Clasificadores de residuos «Luchadores 1º de mayo»
Sin guantes, barbijos, ni botas, trabajan con lo que para todo el mundo es basura. De sol a sol, en la vereda este de Cabal y Olivé (barrio Empalme Graneros) que con los años se transformó en una planta de clasificación de residuos a cielo abierto; y hoy es el sustento de vida de seis familias. “Necesitamos un espacio donde poder trabajar mejor. Ya conseguimos muchos lugares pero no pasa nada, en la Municipalidad nos ponen la excusa de que nos somos cooperativa», explican los trabajadores.
Por Vivi Benito
Hace calor, en la ciudad el aire está denso, como irritable, sobre todo si se le presta atención a los grandes medios, que sin descanso amplifican la desesperenza y el miedo. El miedo a los demás. Como una gota de agua que cae constante y llega a perforar una piedra, el repetido mensaje suena, suena, suena: Rosario está igual que Medellín. Cruzate de vereda. Desconfiá.
Sentada en la vereda, sobre un tacho que alguna vez tuvo pintura, Marina abre bolsas de basura. Separa el contenido sin mirar, con la habilidad que le dieron más de 10 años de trabajo. Marina tiene los ojos puestos en el barrio, donde van y vienen vecinos en bicicleta, que hacen los mandados y saludan, y que ya están acostumbrados a ver la montaña de basura instalada en la vereda este de Cabal, a metros de Olivé.
“Con lluvia o con frío, nosotros tenemos que estar, sino la basura nos tapa. Estamos haciendo un trabajo que es para el mundo entero, esto es algo ambiental”, señala, con las manos metidas en una bolsa de nylon. Dice que le encanta hacer este trabajo, que además de ser el principal sustento económico para varias familias del barrio, es una tarea necesaria para cuidar el medio ambiente.
Desde hace más de diez años el grupo de clasificadores de residuos “Luchadores 1° de mayo” trabaja en este mismo lugar. A la intemperie, sin contar con las mínimas condiciones de seguridad: guantes, barbijos, botas, elementos indispensables para cualquier trabajador del rubro. “Entre nosotros hicimos un fondo común para tener para cuando se corta o se enferma alguno de los compañeros”, señala Marina Gaetán.
Veo que tienen tajos en las manos pero dicen que ya no les duelen, una vez que se hacen los primeros callos, y se aprende el oficio, ya está.
Todos los días, los camiones provenientes de diferentes programas municipales como el Separe Puerta a Puerta y los Centros de Recepción les acercan pilas de residuos y desde bien temprano el grupo comienza con su jornada laboral, que se extiende hasta la tardecita. Además de la falta de un lugar adecuado donde trabajar, la continuidad en la entrega de residuos -su principal materia prima- es otra de las preocupaciones del grupo. Según nos explican, hay días en que tienen kilos y kilos de residuos, y otros, en los que no reciben nada.
“Estamos trabajando en condiciones infrahumanas, hace 12 años que estamos acá, la Muni nunca nos dio nada, sólo cuando estuvo Cristina Marozzi por un año tuvimos un lugar. En los otros dos centros de clasificación tienen galpones, nosotros somos los únicos que estamos en la vereda», aseguran.
Los trabajadores clasifican residuos a cielo abierto, de manera totalmente manual. No tienen espacio cubierto ni siquiera para almacenar lo clasificado, en cuanto a maquinaria sólo tienen una enfardadora, pero no pueden usarla por problemas con la conexión eléctrica. En Rosario existen otras dos plantas de clasificación, que al menos cuentan con una mínima infraestructura para funcionar. Una ubicada en Alem 3965; y la otra en Ancon 2845, gestionada por el GOA (Grupo Obispo Angeleli), que desde hace años acompaña a los vecinos con el emprendimiento.
El reclamo a la Municipalidad está a la vista y es claro: “Queremos un lugar, necesitamos un espacio donde poder trabajar mejor. Hoy somos seis compañeros que trabajamos a la intemperie, sin sombra en verano ni techo en invierno», señala Claudia Gaetán. En esta lucha los viene acompañando Taller Ecologista, organización ambiental con casi 25 años de trabajo integral que incluye acciones de incidencia en políticas públicas, talleres, ciclos de charlas, campañas de concientización, investigaciones, producción de materiales y difusión de los conflictos socioambientales a través de distintos medios.
«Ya conseguimos un montón de posibles lugares pero no pasa nada, en la Municipalidad nos ponen la excusa de que no somos cooperativa», detallan, agregando que todos ellos hicieron el curso para la conformación de cooperativas y que tienen presentados los correspondientes papeles, pero desconocen en qué curva burocrática habrán quedado.
“Nosotros gracias a la gente tenemos trabajo, y gracias a esto hoy le damos de comer a seis familias. Les pedimos que ayuden a mantener la ciudad más limpia, que no haya tanta basura en el relleno sanitario. Acá son dos los temas: el económico y el ambiental”, dice Marina con determinación y una actitud que me dan ganas de aplaudir.
Marina y Claudia Gaetán son hermanas y las voceras del grupo. Mientras conversamos, siguen separando cartones, metales y tetrabriks, que luego venden por kilo. A un costado, Norberto, Mario, Gabriel y Emanuel también trabajan, acompañan con la mirada pero prefieren no hablar: “Ellas son las que mandan”, murmuran entre risas.