La Asociación civil trabaja con niños/as, adolescentes y sus familias por la inclusión e integración social.
Caminar por «la calle» esquivando perros dormidos, pateando piedras, viendo gallinas que se cruzan, es bien de barrio, es bien de pueblo. Así como ver grupos de chicos jugando, desparramados por las calles, devenidas en inmenso territorio de diversión.
Oliveros es un pueblo que está a 50 km al norte de Rosario (Santa Fe), sobre ruta 11, allí es cotidiano caminar por la calle, charlar (a los gritos) de vereda a vereda con los vecinos, ver chicos con bicis, kartins, bolitas o yendo a pescar, entretenimiento habitual en la zona, bordeada al este por el extenso río Carcarañá.
Ir a pescar es una de las tantas actividades que se realiza con los chicos y adolescentes que asisten al Centro de día Lagarto Juancho, Asociación Civil que trabaja en esa localidad por la inclusión e integración social.
«Cuando llegamos al río vimos que Rocío se olvidó los anzuelos, entonces el profe Leo nos hizo algunos con alambre», cuenta Juan José con los ojos brillantes de alegría.
Hace 5 años que la Institución lleva adelante un trabajo interdisciplinario, acompañando a los niños/as, adolescentes y sus familias que están en situación de exclusión social y atravesados por problemáticas complejas como violencia, abuso, desnutrición, desmembramiento familiar, deserción escolar.
«En un principio se creó un espacio donde los chicos accedían al baño y desayunaban, funcionábamos en la Casa parroquial, ofrecida por el Padre Jorge Aloi. Con el paso del tiempo se hizo necesario contar con un lugar propio y un equipo de profesionales para darle respuestas a las distintas problemáticas desde otro lugar», explica Maite, vicepresidenta de la Comisión. Luego les donaron un lote que pertenecía a un viejo jardín maternal y de a poco, con la venta de rifas lograron comprar el terreno contiguo, que tenía una casita a medio terminar. Desde 2002 el Lagarto Juancho tiene casa propia (cada vez más grande), abierta a la participación, los juegos y la búsqueda de la igualdad y el respeto por los derechos humanos.
El Centro de día se financia a través de subsidios, donaciones, el apoyo de la comunidad, de Instituciones locales, el aporte mensual de los socios y diferentes eventos. La Comuna también es sostén ya que está atenta a lo que necesitan, un detalle no menor, siendo estas cuestiones responsabilidad del Estado.
El quehacer diario es en equipo, se priorizan los espacios de comunicación individual y grupal, se trabaja con alrededor de 40 chicos de 1 a 15 años a través de talleres «siendo un espacio posibilitador para que cada chico y adolescente pueda asumirse como sujeto y ser valorizado como tal. A través de las distintas producciones y dinámicas van reconociendo que pueden por sí mismos. Eso es sumamente importante ya que en general los chicos ingresan al Centro con altos niveles de frustración y muy baja autoestima», expresa la Psicóloga Ariana Plano.
El grupo de trabajo es heterogéneo, reúne desde Psicólogos a Maestros, Artistas y Animadoras que realizan la minuciosa tarea de bañar y acompañar a los más chiquitos.
Funcionan espacios recreativos y talleres de, teatro y expresión corporal, plástica, cerámica y artesanías, comunicación, huerta y deportes. También están los espacios de Asamblea, «que fuimos construyendo con los chicos, fue toda una innovación, ya que entraban al Centro no haciendo uso de la palabra y poniendo constantemente a funcionar el cuerpo», dice Ariana. «Es un trabajo de escucha, de atención, de pensar qué cosas se pueden construir con otros y cuáles solo. Se empezó con cuestiones muy básicas como qué cosas me molestan o no me gustan del otro, al principio no le daban mucha importancia y con el tiempo fueron valorando que éste era un espacio donde ellos ponían sus quejas y de ahí podíamos pasar a la construcción. Fueron viendo que podían DECIDIR, podían poner límites y comprobar que su palabra es importante».
Además esto lo van trasladando por fuera de la Institución, «que en la escuela puedan levantar la mano y decir lo que piensan o sienten es un logro. Por detrás está el poder denunciar, a partir de decir lo que piensan, reconocen qué cosas les hacen daño, en sus casas a veces hay situaciones que quizás están naturalizadas y cuando lo comparten con otros se dan cuenta que eso no debería pasar y lo marcan como algo fuera de lugar. Saben que si hablan lo que dicen es tomado con respeto», afirma la Psicóloga.
En este mes los chicos ayudaron a construir el horno de barro y acaban de cosechar su primera producción de rabanitos. El Lagarto Juancho es una de las miles de Organizaciones sociales que tienen mucho por cosechar…
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Oliveros-Santa Fe