El teatro antidisturbios (Parte I)
Desde la llegada de las Fuerzas Federales se ha generado un debate en torno a distintos casos que ponen en la lupa a las tropas llegadas de la mano de Sergio Berni. ¿Hechos aislados o sistemáticos? En este informe compartimos testimonios de víctimas que sufrieron abusos de autoridad. Parte I.
Por Martín Stoianovich
No hacía siquiera un mes del arribo de las Fuerzas Federales a Rosario, cuando a través de los medios de comunicación comenzó a difundirse un hecho de violencia institucional. “Denunció que gendarmes le pegan a su hijo por fumar porro”, tituló el diario La Capital una publicación del 30 de abril. Allí se rescataba el testimonio de Claudia, la madre de Facundo Martínez, un hombre de 31 años que fue sometido por gendarmes luego de ser detenido en la esquina de Seguí y Ruillón. “Una mujer denunció que su hijo fue brutalmente golpeado tras ser detenido por efectivos de Gendarmería en la zona sur de Rosario mientras fumaba un cigarrillo de marihuana. Según relató, ‘lo esposaron, lo pisaron y lo golpearon durante una hora’ en la sede de la fuerza nacional ubicada en San Martín y Rueda”, relata el primer párrafo del artículo. “Yo pensaba que Gendarmería era mucho mejor que la policía”, diría después la señora.
Luego se irían repitiendo casos similares difundidos por redes sociales o algunos medios de comunicación. Y así se comenzó a generar un debate que incluso hoy persiste: ¿Son hechos aislados o se trata realmente de abusos sistemáticos? El secretario de Seguridad de la Nación argumentó que estaba al tanto de los casos, los cuales se iban a evaluar en una comisión especializada en el tema, con el fin de sancionar a los responsables. Sin embargo, consideró que se tratarían de “excepciones a la regla y personas capacitadas y profesionales”, y defendió la llegada de las fuerzas asegurando que “la gente volvió a tomar mate en la puerta de su casa”.
Para las organizaciones sociales y organismos de Derechos Humanos, estos hechos de los cuales se comenzó a hablar no son aislados. Está a la vista que se trata de operativos puntuales llevados a cabo en distintos sectores de la ciudad y que tienen características similares. “En los últimos días se dieron a conocer testimonios que dejan en claro un abuso de autoridad por parte de estas fuerzas. Los pibes y pibas manifiestan su miedo de circular por la calle, como si estuviese prohibido, porque ya han sido blanco de operativos que comienzan como averiguación de datos y finalizan con agresiones, humillaciones y amenazas”, declaraba la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Juventud en un comunicado difundido a través de redes sociales.
Bastó con ampliar el recorrido por las organizaciones y por los medios que estas tienen a su alcance para recopilar una considerable cantidad de hechos de este tipo.
Una voz en el silencio
El rumor llega a este periodista entrando por la ventana: “Una persona que trabaja en la Secretaría de Seguridad Comunitaria anotó las denuncias de abuso en una hoja escrita a mano porque es lo único que puede hacer”. Quien acercó estas palabras tenía consigo una copia de la hoja en cuestión y el contacto de la trabajadora provincial. En un encuentro personal, esta mujer prefirió mantener en privado su identidad por motivos laborales y dio el okey para hacer públicas las denuncias. Sus primeras palabras fueron concisas y son un pie a lo que sigue: “Antes teníamos miedo de los tiroteos de los pibes y ahora tenemos miedo de Gendarmería”.
“Lo levantó Gendarmería, le pegaron, desapareció de 14 a 18 Hs. Le robaron el documento. No puede ir a la escuela nocturna sin documento. Se estaba peleando con un chico, los levantaron a los dos y los pasearon de 14 a 18 Hs. pegándole e insultándolos. Los dejaron en la 11 en estado deplorable, sangrando”. Este es uno de los casos que esta persona acerca, como parte de lo poco que tiene al alcance una madre como posibilidad de manifestar lo que le sucedió a su hijo. La trabajadora de Seguridad Comunitaria en cuestión admitió que la madre denunciante confesó que su hijo no quería que se contara nada. “Tenía miedo de desaparecer, porque se ha cruzado con los mismos que le quitaron el DNI y lo miraban mal”, explicó la señora.
Otro caso se remonta a una esquina de zona sur, cuando cerca de las seis de la tarde una persona que se dirigía a su trabajo de bachero fue interceptado por gendarmes. “Le bajan los pantalones para revisarlo delante de sus vecinos y le entran a pegar patadas”, explicaba la confidente.
En la misma hoja en donde se destaca el primer caso, se desarrolla una serie de denuncias anónimas que se fueron acumulando:
– Lo golpearon y le dijeron “corré, corré” y el no corrió por miedo que le disparen, entonces lo golpearon más.
– Leo estaba sentado a media cuadra de que estaban revisando a otros. Como estaba mirando fueron directo y le pegaron con un palo, salió el padre y le dijeron que no se meta o la iba a recibir él también. Lo dejaron muy golpeado.
