Por Dahiana Belfiori
¿Hablar de qué? ¿Hablar cómo? ¿Qué se dice cuando hay un hueco, un vacío? ¿O quizás una marca de lo que fue y no es, lo que no fue y ahora es, y que aún así no es lo que debiera? ¿Qué reclamar ante el lugar anónimo y huérfano donde no rueda y se detiene una caricia, una palabra, un enojo, un desacuerdo, una ilusión? ¿Qué, donde debiera ser la vida compartida, el encuentro cotidiano, la pasión? Porque hablar de Silvia Suppo es un dolor para la historia de todxs lxs que la vieron y sintieron en su testimonio, en sus convicciones, en su lucha y en la nuestra, la de este país que se enfrenta, tímido y valiente, a sus fantasmas. Pero es también una cicatriz abierta, cercana, familiar. Una cicatriz de nieta que dice abuela, de hijxs que dicen madre, de amigxs que dicen amiga.
Una cicatriz renovada que no se cierra ante el impune silencio de los buitres, ante la obscena mirada de verdugos. La impunidad en la que resbala y se pegotea un crimen nos enfrenta a lo que somos para bien o para mal o para ambos. Tres años, casi tres. Tan cerquita del 24 de marzo, tan cerquita de ese día que tiene nombres que conocemos y repudiamos. Testiga de ese 24 y de los que vinieron, Silvia. Te nombramos lxs que no queremos otro 24 y otro 29 de marzo sin Verdad y sin Justicia para vos y para tantxs, todavía. Te nombramos orgullosxs y dolidxs. Tu nombre es nombre de lucha, de organización, de resistencia. Y también, la marca de la impunidad que portan otros nombres. Tu nombre es Memoria y Memorias. Silvia, te llamamos con todos los nombres de las memorias cotidianas. En el mate compartido, en la bronca hecha puño en alto, en largas horas de cansancio y discusiones. Tal vez similares a las tuyas, tan hijas de las tuyas, tan nietas. Ojalá, tan compañeras.
Quizás nos falten datos, historias. Sí nos falta la palabra viva de tu boca viva. Quizás nos sobre confianza en nuestro hacer. Pero creemos. Y no es esa clase de creencia que se ata a una fe ciega. Es la que renace y se recrea en una esperanza consciente, amasada en cada voz que no se calla ante «tanta injusticia repetida», voces tan similares y tan distintas a la tuya. Creencia, en fin, que se enreda en una certeza rabiosa de futuros y presentes coloridos: Certeza pequeña de pies alados que vuelan bajito y lento, pero vuelan cuando hay que hacerlo, y se asientan en las convicciones que sembraste para caminar firmes, si hace falta. Y hace falta. Hacés falta. Faltás. Por eso estamos. Y te nombramos, Silvia. Ante la falta, un nombre. Ante la impunidad todos nuestros nombres, y un poema con tres mujeres:
a Marina Destéfani, por tanto amor.
boca, la tuya
decidora, como pocas,
en luminoso silencio,
de aquello que muchas
niegan obscenas sobre los
huesos de tus desapariciones.
boca, la tuya,
lugar de encuentro:
sonrisa que renace en tu rostro acariciado por
una marea de manos anónimas.
anónimas con sus nombres,
con sus voces, con su sed.
anónimas manos de deseo febril
de mundo humano:
multiplican el espacio
de las tuyas.
hacen de ese hueco abierto en el pasado
un almácigo que va empujando tu voz para gritarles
la ceguera.
la soledad no era tanta, ya ves.
aquí, en tu tierra
una verdad crece pequeñamente.
aquí, donde los ojos de
tu nieta
nos renuevan la esperanza.
aquí, donde tu hija
camina de tu mano.
Publicada en Rosario 12