Por María Virginia Bertetti
«Mi papá era Gastón Gonçalves y mi mamá era Ana María Granada», fueron sus primeras palabras. Segundos antes, se había acomodado en el estrado de tal manera que el leve sol que entraba por la ventana no alcanzara a molestarlo. Había llegado el 27 de agosto, y Manuel Gonçalves Granada ya estaba declarando en el juicio que abarca a la Masacre de la Calle Juan B. Justo, llevada a cabo el 19 de noviembre de 1976 durante la dictadura cívico militar. Él fue el único sobreviviente siendo un bebé de cinco meses, mientras que entre las cinco víctimas fatales se encuentra su madre.
«Yo estaba ese día, en ese lugar, pero mucho de lo que yo puedo contar es lo que fui reconstruyendo en estos años», explicó con la serenidad que lo acompaña. Manuel fue Claudio Novoa hasta 1995, cuando pasó a ser un nieto recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo. A partir de ese día tiene la necesidad de saber qué pasó. Por su padre ya logró la condena a Luis Abelardo Patti en 2011, y hoy busca la justicia por su madre. «No sólo perdí a mi mamá, sino que fui perdiendo mi verdadera identidad y tardé diecinueve años en recuperarla», señaló. Las primeras lágrimas en el público comenzaban a aparecer.
Recuerdos de la infancia y un inconsciente que no traiciona
«Cuando era chiquito sufría mucho de anginas, y de fiebres muy altas», contó Manuel y explicó que a causa de la fiebre en una oportunidad llegó a alucinar con policías que entraban a la habitación y la destrozaban.
Una enfermera supo contarle que en los tiempos que estuvo internado, cuando efectivos policiales ingresaban a la sala, el pequeño rompía en llantos. Lo mismo ocurrió con un militar uniformado que se presentó con la posibilidad de adoptarlo. «No lo vamos a llevar así», dicen que dijo el teniente cuando vio a Manuel llorando y aferrándose a la enfermera.
Manuel contó que durante su infancia siempre le aclararon que era hijo adoptivo. «Pensaba que mis padres biológicos me habían abandonado», agregó haciendo referencia a qué era lo que pensaba sobre su pasado antes de comenzar a conocer la verdad. La emotividad de su relato aumentó a cada segundo: «Cuando me enteré de esto supe que mi mamá aparte de darme la vida, me la salvó».
Camino a la identidad
En busca de su historia Manuel viajó en distintas oportunidades a San Nicolás y Escobar. Se enteró que en 1977 fue dado en adopción a una familia que nada tenía que ver con todo lo que había ocurrido, y que tampoco era de San Nicolás.
En Escobar, donde fue visto por última vez su padre, también realizó la búsqueda. «Fui al barrio donde ellos militaban, y conocí allegados a ellos, gente que aprendió leer y escribir con mi mamá y mi papá, que me agradecían a mí porque no pudieron agradecerles a ellos». Manuel se metió en terrenos complicados, el mismísimo Patti era el intendente de Escobar mientras él recorría la ciudad desempolvando los delitos que más tarde lo llevarían a ser condenado a cadena perpetua.
Manuel asegura que después de la muerte de su padre, Ana María Granada supo que la estaban persiguiendo. Su abuela fue golpeada y detenida por los militares durante más de un día, preguntándole dónde estaba la joven, que en ese presente tenía 23 años. «Cuando la soltaron, fue a su casa y cuando vio que estaba todo roto volvió a la comisaría a hacer la denuncia y no se la tomaron», contó Manuel demostrando que el coraje también puede ser hereditario.
A San Nicolás llegó un día para abrir un capítulo que aún no concluye. Contó que al principio pasaba por la cuadra pero no tenía en claro cuál era la casa, «aunque sí iba al cementerio». A una señora mayor que pasaba por allí uno de esos días, fue a quien Manuel le preguntó si sabía cuál era la casa donde había ocurrido la masacre. La señora señaló la correcta, y así fue que se dirigió a Juan B. Justo 676 por primera vez. Allí atendió la empleada de la vivienda, quien le corroboró el dato. Eran los primeros pasos.
«Después toqué timbre en una casa de enfrente y cuando pregunté sobre el lugar de la masacre la mujer que atendió me dijo que justo se estaba acordando de eso», sostuvo. Manuel no había revelado quién era, hasta que la señora le dijo que siempre se acordaban del nene que había sobrevivido. «Yo soy el bebé que estaba ahí», contó Manuel que fue lo único que pudo decir. A partir de ese momento nació la relación con los vecinos, que también hicieron su parte colaborando en la reconstrucción de su historia.
«Quisiera decir algo más»
La presidenta del Tribunal, Beatriz Caballero de Barabani, estuvo a punto de dar por cerrada las declaraciones, cuando Manuel pidió continuar. «Para mí es muy difícil lo que pasó, es muy incómodo ser el único sobreviviente. A veces no sé qué tengo que decir por los que no están. A veces pienso por qué me tocó ser el único sobreviviente. Sólo algunas veces encuentro sentido y son en días como hoy», comentó contagiando sus emoción al resto del público. «Desde que supe que yo era Manuel, lo único que puedo hacer es algo para reconstruir. La sentencia no va a ser reparadora, pero más allá de que llega tarde y no repara todo, la justicia es necesaria», continuó.
«Esta situación para mí es la historia de mi vida, por eso valoro mucho que esté pasando esto. Yo quiero que este país sea otro, y no puedo tolerar que los tipos que fueron a esa casa y la destruyeron estén libres. No nos corresponde como sociedad, no lo merecemos». Manuel estaba firme, las lágrimas eran expresión de su fuerza y su sinceridad. «Cuando llegan estos días como hoy encuentro sentido a haber sobrevivido, les pido que hagan lo que tengan que hacer, nada más».
El aplauso en el recinto fue la respuesta del público. Las mezclas de tristeza, alegría, bronca y emoción se unieron en cada rostro que dejaba caer sus lágrimas. Una vez afuera, la considerable cantidad de personas que acompañó todo el día estrechó un abrazo interminable a Manuel Gonçalves Granada, que acababa de construir un poco más su enorme historia.
(Publicado en Revista Flop, cultura nicoleña)