoneros. Yo tenía 18 años en aquella época.- cuenta Luis, relatando sus primeros pasos en la militancia orgánica.
En aquellos años, continúa, “se creía en el foquismo, pero el foquismo tenía un representante como el Che Guevara, y el único lugar donde triunfó el foquismo fue en Cuba, porque estaban las condiciones dadas. Este era el leitmotiv de la lucha armada”.
Seguimos en la mesa del bar, mientras las horas del reloj avanzan sin reparos. La charla transita por lugares difíciles.
-Cuando se decide el pase a la clandestinidad, las organizaciones tuvieron que abandonar los lugares donde normalmente hacía su acción política. Terminamos abandonando la Universidad, primero pasamos a ser parte de la organización. Dejamos de ser militantes de una organización política de superficie, para ser milicianos con un rango oficial. Teníamos toda una serie de acciones que complementaban eso. Hay que situarse siempre en el contexto, año 75. López Rega en el poder, Perón muerto, y la Triple A. Lo más inteligente que se podría haber planteado era lo que decía Rodolfo Walsh, él dice: perdámosno en la población, separémosno, sigamos militando por abajo, démosle a los compañeros que están más expuestos la posibilidad de salir del país, y esperemos, y por otro lado, que la población vuelva asumir un rol importante. Pero eso no sucedió.
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Año 76, la situación “era tremenda”, recuerda Luis.
-Empezamos a ser un blanco móvil. Yo era responsable del Laucha y el Ciruja. Una vez, el planteo fue que teníamos que volantear en el Cordón Industrial, los compañeros no eran obreros ni por casualidad. A mí me pareció una locura, pero si ellos lo querían hacer, lo hacían. Después de ese día, a los compañeros no los vimos nunca más. Desde ese momento, me abrí de la organización. Pero me quedé en el país. De alguna manera, había algo que nos impedía irnos. Nunca intenté ni me planteé un exilio interno.
A Luis lo secuestran junto a su compañera de ese entonces, Viviana Nardoni, el 3 de julio de 1977. Los dos dieron testimonio en la causa Guerrieri II. Luego de estar detenidos-desaparecidos durante unos 15 días en La Calamita, ambos son trasladados al Servicio de Informaciones de Rosario, bajo el mando operativo de la patota de Agustín Feced.
– Nos dejan en la Avenida Circunvalación y sin que nos sacaran la venda, nos llevan a la Jefatura, nos estaban esperando. Ahí estuve un tiempo no reconocido, creo que 3 o 4 días. Hasta que pasé al sótano blanqueado. Ahí estuve hasta septiembre y desde ahí fuimos a la cárcel Coronda, hasta abril de 1979. Fue un período para todos los sobrevivientes que estábamos en esa condición de “liberado”, muy complicado.
Sobrevivir no fue fácil.
-Fue una etapa muy dura. No se podía hablar. Cuando llega la democracia, se instala la Teoría de los Dos Demonios, porque esa era la manera en que la sociedad se cubría sí misma,- dice Luis.
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Fundirse en esa necesidad que deja el vacío como puñal. El Colectivo de Ex Presos Políticos y Sobrevivientes se conformó a partir de una búsqueda. Encontrarse con aquel compañero/a que compartía la misma historia.
Desde hace más de 30 años, Mónica Garbuglia comparte su vida junto a Luis. Ella también militó aunque, cuenta, no sufrió la tortura. Corrió otra suerte, pero la posibilidad de haber transitado otro camino no la alejó de la militancia. Por el contrario, Mónica es hoy una de las insistentes compañeras que concurren a cada una de las audiencias de los juicios que se llevan a cabo en la ciudad. Es la que batalla en la pintada de los murales que realiza el Colectivo. Es quien acompaña y hace el aguante tan vital.
Mónica es quien abraza con la dulzura que transmiten sus ojos. “Yo empecé a militar a los 16 años en la Iglesia. Hacíamos trabajo social en todas las villas con el cura Torresi que era un sacerdote tercermundista. En el año 75 tuve tres visitas de la patota de Feced en mi casa. A la tercera me llevan al Servicio de Informaciones de Rosario. En ese entonces, estaba de novia con un muchacho cuyo padrino era un Coronel retirado del Ejército. Cuando se entera de la situación, él vino a Rosario y habla con Feced y así fue como salí de esa situación. Dejé de ir a los lugares donde militaba y me dediqué a trabajar y es dónde pude ayudar a algunos compañeros”, reseña Móni, degustando el café, la charla y el encuentro con enREDando.
Tanto Luis como Mónica refuerzan la importancia de haber conformado un espacio como lo es el Colectivo. “No es una agrupación de derechos humanos”, dicen. “Es un grupo que trabaja la memoria durante el Terrorismo de Estado. El Colectivo nace y crece a través de los compañeros que se van reuniendo y que necesitan de ese vínculo”.
El Colectivo posibilitó el decir. Generó ese lazo en el que la palabra se convirtió en vida. “Permitió a muchos compañeros de extracciones diferentes, compartir sus experiencias, liberar todas las sensaciones de lo que fue la cárcel, por ejemplo”, resume Mónica.
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La pintada de Murales es una de las principales actividades que impulsan. Es el alma del grupo; el cuerpo; el corazón vivo de la memoria popular. De pronto, y sin proponérselo, Luis, Mónica y muchos más, comenzaron a trazar un mapa.
-Estamos haciendo murales en lugares donde compañeros murieron o fueron secuestrados,- dicen emocionados.
No sólo eso. Con cada mural se generan vivencias y encuentros con vecinos que acercan nuevas piezas de un rompecabezas.
