Nota publicada en el 2012
En el marco del 14º Festival Nacional de Cine y Video Documental organizado por el Movimiento de Documentalistas y un conjunto de organizaciones sociales de Rosario, se estrenó el documental «Darío Santillán, la dignidad rebelde». La sala del Cine El Cairo, colmada de jóvenes militantes sociales, se estremeció ante un video que narra la corta e intensa vida de Darío, asesinado el 26 de junio de 2002 en el Puente Pueyrredon por la policía del entonces presidente Eduardo Duhalde. Un militante jugado entero por los otros, la dimensión humana de un pibe de 21 años que peleaba por un mundo más justo, el recuerdo de sus compañeros y su familia y la germinación de más vida luego de su muerte son algunos de los cortes más emotivos de un documental dirigido por el documentalista Miguel Mirra. Allí estuvo enREDando.
Por María Cruz Ciarniello
La imagen de la bloquera del Movimiento de Trabajadores (MTD) de Lanús colma de sentido la vida, y también la muerte, de Darío Santillán.
En las manos de su hermano levantando la pala, en cada bloque de cemento está su ejemplo: seguir y luchar, después de todo.
Darío es el nombre de un pibe que soñó con otro mundo; un puñado inmenso de esperanzas entregadas a las ideas y la pasión.
Darío Santillán se forja en la rebeldía consumada dispuesta a todo.
El andar cansino de su padre Alberto, su voz entre líneas mostrando el barrio y la casa donde creció Darío, retratan la dimensión humana de un militante social. De un luchador.
Darío Santillán pudo escoger otro camino; el que eligió fue mucho más doloroso pero vital. Un camino que mostró la grandeza de un joven que se jugó la vida entera por el otro, por tantos otros que hoy lo recuerdan con un mate, una sonrisa iluminada y los dientes apretados de dolor.
“Darío Santillán, la dignidad rebelde” es el documental que muestra sin reparos la injusticia de un sistema que selectivamente elige donde apuntar. Recorre la vida de Darío, sus sueños y su insistencia por querer cambiar el mundo que lo rodea. Una tierra que en ese momento era castigada de sur a sur por el hambre y la desocupación.
A pesar de su asesinato, el 26 de junio de 2002, la imagen de Darío vive.
Se multiplicó, como dicen las hormigas que de andar saben, y mucho.
Tiene el corazón que le explota de sangre nueva. En sus ojos verdes transparenta la humildad. Darío Santillán sembró militancia y cosechó la movilización de cientos de jóvenes que intentan seguir su ejemplo de vida. Por ello, Miguel Mirra, director del documental recientemente estrenado, dice: “Darío no se fue, vive en las miradas limpias y los puños apretados de miles de jóvenes que ven en él un ejemplo de solidaridad y compromiso”.
A Darío lo mataron por la espalda en ese último minuto de vida que comparte junto a su compañero, Maximiliano Kosteki, a quien a pesar de no conocerlo, lo acompaña con su mano aferrada. Lo asesinaron en Puente Pueyrredon el 26 de junio de 2002, en lo que se conoció como la Masacre de Avellaneda, durante la sangrienta represión desatada contra decenas de movimientos sociales.
“En la mano tendida al compañero moribundo, en la mano que intenta frenar infructuosamente – aunque poniendo en evidencia – la cobardía, el ensañamiento y la prepotencia del asesino, radica un núcleo trascendente y valioso”, señala el intelectual Miguel Mazzeo. Ese gesto -continúa Mazzeo- «habla de priorizar una experiencia ética, no de afanes sacrificiales de inmolación. Nos referimos al hecho de estar siempre en la necesidad del otro y a una integridad que desafía la apatía, la mezquindad, la idiotez moral y la mediocridad reinante”.
Corría el gobierno de Eduardo Duhalde. Represión y desocupación era lo único que el Estado tenía como respuesta al reclamo de los movimientos de desocupados que se organizaba y salían a la calle aún sabiendo que los palos, las balas de plomo y las botas largas, esperaban por ellos.
En ese contexto social creció Darío. Con apenas 21 años organizó un barrio entero. Estuvo al frente de una toma de terrenos en el barrio La Fé de Monte Chingolo, Lanús, con un solo objetivo: defender el derecho humano a una vivienda digna. Allí, compartió la resistencia al desalojo junto a más de 20 familias pobres que acamparon en un lugar donde la nada misma y la miseria colmaban ese terreno abandonado.
Ahora, un reflejo de luz desborda la pantalla del Cine El Cairo. Su voz hablando de dignidad, de la lucha diaria, de no bajar los brazos, retumba en una sala repleta, llena de jóvenes militantes que miran su historia, y lo escuchan con los ojos vidriosos. Él mismo se parece a ellos. Un pibe que eligió vivir en los barrios más empobrecidos y que allí, buscó movilizar y organizar, salir al frente para pelear por los derechos más básicos.
¿Cómo fue que Darío se convirtió en símbolo de rebeldía? Sus primeros pasos en el barrio Don Orione, al sur de la provincia de Buenos Aires. Su inquietud por saber del Che Guevara, por intentar crear centros de estudiantes cuando apenas tenía 16 años, sus primeros pasos movilizado contra la Ley Federal de Educación. Militó en los movimientos de desocupados de Lanús y Almirante Brown. Organizó un centro comunitario, generó alternativas de trabajo autogestivo y sembró semillitas de rebeldía por todas partes.
Dejó una huella. Profunda, intensa, en quienes compartieron vida con él: mujeres, hombres, amas de casa, jóvenes. El recuerdo, para todos, es el mismo: Darío parecía un tipo de otro mundo. Esos que nacen cada tanto y que por su impronta militante, son asesinados o desaparecidos.
El documental dirigido por Miguel Mirra se estrenó en Rosario, en el marco del 14° Festival Nacional de Cine y Video Documental. El relato de sus hermanos, de Alberto, su papá, y sus compañeros de la militancia, junto a los vecinos del Barrio La Fe, y las imágenes de archivo donde aparece Darío Santillán, hablan de su humanidad. “Darío Santillán es algo históricamente intolerable para las clases dominantes y el poder: la politización de la miseria y la insatisfacción. Esa es su principal indicación estratégica”, escribe y describe Miguel Mazzeo en referencia al documental de Miguel Mirra.
A propósito, su director le cuenta a enREDando: “el objetivo del documental es movilizar. La idea la propuso Miguel Mazzeo y ahí comenzamos. Yo tenía la idea que tiene la mayoría de la gente, la que Darío era una víctima del sistema, pero haciendo el documental nos dimos cuenta que Darío era mucho más que eso. Era un referente y no fue ninguna casualidad que lo hayan matado. Me parece que fueron a buscarlo. Creo haber descubierto en Darío la prefiguración del hombre nuevo del que hablaba el Che, con todas las contradicciones que admite vivir en un sistema capitalista. En su intención, en su compromiso, en su solidaridad configura ese Hombre Nuevo”.
El documental, realizado en tan solo 3 meses, no solo muestra en imágenes quien fue Darío Santillán y cómo fue ejecutado por la maldita policía de Duhalde. Además, refleja el brote que deja su muerte: un nacimiento tras otro: trabajo en el MTD de Lanús, emprendimientos comunitarios, vecinos organizados, un Frente Popular (conformado en el 2004 y que lleva su nombre) lleno de pibes jóvenes articulados en todo el país y una estación Avellaneda donde los murales y los colores, se colman de vida y memoria.
Darío siembra la posibilidad de seguir en la lucha, de nacer y morir; y a pesar del fin y con más fuerza, volver a nacer.