Pasiones y vuelos
Allí está el comienzo de esta historia: el 30 de abril de 1977, 14 mujeres en una descarnada búsqueda de sus hijos entonces desaparecidos, reclamaron una audiencia con el dictador Jorge Rafael Videla. Después vendrá la prohibición de juntarse, el recuerdo de la vigencia del Estado de Sitio, la orden de circular, y la marcha alrededor de la pirámide de Mayo.
Por Equipo Editor Alapalabra
Y vendrán después los pañales alrededor del cuello, y después los pañuelos blancos anudando sueños en los hombros de estas mujeres devastadas, pero batallantes y pasionarias. Será la pasión de nuestras Madres, precisamente, las que entrelacen, tejan y muestren la crítica más racional al terrorismo de Estado instalado en estos arrabales. Dolores individuales fundidos en una creación colectiva. El hecho político más importante que estas tierras parieran en la segunda mitad del siglo veinte. Las Madres de Plaza de Mayo nacían al terreno de lo público para decir lo callado, para denunciar lo silenciado, para enfrentar lo impune.
Fue en los comienzos de 1996 cuando Osvaldo Soriano escribía su crónica «Parir en Plaza de Mayo», que se convertiría en un prólogo necesario a la hora de pensar la historia y las ideas construidas a partir de la aparición de las Madres y sus pañuelos.
El entrañable escritor y periodista hablaba allí de la entrega indómita de las Madres en los tiempos del terror sistemático: «el corajudo crecimiento de un puñado de mujeres que, al descubrir las atrocidades, se levantaron para pedir que les devolvieran a sus hijos y nunca aceptaron nada a cambio. Que dijeron la primera palabra hasta que empezaron su ronda en la Plaza, su gesto de resistencia dio la vuelta al mundo, despertó conciencias, abrió los ojos de los demócratas que todavía dudaban ante el régimen militar y sus propagandistas».
Planteaba Soriano que las Madres, «mujeres ejemplares, herederas de los jacobinos de la Revolución de Mayo, han ido elaborando, por sobre penas y angustias, más allá de la represión y la indiferencia, un hilo conductor entre los sueños de sus hijos y la ilusión renovada de un futuro justiciero».
Y detallaba la incansable pelea cotidiana librada en tiempos no menos difíciles, como la infame década del 90: «en tiempos de cansancio e indiferencia, en medio de cambios sociales gigantescos en los que los pobres votan contra sus propios intereses y los desocupados aparecen como una raza prescindible que desordena estadísticas, las Madres reclaman y predican una sociedad diferente, con igualdad y justicia».
«Confían en que otra generación recibirá su mensaje y retomará la lucha de sus hijos», decía entonces Osvaldo Soriano.
En los días de sombras, pólvoras y muerte muchas Madres de Rosario construyeron la esperanza: Nelma Jalil, Esperanza Labrador, Irma Molina, Élida López (entonces residente en Mar del Plata), entre otras.
Nelma Jalil detallaba que «al principio acá éramos solamente Esperanza Labrador y yo. Costó mucho porque los familiares tenían miedo, por los otros hijos y por muchas cosas. Primero íbamos a la Catedral a rezar el rosario, y después nos cruzábamos y dábamos la vuelta alrededor de la pirámide». Nuestra querida Nelma certificaba que a pesar del dolor y del miedo, o justamente por ellos, «cerré los ojos y salí a la lucha, no me importó nada. La necesidad de búsqueda era más importante».
Y la voz de Esperanza nos alcanza con su mano dulce de caricia y aliento: «con Nelma íbamos a Buenos Aires todos los jueves. Ahí ya nos ponemos el pañuelo y empezamos a venir acá. Íbamos las dos solas con el pañuelo. Si faltaba ella, iba yo sola. Faltaba yo e iba ella sola. Hasta que nuestras compañeras se fueron uniendo».
Y contagiando desde la memoria colectiva su vitalidad incomparable, permanece el relato de la soledad de aquellos días: «Íbamos a la plaza y nos insultaban: ‘Viejas locas’. Pues sí, estábamos locas, locas de dolor. De dolor porque nos han matado a nuestros hijos».
«Donde exista un hombre o una mujer o un niño que se rebele contra la injusticia, el viento le traerá el agitar de nuestros pañuelos para acompañarlo en su lucha. Mientras la voz de un joven se eleve contra los poderosos, allí estarán las Madres: sembrando ideales y entregando la vida», suelen repetir las Madres.
Han pasado 36 años de aquel primer encuentro, de aquellos pasos previos a esta ronda que crece y late, que convence, empuja y contagia.
36 años, y la pasión y la lucidez son las mismas.
Y son los mismos los sueños abrazados.
Y es el mismo vuelo hacia ese futuro quemante y postergado.
**//**
Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de Alapalabra, Envar Cadús y ddhhgrupojauretche.blogspot.com.ar