-El vecino nos cuenta que sucedió allí, eso genera una situación inesperada y muy reconfortante. Hoy, incluso cambiamos la postura. Cuando empezamos, había una cierta solemnidad, y a medida que avanzamos, nos fuimos armonizando y concibiendo este trabajo desde otra óptica. Incorporamos la reivindicación a la vida, el recuerdo y la memoria sumándole la esperanza en una sociedad que, de alguna forma, está en deuda porque no es esa sociedad que los compañeros desaparecidos hubieran querido, pero tenemos la esperanza de que vamos hacia eso.
Un paquete de cigarrillos guardado desde hace más de 30 años. Un vecino lo acerca mientras El Colectivo pinta el mural en su barrio. El compañero cayó muerto en esa esquina y esa persona totalmente desconocida levanta su paquete de cigarros y lo atesora. 36 años después, el objeto sobrevive al olvido y se transforma en una huella. Un testimonio.
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Reivindicar la extracción política partidaria del desaparecido fue otra de las premisas que con el tiempo, transformó al mural en una marca de identidad.
Dice Luis:
-Pintar un nombre no significaba nada si no tenia su pertenencia político partidaria. O era desaparecerlos de nuevo o era hacer algo vacío de contenido. El hecho de reivindicar al compañero es reividicarnos a nosotros. Ellos murieron por su militancia política. Y es necesario contextualizar qué era cada agrupación. Si hoy vas al Museo de la Memoria, no salís sabiendo qué organización estaba vigente.
Con la llegada del gobierno de Néstor Kirchnner en el 2003, la lucha de muchos organismos de derechos humanos se tradujo en política de Estado. Para Mónica no hay duda de que así fue. Con firmeza, defiende el histórico proceso de juicio y castigo a los genocidas, reivindica la decisión política del gobierno en posibilitar el juzgamiento y abraza a cada uno de los compañeros que una vez más, deciden dar testimonio en un juicio.
-Ver a los compañeros transitar más de una vez esta situación testimonial, es dolorosa, sigue siendo dolorosa, aunque los acompañemos. Pero tiene un reivindicación que es obtener justicia.-
Para Luis, la reivindicación es generacional. “Esta es la generación de Néstor y Cristina”, dice con orgullo, para luego agregar:
– Estos son los únicos juicios penales donde el testimonio oral es uno de los más importantes. Yo creo que el hecho más categórico de un presidente que se impone ante un determinado estamento, es bajar los cuadros. Es un hecho simbólico muy importante. En ese contexto, los juicios tienen un valor histórico que no podemos ponderar hoy porque somos parte de esta historia. En realidad, lo que va a quedar en la historia es que una dictadura fue juzgada y sus principales dirigentes murieron en la cárcel. Esa es la demostración que ese poder sobre la vida y la muerte que tenían sobre una persona no les sirvió de nada, porque a la larga perdieron.
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Unos 298 imputados por crímenes de lesa humanidad se encuentran transitando la etapa de juicio en todo el país por un total de 2408 hechos que son juzgados en el marco de 16 juicios -catorce orales y dos escritos- que tramitan en diez jurisdicciones federales.
Desde la recuperación del Estado de Derecho, en 1983, la cantidad de condenados por crímenes durante la última dictadura cívico-militar asciende a 529. No obstante, sólo se encuentran firmes 114 condenas, que abarcan a 108 represores juzgados en 51 procesos. Desde el denominado juicio a las juntas hasta hoy, se celebraron en todo el país 129 juicios, de los cuales 114 “se han realizado a partir de 2004”, tras la caída judicial y legislativa de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Estos datos se desprenden del informe elaborado por la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad
Pese al avance, Mónica y Luis temen perder lo conquistado después de tanta lucha. Que los juicios se frenen, que las amenazas de la derecha más retrógrada tomen protagonismo. Sin ir más lejos, acaba de finalizar un Encuentro de Abogados de Represores de todo el país, convocado por la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, una organización que considera perseguidos políticos a los responsables de crímenes de lesa humanidad. Entre los presentes, se encontraba Cecilia Pando y el director del diario de Bahía Blanca, la Nueva Provincia, Vicente Massot.
Defender cada uno de estos juicios, aunque sean insuficientes, aunque haya más de 60 represores prófugos, es fundamental.
– Si bien se avanzó mucho, porque se está yendo contra civiles, fiscales y jueces y los medios monopólicos de comunicación, también hay un temor de perder esta situación, y que vemos que algunas cuestiones que en un momento fueron muy sólidas, ahora no lo son tanto, como la tapada de una señalización de un centro clandestino, o un insulto a las Madres de Plaza de Mayo o a las Abuelas, que empieza a dar escozor.- remarca Mónica.
Y Luis agrega: – esto se defiende con más militancia.
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Ya pasaron más de dos horas de charla. Es momento de fumarse un pucho. Cuando Moni se aleja, le pregunto a Luis cómo fue que se conocieron.
–En el trabajo, -dice entre risas, intentando hacer memoria de aquella época.
De pronto, vuelve, o volvemos, al sentido de la sobrevivencia.
-Del grupo en que yo militaba, había 25 personas. 14 de ellas están desaparecidas. Esto a nivel personal, me crea un compromiso mayor. De alguna manera, nosotros tenemos que rescatar quienes fueron ellos. Decirlo es también la devolución del compromiso que asumimos desde el momento en que sobrevivimos. Hoy, los genocidas están presos porque nosotros declaramos. Ese es el compromiso de haber sobrevivido. De estar vivos.