Desde el año 1990, el Movimiento Campesino de Santiago del Estero lucha por la defensa de las tierras y la identidad campesina. A partir de una estructura horizontal, día a día trabaja a través de comisiones de base, desde la solidaridad y la concientización política, integrando a más de nueve mil familias.
Tierra y monte son sinónimos de vida en Santiago del Estero. A través de los siglos la identidad cultural de su pueblo se fue tejiendo junto a la explotación del quebracho, la cría de animales, y la siembra de algodón, maíz y zapallo, entre otros cultivos. Tierra y monte a la vez connotan miseria y despojo. Sus pobladores cargan con años de resistencia frente al clientelismo, al “juarismo”, y a las políticas neoliberales.
A principios del siglo XX se instaló en sus montes La Forestal, y arrasó con todo. La Compañía extranjera acabó con más de diez millones de hectáreas de quebracho colorado, desapareció del mapa a pueblos enteros, socavó sus dignidades dando el trato de animales a cientos de personas. Y hablar de tierra no es lo mismo que sentirla. Los campesinos la llevan en la piel, ésta aparece estructurando sus vidas y esperanzas. Da cuenta de historias, sacrificios y de construcciones colectivas.
“No viví en carne propia una amenaza de desalojo pero sí mis compañeros, entonces me hice parte de eso y salí a la lucha con ellos. Directo no me tocó, pero sí tenía otras luchas, yo nací y me crié en el campo con mis padres que trabajaban bajo patrón. A los 14 años terminé la escuela y me fui a trabajar a Buenos Aires. Trabajé diez años como empleada doméstica, en la ciudad me sentía presionada, con poco sueldo. Años después volví y me quedé en Santiago”, expresa Leticia Luna trasmitiendo fuerza en cada palabra que pronuncia. “Santiago no tiene riendas pero sujeta”, dice, figurando el vínculo que la abraza a sus pagos.
Leticia es integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase), estuvo en nuestra ciudad participando delForo de la Vía Campesina, junto a cientos de dirigentes campesinos de toda América Latina. enREDando charló con ella sobre el trabajo que desde hace casi veinte años viene sosteniendo la organización, nacida en la localidad de Quimilí al calor de la lucha por la defensa de las tierras e identidad campesina, contra el monocultivo de soja y por la reforma agraria. “El Mocase se creó en 1990, a raíz de la gran cantidad de desalojos. Los compañeros vieron conveniente juntarse para enfrentar tanta injusticia. Como había varias organizaciones sueltas y solas, en 1989 empiezan ese trabajo, primero con la comisión central de pequeños productores Ashpa Sumaj (Tierra india); y después surge el Mocase”, relata. “Empezamos a formarnos, a compartir encuentros e intercambios, se empezó a hablar de los derechos que nos correspondían. En realidad, nosotros como campesinos no sabíamos que había una ley veinteañal, era el primer problema que nos aquejaba y veíamos que se estaba excluyendo a los campesinos hacia la ciudad”, explica.
Durante las últimas décadas el desarrollo del modelo económico del monocultivo de soja y la expansión de las fronteras agrícolas ha desplazado en todo nuestro país a numerosos cultivos autóctonos, ha devastado montes y culturas nativas. En los ‘90 en Santiago del Estero se agudizaron las amenazas y situaciones concretas de desalojo a centenares de campesinos. Poco a poco la comunidad decidió ponerse de pie y resistir organizadamente el atropello de las topadoras. Una de las acciones fundamentales del Mocase-Vía Campesina es acompañar a las familias en esa legítima defensa.
La ley de posesión veinteañal, contemplada en la Constitución Argentina y en el Derecho Internacional, es una de las herramientas jurídicas para hacerlo. La lucha de la organización está integrada al Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI).