– “Me pararon y me hicieron abrir las piernas, me dijeron que las abra más”. Le patearonla cola insultándolo y lo siguieron golpeando hasta que le dijeron que se vaya para un lado que no era el de su casa”.
– “Pasan a cada rato y si estamos tomando una coca nos agarran la botella y nos tiran toda la gaseosa y nos quitan la gorra”.
– Un niño de 11 años, lo golpearon y lo dejaron tirado en la calle.
El encuentro mano a mano con esta trabajadora del Estado fue pocos días después de las declaraciones de Berni sobre el conocimiento de este tipo de situaciones. Influida o no, la confidente aseguró: “Esto fue hace dos semanas (los hechos anotados), porque ahora dicen que se calmaron un poco. Hay mucha diferencia entre gendarmes viejos y jóvenes. Los jóvenes son más buenos, incluso escuchan a los chicos, pero los grandes te agarran y te revientan”. Las reflexiones finales dejan tela para cortar, porque es así cómo lo ven algunos trabajadores de la misma gestión socialista que avala la permanencia de las fuerzas de seguridad: “Con la plata que pusieron en móviles y cámaras, se puede invertir en trabajo para los pibes. Si reciben violencia, van a dar más violencia. No se integra a nadie así”.
La juventud en primera persona
Al principio los invade la timidez y mientras buscan sus palabras no encuentran un punto fijo donde mantener sus ojos, pero cuando logran conectar la mirada, entran en confianza y entienden que son sus derechos los que están en juego. No existen los “sin voz”, todos y todas tienen algo para decir y sólo es cuestión de darles el espacio. De esa necesidad, la de reconocer y respetar sus derechos, nacen los testimonios de la propia voz de los y las jóvenes de los barrios más humildes de la ciudad.
Seis chicos y chicas, la mayoría de ellos menores de edad, se reunieron en uno de los centros de día que dependen del Estado provincial para conversar sobre el abuso por parte de las fuerzas de seguridad e informarse de cuáles son los pasos a seguir en caso de ser víctimas o presenciar algún hecho. El grabador no pareció cohibirlos y de a ratos comenzaron a contar:
“Le pegaron un par de cachetazos a un amigo”. “Se fijan lo que están escuchando y te hacen cantar. Chuchuguá le hicieron cantar a una amiga”. “Una prefecta le hizo bajar el pantalón, le hizo sacar la remera y la dejó en corpiño”. “Una chica revisó a unos chicos, bajándoles los pantalones y manoseándolos por todos lados”. “Te hacen comer el porro, masticarlo, y tragarlo”. “Te dan el celular contra el piso, y si está bueno te lo sacan”.
Estas son algunas de las expresiones que sacan hacia afuera los y las jóvenes cuando tienen la posibilidad de hacerlo. Enfrentándose constantemente al riesgo de naturalizar estos sucesos, los toman como moneda corriente en su territorio. Una de las trabajadoras del lugar agrega: “Más de una vez nos ha pasado con alguno de los chicos, que nos hemos enterado tarde que los llevan por averiguación de antecedentes y los han tenido por diez horas, doce horas, no sólo eso sino que con golpes y maltratos importantes. Los chicos preguntan qué pasa si sos menor, o sos mayor”. El desconocimiento no es un error de quien lo padece, sino un logro de quien lo planea para utilizarlo como herramienta en la ejecución de sus políticas. Así se nutre un sistema que desde lo económico, lo social, lo cultural y lo político maneja millones de habitantes con una maquiavélica estrategia que tiene como único fin la desigualdad social. Que un chico o una chica, o cualquier ser humano, no conozcan sus derechos, implica una desventaja y en estos casos no hay lugar para excepciones. De allí nace la necesidad de estas jornadas que buscan empapar de lucidez para prevenir o esquivar cualquier tipo de atropellos.
Contra las minorías sexuales
En otro artículo periodístico, esta vez publicado por La Capital el pasado 23 de mayo, se presenta un reclamo por parte de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans que sostiene que las Fuerzas Federales “están cometiendo abusos y excesos con las minorías sexuales en Rosario”. Su presidente, Esteban Paulón añade: “Son varias denuncias que hemos recibido. En los barrios hay mucho ensañamiento con integrantes de nuestro colectivo”.
Esto explica la nota en La Capital: “El último incidente ocurrió esta semana en barrio Tablada. En plena madrugada, en Ayacucho al 4500, un varón transexual apodado «Lucho» fue requisado por gendarmes, quienes lo obligaron a bajarse los pantalones, pese a la advertencia que les hizo sobre su identidad sexual y la incomodidad que le generaba”. Por su parte la víctima de estos hechos explicó: ‘Me terminé bajando los pantalones para no ofrecer resistencia y evitar que me agredieran, que es lo que habían hecho con dos compañeros que estaban conmigo. La situación fue vergonzante. Les dije que aunque tengo aspecto de varón tengo vagina y me incomodaba bajarme los pantalones, pero querían hacerlo y por eso no me opuse».
