EL SUJETO CAMPESINO
Publicado en su blog Propuestas Viables
La forma en que se abastece de alimentos una sociedad da suficientes elementos como para lograr una caracterización estructural completa de esa comunidad.
Eso es así porque se trata de la condición de subsistencia más elemental a atender y en consecuencia se puede entender mucho por esa vía sobre la disponibilidad de recursos de los ciudadanos medios; sobre la distribución de los mismos; sobre los esquemas de contención social; sobre la organización de la oferta.
Han quedado en la historia los tiempos en que el problema de alimentar a toda la población era una cuestión de Estado y todos los sistemas de gobierno, cualquiera fuera su nivel de opresión interna, debían garantizar la disponibilidad de víveres, a riesgo de perder toda su popularidad y hasta soportar revueltas y revoluciones por ese tema.
Esos escenarios se transformaron.
Desde que la tecnología agraria ha permitido disponer de excedentes globales y los alimentos principales se han convertido en mercancía, en fuente de lucro corporativo, – hace solo algo más de un siglo – el problema de alimentarse se ha ido convirtiendo en lo que es hoy: un tema individual, en que quien tiene recursos económicos come y quien no los tiene pasa hambre.
Solo desde ese momento es posible que haya países que exporten alimentos, mientras parte de su población tiene hambre. En términos menos dramáticos, pero igualmente graves para el horizonte de una sociedad, es desde ese momento que la oferta de alimentos se ha ido concentrando en cada vez menos manos, responsables de las etapas primarias, de la industrialización posterior y de su comercialización. Además de los varios efectos negativos sobre la estructura productiva, eso ha puesto al ciudadano medio a expensas de un reducido grupo de empresarios, que decide qué puede comer y qué debe pagar por ello.
LOS INTENTOS
Varias cosas se han hecho para que la alimentación no sea un problema. Varias, en planos diversos.
Se distribuye alimentos. Se asignan recursos a la población menos pudiente, para comprar bienes de primera necesidad, de los que los alimentos seguramente son el núcleo.
Se negocia acuerdos de volumen y/o precio con industrias focales, como los molinos harineros o las plantas de faena bovina, o con cadenas de supermercados.
En menor escala, se promueven ferias itinerantes, para que los productores se acerquen algo más a los consumidores.
Como acción unilateral, se reclama de modo casi permanente al Estado que aplique congelamientos de precios u otras medidas de control sobre los más poderosos participantes del sector.
La simple enumeración basta para advertir que se trata de intentos de atenuar los efectos negativos de la estructura vigente, pero ninguna de las iniciativas busca cambiar esa estructura, tan siquiera en aspectos parciales.
Eso sucede por una razón muy simple: Se ha instalado en la conciencia colectiva que el lucro es el móvil de cualquier actor económico y que al Estado o a cualquier ámbito que se interese por la comunidad, solo le resta procurar que esa búsqueda del lucro sea compatible con una mínima calidad de vida para los afectados por ella. El concepto de “compatible” y la definición de la “mínima calidad” son ideas con alta subjetividad, que toman cuerpo en la práctica a través de la permanente administración de los conflictos.
En esencia, esa administración es lo que llamamos gobernar.
OTRO SUJETO
En números redondos hay unas 100.000 unidades productivas organizadas alrededor de la producción de cereales y carne, pensadas en términos del lucro como prioridad. A esas deben agregarse algunas decenas de miles pensadas del mismo modo, para producir desde vino hasta azúcar, desde papas hasta yerba mate. Esta pequeña fracción de la población está a su vez ordenada jerárquicamente, de un modo tal que permite a algunos economistas muy serios afirmar que no más de 80 corporaciones deciden el volumen, la calidad y el precio de gran parte de nuestro consumo local y la relevante exportación del país en el rubro.
Para pensar en transformaciones estructurales, que nos saquen de la permanente negociación con poderes concentrados, buscando conseguir algo tan elemental como el derecho a comer, debería existir otro sujeto económico. Éste debería aspirar a convertir la actividad de producción de alimentos simplemente en un modo de vida digno. Debería ser capaz de poner la calidad de vida personal y familiar como la meta esencial, más relevante que el lucro; que pueda considerar a éste solo un medio para alcanzar aquel fin.
No se está planteando una condición utópica de refundación de la naturaleza humana. Se está buceando en una de las vías para romper la trampa, que postula que sobrevivir en el capitalismo concentrado hace irremediable una negociación defensiva y eterna con los ganadores.
Ese sujeto, tal como se lo acaba de describir, no existe hoy y aquí. Pero en la Argentina puede existir.
Es posible porque hay una cantidad imprecisa pero muy numerosa – podríamos referenciarla en 400.000 unidades potenciales de producción – de personas aisladas, familias, cooperativas de nueva o vieja data, que están en el campo y pretenden vivir de su trabajo en él, pero no lo han conseguido. En muchos casos, ni siquiera han logrado el derecho formal a estar allí, a pesar de tener historias de siglos en el territorio. Es a ellos que debemos referenciar como los campesinos, categoría social distinta del empresario agropecuario e incluso del chacarero, ya que éste último trabaja integrado con relativa armonía a las cadenas conducidas por las corporaciones.
La política económica nacional los ha ignorado desde siempre y hasta hoy. Al menos, como factor de producción. Mas bien, cuando se advirtió su existencia y su tenacidad por evitar desaparecer, se los incluyó en categorías asistenciales, sea cual sea el nombre burocrático que se les asignara.
Están en todas las provincias del país, incluyendo la Pampa Húmeda, donde tal vez sean más invisibles que en cualquier otra región. No hay categoría de la alimentación donde no haya oferta que podamos calificar de campesina.
Sin embargo, no hay producción campesina que esté hoy en condiciones técnicas y económicas de evitar la dependencia de intermediarios, gran parte de los cuales no agregan valor alguno a los productos, que les proporcionan ingresos insuficientes para la supervivencia más elemental.
La contrapartida de esa explotación es la existencia de una franja de empresarios igualmente poco visibles, pero con la diferencia que atesoran gran poder económico. Los matarifes – verdaderos ganadores de la cadena bovina -, los monopolios del sebo o de las menudencias, los mayoristas de frutas y verduras que no son productores, la venta clandestina de muzzarella, se suman y son el complemento de la altísima concentración industrial y comercial en cada rubro que se mencione, desde la yerba mate hasta los pollos.
Como resulta evidente incluso de una descripción por demás insuficiente como la que se acaba de hacer, el campesino ha buscado por generaciones apenas sobrevivir. En el camino, aprendió a cooperar entre iguales, a la vez que también se acostumbró a depender del intermediario que aprieta pero no ahorca.
Allí está la materia prima para un cambio en el abastecimiento de los alimentos en la Argentina. Nada fácil de lograr.
El ordenamiento por cadena de valor campesina, de extremo a extremo, llegando al consumidor final, empezando por las carnes de animales mayores y menores, una por una; las frutas y hortalizas; los lácteos en pequeña escala; es posible y necesario. En cada caso se dispone de actores informados y predispuestos, diseminados en una amplia geografía nacional, que solo necesitan contrapartes igualmente informadas y predispuestas en el Estado.
Nada de lo que se ha dicho en este documento es original. Poco se ha intentado a fondo para corregirlo.
La comodidad de creer que es el mercado el que ordena la economía, ha llevado al punto en que estamos. Ahora estamos en el callejón sin salida aparente de tener que negociar con los ganadores, para que no se apropien de cualquier intento de mejora de nuestro salario. Podríamos probar otros senderos, al menos.