Casa por casa
“Vamos visitando las familias, nos sentamos a tomar mates y vemos las situaciones. Los invitamos a las reuniones para charlar y hacer propuestas sobre la problemática, a la vez nos preguntamos porqué nos está pasando esto, si nuestros padres nunca tuvieron títulos de las tierras, y de repente ahora viene alguien con papeles, muchas veces truchos a reclamar por la propiedad”, comenta la dirigente. A partir de una estructura horizontal, día a día el movimiento trabaja a través de comisiones de base, que están integradas por distintas familias (el número varía según la zona). Las comisiones a su vez se nuclean en torno a una central, hay ocho centrales en toda la extensión provincial. Las tareas cotidianas se organizan en los secretariados de Tierra y Medio ambiente, Salud, Jóvenes, Comunicación, Producción y Comercialización, las cuales están articuladas entre sí.
Leticia detalla que la comunicación siempre parte de las bases a la central y de ahí al movimiento, y que consideran esencial el fortalecimiento político de las bases. Actualmente son más de nueve mil las familias integradas al Mocase. “Me empezó a gustar porque se charlaba y me escuchaban lo que yo pensaba, y me hacían ver los porqué, me fui formando junto con ellos. En este camino, nos fuimos viendo que la lucha no es solamente por la tenencia de la tierra sino también por la producción”, explica, reforzando el relato con el movimiento de las manos. “Uno de los problemas es la participación de toda la familia, porque el que queda afuera y no participa no puede ver la lucha que llevamos aquí dentro. Sea hombre o mujer uno le hace problemas al otro. Estuve en pareja 16 años, cuando él vio que empecé a desenvolverme y a crecer no le gustó nada, no se la bancó y terminamos separándonos. Es difícil, no me gusta que me condicionen”, señala con firmeza.
Respetar la Pachamama y las tradiciones
El modo de producción y comercialización de los productos que las distintas familias elaboran, es otro de los ejes de la organización, comprometida con el cuidado del medio ambiente y la revalorización de los saberes ancestrales. “Producimos sin conservantes ni químicos. Tenemos una fábrica de dulce de leche de cabra, mermeladas de zapallos, de sandía. Son todos estacionales. El dulce de leche de cabra lo hacemos en una de las bases donde están las cabras. Tenemos una carnicería en Quimilí, allí vendemos las producciones. También hicimos alianzas con organizaciones de Rosario, Córdoba y Buenos Aires, ellos están vendiendo nuestros escabeches, mermeladas y dulces”, referencia Leticia.
La referente campesina, durante la charla nos adelanta que están trabajando en un proyecto ambicioso, que hace poco se animaron a lanzar, la fábrica de queso de leche de cabra, ubicada en el Lote 38 de Quimilí. “Es todo nuevo, está en proceso. Estamos viéndole la mano y probando la fuerza del cuajo, no queremos comprar el polvito para cortar la leche, ni el fermento. Nosotros lo hacemos, usamos nuestra materia prima”, cuenta, y se le dibuja la sonrisa por esta decisión grupal de trabajar en un rubro desconocido hasta el momento y para el cuál se están formando con el apoyo técnico del INTI.
“Este modelo nos quitó nuestra cultura, hoy tenemos que aprender lo desaprendido, lo tradicional de nuestros abuelos como sembrar sin agroquímicos, cuidar los bosques, respetar los ríos, la Pachamama, creer en la sabiduría del monte, en nuestros dioses y leyendas propias. El lugar donde estamos y los recuerdos son parte de la identidad. En cambio el terrateniente viene y tira todo, hoy está viviendo aquí, mañana allá, y le importa tres pepinos, no tiene recuerdos de nada. Nosotros tenemos otra cultura, los campesinos tenemos también en los campos la medicina para nuestra salud, eso se nos está perdiendo, hoy es más fácil tomar una pastilla que buscar un yuyo y hacer un té”, desliza esta mujer de ojos oscuros y mirada profunda. “Esto no es casual, estas son grandes empresas que no quieren que nos independicemos de eso, si nosotros no consumimos lo que ellos transforman tampoco vamos a poder vivir, ese el capitalismo”, define en pocas palabras el profundo sentido de la lucha, por la defensa de la vida.
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