Además, como cada uno de los referentes o integrantes de agrupaciones que padecen estos abusos, Esteban Paulón coincidió que “no se trata de un caso aislado, sino que estos excesos son una constante que se está dando en los barrios. Queremos hacerlo público para que cese».
Las tizas no se manchan de verde
Lo que continúa son fragmentos de una carta abierta que un maestro del Colegio San Juan Diego, del barrio Toba de Rosario, escribe al secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni y difunde a través de las redes sociales.
“Mi alumno ‘X’ fue, cerca de las 20 hs. del lunes 19 de Mayo, al supermercado que queda del lado éste de Travesía a la altura de Juan José Paso a comprar con cien pesos. Sus gendarmes, señor Berni, bandera de seguridad para muchos, después de revisarlo, de revisarle el celular, de comprobar que no hay nada ilegal, le roban los cien pesos.
Mi alumno sabe cómo es el juego, usted también lo sabe, los suyos lo juegan muy bien, todos saben que ellos no tienen voz. Sin embargo señor, mi alumno también necesita seguridad, y su madre, como todas las madres, también se preocupa cuando él sale, y si bien ella sabe que no puede denunciar a los delincuentes del barrio porque están protegidos, también sabe que tampoco puede denunciar a las fuerzas de seguridad, porque entiende muy bien que no vinieron a cuidarla a ella ni a su hijo”.
Maestro Fabio Dri – “Colegio San Juan Diego”
Siempre Ludueña
A principios de junio tuvo lugar en barrio Ludueña uno de los hechos que más trascendencia tuvo en los medios de comunicación en relación a otros casos de abusos. Pero, paradójicamente, el abordaje fue en la mayoría de los medios carente de información precisa. Un detalle muy importante es que los protagonistas de esta historia en el rol de abusadores, y torturadores, fueron integrantes de la Prefectura Naval, y no de la Gendarmería Nacional como lo afirmaron varios medios.
Se trata de tres jóvenes, todos menores de edad, que fueron interceptados cando caminaban por el barrio camino al velorio de un amigo de 16 años que había fallecido días atrás a causa de un disparo por la espalda en un caso confuso y no esclarecido. Los chicos fueron torturados, ni más ni menos, porque obligar a poner sus manos abiertas sobre el suelo donde hay vidrios y piedras, y ejercer presión con las botas de los uniformados, no puede ser llamado de otra manera que no sea tortura. Estas prácticas, junto a la quema de zapatillas de uno de los jóvenes y golpes a los tres, fueron acompañadas por el asedio para que revelaran nombres de integrantes de bandas de narcotraficantes. Además, se los siguió golpeando cuando se negaron a tomar un arma de fuego que pertenecía a los prefectos, estrategia clara que busca incriminar a los jóvenes por portación de arma e intentar así justificar lo injustificable.
Contra una militante barrial
El diario Rosario12 publica el 5 de junio un artículo en el cual se hace referencia a un nuevo hecho. Sucede en la zona sur y tiene como protagonista a una joven militante del Movimiento Evita. Agostina Marinaro, según reconstruye el diario, quiso interceder en una requisa que la Gendarmería realizaba con niños de 12 años y terminó ella misma siendo “requisada y humillada en público por cinco gendarmes”. Luego de lo sucedido, la joven realizó la denuncia junto a la dirigente barrial del Evita, Alejandra Fedele, ante el fiscal federal Mario Gambacorta.
Sucede en la esquina de Battle y Ordoñez y Laprida, y tiene como protagonistas a un grupo de chicos de entre 12 y 13 años. Cuando llega la Gendarmería, los ponen contra la pared, le tiran al piso todas sus pertenencias y comienzan a hacer preguntas intimidantes. En ese momento, la joven se acerca con un compañero para conocer qué estaba sucediendo, y fue entonces cuando comenzaron las agresiones para ellos también.
Así lo relata ella misma en declaraciones al diario: “No había violencia física pero sí verbal. Finalmente el operativo se terminó y se van, pero yo me quedo charlando con los chicos sobre los derechos que tiene en estos casos. Pero cuando me voy caminando hacia la casa de unas vecinas, la patrulla me sigue, hasta que se ponen de frente, se bajan los cinco gendarmes, entre ellos una mujer, y exhibiendo sus armas largas me ordenan que me ponga contra la pared. Yo les digo que no estoy haciendo nada, y ellos me ordenan que me calle, porque estábamos en la calle y en la calle ellos daban las órdenes. Fue una situación violenta, por lo cual accedo a darles mi DNI, se quedan un largo rato mirándome fijamente como memorizado mi nombre y mi rostro. Y me dicen que me ponga contra la pared porque de lo contrario me iban a subir a la chata y me iban a llevar. Así que accedí y durante un largo rato una mujer gendarme me estuvo requisando. Fue una requisa excesiva, por el tiempo que duró. Después me hicieron abrir la mochila, y tirar todo al piso, me hicieron abrir cada uno de mis estuches personales y hasta me hojearon mi agenda personal».
Continúa Parte II en este enlace
1 comentario
MUY BUENA Y COMPLETA LA NOTA
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